martes, 31 de agosto de 2010

Mutovulcia

(Sustantivo. Del latín mutare = cambiar y vultus = rostro. Adjetivo: mutovúltico)

Drástico, repentino e inexplicable cambio de la fisonomía de una persona. 

No es un fenómeno frecuente, pero algunas personas han reportado que su rostro cambió de la noche a la mañana; que esa cara que tienen no es la de ellos, y que los dientes y la boca han sido modificados. Sospechan que, durante la noche, alguien les ha hecho una extraña cirugía de rostro o, en casos extremos, sienten que han sido decapitados y les han colocado una cabeza que no era la propia.
Estos relatos podrían evidenciar un estado de insanía; sin embargo, quienes conviven con el mutovúltico ratifican ese sorprendente cambio: esposa, hijos, padres o compañeros afirman que Juan (quien era de tez oscura, con pelo corto negro, dientes grandes, nariz pequeña y mejillas rojizas) se ha convertido en otra persona (un hombre calvo, con restos de pelo amarillo, dientes pequeños, nariz respingada y casi sin pómulos). En algunos casos, incluso, se reporta un cambio de sexo. También, desde luego, cabe la posibilidad de que Juan se haya marchado y le haya pedido a alguien que ocupe su lugar haciéndose pasar por él. Se trataría de una mentira tan inverosímil que incluso podría tener chances de ser creída.

lunes, 30 de agosto de 2010

Egomatía

(Sustantivo. Del griego egó = yo y mantháno = aprender)

Aprendizaje a partir del propio yo.

La egomatía es una ciencia de discutible pronóstico: consiste en adquirir el saber a partir de uno mismo, como si el yo fuese la fuente de todo conocimiento. Cada vez que se insta a "encontrar la respuesta dentro de uno", se está apelando a una particular visión egomática, aunque el término designa un proyecto más ambicioso y complejo: los egómatas creen que todo conocimiento proviene de las profundidades de uno mismo, y que todo el "afuera" que creemos conocer es, en realidad, una compleja construcción proyectiva a la que llamamos "mundo". Esta visión parecería abonar al solipsismo (la tesis según la cual sólo existo yo); sin embargo no necesita llegar a ese extremo. Sólo somos capaces de conocer aquello que hemos construido como siendo cognoscible es una consigna egomática. Por eso, un yo fortalecido tiene mayor acceso al saber que un yo débil, intermitente o alienado. La egomatía, también, puede tener su versión plural: no es un "conocimiento a partir del yo", sino a partir del "nosotros". Esta versión (en la cual el yo se enriquece en las interrelaciones con otros "yo") no está demasiado alejada de la visión científica del mundo. Si la ciencia es una construcción conceptual colectiva, no puede descartarse que cuantos más individuos sostengan los andamios de esa construcción, tanto más esos mismos individuos (como individualidades, o como grupos) conocerán a partir de los andamios que ellos mismos han construido para sostener al resto de la construcción.

Curiosidad: algunas corrientes conductistas, materialistas y fisicalistas pretenderán que el "yo" es una entidad ficcional o virtual, y por lo tanto pondrán el acento en la corporalidad y no en una entidad que, a la postre, es producto del conocimiento y no fuente de él. Por eso, un egómata conductista dirá que no se debe observar el propio yo, sino los gestos del propio rostro para aprender todo lo que hay que saber. De ese modo, un egómata, para ser consecuente con su teoría, debería mirarse al espejo continuamente.

viernes, 27 de agosto de 2010

Hilaricordia

(Sustantivo. Del latín hilaritas = expresión de risa y alegría y cor = corazón. Adjetivo: hilaricorde )

Si la misericordia es la disposición a sentir el dolor de los demás, la hilaricordia refiere a la capacidad de entender o encontrar humor en las expresiones ajenas, aun cuando estuvieran camufladas bajo una apariencia seria y flemática, o aun cuando el hablante no tuviera la intención de decir algo divertido.

Si una persona no entiende una sucesión de chistes, o es incapaz de interpretarlos como tales, está demostrando que no tiene hilaricordia. La tiene en gran medida, sin embargo, si interpreta a cada palabra como un acto gracioso, aunque en este caso también tiene una gran estupidez.
El mejor hilaricorde es quien puede detectar chistes o bromas que no están hechas para que él las entienda y que, además, es capaz de retrucarlas o seguirlas. El hilaricorde es un gran hermeneuta de los gestos, palabras e intenciones humanas, aunque su arte se restringe a lo puramente cómico.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Aliovulto

(Adjetivo y sustantivo. Del latín alius = otro y vultum = rostro)

Pariente muy cercano con el que no se tiene parecido.

Mientras los aparientes son personas que se parecen entre sí sin ser parientes, los aliovultos son hermanos de sangre que no se parecen entre sí, o que no se parecen a sus padres legítimos.
El aliovulto tiene rasgos y gestos únicos y distintivos. No se le puede reconocer el parentesco por la sonrisa, ni por la mirada, ni por la voz o la forma del cráneo. A veces uno de los progenitores del aliovulto (en especial el padre) duda de su paternidad, pues siente que está frente a un desconocido. El niño aliovulto causa incomodidad; no se comporta como si fuera de la familia y desentona en el tamaño, el color de los ojos o el color de su piel.

No se puede decir que dos primos de sangre sean aliovultos si no se parecen. La noción de aliovulto sólo tiene sentido y aplicación cuando se habla de parentesco familiar inmediato. Más allá de esa frontera, no es extraño que el parecido se diluya.

martes, 24 de agosto de 2010

Frodiscoso

(Adjetivo. Del latín for = hablar; post = después y discessus = despedida.)

Quien inicia una conversación luego de despedirse. 

El frodiscoso nos engaña con su repetido "adiós" a través del teléfono o cuando está de visita en casa, pero un segundo antes de que colguemos o de que le abramos la puerta nos preguntará cómo está la familia, el perro y el gato y acto seguido contará pormenores de sus propios parientes y mascotas. Luego se despide una vez más, de manera efusiva y asfixiante. Sin embargo, no nos deja colgar ni cerrar la puerta: sigue allí, hablando sin parar hasta que en algún momento mira el reloj, dice "qué tarde se hizo" y vuelve a saludar, con apuro. Esto tampoco lo detiene: ya a punto de cortar o de pisar la vereda, encuentra otra nueva e interminable temática para seguir parloteando.
Es común que el frodiscoso, a pesar de los innúmeros saludos de despedida que nos ha propinado, se vaya sin saludarnos, con la excusa de que ya nos saludó muchas veces.
Al frodiscoso se le puede proponer (con ironía) una especial técnica de saludo: que se despida muchas veces al principio de la conversación, para que después no tengamos que padecer la decepción de sus continuos amagues.

El frodiscoso es cronocléptico.

lunes, 23 de agosto de 2010

Proscático

(Adjetivo. Del griego pro = adelante y eikónes = imagen. Sustantivo: proscasía)

Dícese de quien pretende fundamentar una conclusión general a partir de una imagen fuerte. 

El proscático da detalles vívidos de una escena que le parece suficientemente enérgica como para servir de ejemplo y, a partir de esa imagen, cree que se puede sacar una conclusión general o de mayor alcance. "A mi vecina le entraron a robar, la ataron, le pegaron un culatazo y la dejaron sangrando. Había sangre por toda la cocina. Los ladrones revisaron todo, secuestraron al marido, lo llevaron por los cajeros automáticos y le sacaron todo el dinero. Es increíble lo que ha aumentado el delito en nuestra sociedad". En el ejemplo anterior se puede encontrar la proscasía: Se hace una conclusión que no puede sostenerse a partir de la imagen del robo, por muy detallada que esta sea. Si alguien se atreve a dudar del aumento de la inseguridad, el proscático dará aun más pormenores o agregará otro ejemplo no conectado con el anterior: "¡Los ladrones le pegaron hasta al perro! ¡Al marido le robaron el reloj! ¡Al otro día, un chico por la calle le robó la cartera a la esposa, y el verdulero se quedó con un vuelto!"
El proscático pretende que, si a una misma persona le roban muchas veces o si los delincuentes son muy violentos, eso (por sí solo) aumenta las estadísticas generales. Él siente que un caso aislado (o un grupo de casos no conectados) es apenas un ejemplo de un fenómeno masivo y creciente.

Los proscáticos suelen ser onfalóquicos.

viernes, 20 de agosto de 2010

Semanterio

(Sustantivo. De semántica  y cementerio)

1. Libro o sitio web que se dedica a recolectar palabras en desuso. 

Algunas personas que han entrado a Exonario, lo han confundido con un semanterio, creyendo que en este blog hacíamos acopios de términos que alguna vez fueron usados, pero ya no. 

2. Red de conceptos que ya nadie piensa. 

Si cada palabra o grupo de palabras conforma un concepto, entonces existen millones de conceptos que ya nadie piensa, o que sólo se pensaron una vez (en el momento de crear la palabra o la frase para nombrarlo) o en un momento muy preciso de la historia. Esos conceptos ya no pensados conforman una platónica y enmarañada red semántica en desuso. 

Las palabras de Exonario que ya nadie lee y que nadie usa ni usó jamás, son parte de un semanterio.

(Nota: la palabra "semanterio" se usa como sinónimo de "simandrón", un instrumento musical utilizado en actos litúrgicos. No he encontrado la etimología de este "semanterio", pero sospecho que no debe ser similar a la que estamos utilizando aquí)

jueves, 19 de agosto de 2010

Criptianismo

(Sustantivo. De críptico y cristiano. Adjetivo: criptiano)

Conjunto de pseudoafirmaciones escasamente inteligibles con las que algunos autoproclamados cristianos se adoctrinan y pretenden adoctrinar a los demás. 

Es imposible creer en algo que no tiene sustancia proposicional. Donde no hay una tesis, no hay siquiera algo que creer. Sin embargo, el criptianismo hace interpretaciones potenciales y escasamente asertóricas acerca de lo que dice su libro sagrado. "Donde dice 'Cristo viene' debe entenderse que los tiempos se acortan y pronto habría de venir quien nos hiciere la Asunción, porque el Mal, que inundare el mundo con su oscuridad, dos veces como bicéfala serpiente, donde Luz y Agua sean uno" He aquí un discurso típicamente criptiano: en principio, en él se revelaría una profunda creencia propia de la escatología, pero resulta difícil interpretar qué quiso decir exactamente y si, de hecho, se dijo algo.

Cuando al criptiano le hacemos una pregunta acerca del origen del mundo o la presencia del mal, él suelta una perorata ambigua, lacónica, con gramaticalidad afectada, verbos en subjuntivo y tono sentencioso. Pero sus frases dejan la impresión de vacío, de abstracción pintarrajeada o de admonición grosera y poco convincente. Si le preguntamos qué quiso decir exactamente, suele utilizar el mismo recurso una y otra vez, hasta que se enoja por nuestra incapacidad de comprenderlo.

Algunos pastores y párrocos realizan en sus púlpitos discursos criptianos frente a sus fieles. 

miércoles, 18 de agosto de 2010

Metacupio

(Sustantivo. Del griego metá = más allá  y del latín cupio = desear)

Ganas de tener ganas.

A veces recordamos cuánto nos gustaba andar en bicicleta, jugar al fútbol, comer asados o publicar en un blog. Si hiciéramos una lista de las cosas que nos entusiasman, pondríamos a todas ellas. Sin embargo, hace tiempo que no salimos con la bicicleta; los amigos nos llaman a jugar partidos de fútbol pero nos negamos; hacer un asado da mucho trabajo y al blog lo tenemos desatendido desde hace meses. Entonces caemos en la cuenta de que nuestros gustos son metacupios: tenemos simpatía por esas actividades, e incluso nos identificamos con ellas, pero no queremos realizarlas.
¿Somos fanáticos de aquellos que no practicamos? ¿Nos gusta la literatura si no hemos leído un solo libro en décadas? ¿Amamos al grupo Carpenters si hace tiempo no escuchamos "Close to you"? Hay quienes dicen que sólo se ama aquello que se practica. Sin embargo, ese amor inoperante no es necesariamente algo falso: es un metacupio.
¿Existen los metacupios múltiplemente potenciados (metametametametacupios)? ¿Puede alguien desear desear desear desear algo? Esta curiosa lógica modal del deseo es problemática. No está claro que significa un metacupio a la quinta potencia, pero la intrincada maraña de los deseos humanos tal vez deje resquicio para que una cosa así ocurra.

lunes, 16 de agosto de 2010

Bibliofugia

(Sustantivo. Del griego biblios = libro y del latín fugio = huir)

Paulatina desaparición de libros de una biblioteca. 

Existe un principio general con respecto a la costumbre de prestar libros: un libro prestado jamás se devuelve. Por eso, quienes prestan libros suelen recorrer su biblioteca con cierto pesar: los títulos más atesorados han desaparecido de los estantes, sin que se pueda calcular con certeza quién se ha llevado cada uno. Sólo quedan los libros nuevos, los desconocidos -esos que están ahí pero jamás hojeamos- o los demasiado viejos. Además de esta desaparición por préstamo indebido (de la cual somos en parte responsables), hay que sumarle la desaparición por robo, por lo que otro ha prestado en nuestro nombre, y por lo que nosotros mismos hemos perdido.
Hay bibliotecas que, con mucho celo, pueden preservarse parcialmente de la bibliofugia. Sin embargo, aun el más quisquilloso guardián de las letras cada tanto se encontrará con misteriosos faltantes cuya causa no puede establecer.
Una biblioteca sana debe contar con un bajo índice de bibliofugia y un moderado y paulatino incremento de bibliografía. La bibliofugia se convierte en una plaga cuando las desapariciones dejan huecos en los estantes y algunos de los pocos libros que quedan caen de costado dando un espectáculo penoso.

viernes, 13 de agosto de 2010

Homoscopía

(Sustantivo. Del griego homóios = igual y scopeúo = observar, mirar. Adjetivo:  homoscópico)

Medida de los límites entre la heterosexualidad y la homosexualidad. 

La homoscopía es una popular disciplina que suelen practicar sin descanso algunos hombres que se consideran a sí mismos heterosexuales con el objetivo de detectar a quien, consciente o inconscientemente, se comporta de acuerdo al estereotipo del homosexual. La finalidad de esta disciplina consiste en instruir a otros heterosexuales para estar en guardia ante posibles seducciones por parte de quien ha sido calificado como gay. El homoscopista (quien practica la homoscopía) presume de conocer cuáles son las actividades y las actitudes que debe cumplir un hombre o una mujer para que no sean considerad@s homosexuales, y está convencido de que existe un rango de cercanía y lejanía con respecto a la inversión sexual: hay actitudes "más" o "menos" gay, como si hubiera una línea taxativa que separa ambas elecciones de vida, y como si uno pudiera estar a distancias variables de esa línea. Las palabras "Trolo" y "Torta" son parte frecuente de su caudal semántico, y por lo general su veredicto consiste en calificar a otros con esos u otros términos similares: "Lavar el auto en cueros es de trolo"; "Una mujer que depila modelos es torta". Aun cuando no necesariamente esté preocupado por su propia apariencia o actitud, el homoscopista desarrolla una grosera, prejuiciosa y erróna pero omnipresente disposición para descubrir rasgos homosexuales en otras personas. Un gesto, una sonrisa, un ademán, una prenda, una mirada: todo es escudriñado, calificado y clasificado con la vara homoscópica, y de todo se puede inferir qué tan lejos o tan cerca se está de la temida línea.
La escala de valores homoscópica no puede sistematizarse en una clasificación coherente. Al homoscopista puede parecerle "más de gay" casarse con una musculosa fisicoculturista de voz gruesa que tener relaciones frecuentes con un travesti angelical y femenino. A su vez, cree que los hombres ligeramente afeminados (pero heterosexuales) son "más homosexuales" que los homosexuales no afeminados. La bisexualidad, para él, no entra en su rango de análisis: el bisexual es, según su criterio, claramente homosexual, y sólo tiene relaciones heterosexuales con el único perverso objetivo de confundir a los homoscopistas. El bisexual, según su terminología, "atiende por las dos puertas". Un homoscopista no se privará de averiguar "por cuál puerta atiende más seguido", para poder elaborar un juicio mucho más certero con respecto a la distancia cuantitativa a la que se encuentra en la línea divisoria.

jueves, 12 de agosto de 2010

Mapito

(Adjetivo. Del latín magis = más y peto = pedir) 

Quien, cuando se le ofrece algo, se siente con derecho a pedir más.

Al mapito le ofrecemos por cortesía una manzana. La acepta, pero nos pide que se la pelemos, la cortemos, le quitemos las semillas y se la rallemos. Si le prestamos dinero, nos pedirá que se lo llevemos al banco, lo depositemos en su cuenta y comprobemos si, efectivamente, le fue descontada su deuda. Si nos ofrecemos a llevarle un libro a la biblioteca, él nos carga la mochila con una pesada docena de enormes biblias. El mapito no quiere aprovecharse: tiene la sincera convicción de que, si alguien presta un favor, ese favor debe cumplirse hasta las últimas consecuencias. Por eso, cuando el oferente no accede a prestar esos plús que exige, el mapito se siente defraudado. "Al final, no sé para qué me ofrecés manzana si después no querés ni pelarla", puede gritar si su mujer no cumple con todas las otras acciones que él demanda.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Mecoder

(Verbo intransitivo. De la expresión latina medio in choreo cadere = "caer en medio de un baile")

Verse envuelto en una discusión de manera involuntaria. 

¿Cómo es posible que el comentario acerca del hermoso día soleado nos llevó a tener una álgida polémica sobre el papel de la religión en la conformación de los imaginarios hierofánicos? ¿De qué manera ese saludo inocente derivó en una furiosa contienda verbal sobre el papel del pensamiento político de la derecha en la praxis pública del estado? No lo comprendemos, pero de manera casi inevitable algo despertó la palabra equivocada, que fue retrucada por otra palabra equivocada y allí están, dos involuntarios polemistas que mecoden cuando todo lo que deseaban era compartir en silencio una cerveza helada al atardecer.

Existen personas con las que resulta inevitable mecoder, y no porque sean especialmente quisquillosas o polémicas: a veces los pequeños comentarios de cortesía son malinterpretados y desatan una respuesta ligeramente reactiva que desencadena otra hasta el desbocado agón erístico. Otras veces, uno de los dialogantes no desea discutir, pero el otro sí lo desea. En esos casos, el que no quiere entablar batalla debe ser muy precavido y esquivar con humor o indiferencia las indirectas, los gritos, las presunciones y las falacias del peleador. A veces es más fácil aceptar la discusión de manera frontal que mantener la intención de evitarla.

Para saber si alguien desea mecoder, lo más conveniente es preguntárselo de antemano. Sin embargo, si de verdad esa persona suele mecoder, es posible que malinterprete la pregunta y comience a mecoder. Puede darse el siguiente diálogo que da inicio a la discusión:

"A - ¿Usted mecode?
B - Sí, usted también me jode. Y no sabe cómo. "

martes, 10 de agosto de 2010

Chirria

(Sustantivo. De chirriar. Adjetivo: chirrioso)

1. Capacidad de hacer continuos ruidos molestos de manera involuntaria.

Las personas que padecen de chirria no pueden evitar hacer ruido en situaciones para las que, normalmente, no se suelen emitir sonidos perceptibles. El chirrioso suele prolongar una breve acción -abrir una puerta, calzarse los zapatos, sentarse en el sofá- y con ello produce continuas resonancias, estertores, quejidos y murmullos de los objetos involucrados en esa acción. Cuando se ejecuta un acto ruidoso, es conveniente hacerlo rápido, pero el chirrioso no advierte esta regla de cortesía. Además de prolongadas, las acciones del chirrioso son torpes y repetidas. Abre y cierra la rechinante puerta cinco o seis veces, con estruendosa lentitud, porque se ha olvidado algo del otro lado. O hace infinitas prequiversas en la cama, o respira agitado, con bufidos y carraspera, o mastica un sonoro chicle, o sus zapatos taconean con estrépito, o sus pantalones hacen un gracioso e irritante "flip flip" cuando camina.

2. Tono quejoso.

"Chirrioso" en esta acepción y "quejoso" son casi sinónimos, aunque hay una leve diferencia. El quejoso es aquel que, de hecho, se queja continuamente. El chirrioso, en cambio, sólo tiene el tono, aunque puede no estar quejándose. A veces, después del disgusto que implica quejarnos por algo, se nos impregna la "personalidad quejosa" aun más allá de la propia situación de queja. Si en una cena con amigos en un restaurante, el mozo nos trae los ravioles fríos, nos quejaremos y quizás armemos un pequeño escándalo. Una vez que el mozo se retiró con el plato, trataremos de hablar con normalidad y bien dispuestos a seguir la charla con los amigos. Sin embargo, persistirá algo de chirria, de ese tonito entre prepotente y desesperado que utilizamos para gritonearle a los demás cuando nos sentimos con derecho a hacerlo. 
Cuando un grupo de personas se reúne para jugar a algo (naipes, videojuegos, juegos de mesa) es posible que alguno de los participantes se vea afectado por chirria. Esos participantes son los que van perdiendo. Aunque no se quejen expresamente, a veces el tono lastimero de su voz delata que no se sienten a gusto con la continua derrota. "Carlitos, hasta ahora no ganaste ni una mano", dicen los amigos en tono de sorna. Carlitos quizás no diga una palabra y se limite a sonreír con amargura. Sin embargo, unos minutos después Carlitos pedirá que le sirvan vino, o que le hagan un café, y ese pedido sonará con chirria: su tono será levemente aflautado como si estuviera a punto de llorar, y si bien no se quejará expresamente, la chirria de su voz delatará el verdadero estado de ánimo. 

viernes, 6 de agosto de 2010

Nómeco

(Adjetivo. Del latín non mihi = no a mí, no para mí)

Dícese de quien no responde a su propio nombre.

Algunas personas tienen un curioso trastorno: si las llaman, se dan cuenta de que hay alguien que está gritando su nombre, pero no reconocen que ese nombre es el de ellas. Aun si les gritaran con insistencia su nombre, apellido y número de documento, mirarían incómodos a los costados, para ver si alguien se da por aludido. Después de muchas cavilaciones, un compañero que está cerca les dice: "Carina, te están llamando", y en ese instante despiertan de un extraño sopor. Por alguna razón, estas personas viven en tercera persona; se sienten eternos espectadores de lo que pasa y jamás imaginan que el mundo los pudiera interpelar.

El nómeco no sólo se comporta de ese modo con su nombre. Si suena su teléfono, hay que avisarle que ese saturado y estridente compás de cumbia es su teléfono. No sólo no responde ante el frenético ringtone que él mismo eligió para su celular; tampoco parece advertir que está sonando algo y continúa hablando (o escuchando) como si el repentino "Nunca me Faltes" de Antonio Ríos que sale de su bolsillo no hiciera ninguna interferencia.

En otros casos, el nómeco no se da cuenta de que el timbre de la puerta está sonando en su casa, y no en la casa de algún vecino. No es imposible que, cuando lo han decapitado con la guillotina, durante los cinco segundos de sobrevida que, según dicen, tiene la cabeza, crea que el decapitado es otro.

El nómeco es un caso límite del enfulanizado. Es un autoenfulanizado.

jueves, 5 de agosto de 2010

Enfulanizar

(Verbo intransitivo. De Fulano = nombre con el que se designa a personas cuyo nombre se desconoce o no se quiere nombrar. Sustantivo: enfulanización. Adjetivo: enfulanizado)

Olvidar por completo el nombre de alguien inmediatamente después de haber mantenido un contacto o una conversación. 

Los operadores de compañías telefónicas, de aseguradoras y de entidades bancarias, suelen dirigirse a sus clientes llamándolos por su nombre: "Mire, Jorge, le ofrecemos tres tarjetas, Jorge, y usted podrá utilizar el crédito máximo preasignado, Jorge, cada vez que lo necesite, a una tasa que no por usuraria, Jorge, deja de ser conveniente..."  Podemos estar seguros de que, un segundo después de ese monótono monólogo, el operador del banco olvidará nuestro nombre. Nos hemos enfulanizado, porque a pesar de la curiosa insistencia por pronunciarlo una y otra vez, nuestro nombre es apenas uno más, miriatizado en una gigantesca base de datos.  No se trata, desde luego, de una patología (una agnosia), sino de un proceso de economía que realiza la mente ante una inmanejable cantidad de datos.

Sin embargo, la enfulanización no necesariamente ocurre cuando el contacto es uno más entre muchos similares. Puede que olvidemos el nombre del único loro con el que conversamos en la vida, o el del único enfermero que asistió en el parto de nuestra única hija.

Hay personas que tienden a enfulanizarse con mayor facilidad. El plomero que vino dos semanas seguidas y cambió los caños rotos se enfulaniza enseguida. La mujer de la que nos enamoramos, y que sólo vimos una vez hace quince años, y de cuya boca sólo esa vez escuchamos pronunciar su nombre, jamás se enfulaniza.


Debe distinguirse el enfulanizamiento de la anominación. El enfulanizamiento es involuntario; la anominación es voluntaria.

martes, 3 de agosto de 2010

Aspecpectar

(Verbo transitivo e intransitivo. Del latín a = negación; spes = esperanza y specto = mirar)

Recorrer por segunda o tercera vez un mismo lugar para buscar un objeto extraviado. 

Cuando se extravía en nuestra propia casa un objeto de uso frecuente (un juego de llaves, un lápiz labial, los anteojos, la tarjeta de crédito), solemos buscarlo siguiendo una rutina de hipótesis para deducir debajo de qué, o detrás de dónde, o sobre cuál otro podría estar ese objeto que momentáneamente ha desaparecido. Miramos en el jarrón, luego en la repisa, después en el bolsillo del saco y debajo de la mesa. Sin embargo, una vez que agotamos esas hipótesis rudimentarias, comenzamos a ingresar en un bucle. Si no se nos ocurren nuevos posibles escondites, pueden ocurrir tres cosas: o bien nos quedamos perplejos y supendemos la búsqueda; o damos al objeto por perdido, o volvemos a buscar en los mismos lugares donde ya habíamos buscado.  Si ocurre esto último, estamos aspecpectando.
Cuando se aspecpecta ocurre un proceso curioso. Si ya hemos buscado el llavero dentro del jarrón, resulta obvio que esa primera búsqueda fue exhaustiva, y que no hay resquicios para suponer que, quizás, haya quedado oculta allí y no la hemos visto. Un llavero en un jarrón vacío es algo que se destaca. Sin embargo, a pesar de que ya sabemos que no está allí, volvemos a mirar el jarrón. No es que estemos esperando que aparezca por milagro: preferimos repetir las búsquedas antes que detenernos por falta de nuevas hipótesis. 

No debe confundirse esta búsqueda sin destino con otra, en la cual se recorre un mismo sitio dos o incluso tres veces porque, quizás, no se lo escudriñó con detalle. Por ejemplo, cuando uno busca un anillo que perdió en la calle, es posible que haga varias veces el recorrido para encontrarlo. En esos casos, no se aspecpecta, porque todavía existe la chance de que el anillo esté allí y no lo hayamos visto. En cambio, cuando se aspecpecta, uno ya sabe que el objeto buscado no está allí donde se lo busca por enésima vez. Por eso la etimología del término incluye la noción de una esperanza negada.

Este verbo puede utilizarse de forma abreviada como "aspectar". Sin embargo, aun cuando "aspectar" no tiene definición formal, a veces se lo utiliza como sinónimo de "presentar un aspecto", con lo cual la abreviación puede generar ambigüedad.

(ver apodio , circunviar, dicondalio)

lunes, 2 de agosto de 2010

Descronar

(Verbo transitivo e intransitivo. De des = negación y del griego cronos = tiempo)

Eximir ciertos lugares, sucesos o momentos del estricto control del paso del tiempo.

Quienes sufren de cronodulia no pueden evitar la continua observación de los minutos pasados y restantes. Los cronodúlicos miden las horas, calculan los segundos que faltan y apuran sus acciones para enmarcar su vida (y las vidas ajenas) dentro de las estrictas segmentaciones del cronómetro. Cansan a los relojes de tanto mirarlos y se convierten en cronoréxicos.
Pero incluso el más cronodúlico se siente libre para descronar algunas actividades. "El domingo voy a la cancha, y no sé a qué hora vengo", dice un hincha de Racing dispuesto a no fijar límites de horario a su pasión por el fútbol. La afirmación "no sé a qué hora vengo" indica que no actuará de acuerdo a lo que indica el reloj, porque la actividad no ocurre en el tiempo lineal. Estrictamente hablando, lo que transcurre en la cancha y en los festejos posteriores no es tiempo; es una modalidad de la experiencia que escapa a la monótona división entre el ayer, el hoy y el porvenir. "Cuando llego al parque, nunca miro la hora", dice un amante de los árboles y la brisa fresca. Su afirmación indica que el parque ha sido descronado; los árboles, el viento y las calles del parque están eximidos de la rígida asociación con la fugacidad del tiempo y la tiranía del reloj.
Cuando se descrona, se gana eternidad a cambio de apuro.
En el momento de descronar es conveniente no estar rodeado de cronodúlicos. Porque el cronodúlico se encargará de recordarnos lo tarde que es, cuánto tiempo falta para que empiece el programa de televisión o cuántas horas de sueño nos estamos perdiendo.

jueves, 29 de julio de 2010

Procúrogo

(Sustantivo. Del latín procul = lejos y erogo = pagar. Expresión derivada de "procul errare" = "caer en un grosero error") 


Valor estimado de un producto o servicio cuyo precio real se desconoce. 

Aun cuando solo tengamos una lejana idea de cuánto puede costar un kilo de pastoras de pollo, un servicio de sommeliers o un juego de mantelería fina, solemos arriesgar mentalmente algún precio estimado que resulta mucho más bajo que el real. Nuestra estimación no es puramente gratuita, pero está basada en valores desactualizados, información insuficiente acerca del producto o servicio, analogías mal justificadas y prejuicios.

Ejemplos:

Si sabemos que contratar a un mozo cuesta (supongamos) cien pesos por noche, podemos inferir por analogía que un sommelier (un mozo exclusivamente dedicado a servir bebida) debiera cobrar más o menos lo mismo. Sin embargo, en el momento de pagar por el servicio nos enteramos de que cada sommelier cobra quinientos pesos por servir el vino. La analogía no ha funcionado: no tuvimos en cuenta que un sommelier es un sibarita, un especialista que ha estudiado cata de vinos en universidades privadas y que su trabajo se paga mediante honorarios.   

Si en la pescadería exhiben unas novedosas hamburguesas de salmón rosado, creemos que será razonable pagar, tal vez, treinta pesos el kilo. Cualquier precio que supere esa estimación (ese procúrogo), nos parecerá excesivo, por más que el kilo de salmón rosado, de por sí, sea mucho más caro.
Cuando se nos rompen los caños de casa, hacemos algunas cuentas rápidas y por lo general suponemos cuál sería el valor razonable de la reparación. Luego llamamos al plomero y, como suele ocurrir, el cálculo imaginario fue demasiado benigno para nuestro bolsillo, y solemos reaccionar indignados: "Yo no te pago más de quinientos pesos por cambiar las cañerías" El plomero nos invita a replantear los cálculos: son diez caños, a sesenta pesos cada caño, más la mano de obra. Pataleamos una vez más: ¡Los caños no pueden costar sesenta pesos! ¡Según mi procúrogo, cada caño vale diez pesos! Finalmente, cotejamos los valores actualizados y debemos aceptar, abochornados, el presupuesto del plomero.

Vamos por la vida calculando los valores monetarios de las cosas, como si pudiésemos  reconocer sin dificultad las variables de cambio y de mercado. ¿Un poste de luz de la calle? Doscientos pesos. ¿El trabajo de un albañil que nos construye la habitación del fondo? Tres mil pesos; ¡incluso tres mil pesos es muchísimo! ¿El kilo de mortadela? Diez pesos. ¿La consulta a un psicólogo? No más de treinta pesos. ¿Un libro? Sin importar cuál sea, ni de qué se trate, no puede costar más de cincuenta pesos ¿El servicio de un disc jockey? Doscientos cincuenta pesos. ¿Una cena con champagne y postre en el mejor restaurante de la ciudad? Cien pesos. Por lo general, por culpa de nuestro procúrogo, vamos por la vida horrorizados, decepcionados por las pretensiones ajenas, las cuales tienen el descaro de no ajustarse a nuestras expectativas puramente imaginarias.

miércoles, 28 de julio de 2010

Cronastenia

(Sustantivo. Del griego chronos = tiempo; a = no y sthénos = vigor)

Momentos en los que el tiempo parece transcurrir con lentitud. 

En los momentos de placer es común que se experimente gregocronía: la sensación de que los sucesos son fugaces y el tiempo corre muy rápido. En general, la vida suele transcurrir con la sospecha de que todo (lo bueno o lo malo) pasa a velocidad cada vez más acelerada.
Sin embargo, cada tanto, existen horas, días, semanas o meses que se hacen inesperadamente largos y no por aburrimiento, ansiedad o dolor. En esos momentos sentimos cronastenia. Miramos el reloj, y nos sorprendemos de que todavía no sean las cuatro de la tarde (sospechábamos que, quizás, ya eran las cinco o las siete); miramos el almanaque y aun no es agosto (y con nuestra imaginación, nos parecía que ya era octubre); recordamos en qué año estamos y no, todavía no es el año dos mil cien.

martes, 27 de julio de 2010

Termoficción /Caleficción / Frigoficción

Termoficción:
(Del griego terma = temperatura y del latín fingo = fingir)

Alucinación o sensación térmica inducida por sugestión o por error. 

La palabra "alucinación" probablemente predisponga a pensar en un estado patológico. Sin embargo, se trata de un fenómeno cotidiano en el cual, por la creencia de que el ambiente está calefaccionado se tiende a no tener frío, y a no tener calor si se cree que está frigorizado. Por eso, el término se desdobla en dos conceptos:

Caleficción: (Sustantivo. De calefacción y ficción. En un inextricable diccionario para inteligentes se define esta palabra, pero no se recoge la acepción que tomaremos aquí):

Sensación de agrado y tibieza surgida de la creencia de que hay una estufa o calefactor encendido cuando en realidad está apagado.

Frigoficción (Del latín frigor = frío y fingo = fingir):

Sensación de frescura surgida por la creencia de que hay un aparato de aire acondicionado encendido, cuando en realidad está apagado.

Tomemos los siguientes ejemplos para ilustrar las dos definiciones de arriba.
Si llegamos a un lugar frío, puede ocurrir que tiritemos o que nuestros pies se congelen. Pero si, de inmediato, alguien nos dice que ya se encendió la estufa, es posible que empecemos a sentirnos levemente más distendidos y con una sensación de tibieza. Si luego descubrimos que, en realidad, nadie encendió la estufa, esa distensión y tibieza fueron una caleficción.
Lo mismo ocurre en el caso contrario. Si entramos a una habitación calurosa en un día de más de treinta grados, puede que empecemos a sentir una ligera, muy tenue y aliviadora frescura si nos dicen que ya se encendió el aire acondicionado. Si luego comprobamos que eso no es cierto, habremos sufrido una frigoficción.
Por lo general, las termoficciones duran pocos instantes, y suelen ser más convincentes las frigoficciones que las caleficciones.

lunes, 26 de julio de 2010

Renómeco

(Adjetivo. De la expresión latina remanet mecum =  "se queda conmigo"

El que monopoliza lo que debe pasar de mano en mano.

Un profesor muestra a sus alumnos un frasco con una rana disecada, para ejemplificar y enfatizar algunas cuestiones de biología. El frasco debe ser visto y manipulado por cada uno de los treinta presentes. Pero algún alumno decide apropiárselo durante mucho más tiempo que el esperado, quizás con la pretensión de descubrir alguna propiedad especial, o para hacer chistes, o esperando hacer revivir al sapo, o tal vez simplemente por distracción. Ese alumno es un renómeco: ha detenido por unos instantes un proceso, sin la determinación de interrumpirlo o de apropiarse del objeto que motiva dicho proceso.

En la costumbre argentina del mate, es común que abunden los renómecos. Suele ocurrir que un matero se quede con el mate servido y caliente entre sus manos, y que su charla demore el instante en que le dará el sorbo a la bombilla.

viernes, 23 de julio de 2010

Nefeloquio

(Sustantivo. Del griego neféle = nube y lógos = palabra, expresión, razonamiento, discurso. Adjetivo: nefelóquico)

Expresión o discurso con poca sustancia que apela continuamente a abstracciones y términos vagos. 

El nefelóquico pretende refutar o presentar una tesis. Pero si bien no cae en falacias, sus palabras se vuelven progresivamente grandilocuentes, vacías o imprecisas. Por lo general, acepta una parte del enunciado de su rival con expresiones como "es muy complejo", "es una cuestión difícil", con lo cual da la impresión de que no está abiertamente en contra de lo que pretende refutar. Al instante agrega: "nuestro compromiso es con la Verdad y la Justicia, y las Buenas costumbres", o "No estamos en contra de nadie, estamos a favor de la Familia", "Queremos ser nación con Compromiso de Libertad y Pasión por el Bien Común". No importa si está hablando acerca del destino de la humanidad o el precio de las chauchas: su discurso se eleva hasta alcanzar la síntesis última de la conceptualización; se despoja de todo andamiaje terrenal y suele terminar con abstracciones pomposas. "Es una cuestión complicada. No concuerdo con usted en algo. Para mí, el kilo de chauchas ha aumentado mucho. Yo opino que la inflación nos está matando; que el Mal nos acecha por todas partes, y que la Luz de la Verdad y la Sabiduría se ha alejado para siempre de nuestros Corazones Corrompidos. Bien y Mundo se han convertido en polos opuestos, y apuesto mi Fe a que la Razón abrirá los Corazones y el Espíritu, y Dios por fin impondrá su Palabra"

jueves, 22 de julio de 2010

Nebelóquico

(Adjetivo. Del latín ne = partícula que significa negación; bellum = guerra y loquor = hablar. Sustantivo: nebeloquio)

Quien supone que su palabra hubiera causado un escándalo.

"Si yo hubiera hablado, se armaba", dice el nebelóquico, convencido de que tiene un dato cuya divulgación en público podría haber dado inicio a una batalla erística. "Pero no quise hablar; no iba a andar arruinando la fiesta", se excusa. Lo curioso es que el nebelóquico nunca deja trascender su supuesto conocimiento, y por lo tanto jamás da oportunidad al escándalo que augura con profética insistencia. Su intervención es puramente contrafáctica; él imagina que sus palabras no dichas podrían haber desatado un profundo conflicto en las opiniones y convicciones de sus oyentes, y a veces se atreve a imaginar lo que hubiera dicho cada uno de los que acaso hubieran escuchado lo que él les hubiera dicho y jamás dijo ni dirá: "Carlitos se iba a querer morir y le iba a pegar una trompada a Felipe. Seguro que Marta agarraba el bolso y se iba de la casa con los chicos. La abuela de Carlitos se iba a poner a llorar. Raúl estaría pensando cómo podría extorsionar a Felipe, y Pedro, como es un morboso, casi seguro se cagaba de risa"

miércoles, 21 de julio de 2010

Glacioso

(Adjetivo. De glaciar y gracioso)

Dícese de quien con asiduidad hace bromas que no causan gracia. 

El glacioso tiene la voluntad de un humorista, pero su humor resulta insípido o irritante. Por lo general provoca mínimas y gélidas sonrisas de compromiso o de ligero bochorno. Quienes lo rodean no participan de la complicidad de sus chistes, ni festejan sus ocurrencias. Sin embargo, él sigue insistiendo con predecibles rimas guarangas, chistes lavados y viejos, coplas sin ingenio ni estilo y apodos anodinos y ligeramente insultantes. Causa más incomodidad que gracia, aunque no llega a ser abiertamente vergonzoso. Por lo general pretende hacer una intervención graciosa en la historia que cuenta otro, y su previsible intervención llega a destiempo o resulta forzada. "Pasé el fin de semana por Tarija", cuenta un amigo que hizo un viaje. "Y te agarraste la pija", agrega el glacioso para, inmediatamente, empañar la anécdota con una risotada fingida que nadie acompaña. Es de esperar que el solo hecho de ser el único en festejar sus chistes lo desmoralizaría. Pero el glacioso se empeña en ser el humorista de la reunión y, por tanto, sus ocurrencias acompañarán cada resquicio de rima chusca que se le presente. En cada ocasión del relato, hará su solitaria intervención cuasicómica.

Los docentes, los políticos y los jefes suelen ser glaciosos cuando bromean (respectivamente) acerca de sus exámenes, de la situación de sus gobernados y del sueldo de sus empleados.

lunes, 19 de julio de 2010

Metasito

(Sustantivo y adjetivo. Del griego metá = más allá y sitos = comida)

Comida redundante.

A partir de la definición, es difícil interpretar en qué sentido la comida puede redundar; es decir: repetirse a sí misma de manera innecesaria.
Los ejemplos nos pueden ayudar.
Es sabido que las milanesas están hechas de carne y pan. Un sandwich de milanesa es, entonces, carne y pan con pan. Este sandwich es un metasito: un importante ingrediente se repite tanto en la base como en el relleno.

Sería metasito un pollo relleno con pollo, o un matambre relleno con matambre. Puede verse que, para que se cumpla con el concepto, el alimento debe constar de, al menos, dos partes: una base y un relleno, o un plato principal y su guarnición.

El término no se aplica cuando se repiten especias o ingredientes muy básicos como el agua o el aceite. Si la masa tiene orégano, sal y manteca y el relleno tiene orégano, sal y manteca (además de otros ingredientes) normalmente no se dice que es un metasito. En cambio, si la masa tiene harina y el relleno también lo tiene, en ese caso sí pensaríamos en una redundancia. Como puede verse, la frontera que divide a los  metasitos de aquellos que no lo son, es un tanto arbitraria y discutible.

viernes, 16 de julio de 2010

Abhumar

(Verbo intransitivo. Del latín ab = separación y humus = tierra. Adjetivo [participio de presente]: abhumante)

Si exhumar significa "desenterrar" e inhumar es "poner en la tierra", abhumar significa alejar (a algo o a alguien) de la tierra firme.

El trashumante es el que vaga a través de la tierra. El abhumante, en este caso, es aquel que no pisa la tierra (sea por una imposibilidad física o por una prohibición)
Quien sólo ha vivido en el interior de un barco, o en una nave espacial, o flotando por el aire, es un ahbumante.

La palabra desterrar no es sinónimo de abhumar. El desterrado no puede pisar una tierra en particular, pero sí puede pisar otras tierras. El abhumado, en cambio, debe evitar cualquier tierra y sólo tiene permitido mantener los pies flotando en el mar (sin hacer pie) o elevándolos.

Puede aceptarse que también es abhumante aquel que no ha pisado tierra, aunque sí pudo haber pisado cemento, baldosas, cerámico, parquet, asfalto o alfombras. Por eso, los niños que se crían en departamentos sin patio, no visitan plazas y no juegan en canteros, son también abhumantes.

jueves, 15 de julio de 2010

Prespondia

(Sustantivo. Del latín pre = antes y respondere =  responder. Adjetivo: prespóndico [No confundir con el propóndico])

Tendencia a responder una pregunta antes de que se termine de formular. 

A veces damos por supuesta la pregunta que nos están haciendo, y tendemos a asentir (o a negar) antes de que se acabe con la interrogación. "¿Viste cómo está el país...", nos dice un vecino y gesticulamos un "sí" con la cabeza. Pero él continúa: "... que está todo mal, se viene el fin del mundo, los trolos se quieren casar, quieren tener hijos... " Nos damos cuenta de que el asentimiento fue prematuro y que, en verdad, no podemos asentir a esas preguntas prejuiciosas. Pero ante cualquier testigo, nos hemos convertido en detractores del matrimonio igualitario y anunciadores del apocalipsis.
En estos casos contestamos por compromiso y porque, por lo general, las interrogaciones son puramente retóricas. Por esa razón, nos sentimos dispensados de escuchar la pregunta hasta el final. "¿Vos sabés para qué me pongo este saco negro?", nos dice un amigo con cierta complicidad y decimos "Sí, claro", dando por supuesto que la razón es la calidad de la ropa y lo bien que le queda. "Claro, vos te das cuenta: con este saco la panza no se me nota tanto". Nuestra respuesta anticipada se convierte en un insulto, aunque contestamos sólo porque preveíamos un amable y trivial desenlace de la conversación.

Existen personas que, de manera compulsiva, se adelantan a la pregunta cuando en verdad no hay razones para prever la respuesta. Cuando la interrogación es demasiado larga, las personas ansiosas no desean escucharla por completo y anticipan el final. "¿Vos creés que los indicadores macroeconómicos que maneja el poder ejecutivo nacional..." comenzamos a preguntar. El prespóndico compulsivo completa por su cuenta: "Sí, el poder ejecutivo, vos querés saber si están manipulados o si son confiables; desde ya te digo que no, no me parecen para nada confiables". En realidad no preguntábamos eso, pero la prespondia del interlocutor no sólo contesta antes, sino que cierra por nosotros las preguntas que todavía no le hemos formulado, creyendo quizás que tiene una especial intuición para conocer de antemano lo que piensan los demás. 

martes, 13 de julio de 2010

Miscelable

(Adjetivo. De miscelánea)

Capacidad de un objeto de ser clasificado en un grupo de características heterogéneas.

Cuando es necesario clasificar a una cantidad de objetos, usualmente lo hacemos siguiendo criterios para que cada uno de ellos pueda llevar una etiqueta, o pueda guardarse en un determinado frasco o caja donde estarán todos los objetos que poseen cierta característica en común. Si hay quince objetos rojos, diez objetos negros y cinco azules, ya disponemos de un criterio por colores. Sin embargo, si además de estos treinta objetos hay otros dos que son rojos con rayas azules y puntos negros, y uno que es transparente, podremos clasificar a estos últimos tres en un solo género de características heterogéneas: el misceláneo. Diremos, en ese caso, que los objetos que tienen varios colores o ninguno, y que además son pocos (en comparación con la cantidad de los que tienen colores uniformes) son miscelables.
Desde luego, que algo sea miscelable o no lo sea, depende de cuán fina queramos que sea nuestra clasificación. Podemos clasificar a las bolitas de un frasco en lecheras o japonesas. Las que no cayeran en esos conjuntos, se convierten en miscelables, a menos que deseemos ampliar nuestra clasificación, y allí podremos incluir a los bolones, las pininas y las bolas de acero. Sin embargo, si la cantidad de estos últimos es exigua, no desearemos disponer de un nuevo criterio clasificatorio: diremos que los bolones, las pininas y las bolas de acero son, simplemente, miscelables, y las pondremos o bien en un frasco aparte, o bien de manera aleatoria junto con las lecheras y las japonesas.

¿Cuántos criterios clasificatorios permiten las bolitas de la imagen que ilustra este post? ¿Cuántas de las bolitas se convierten en miscelables si sólo usáramos dos criterios (por ejemplo, lecheras y japonesas)?

lunes, 12 de julio de 2010

Sinóniro

(Adjetivo y sustantivo. Del griego syn = con y oneirós = ensoñación)

1. Dícese de quien está soñando en el mismo instante en que otro sueña.


2. Dícese de quien tiene el mismo sueño que otra persona.

3. Dícese de quien se encuentra con otra presona dentro de un sueño por causa de estar soñando el mismo sueño.

Las acepciones 2 y 3 involucran casualidades demasiado improbables, y por eso los hechos que nombran son extraños y maravillosos.
Algunas veces, dos o más personas cuentan con vívidos detalles la situación con la que soñaron, y descubren que han visitado el mismo espacio onírico. Es frecuente que uno termine la descripción que comenzó el otro: "... Una habitación amarilla con... " dice uno de los soñadores, y el otro continúa "... con un dragón verde flotando cerca de la chimenea...". Ambos se asombran por haber sido sinóniros en su segunda acepción.
Con respecto a la acepción tercera, existen grupos de personas que deciden dormir en una misma casa o habitación para compartir aventuras oníricas. Creen que, con ciertos rituales o programaciones mentales podrán tener un único sueño en común y, quizás, compartir aventuras con sus sinóniros inmediatos.

Un sinóniro en su tercera acepción tiene que serlo, necesariamente, en la segunda y en la primera. La viceversa, sin embargo, no tiene por qué darse.

viernes, 9 de julio de 2010

Titerótico

(Adjetivo y sustantivo. De títere y erótico)

1. Dícese de quien, cuando intenta seducir a alguien, se comporta haciendo movimientos rígidos y gestos duros e impostados.

Cuando un hombre se encuentra con la mujer a la que desea, es posible que sus nervios le jueguen una mala pasada y termine comportándose como un titerótico.

2. (utilízase sólo en masculino) Dícese de quien realiza el acto sexual como un muñeco articulado. 

En esta acepción, llamamos titerótico al hombre cuya expresión es rígida y sus movimientos rítmicos, casi gimnásticos, en el momento del acto sexual. Incluso sus gemidos (y las pausas entre ellos) mantienen una regularidad cómica y artificiosa. Se suele pensar que el titerótico es desapasionado, aunque en verdad ocurre lo contrario: su pasión lo lleva a concentrarse con tal profundidad que no se permite distracciones ni cambios de ritmo.
De las mujeres no se suele decir que sean titeróticas, porque en general es el hombre quien, en su rol activo, ejecuta movimientos que pudieran ser interpretados como de muñeco. En cambio, una mujer puede ser una fiambra.  

jueves, 8 de julio de 2010

Tachangoso

(Adjetivo. De la expresión inglesa touch and go = "toco y me voy")

Dícese de quien mantiene relaciones fugaces y poco comprometidas. 

Se asocia al tachangoso específicamente con su actitud para con las relaciones amorosas. Sin embargo, la falta de compromiso puede extenderse a todos los ámbitos de su vida. El tachangoso se relaciona con su trabajo, sus acciones cotidianas y sus deseos de manera superficial y jamás supone (ni desea) que sus proyectos son duraderos. Un tachangoso estudia guitarra durante una semana; lee un libro de Sartre, mira (una o dos veces) un programa de televisión que le recomiendan; asiste a una sola reunión del partido político al cual -una vez- mostró adhesión, participa (escasamente) de una obra de bien o asiste a una sola clase de yoga. En todos estos casos, su breve participación es en carácter de espectador, sin asumir compromisos (o asumiendo vagas obligaciones fáciles de eludir) y esquivando, en la medida de lo posible, cualquier contacto que lo ate a la situación que acaba de abandonar.
Es normal que las personas se comporten como tachangosas en algunos aspectos y que, en otros, asuman compromisos más serios, acordes con sus deseos. Sin embargo, el término se aplica a quien de manera sistemática evade compromisos, y no al que elige selectivamente qué compromisos asumir.
Conviene destacar que un tachangoso no es necesariamente un inconstante. El inconstante es intermitente; su relación con el compromiso es indecisa y, de vez en cuando, lo asume hasta las últimas consecuencias para luego defraudar a quienes esperan algo de él. El tachangoso, en cambio, en ningún momento asume ese compromiso y por eso en cierto modo es más noble: no finge intereses ni se propone metas que le exijan una responsabilidad que no está íntimamente dispuesto a tomar.

miércoles, 7 de julio de 2010

Hímano

(Sustantivo y adjetivo. Del latín hic = aquí y  maneo = quedarse, permanecer)

Objeto que no trasladamos con nosotros en una mudanza.

Hay algunas cosas que no son propiamente basura, pero al momento de una mudanza decidimos que no se vayan con nosotros al nuevo lugar. La lona sucia que hacía de techo en el patio del fondo, se queda ahí. Los ladrillos que sostenían la parrilla, quedan puestos en el mismo lugar donde hicimos decenas de asados. Colecciones de cajas, bolsas, botellas y frascos van a una bolsa de consorcio y se dejan en la calle. Ciertos adornos y enseres se regalan a amigos.
A veces, convertimos en hímano a un objeto que en verdad desearíamos llevar con nosotros, pero por cuestiones de espacio, comodidad, reglas de convivencia del nuevo lugar o dificultad para transportarlo decidimos no hacerlo. El enorme sillón tal vez no entre en el nuevo departamento; el perro tal vez no esté permitido y el placard que está empotrado en la pared demandaría mucho trabajo para quitar y transportar.
Nunca es posible predecir cuáles objetos se van a convertir en hímanos el día que nos mudemos.

lunes, 5 de julio de 2010

Miriatizar

(Verbo intransitivo y transitivo. Del latín millia = mil. Adjetivo: miriatizado)

Hacer que algo no se destaque por estar entre muchas cosas similares.

Quien tiene una ocurrencia aislada, medianamente lúcida, tiene chances de que esa única y tibia inspiración sea recibida como una genialidad. En cambio, si las inventivas mediocres se vuelven recurrentes, existe una gran posibilidad de que provoquen hastío y descontento. Si en ese contexto surge una idea genial, probablemente pase desapercibida o no haya voluntad de acogerla sin mala predisposición. Una idea más queda miriatizada entre decenas de otras ideas de calidad moderada. Una conferencia excelente queda miriatizada si las conferencias previas fueron correctas y aceptables.
Una cosa se miriatiza si está entre otras cosas cuya calidad es igual o un poco inferior. Lo excelente se destaca de manera muy positiva frente a lo muy malo, pero puede no destacar tanto entre lo regular y lo bueno, o entre otra cosa excelente. Por eso, para que haya miriatización se necesita que el contraste no salte a la vista con demasiada evidencia.
No solo se miriatiza en el ámbito intelectual: es difícil que se destaque la calidad de una torta, una empanada, una herramienta o un trozo de carne excelente si hay docenas de otras tortas, empanadas, herramientas o trozos de carne muy buenos para elegir. En lo malo también se miriatiza: lo peor puede no destacarse si está entre otras cosas execrables y horrendas. 

(Esta palabra en Exonario es una más entre mil doscientas. Si hubiera sido la única, tal vez yo mismo festejaría la ocurrencia de haber inventado una palabra, la habría puesto en facebook y quizás habría recibido un comentario amigable o denostatorio. Sin embargo, como es una más entre otras, quedará oscuramente miriatizada)

viernes, 2 de julio de 2010

Abusardor

(Adjetivo. De abusador y busarda, término coloquial para panza o estómago)

1. Dícese de quien aprovecha el gran volumen de su vientre para intimidar, empujar o amenazar. El abusardor gordonea

Se aplica, también, a la prepotencia de una mujer embarazada por obtener un mejor lugar en la cola, o por salir rápidamente de una multitud. La abusardora se convertirá inevitablemente en una peraltriz cuando su hijo nazca.

2. Dícese de quien ofrece a sus comensales una profusa sucesión de comidas.

Cuando el abusardor nota que sus invitados ya no comen, ofrece otra opción culinaria. Si ya nadie come picada, ofrece pizza. Cuando los restos de pizza se enfrían, el abusardor invita unas empanadas. Luego de las empanadas, trae salchicha parrillera con pancitos. Luego, carne. Casi inmediatamente, acerca una gigantesca ensalada de frutas. Un rato después, ofrece café y torta. Si esto último no funciona, insiste un par de veces con varios tipos de scones, polvorones, pasta frolas y tés saborizados. Si alguien se niega rotundamente ante cada ofrecimiento, será acosado con nuevas y cada vez más elaboradas propuestas hasta que ceda. Es común que circulen los comentarios de sorpresa e incluso indignación ante tantos, tan atropellados y tan diversos ofrecimientos: "Yo pensé que Abel era un amarrete. Luego descubrí que era un gran anfitrión. Al final me parece que es un abusardor"

jueves, 1 de julio de 2010

Miniopódico

(Adjetivo. Del latín minus = menos y puttare = llamar, apodar)

Persona que se hace llamar a sí misma en diminutivo.

A algunas personas se les hace carne el vocativo cariñoso con el que su familia y amigos lo suelen llamar. Por eso, cuando deben decir su nombre, se convierten en miniopódicos. De esa manera pretenden transferir el matiz de cariño y familiaridad al trato con desconocidos. "Acá todos me llaman Ricardito", dice el miniopódico para dejar en claro dos cosas: una, que es una persona muy querida en el ambiente; y dos, que invocar su nombre sin diminutivo es una señal de ofensa.
El miniopódico muchas veces logra imponer su diminutivo, y si tiene una moderada fama o poder puede firmar con él o pedir que le hagan entrevistas televisivas siendo presentado como "El querido Ricardito" o "La famosa y tierna Sarita Teresita"

miércoles, 30 de junio de 2010

Faloñómino

(Sustantivo. Del latín fallor = equivocarse y cognomino = apellidar)


Apellido que ha sido mal escrito en generaciones anteriores. 

Existe una historia con tintes míticos, según la cual los nombres de los inmigrantes fueron asentados por fonética y no de acuerdo a su correcta escritura. Esto, en parte, se debía a que algunos inmigrantes eran analfabetos (y por lo tanto no conocían cómo se escribía su apellido) y, en parte, porque los encargados de asentar nombres y apellidos son, desde siempre, burócratas insensibles e ignorantes. Por eso, algunos descendientes de inmigrantes italianos llevan el apellido "Yancarlo", "Yobanini" o "Yúdichi", y algunos hijos de alemanes se apellidan "Guete", "Dóichland" o "Huarchtáiner". 
Estos apellidos originados a partir de la malinterpretación de un escriba son faloñóminos.

A veces las personas fingen un faloñómino que no es tal. Quien se llame "Culirrotti" puede alegar que su apellido fue mal escrito, que no proviene del italiano sino del ruso (de Kulén Riottov) y que antiguamente significaba "Agua clara que sigue su curso hacia el límpido mar". Quien tiene un apellido claramente malsonante debería tener el derecho a inventar una historia de enredos burocráticos, prosapias exóticas y etimologías fantásticas para justificar que el matiz insultante ha sido producto de un desgraciado y fortuito azar semántico.

lunes, 28 de junio de 2010

Taquícomo

(Adjetivo. Del griego taxús = rápido y koimoúmai = dormir)

Dícese de quien tiene la capacidad de dormirse rápidamente. 

Muchas personas dan interminables prequiversas hasta que se encuentran con el sueño, o hasta que deciden que ya no podrán dormir. Los taquícomos, en cambio, se duermen un instante después de apoyar la cabeza en la almohada.
A veces el taquícomo cae dormido por el solo hecho de acostarse, aun cuando no tuviera sueño ni la voluntad de dormirse.

viernes, 25 de junio de 2010

Esquepóbata

(Adjetivo. Del griego skepé = techo y batés = andante. Sustantivo: esquepobacia)

Dícese de quien tiene la costumbre de andar a la altura de los techos y las cornisas. 

Existen oficios y profesiones que involucran la esquepobacia. Técnicos de servicios telefónicos y de cable, antenistas, techistas y ladrones incluyen la incluyen entre sus actividades cotidianas.
Sin embargo, el término se refiere con mayor propiedad a quien acostumbra dar paseos para curiosear por los tejados con ánimo de antropólogo trotamundos y cosmopolita. El esquepóbata hace excursiones por azoteas ajenas y las espía libremente, sin juzgar ni robar a sus vecinos y sin reparar en las limitaciones impuestas por muros y alambrados. A pesar de que cada techo, paredón y cornisa forman parte de una propiedad privada, él los recorre sin hacer distingos territoriales: a la altura de las gárgolas no hay celosos guardianes, y el espacio de las marquesinas y azoteas puede compartirse con palomas y gatos.  
Los niños sienten un inmenso placer por trepar paredones y caminar al ras de las cornisas. Cuando son adultos siguen sintiendo el mismo placer, pero evitan esa práctica porque suele generar suspicacias y malinterpretaciones.

jueves, 24 de junio de 2010

Adjurio

(Sustantivo. Del latín ad = preposición que indica proximidad e injuria = deshonor, daño, maldad)

Adjetivo que sólo se utiliza para enfatizar el poder de un insulto aun cuando no se sabe su significado o no se entiende qué le aporta al insulto propiamente dicho.

"Recalcado" y "reverendo" son adjetivos que suelen acompañar a ciertos insultos: "sos un reverendo pelotudo / hijo de puta" y "andá a la recalcada concha de tu hermana" se escuchan a menudo. Sin embargo, es posible que quienes utilicen esos términos no sepan lo que significan, ni por qué el poder insultante se ve sensiblemente aumentado gracias a su presencia. Parece que las palabras "recalcado" y "reverendo" histrionizan, alargan y aportan un aura ceremoniosa al feroz agravio.
Algo parecido (aunque no idéntico) ocurre con "sos un pelotudo importante". De algún modo, el adjetivo "importante" (cuya interpretación es ambigua: puede ser "importante" en el sentido de que es "muy pelotudo", o en el sentido de que es un "pelotudo que trasciende fronteras") parece agregar un plus al término propiamente malsonante, aun cuando no se pueda explicar en qué consiste ese plus.

Las palabras "recalcada" y "reverendo" (como adjetivo) no tienen usualmente otra función más que la de ser adjurios.

miércoles, 23 de junio de 2010

Biolinfacia

(Sustantivo. Del griego psiché = alma; bios = vida y lymphatos = locura, enajenación. Surge el término "psibiolinfacia" del cual se deriva "biolinfacia")


Capacidad de invocar el espíritu de una persona que todavía está viva.

Cuando una sesión espiritista tiene éxito, el médium es poseído por un espíritu descarnado. Este espíritu manifiesta sus pensamientos y sus estertores a través del cuerpo y la voz del médium. Por lo general, el espíritu convocado es el de un muerto. Rara vez, sin embargo, se convocan a ángeles, demonios o al mismo Diablo.
Sin embargo, ¿es factible que un médium convoque a un alma que actualmente está unida a un cuerpo, es decir, el alma de una persona viva? Si tal cosa pudiera ocurrir, tendríamos un caso de biolinfacia . Eso significa que en algún lugar del mundo habría un cuerpo vivo, pero momentáneamente sin alma (al menos, hasta que el médium deje de convocarla)

Sería curioso que un médium convocara y manifestara en su propio cuerpo a los espíritus de quienes lo acompañan en la sesión, alrededor de la mesa. Se trataría de una posesión totalmente inoperante.
Existe un término para referirse a la invocación y posesión de uno mismo por uno mismo: la autonergucia. Si el médium fuera poseído por objetos inanimados, se ha convertido en un psicrótico. Si es poseído por el alma de una muy mala persona (que lo obliga a hacer cosas horribles o humillantes), el médium se ha convertido en un patotero.

martes, 22 de junio de 2010

Erotromocracia

(Sustantivo. Del latín eroticus = relacionado con el sexo y tromocratia = terrorismo. Adjetivo: erotromócrata)

Acción de intercalar sistemáticamente imágenes, sonidos o textos pornográficos entre otros objetos, con la intención de incomodar.

El erotromócrata esconde la foto de una mujer desnuda entre los libros del profesor de matemáticas, para que, cuando el docente los abra en su clase, sufra un pequeño episodio de bochorno. A veces graba fragmentos de una película pornográfica en mitad de un video para niños, o imprime una leyenda lúbrica y picaresca en el pie de un acta matrimonial. 
Sus acciones son de un terrorismo microdélico y sólo buscan un fugaz regocijo perverso. Sin embargo, en circunstancias muy formales, las consecuencias de su accionar pueden ser devastadoras. El sabotaje de un erotromócrata en un acto patriótico, en un desfile militar o en la asunción de un nuevo gobernante es capaz de provocar tanta vergüenza que podría hacer que el evento se cancele. Si el director de un hospital, al momento de asumir, lee un discurso en el que -con detalles escabrosos- se resaltan las virtudes eróticas de las enfermeras (en lugar de las clásicas palabrs de agradecimiento y compromiso), es probable que después de tal circunstancia prefiera no asumir.
El erotromócrata, a veces (cuando su acción va más allá de la mera broma) pretende que las reacciones provocadas de estupor, sorpresa y bochorno desestabilicen, provoquen un despertar de conciencia y lleven al cuestionamiento de ciertos tabúes sociales relacionados con el deseo.

lunes, 21 de junio de 2010

Polihódico

(Adjetivo. Del griego polys = muchos y hodós = camino. Sustantivo: polihodia)

Dícese del problema que puede resolverse de muchas maneras diferentes.  

Este término debe oponerse a "monhódico". Los problemas monhódicos son (como es previsible), aquellos que tienen una única solución o un único método posible para alcanzar su resolución. Ejemplos de clásicos problemas monhódicos son los laberintos (los más básicos tienen un único camino que conduce a la salida) y los crucigramas (en los cuales no hay posibilidad de llenar correctamente cada espacio vacío más que con una única letra)
Existen otros problemas cuya resolución es unívoca, pero permiten llegar a ella por varios medios. Muchos juegos virtuales (entre los que ampliamente se destaca este) están pensados de manera que no haya una única estrategia dominante ni una pieza obsectriz. Aun cuando el objetivo final sea único, no se estipula que deba cumplirse siguiendo una cadena de pasos estricta y predeterminada. Se puede levantar un cubo del piso con las manos, con los pies, con un gancho o con escatológicas herramientas ad hoc. El objetivo será el mismo, pero se puede lograr por medios muy diferentes.

Existe un término ya publicado en Exonario cuya vecindad semántica es significativa: Déltodo. La definición de déltodo es muy parecida a la de polinhodia. La diferencia crucial está en que el déltodo es algo que aplica una persona: la palabra hace referencia al componente subjetivo, mientras que un problema es objetivamente polihódico (más allá de si lo encaramos deltódicamente o no) Es posible encarar deltódicamente un problema que no sea polihódico. Porque, aunque el problema sólo tenga un camino de solución posible, nosotros debemos probar varios caminos hasta dar con el correcto (he ahí el carácter de deltódico)

Las personas no deltódicas sólo pueden tratar a los problemas como si fueran monhódicos.

viernes, 18 de junio de 2010

Muperar

(Verbo intransitivo. Del latín multi = muchos y supellex = mueble, utensilio. De allí surge mulsupelar, derivado en mulsuperar y finalmente muperar. Adjetivo: muperador)


Utilizar varios utensilios del mismo tipo para una actividad.

Quien necesita llenar largas y tediosas planillas suele interrumpir su tarea para servirse un café, atender el teléfono o fumar un cigarrillo. Sin embargo, después de esta acción breve y acotada, es posible que el bolígrafo se haya perdido. Entonces, el muperador saca otro bolígrafo del bolso o de la cartuchera. Con ese nuevo instrumento, continúa llenando las planillas hasta que, en otra interrupción, se encuentra con el bolígrafo inicial y va alternando la actividad con uno o con otro, hasta que ambos vuelven a perderse por otra distracción mínima. En este caso, se incorpora un tercer bolígrafo. Esta continua sucesión de pérdidas y reencuentros provoca que, al final de la tarea, quede desperdigada una multitud de instrumentos similares que fueron usados en simultáneo.
Se mupera con tenedores, cuchillos, cucharas, destornilladores, pinceles y cualquier otro instrumento que pueda perderse fácilmente en un pequeño caos (a esto lo llamamos "circunviar") y que, a su vez, puede ser reemplazado por otro debido a cierta abundancia: por lo general, el tenedor o el bolígrafo perdidos no son el único que teníamos en la casa o la oficina.