(Sustantivo. De zapa y trapo, despectivo de travesti)
1. Dícese del hombre que confunde a un travesti con una mujer.
Muchos travestis tienen rasgos prominentemente masculinos. O, aun cuando los suavizan, sus rasgos feminoides resultan subrayados de manera escandalosa. En la mayoría de los casos, esa apariencia masculina no pasa inadvertida. Pero algunos hombres heterosexuals, sin embargo, nunca logran distinguir a un travesti de una mujer. A veces dicen las palabras equivocadas: "Qué hermosa que es Yazmira", o "Tu amiga siempre con calzas fucsia ajustadas", delatando que no se han dado cuenta de la condición de travestis y, de paso, dando a entender que les resulta atractiva. En verdad, uno puede sentirse atraído por alguien sin necesidad de saber su sexo. Pero el zapatrapo, en particular, es una persona machista que jamás consentiría en enamorarse de (o siquiera sentir atracción por) un travesti. Eso lo pone más en ridículo: confiesa sentirse atraído por quien él cree que es una mujer, pero si supiera que se trata de un travesti jamás haría tal confesión.
2. Dícese del hombre que considera que todo el mundo ha tenido relaciones con travestis.
El zapatrapo se jacta de haber tenido relaciones con travestis. Aunque a él le disgusta aceptar que se siente atraído por una persona con órganos genitales masculinos, en realidad se justifica diciendo que "cualquiera ha tenido, alguna vez, sexo con travas", como si esa atracción fuese parte de la naturaleza de un macho. A diferencia del zapatrapo de la primer acepción, en este caso es totalmente consciente de que le atraen travestis. Pero cree que es socialmente aceptable que un macho sucumba a sus atractivos.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
lunes, 30 de diciembre de 2013
jueves, 5 de diciembre de 2013
Acrenóptero
(Adjetivo. Del griego akrós = alto; oinós = vino y -ópter = que mira)
Dícese de quien en los supermercados observa las góndolas de vino caro.
Las vinerías y autoservicios exhiben los vinos de forma jerárquica: los más baratos en la parte de abajo de la góndola; los de gama media en el medio y los de alta gama en la parte superior. Cuando nos acercamos a la góndola de bebidas, entonces, tenemos la oportunidad de mostrar en qué nivel económico estamos o qué tan alcohólicos somos. Si andamos con la cabeza agachada, mirando la parte inferior de la góndola etílica, buscando vinos sin varietal, en caja o de marcas populares, entonces algo anda muy mal en nuestra vida y más vale que no nos vean en esa deplorable situación: somos unos pobres borrachos sin remedio, desesperados por tomar cualquier aguarrás tinto con tal de que sea barato y parezca vino. Si alguien nos ve en ese trance, solemos esgrimir con vergüenza: "Estoy comprando Santa Ana porque voy a hacer un pollo al disco. ¡Esto yo no lo tomo ni loco!", para que no nos confundan con un beodo indigente y sucio cualquiera. Por lo general, quienes frecuentan la parte inferior de la góndola son ancianos mal vestidos y con una barba de tres o cuatro días.
En cambio, cuando queremos parecer entendidos, levantamos la vista con orgullo y observamos los finísimos malbec y syrah; escudriñamos detenidamente las etiquetas como si supiéramos la diferencia entre un cabernet y un bonarda, fingimos que nos interesa la cata y adoptamos un lenguaje que incluye las palabras "taninos" y "bouquet" (aunque no tengamos la menor idea de lo que significan): nos hemos convertido en acrenópteros.
El acrenóptero acaricia con orgullo las botellas. Las saca de su exhibidor, las toma, las palpa, lee con intensidad lo que dicen, pero luego, inevitablemente, las devuelve a su lugar. Es que son muy caras para un asalariado recién devenido en clase media que tiene la tarjeta a punto de reventar. Por lo general, un acrenóptero se encuentra con otros y entre ambos se ponen a conversar y a recomendarse vinos que nunca han tomado: "El Catena Zapata es el mejor de todos. Claro, cuesta mil trescientos pesos. No, yo nunca tomé, pero el jefe de un amigo mío una vez lo probó y dijo que era riquísimo". "Vea, si está dudando, cómprese un Rutini. Tiene un bouquet que recuerda al aroma de las rosas silvestres de la campiña del Lacio. No, nunca estuve en el Lacio y no sé dónde demonios queda, pero a mí me recuerda eso. Bah, me lo recordaría si alguna vez lo hubiera tomado"; "Ah, lo que debe ser este Vento 2004 con un quesito Brie. A propósito, ¿qué es el queso Brie?". Desde luego, después de esa charla de gourmand, bajan la vista hacia la mitad de la góndola y terminan eligiendo (y recomendándose) el vino más barato y más rico de gama media o, como ellos gustan decir, "la mejor relación precio - calidad que podés comprar con treinta y cinco pesos".
El acrenóptero descripto más arriba no es el único. También está el que efectivamente tiene dinero y elige vinos caros. Pero en todos los casos, los acrenópteros son hombres (y no mujeres) de mediana edad (y no jóvenes) que comparten el placer por hablar sobre vinos y por demostrar a otros la experiencia enológica y la exquisitez de su paladar.
Dícese de quien en los supermercados observa las góndolas de vino caro.
Las vinerías y autoservicios exhiben los vinos de forma jerárquica: los más baratos en la parte de abajo de la góndola; los de gama media en el medio y los de alta gama en la parte superior. Cuando nos acercamos a la góndola de bebidas, entonces, tenemos la oportunidad de mostrar en qué nivel económico estamos o qué tan alcohólicos somos. Si andamos con la cabeza agachada, mirando la parte inferior de la góndola etílica, buscando vinos sin varietal, en caja o de marcas populares, entonces algo anda muy mal en nuestra vida y más vale que no nos vean en esa deplorable situación: somos unos pobres borrachos sin remedio, desesperados por tomar cualquier aguarrás tinto con tal de que sea barato y parezca vino. Si alguien nos ve en ese trance, solemos esgrimir con vergüenza: "Estoy comprando Santa Ana porque voy a hacer un pollo al disco. ¡Esto yo no lo tomo ni loco!", para que no nos confundan con un beodo indigente y sucio cualquiera. Por lo general, quienes frecuentan la parte inferior de la góndola son ancianos mal vestidos y con una barba de tres o cuatro días.
En cambio, cuando queremos parecer entendidos, levantamos la vista con orgullo y observamos los finísimos malbec y syrah; escudriñamos detenidamente las etiquetas como si supiéramos la diferencia entre un cabernet y un bonarda, fingimos que nos interesa la cata y adoptamos un lenguaje que incluye las palabras "taninos" y "bouquet" (aunque no tengamos la menor idea de lo que significan): nos hemos convertido en acrenópteros.
El acrenóptero acaricia con orgullo las botellas. Las saca de su exhibidor, las toma, las palpa, lee con intensidad lo que dicen, pero luego, inevitablemente, las devuelve a su lugar. Es que son muy caras para un asalariado recién devenido en clase media que tiene la tarjeta a punto de reventar. Por lo general, un acrenóptero se encuentra con otros y entre ambos se ponen a conversar y a recomendarse vinos que nunca han tomado: "El Catena Zapata es el mejor de todos. Claro, cuesta mil trescientos pesos. No, yo nunca tomé, pero el jefe de un amigo mío una vez lo probó y dijo que era riquísimo". "Vea, si está dudando, cómprese un Rutini. Tiene un bouquet que recuerda al aroma de las rosas silvestres de la campiña del Lacio. No, nunca estuve en el Lacio y no sé dónde demonios queda, pero a mí me recuerda eso. Bah, me lo recordaría si alguna vez lo hubiera tomado"; "Ah, lo que debe ser este Vento 2004 con un quesito Brie. A propósito, ¿qué es el queso Brie?". Desde luego, después de esa charla de gourmand, bajan la vista hacia la mitad de la góndola y terminan eligiendo (y recomendándose) el vino más barato y más rico de gama media o, como ellos gustan decir, "la mejor relación precio - calidad que podés comprar con treinta y cinco pesos".
El acrenóptero descripto más arriba no es el único. También está el que efectivamente tiene dinero y elige vinos caros. Pero en todos los casos, los acrenópteros son hombres (y no mujeres) de mediana edad (y no jóvenes) que comparten el placer por hablar sobre vinos y por demostrar a otros la experiencia enológica y la exquisitez de su paladar.
lunes, 2 de diciembre de 2013
Hipernatividad
(Sustantivo. De hiper y natividad)
Precocidad y exceso de iconografía navideña.
Muchos hogares y comercios ya a principios de noviembre padecen un repentino estallido de luces navideñas, guirnaldas, árboles, papanoeles y musiquitas estridentes. Sobreabundan el plástico y el brillo. Cualquier espacio vacío es rellenado con algodones, borlas, pesebres, piñas con gibré y luces intermitentes. En muchos casos se observa un marcado contraste entre la austeridad habitual en la decoración y el profuso, abigarrado y chillón ornamento de fin de año. A contramano de cualquier criterio estético (y quizás religioso), cada rincón y situación es convertido en motivo navideño. Se entregarán servilletas con dibujos de trineos. Las bolsitas dirán "felices fiestas". Los empleados llevarán un gorro rojo y blanco. Los vidrios y las paredes serán decorados con una guarda de papá noel y renos. En cada vértice o rincón habrá un árbol navideño o un pesebre. Las lámparas se cubrirán con cartulina verde en forma de estrellas, papel crepe rojo o guirnaldas. Del cielo raso deben colgar borlas gigantes o campanas. Aun a riesgo de un falso contacto o de electrocución, las luces de colores deben formar complicados dibujos o trazar todos los contornos y circuitos posibles.
La hipernatividad suele extenderse hasta fines de enero. Después de esa fecha, por pereza, algunos adornos no serán quitados: en muchos casos vemos en pleno junio guirnaldas y luces apagadas y polvorientas, un poco ocultas entre los productos para el día del padre y las ofertas de vacaciones de invierno. Estarán allí, todo el año al acecho, a la espera del caluroso noviembre cuando les toque atacar con estridencia y mal gusto.
Muchas veces la hipernatividad provoca un sentimiento de alegría y bienestar, a pesar del exceso. La experiencia estética no es negativa: está cargada de afectos y nos recuerda a los momentos buenos de la infancia, cuando todo lo brillante era mágico y cuando Papá Noel existía de verdad.
Precocidad y exceso de iconografía navideña.
Muchos hogares y comercios ya a principios de noviembre padecen un repentino estallido de luces navideñas, guirnaldas, árboles, papanoeles y musiquitas estridentes. Sobreabundan el plástico y el brillo. Cualquier espacio vacío es rellenado con algodones, borlas, pesebres, piñas con gibré y luces intermitentes. En muchos casos se observa un marcado contraste entre la austeridad habitual en la decoración y el profuso, abigarrado y chillón ornamento de fin de año. A contramano de cualquier criterio estético (y quizás religioso), cada rincón y situación es convertido en motivo navideño. Se entregarán servilletas con dibujos de trineos. Las bolsitas dirán "felices fiestas". Los empleados llevarán un gorro rojo y blanco. Los vidrios y las paredes serán decorados con una guarda de papá noel y renos. En cada vértice o rincón habrá un árbol navideño o un pesebre. Las lámparas se cubrirán con cartulina verde en forma de estrellas, papel crepe rojo o guirnaldas. Del cielo raso deben colgar borlas gigantes o campanas. Aun a riesgo de un falso contacto o de electrocución, las luces de colores deben formar complicados dibujos o trazar todos los contornos y circuitos posibles.
La hipernatividad suele extenderse hasta fines de enero. Después de esa fecha, por pereza, algunos adornos no serán quitados: en muchos casos vemos en pleno junio guirnaldas y luces apagadas y polvorientas, un poco ocultas entre los productos para el día del padre y las ofertas de vacaciones de invierno. Estarán allí, todo el año al acecho, a la espera del caluroso noviembre cuando les toque atacar con estridencia y mal gusto.
Muchas veces la hipernatividad provoca un sentimiento de alegría y bienestar, a pesar del exceso. La experiencia estética no es negativa: está cargada de afectos y nos recuerda a los momentos buenos de la infancia, cuando todo lo brillante era mágico y cuando Papá Noel existía de verdad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)