(Sustantivo. De la expresión "no es eso")
Sensación de apetito o deseo que no puede satisfacerse con ninguna instancia que se presente.
El nueseso también puede llamarse "síndrome de la heladera llena". Se presenta como una ligera, continua e irritante necesidad de comer "algo rico". Pero por más manjares que uno posea en la heladera o en la alacena, se tiene la sensación de que no es ninguno de ellos. A veces compramos algo exquisito para prevenirlo (queso brie, aceitunas rellenas con anchoa, masas finas, torta helada, scones con nuez, ananá en almíbar con crema y charlotte, panqueques con manzana y dulce de leche, camarones), con la esperanza de que un repentino atracón nos cure. Pero no importa qué tan pertrechados estemos: a esa hora maldita rebuscaremos entre los estantes y pasaremos de largo ante las tentaciones preventivas: ¡No es eso! ¡Es otra cosa que no sé que es y que justamente no tengo!
Hay una variante metafísica del nueseso que es en rigor más apropiada a la definición. Una mujer busca enamorarse. Cuando se enamora, descubre que enamorarse no es eso; que ella esperaba otra cosa diferente. ¿Amar a un hijo? No, a este hijo que tengo no lo amo. ¡Eso no puede ser amor! ¡No es esto tener hijos! ¡Ser adulto no puede ser esto!
El nueseso metafísico es la sensación de que nada de lo que vivimos es lo que dice ser. Es, en el fondo, la seguridad de que la vida, la verdadera vida, no es esta.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
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martes, 14 de enero de 2014
martes, 26 de noviembre de 2013
Pamirodiama
(Sustantivo. Del griego pás = todo y myrodiá = aroma)
Si un panorama es una visión completa, conjunta, de una totalidad, un pamirodiama es un olor en el que pueden reconocerse vastos conjuntos de elementos, o bien un olor que indica algo grande, espacioso y múltiple: el indefinible olor del mar o del césped recién cortado son pamirodiamas. En cambio, el hedor de una fruta podrida o la empalago afragantado de un perfume barato son aromas a secas.
Se puede mantener cierta analogía entre el pamirodiama y el panorama, pero hay un punto en el que no son semejantes: el panorama suele revelar un conjunto de hechos presentes. El pamirodiama, en cambio, nos muestra olores de otros tiempos y de otros lugares. El "olor a la casa de mi infancia" es un pamirodiama, lo mismo que "el olor a Nápoles". A veces reconocemos esos aromas complejos en lugares y tiempos muy distantes a los originales.
Si un panorama es una visión completa, conjunta, de una totalidad, un pamirodiama es un olor en el que pueden reconocerse vastos conjuntos de elementos, o bien un olor que indica algo grande, espacioso y múltiple: el indefinible olor del mar o del césped recién cortado son pamirodiamas. En cambio, el hedor de una fruta podrida o la empalago afragantado de un perfume barato son aromas a secas.
Se puede mantener cierta analogía entre el pamirodiama y el panorama, pero hay un punto en el que no son semejantes: el panorama suele revelar un conjunto de hechos presentes. El pamirodiama, en cambio, nos muestra olores de otros tiempos y de otros lugares. El "olor a la casa de mi infancia" es un pamirodiama, lo mismo que "el olor a Nápoles". A veces reconocemos esos aromas complejos en lugares y tiempos muy distantes a los originales.
martes, 22 de octubre de 2013
Penidalgia
(Sustantivo. Del griego paixnídi = juguete y algéo = dolor)
Acción de extrañar objetos que se tenían durante la infancia.
¿Adónde habrá ido a parar el auto Citroën de duravit que tuve a los ocho años? ¿Qué fue de ese tarro con más de mil bolitas de colores que acumulé con mi hermano? ¿Cuándo decidimos que los RASTI ya no podían seguir ocupando ese lugar en el fondo del placard y los regalamos o quizás los donamos? ¿Qué habrán hecho mis padres con la bicicletita verde importada de Brasil con la cual mi hermano aprendió a andar sin rueditas? Los juguetes más importantes de nuestra vida alguna vez desaparecieron, en esa nebulosa meseta que va desde la pubertad hasta la adolescencia, cuando el niño que jugaba puso a dormir su infancia para convertirse un poco más en lo que somos hoy. Nos aprovechamos del sueño de ese niño para arrebatarle sus juguetes y regalarlos, donarlos, perderlos u olvidarlos en un arenero. Y una noche cualquiera, a veces, nuestra infancia se hace un nudo en la garganta para reclamarnos por ellos. Cada tanto aparece la desolación del niño que fuimos, que se encuentra a sí mismo en un entorno extraño, huérfano y sin su muñeco pinocho.
La penidalgia puede llamarse, también, "síndrome de Citizen Kane".
Aunque etimológicamente se alude a los juguetes, en realidad se puede hacer extensivo a cualquier añoranza de objetos que hayamos poseído en la infancia. Los muebles y la ropa son alcanzables por esta sensación.
El término se forma por semejanza con "nostalgia". La nostalgia es un "viaje al dolor" (nóstos = viaje). La penidalgia tiene, en la raíz de su primer étimo (paixnídi), la palabra "pás", que significa "niño".
Acción de extrañar objetos que se tenían durante la infancia.
¿Adónde habrá ido a parar el auto Citroën de duravit que tuve a los ocho años? ¿Qué fue de ese tarro con más de mil bolitas de colores que acumulé con mi hermano? ¿Cuándo decidimos que los RASTI ya no podían seguir ocupando ese lugar en el fondo del placard y los regalamos o quizás los donamos? ¿Qué habrán hecho mis padres con la bicicletita verde importada de Brasil con la cual mi hermano aprendió a andar sin rueditas? Los juguetes más importantes de nuestra vida alguna vez desaparecieron, en esa nebulosa meseta que va desde la pubertad hasta la adolescencia, cuando el niño que jugaba puso a dormir su infancia para convertirse un poco más en lo que somos hoy. Nos aprovechamos del sueño de ese niño para arrebatarle sus juguetes y regalarlos, donarlos, perderlos u olvidarlos en un arenero. Y una noche cualquiera, a veces, nuestra infancia se hace un nudo en la garganta para reclamarnos por ellos. Cada tanto aparece la desolación del niño que fuimos, que se encuentra a sí mismo en un entorno extraño, huérfano y sin su muñeco pinocho.
La penidalgia puede llamarse, también, "síndrome de Citizen Kane".
Aunque etimológicamente se alude a los juguetes, en realidad se puede hacer extensivo a cualquier añoranza de objetos que hayamos poseído en la infancia. Los muebles y la ropa son alcanzables por esta sensación.
El término se forma por semejanza con "nostalgia". La nostalgia es un "viaje al dolor" (nóstos = viaje). La penidalgia tiene, en la raíz de su primer étimo (paixnídi), la palabra "pás", que significa "niño".
martes, 3 de septiembre de 2013
Encratosis
(Sustantivo. Del griego en = prefijo que indica dirección interna; krátos = poder, fuerza y -osis: patología)
Situación en la que, por condiciones externas, un individuo o grupo de individuos se ve en una situación de poder de la que no puede renunciar.
Los individuos afectados de encratosis se encontraron, quizás de modo inesperado, al mando de un país, de un ejército o de una empresa. Tal vez porque, antes, renunciaron el presidente y el vicepresidente; quizás porque murieron los generales a cargo o se fugaron los integrantes del directorio. El hecho es que, sin saber cómo, una persona que hasta ayer cumplía con un puñado de órdenes rutinarias, hoy asume el mando absoluto y es responsable de todas las decisiones importantes. Sabe que no está preparada para afrontar las vicisitudes de un poder no deseado, y espera con alivio el momento de su renuncia. Sin embargo, se le hace saber que, si renuncia, todo será peor; el país caerá en las garras de la anarquía; el ejército se desbandará o la empresa dejará a miles de trabajadores en la calle. Así, el súbito y temeroso empoderado se encuentra preso de una continua y tortuosa situación de poder de la que no puede desprenderse.
La encratosis es la contracara del síndrome de Hybris. En este último caso, el síndrome se caracteriza por una distorsión de la propia imagen y una necesidad de perpetuarse en el poder. En la encratosis, en cambio, la necesidad de esa perpetuación no surge del individuo que ejerce el poder, sino de un entorno que lo obliga a seguir ejerciéndolo. Hay que distinguir, también la encratosis de la microarquía.
Situación en la que, por condiciones externas, un individuo o grupo de individuos se ve en una situación de poder de la que no puede renunciar.
Los individuos afectados de encratosis se encontraron, quizás de modo inesperado, al mando de un país, de un ejército o de una empresa. Tal vez porque, antes, renunciaron el presidente y el vicepresidente; quizás porque murieron los generales a cargo o se fugaron los integrantes del directorio. El hecho es que, sin saber cómo, una persona que hasta ayer cumplía con un puñado de órdenes rutinarias, hoy asume el mando absoluto y es responsable de todas las decisiones importantes. Sabe que no está preparada para afrontar las vicisitudes de un poder no deseado, y espera con alivio el momento de su renuncia. Sin embargo, se le hace saber que, si renuncia, todo será peor; el país caerá en las garras de la anarquía; el ejército se desbandará o la empresa dejará a miles de trabajadores en la calle. Así, el súbito y temeroso empoderado se encuentra preso de una continua y tortuosa situación de poder de la que no puede desprenderse.
La encratosis es la contracara del síndrome de Hybris. En este último caso, el síndrome se caracteriza por una distorsión de la propia imagen y una necesidad de perpetuarse en el poder. En la encratosis, en cambio, la necesidad de esa perpetuación no surge del individuo que ejerce el poder, sino de un entorno que lo obliga a seguir ejerciéndolo. Hay que distinguir, también la encratosis de la microarquía.
lunes, 15 de julio de 2013
Cosmorexia
(Sustantivo. Del griego cósmos = orden y oréxis = apetito)
Repentina necesidad de ordenar.
Hay momentos en los que empieza a molestarnos el caos que nos rodea. El teclado de la computadora tiene migas de galletita; la ropa sin planchar se acumula hecha una bola en el placard; el techo tiene un lamparón horrible y una gotera añosa; las dos materias que debemos del secundario entorpecen nuestra autoestima y complican el presente y futuro laboral. Un día nos levantamos con cosmorexia y estamos decididos a nadar contra la creciente y endémica anarquía en cada aspecto de nuestra vida. Queremos limpiar a fondo el teclado de la computadora; sacamos las ochenta prendas para planchar; buscamos en la guía a un techista para que arregle la gotera; nos ponemos a estudiar contabilidad y matemática financiera para rendirlas antes de fin de año. La sensación de cosmorexia no dura todo el día -y no se repite al día siguiente-, de modo que después de planchar dos camisas nos detenemos exhaustos, nos olvidamos del desgobierno de nuestra voluntad, aceptamos resignadamente el desorden del universo y nos entregamos al hedonificio con una alta dosis de toletolerancia. Así hasta que otro día (quizás un mes después) volvemos a sentir la urgencia de la cosmorexia, urgencia que nos abandonará mucho antes de que empecemos a hacer algún cambio importante en nuestro entorno.
Repentina necesidad de ordenar.
Hay momentos en los que empieza a molestarnos el caos que nos rodea. El teclado de la computadora tiene migas de galletita; la ropa sin planchar se acumula hecha una bola en el placard; el techo tiene un lamparón horrible y una gotera añosa; las dos materias que debemos del secundario entorpecen nuestra autoestima y complican el presente y futuro laboral. Un día nos levantamos con cosmorexia y estamos decididos a nadar contra la creciente y endémica anarquía en cada aspecto de nuestra vida. Queremos limpiar a fondo el teclado de la computadora; sacamos las ochenta prendas para planchar; buscamos en la guía a un techista para que arregle la gotera; nos ponemos a estudiar contabilidad y matemática financiera para rendirlas antes de fin de año. La sensación de cosmorexia no dura todo el día -y no se repite al día siguiente-, de modo que después de planchar dos camisas nos detenemos exhaustos, nos olvidamos del desgobierno de nuestra voluntad, aceptamos resignadamente el desorden del universo y nos entregamos al hedonificio con una alta dosis de toletolerancia. Así hasta que otro día (quizás un mes después) volvemos a sentir la urgencia de la cosmorexia, urgencia que nos abandonará mucho antes de que empecemos a hacer algún cambio importante en nuestro entorno.
miércoles, 17 de abril de 2013
Ericurria
(Sustantivo. Del latín aes = dinero, cobre y excurrere = escurrir)
Sensación de que el dinero recién retirado del cajero o del banco ya no debe contabilizarse como parte del capital que uno posee.
Suponga que usted revisa el saldo en el cajero automático y le dice "3000 pesos". Saca 1000, imprime el comprobante y el saldo final le queda "2000 pesos". En realidad, usted sigue teniendo 3000. La diferencia es que hay 1000 en su mano y 2000 en la cuenta. Pero por culpa de la ericurria tendemos a creer que los 1000 fuera de la cuenta ya están gastados; no forman parte de nuestro patrimonio y desaparecerán de un segundo para el otro.
La ericurria es la sospecha de que el único dinero real es, paradójicamente, el dinero virtual depositado en el banco.
Sensación de que el dinero recién retirado del cajero o del banco ya no debe contabilizarse como parte del capital que uno posee.
Suponga que usted revisa el saldo en el cajero automático y le dice "3000 pesos". Saca 1000, imprime el comprobante y el saldo final le queda "2000 pesos". En realidad, usted sigue teniendo 3000. La diferencia es que hay 1000 en su mano y 2000 en la cuenta. Pero por culpa de la ericurria tendemos a creer que los 1000 fuera de la cuenta ya están gastados; no forman parte de nuestro patrimonio y desaparecerán de un segundo para el otro.
La ericurria es la sospecha de que el único dinero real es, paradójicamente, el dinero virtual depositado en el banco.
jueves, 21 de febrero de 2013
Obventura
(Sustantivo. De ob = oposición, y ventura)
Situación con poco suspenso y ligeramente tediosa.
Si las aventuras son experiencias arriesgadas llenas de sucesos imprevistos, y en las desventuras ocurren desgracias inesperadas, en las obventuras hay una promesa de adrenalina y diversión que no se cumple. Para que haya una obventura debió haber previamente alguna expectativa en el suceso. Si caminamos por un bosque con la esperanza de encontrarnos con animales e insectos peligrosos, pero sólo hay árboles y más árboles; si vamos al carnaval para perdernos entre la multitud enmascarada, pero sólo recibimos un poco de espuma y apenas podemos ver una murga desfilando entre el gentío; si vamos al casino con la esperanza de saltar la banca, pero después del segundo "no va más" empezamos a bostezar; en todos estos casos hemos tenido una obventura. La adrenalina prometida no llega y no llegará.
Muchas veces los sucesos pretendidamente divertidos son, en realidad, una dosificación del aburrimiento. Las vacaciones en la playa consisten en tirarse en la arena, asolearse, tomar mate con tortas fritas, bañarse un poco en el mar y volver a la casa. La fiesta de casamiento consisten en saludar a los novios, comer, volver a comer, bailar el vals, volver a comer, bailar cumbia, comer, ponerse bonetes, bailar brasilero, despedirse, irse. Las obventuras nos muestran nuestro propio tedio, pero lo hacen de a poco, con algún señuelo que nos promete alguna gratificación, y sin adrenalina.
Una obventura es una aventura fallida.
Situación con poco suspenso y ligeramente tediosa.
Si las aventuras son experiencias arriesgadas llenas de sucesos imprevistos, y en las desventuras ocurren desgracias inesperadas, en las obventuras hay una promesa de adrenalina y diversión que no se cumple. Para que haya una obventura debió haber previamente alguna expectativa en el suceso. Si caminamos por un bosque con la esperanza de encontrarnos con animales e insectos peligrosos, pero sólo hay árboles y más árboles; si vamos al carnaval para perdernos entre la multitud enmascarada, pero sólo recibimos un poco de espuma y apenas podemos ver una murga desfilando entre el gentío; si vamos al casino con la esperanza de saltar la banca, pero después del segundo "no va más" empezamos a bostezar; en todos estos casos hemos tenido una obventura. La adrenalina prometida no llega y no llegará.
Muchas veces los sucesos pretendidamente divertidos son, en realidad, una dosificación del aburrimiento. Las vacaciones en la playa consisten en tirarse en la arena, asolearse, tomar mate con tortas fritas, bañarse un poco en el mar y volver a la casa. La fiesta de casamiento consisten en saludar a los novios, comer, volver a comer, bailar el vals, volver a comer, bailar cumbia, comer, ponerse bonetes, bailar brasilero, despedirse, irse. Las obventuras nos muestran nuestro propio tedio, pero lo hacen de a poco, con algún señuelo que nos promete alguna gratificación, y sin adrenalina.
Una obventura es una aventura fallida.
martes, 4 de diciembre de 2012
Poiastenia
(Sustantivo. Del griego poíesis = creación, producción y astenés = débil. También puede aceptarse la variedad poestenia)
1. Sensación de que no se está haciendo un trabajo verdaderamente inspirado.
No importa si se trata de una producción literaria, una clase sobre matemática financiera o un pastel de papas: a veces sentimos que no lo hemos hecho como correspondía, aun cuando otros (los lectores, los alumnos, los comensales) nos digan que el producto de nuestro trabajo les pareció muy bueno. Solemos recordar otros días en los que estábamos inspirados, pero hoy nos sentimos creativamente débiles, con la imaginación paralítica y la voluntad lisiada; como si las ideas y las acciones no fluyeran con facilidad.
Cuando hay poiastenia, la calidad de nuestros pensamientos parece insalvablemente baja.
Hay situaciones en la vida que son poiasténicos por naturaleza: El estrés y las preocupaciones conllevan a una pérdida en el entusiasmo, la cantidad y la calidad de acciones creativas y fértiles.
La poiastenia en la acepción 1 es una sensación, de modo que pertenece al terreno subjetivo. Sin embargo, en la segunda definición de este término podemos encontrar un tipo de poiastenia objetiva o menos subjetiva:
2. Cualidad de un objeto cuya factura y terminación son defectuosas o poco trabajadas.
A veces los productos de góndola bajan la calidad de su manufactura. En esos momentos comenzamos a advertir pequeñas mezquindades que influyen en el aspecto, el sabor, el color, la terminación o las funciones de dicho producto. Es así que las papas fritas, que fueron tan buenas y sabrosas cuando recién salieron al mercado, ahora traen poca cantidad -sufren empoquetamiento-, ya no tienen tan buen sabor ni son tan crujientes. El producto ha sufrido poiastenia: una poiastenia intencionada, dirigida con el solo fin de empeorar la manufactura sin sacrificar rédito. Esto mismo puede ocurrir con todo producto en serie de mercado.
En otros contextos, se dice que existe poiastenia en un producto artesanal que ya no tiene el mismo nivel de detalle que otros productos del mismo diseño. Por ejemplo, un tejedor artesanal que en sus primeras creaciones elaboraba suéters con variados y finísimos dibujos de colores, y luego, en creaciones posteriores, decide no incluir esos dibujos o, de incluirlos, los hará de manera basta y grosera. O un constructor de viviendas que, cuando recién inicia su vida laboral, entrega sus trabajos después de asegurarse de que quede todo limpio, pero a medida que pasa el tiempo y va adquiriendo experiencia ya no se interesa tanto por el aseo ni los escombros que quedan. Estos dos ejemplos dan a entender una falencia común a muchísimos seres humanos: la elaboración de un determinado tipo de producto tiende a volverse más poiasténica a medida que pasa el tiempo.
1. Sensación de que no se está haciendo un trabajo verdaderamente inspirado.
No importa si se trata de una producción literaria, una clase sobre matemática financiera o un pastel de papas: a veces sentimos que no lo hemos hecho como correspondía, aun cuando otros (los lectores, los alumnos, los comensales) nos digan que el producto de nuestro trabajo les pareció muy bueno. Solemos recordar otros días en los que estábamos inspirados, pero hoy nos sentimos creativamente débiles, con la imaginación paralítica y la voluntad lisiada; como si las ideas y las acciones no fluyeran con facilidad.
Cuando hay poiastenia, la calidad de nuestros pensamientos parece insalvablemente baja.
Hay situaciones en la vida que son poiasténicos por naturaleza: El estrés y las preocupaciones conllevan a una pérdida en el entusiasmo, la cantidad y la calidad de acciones creativas y fértiles.
La poiastenia en la acepción 1 es una sensación, de modo que pertenece al terreno subjetivo. Sin embargo, en la segunda definición de este término podemos encontrar un tipo de poiastenia objetiva o menos subjetiva:
2. Cualidad de un objeto cuya factura y terminación son defectuosas o poco trabajadas.
A veces los productos de góndola bajan la calidad de su manufactura. En esos momentos comenzamos a advertir pequeñas mezquindades que influyen en el aspecto, el sabor, el color, la terminación o las funciones de dicho producto. Es así que las papas fritas, que fueron tan buenas y sabrosas cuando recién salieron al mercado, ahora traen poca cantidad -sufren empoquetamiento-, ya no tienen tan buen sabor ni son tan crujientes. El producto ha sufrido poiastenia: una poiastenia intencionada, dirigida con el solo fin de empeorar la manufactura sin sacrificar rédito. Esto mismo puede ocurrir con todo producto en serie de mercado.
En otros contextos, se dice que existe poiastenia en un producto artesanal que ya no tiene el mismo nivel de detalle que otros productos del mismo diseño. Por ejemplo, un tejedor artesanal que en sus primeras creaciones elaboraba suéters con variados y finísimos dibujos de colores, y luego, en creaciones posteriores, decide no incluir esos dibujos o, de incluirlos, los hará de manera basta y grosera. O un constructor de viviendas que, cuando recién inicia su vida laboral, entrega sus trabajos después de asegurarse de que quede todo limpio, pero a medida que pasa el tiempo y va adquiriendo experiencia ya no se interesa tanto por el aseo ni los escombros que quedan. Estos dos ejemplos dan a entender una falencia común a muchísimos seres humanos: la elaboración de un determinado tipo de producto tiende a volverse más poiasténica a medida que pasa el tiempo.
martes, 25 de septiembre de 2012
Peripteria
(Sustantivo. Del griego perí = alrededor y -pterós = que observa. También puede usarse: peridomipteria [mismas raíces más la raíz domos = casa] o periexopteria [exo = por fuera])
1. Modo en que se ve nuestra casa desde las terrazas, balcones o patios vecinos.
2. Sensación de regocijo por observar nuestra propia casa desde una perspectiva ajena y poco habitual.
Alguna vez se cayó la pelota -o una sábana volada por el viento- al patio de la vecina, y pudimos acceder por un momento a un mundo que solo observamos desde la azotea. Entonces levantamos la vista, y nos damos cuenta de cómo se ve nuestra terraza desde ahí, y cómo nos veríamos a nosotros mismos si estuviéramos mirando desde esa altura. Avistamos parte del tejado y de un ventanal de nuestra casa: no nos parecen propios; por un momento no asociamos que eso que vemos es el lugar donde vivimos. Es común, también, que nos asalte una pequeña e incomprensible nostalgia.
Es un buen ejercicio mirar por la ventana del piso treinta de un edificio (o desde una montaña) y buscar por aproximación dónde debería estar nuestro hogar. A veces descubrimos que, entre la multitud de tejados, se puede visualizar nuestro tanque de agua, o algunas ramas del almendro del patio, o la parte superior del altillo y, como en esos juegos en los que hay que descubrir personajes ocultos, sentimos el regocijo de la peripteria.
Los foricondios también provocan una mínima peripteria.
1. Modo en que se ve nuestra casa desde las terrazas, balcones o patios vecinos.
2. Sensación de regocijo por observar nuestra propia casa desde una perspectiva ajena y poco habitual.
Alguna vez se cayó la pelota -o una sábana volada por el viento- al patio de la vecina, y pudimos acceder por un momento a un mundo que solo observamos desde la azotea. Entonces levantamos la vista, y nos damos cuenta de cómo se ve nuestra terraza desde ahí, y cómo nos veríamos a nosotros mismos si estuviéramos mirando desde esa altura. Avistamos parte del tejado y de un ventanal de nuestra casa: no nos parecen propios; por un momento no asociamos que eso que vemos es el lugar donde vivimos. Es común, también, que nos asalte una pequeña e incomprensible nostalgia.
Es un buen ejercicio mirar por la ventana del piso treinta de un edificio (o desde una montaña) y buscar por aproximación dónde debería estar nuestro hogar. A veces descubrimos que, entre la multitud de tejados, se puede visualizar nuestro tanque de agua, o algunas ramas del almendro del patio, o la parte superior del altillo y, como en esos juegos en los que hay que descubrir personajes ocultos, sentimos el regocijo de la peripteria.
Los foricondios también provocan una mínima peripteria.
martes, 20 de marzo de 2012
Devesperación
(Sustantivo. De Véspero y desesperación)
Angustia y ligera depresión por la caída inminente del sol.
Esta sensación suele ocurrir cuando uno se ha acostado a la salida del sol y se levanta a la hora de la siesta. Quizás, apenas se levantó, improvisó un almuerzo, hizo un par de tareas domésticas y ya cae la tarde. Las sombras se hacen largas, el frío se intensifica y uno siente que el día ha sido arrebatado. Tenemos la necesidad de ver un rayo de sol, de disfrutar una intensa tarde bajo la luz del día. Pero ya se hace de noche y habrá que esperar largas horas hasta que amanezca.
También se devespera si se ha estado trabajando todo el día en un lugar cerrado, y sólo puede salir cuando ya el sol agoniza.
En ambos casos, se tiene la sensación de que el día termina antes de haber comenzado.
A veces, también, se puede devesperar espontáneamente, sin que se hayan dado las dos condiciones anteriores. La devesperación es la angustia por saber que el día se termina, ya sea que lo hayamos disfrutado o no.
Es mucho más común devesperar en invierno que en verano.
Angustia y ligera depresión por la caída inminente del sol.
Esta sensación suele ocurrir cuando uno se ha acostado a la salida del sol y se levanta a la hora de la siesta. Quizás, apenas se levantó, improvisó un almuerzo, hizo un par de tareas domésticas y ya cae la tarde. Las sombras se hacen largas, el frío se intensifica y uno siente que el día ha sido arrebatado. Tenemos la necesidad de ver un rayo de sol, de disfrutar una intensa tarde bajo la luz del día. Pero ya se hace de noche y habrá que esperar largas horas hasta que amanezca.
También se devespera si se ha estado trabajando todo el día en un lugar cerrado, y sólo puede salir cuando ya el sol agoniza.
En ambos casos, se tiene la sensación de que el día termina antes de haber comenzado.
A veces, también, se puede devesperar espontáneamente, sin que se hayan dado las dos condiciones anteriores. La devesperación es la angustia por saber que el día se termina, ya sea que lo hayamos disfrutado o no.
Es mucho más común devesperar en invierno que en verano.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Mecanocosmia
(Sustantivo. Del griego eu = bueno; mechané = máquina y cósmos = orden. También puede usarse: eumecanocosmia. Adjetivo: mecanocósmico)
Sensación agradable que produce observar a una máquina funcionando correctamente.
Un automóvil que se desplaza en silencio, sin chirridos ni frenazos bruscos; los engranajes de un reloj vistos al desnudo, cuyas ruedas, áncoras y resortes se mueven de manera cadenciosa y en equilibrio; un secarropas que gira sin desbalancearse ni golpetear. Da placer observar esos procesos puramente mecánicos que se desarrollan en armonía, de forma ordenada, sin quejas, rechinares o resistencias. La mayoría de los artefactos nuevos son mecanocósmicos. A medida que el objeto va envejeciendo, puede pasar por diversos anastolpios hasta volverse ergonófago; puede sufrir mecanomas y prodiasteria, hasta convertirse en un mecanismo coprokinético y volverse, finalmente, un ronodetro.
Sensación agradable que produce observar a una máquina funcionando correctamente.
Un automóvil que se desplaza en silencio, sin chirridos ni frenazos bruscos; los engranajes de un reloj vistos al desnudo, cuyas ruedas, áncoras y resortes se mueven de manera cadenciosa y en equilibrio; un secarropas que gira sin desbalancearse ni golpetear. Da placer observar esos procesos puramente mecánicos que se desarrollan en armonía, de forma ordenada, sin quejas, rechinares o resistencias. La mayoría de los artefactos nuevos son mecanocósmicos. A medida que el objeto va envejeciendo, puede pasar por diversos anastolpios hasta volverse ergonófago; puede sufrir mecanomas y prodiasteria, hasta convertirse en un mecanismo coprokinético y volverse, finalmente, un ronodetro.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Cuido
(Sustantivo. De cuidar)
1. Necesidad imperiosa y súbita de cuidar un objeto que no necesita o no merece ser cuidado.
Así como se puede tener un descuido, también puede haber un cuido.
El cuido se presenta de manera obsesiva y repentina: de un momento para otro, nos encontramos preocupados por uno de los cien adornos de la biblioteca, por los cuchillos en el cajón de cubiertos, o por el bolígrafo que llevamos en la cartera: ¿Y si un viento fuerte hiciera caer los adornos? ¿Qué pasaría si a los cuchillos se les saliera el mango? ¿No debería llevar el bolígrafo en otro lugar, para que no me lo roben? Durante largos minutos cavilamos indecisos, pensando en la mejor estrategia para cuidar a ese objeto, como si el hipotético peligro al que podría someterse fuera, en verdad, algo grave y demandante.
De manera inmediata comprobamos que el objeto no sufre ningún riesgo serio o evidente. Sin embargo, esa corroboración no basta para despejar nuestra preocupación: si no había razones para que la preocupación apareciera, tampoco una buena razón la hará desaparecer.
Este término se aplica con mayor propiedad a la necesidad de cuidar algo que es de por sí desechable o despreciable: las servilletas de papel usadas, los restos pulverizados de papas fritas del fondo del paquete o el clip que guardamos en la cartuchera entre medio de lápices, gomas de borrar y bolígrafos. A veces el cuido se extiende en el tiempo hacia un único objeto: si preferimos que nadie use (ni nosotros mismos) la taza azul o el plato floreado sólo por temor a que se rompa o sea robado, estamos sufriendo de cuido.
El cuido es, en el fondo, la conciencia de que aun las cosas más inútiles e insignificantes pueden desaparecer o deteriorarse.
Uso: "Estaba lo más bien recién y ahora me agarró un cuido con la cortina de baño... Por favor, que nadie se bañe en esta casa hasta que se me pase"
2. Obsesión por cuidar un objeto ajeno sin que el dueño pida que lo cuiden.
Quien padece de esta clase de cuido suele poner mayor empeño en vigilar lo ajeno que en atender sus propios asuntos. En esta acepción, el que sufre de cuido no es asaltado de manera repentina: sus cuidos duran días, meses o años: el vecino con cuido custodia que los ladrones no roben la lamparita de entrada en la casa de al lado. No le preocupa si entran por atrás a desvalijar la vivienda: él se autoasume guardián de esa única lamparita, y desde su lugar de microarca la protegerá con un celo despiadado y enloquecido. El empleado con cuido velará por que no se use la fotocopiadora: nadie le asignó ese papel, pero él se siente obligado a preservar su buen funcionamiento, aun a costa de no permitir ese funcionamiento que pretende preservar.
Los niños suelen tener cuidos con juguetes ajenos y en su celo no permiten ni que su propio dueño se acerque.
1. Necesidad imperiosa y súbita de cuidar un objeto que no necesita o no merece ser cuidado.
Así como se puede tener un descuido, también puede haber un cuido.
El cuido se presenta de manera obsesiva y repentina: de un momento para otro, nos encontramos preocupados por uno de los cien adornos de la biblioteca, por los cuchillos en el cajón de cubiertos, o por el bolígrafo que llevamos en la cartera: ¿Y si un viento fuerte hiciera caer los adornos? ¿Qué pasaría si a los cuchillos se les saliera el mango? ¿No debería llevar el bolígrafo en otro lugar, para que no me lo roben? Durante largos minutos cavilamos indecisos, pensando en la mejor estrategia para cuidar a ese objeto, como si el hipotético peligro al que podría someterse fuera, en verdad, algo grave y demandante.
De manera inmediata comprobamos que el objeto no sufre ningún riesgo serio o evidente. Sin embargo, esa corroboración no basta para despejar nuestra preocupación: si no había razones para que la preocupación apareciera, tampoco una buena razón la hará desaparecer.
Este término se aplica con mayor propiedad a la necesidad de cuidar algo que es de por sí desechable o despreciable: las servilletas de papel usadas, los restos pulverizados de papas fritas del fondo del paquete o el clip que guardamos en la cartuchera entre medio de lápices, gomas de borrar y bolígrafos. A veces el cuido se extiende en el tiempo hacia un único objeto: si preferimos que nadie use (ni nosotros mismos) la taza azul o el plato floreado sólo por temor a que se rompa o sea robado, estamos sufriendo de cuido.
El cuido es, en el fondo, la conciencia de que aun las cosas más inútiles e insignificantes pueden desaparecer o deteriorarse.
Uso: "Estaba lo más bien recién y ahora me agarró un cuido con la cortina de baño... Por favor, que nadie se bañe en esta casa hasta que se me pase"
2. Obsesión por cuidar un objeto ajeno sin que el dueño pida que lo cuiden.
Quien padece de esta clase de cuido suele poner mayor empeño en vigilar lo ajeno que en atender sus propios asuntos. En esta acepción, el que sufre de cuido no es asaltado de manera repentina: sus cuidos duran días, meses o años: el vecino con cuido custodia que los ladrones no roben la lamparita de entrada en la casa de al lado. No le preocupa si entran por atrás a desvalijar la vivienda: él se autoasume guardián de esa única lamparita, y desde su lugar de microarca la protegerá con un celo despiadado y enloquecido. El empleado con cuido velará por que no se use la fotocopiadora: nadie le asignó ese papel, pero él se siente obligado a preservar su buen funcionamiento, aun a costa de no permitir ese funcionamiento que pretende preservar.
Los niños suelen tener cuidos con juguetes ajenos y en su celo no permiten ni que su propio dueño se acerque.
jueves, 30 de septiembre de 2010
Letámara
(Sustantivo femenino. Del latín laetitia = alegría y amaritudo = sabor amargo)
Exaltada alegría con un dejo de preocupación.
El lenguaje de las emociones es escaso y escurridizo. Las sensaciones agridulces definirían, en su amplio espectro, algo que con este término pretende definirse puntualmente. La letámara, sin llegar a ser agria, sí tiene un tinte ligeramente amargo. Es una alegría incontenible que se expresa en risas y cantos, pero que por lo bajo, en la cercana periferia de lo consciente, esconde un temor, un dolor, una inquietud o una pérdida.
Disfrutar de un pleno día de campo con la familia, pero estar preocupado por si entrarán a robar en la casa que ha quedado sola es un ejemplo de letámara. En cambio, si la preocupación opaca el disfrute, ya no estamos hablando de la misma emoción.
Las personas neuróticas nunca pueden tener una felicidad completa; lo máximo a lo que pueden aspirar es a infrecuentes letámaras. El resto del tiempo vivirán obliteradas por sus a veces ridículas preocupaciones.
Términos relacionados: leticismo, modulancia.
Exaltada alegría con un dejo de preocupación.
El lenguaje de las emociones es escaso y escurridizo. Las sensaciones agridulces definirían, en su amplio espectro, algo que con este término pretende definirse puntualmente. La letámara, sin llegar a ser agria, sí tiene un tinte ligeramente amargo. Es una alegría incontenible que se expresa en risas y cantos, pero que por lo bajo, en la cercana periferia de lo consciente, esconde un temor, un dolor, una inquietud o una pérdida.
Disfrutar de un pleno día de campo con la familia, pero estar preocupado por si entrarán a robar en la casa que ha quedado sola es un ejemplo de letámara. En cambio, si la preocupación opaca el disfrute, ya no estamos hablando de la misma emoción.
Las personas neuróticas nunca pueden tener una felicidad completa; lo máximo a lo que pueden aspirar es a infrecuentes letámaras. El resto del tiempo vivirán obliteradas por sus a veces ridículas preocupaciones.
Términos relacionados: leticismo, modulancia.
martes, 8 de junio de 2010
Pudisplanar
(Verbo intransitivo. Del latín pudor = vergüenza; dis = prefijo que significa oposición y explanare = interpretar)
Sentir vergüenza por haber malinterpretado algo.
Alguien nos lee una carta en la que se dice: "Juan dejó el celular cargándose sobre la mesa", y nosotros entendemos "Juan dejó el celular, cagándose sobre la mesa". De inmediato hacemos un comentario acerca de ese hecho bizarro: "¿Qué pasó? ¿No había inodoro? ¿No llegaba al baño?". Por alguna razón, nuestro interlocutor nos mira con una rara desaprobación y aclara (para nuestro bochorno): "dije cargando, no cagando". Sentimos una vergüenza infinita, porque de algún modo nos sabemos responsables de lo que hemos (mal)escuchado. Como si estuviésemos condicionados a hacer la peor interpretación posible y asuciar de las maneras más retorcidas.
Desde luego, no se necesita un ejemplo tan escatológico para pudisplanar. Si alguien me dice "Yo le voy a regalar una campera" e interpeto "Yo te voy a regalar una campera", la situación se torna bochornosa, porque quizás mostremos alegría y agradecimiento por el regalo que vamos a recibir. Y de inmediato alguien tiene que apresurarse a aclarar: "No, no habla de vos, es el regalo de cumpleaños de Antonio" (Suponiendo, claro, que uno no se llame "Antonio)
En rigor uno no malinterpretó voluntariamente, de modo que no debería sentir vergüenza. Sin embargo, el pudor es inevitable.
Sentir vergüenza por haber malinterpretado algo.
Alguien nos lee una carta en la que se dice: "Juan dejó el celular cargándose sobre la mesa", y nosotros entendemos "Juan dejó el celular, cagándose sobre la mesa". De inmediato hacemos un comentario acerca de ese hecho bizarro: "¿Qué pasó? ¿No había inodoro? ¿No llegaba al baño?". Por alguna razón, nuestro interlocutor nos mira con una rara desaprobación y aclara (para nuestro bochorno): "dije cargando, no cagando". Sentimos una vergüenza infinita, porque de algún modo nos sabemos responsables de lo que hemos (mal)escuchado. Como si estuviésemos condicionados a hacer la peor interpretación posible y asuciar de las maneras más retorcidas.
Desde luego, no se necesita un ejemplo tan escatológico para pudisplanar. Si alguien me dice "Yo le voy a regalar una campera" e interpeto "Yo te voy a regalar una campera", la situación se torna bochornosa, porque quizás mostremos alegría y agradecimiento por el regalo que vamos a recibir. Y de inmediato alguien tiene que apresurarse a aclarar: "No, no habla de vos, es el regalo de cumpleaños de Antonio" (Suponiendo, claro, que uno no se llame "Antonio)
En rigor uno no malinterpretó voluntariamente, de modo que no debería sentir vergüenza. Sin embargo, el pudor es inevitable.
lunes, 8 de febrero de 2010
Euriscalgia
(Sustantivo. Del griego euriskós = encuentro y algéo = dolor)
Desconcierto, dolor y sorpresa por encontrarnos con la persona que nos ha abandonado.
Nuestra pareja decide dejarnos y un mes después nos la cruzamos por la calle. Está distinta; se ha hecho algo en el cabello, usa ropa que no le conocíamos y ahora tiene una expresión diferente en la cara. Nos miramos por un instante y cada uno sigue de largo. Aunque muchas cosas en ella son diferentes, el solo hecho de mirarla reaviva una sensación familiar y tierna que con esfuerzo habíamos tratado de sepultar durante el largo mes de soledad. Ese encuentro casual nos ha provocado euriscalgia: un repentino conglomerado de sensaciones contradictorias y agridulces. La euriscalgia desbarata el precario duelo que empezábamos a transitar, y nos hunde una vez más en la congoja.
Esta situación puede ocurrir también si nos cruzamos con el jefe que nos echó de su empresa, o si una mascota se encuentra por casualidad con el amo que lo abandonó, o, aun, si se nos aparece el espíritu del familiar muy querido que un día decidió suicidarse.
La euriscalgia la puede sentir también la persona que abandona.
Desconcierto, dolor y sorpresa por encontrarnos con la persona que nos ha abandonado.
Nuestra pareja decide dejarnos y un mes después nos la cruzamos por la calle. Está distinta; se ha hecho algo en el cabello, usa ropa que no le conocíamos y ahora tiene una expresión diferente en la cara. Nos miramos por un instante y cada uno sigue de largo. Aunque muchas cosas en ella son diferentes, el solo hecho de mirarla reaviva una sensación familiar y tierna que con esfuerzo habíamos tratado de sepultar durante el largo mes de soledad. Ese encuentro casual nos ha provocado euriscalgia: un repentino conglomerado de sensaciones contradictorias y agridulces. La euriscalgia desbarata el precario duelo que empezábamos a transitar, y nos hunde una vez más en la congoja.
Esta situación puede ocurrir también si nos cruzamos con el jefe que nos echó de su empresa, o si una mascota se encuentra por casualidad con el amo que lo abandonó, o, aun, si se nos aparece el espíritu del familiar muy querido que un día decidió suicidarse.
La euriscalgia la puede sentir también la persona que abandona.
viernes, 22 de enero de 2010
Estifugio
(Sustantivo. Del latín aestas = verano y fugere = huir. Adjetivo: estífugo)
Sensación de que el verano se escurre rápidamente y sin disfrute.
Existe una época maravillosa de la vida en la cual el verano cumple con todas nuestras expectativas. Esa época es la infancia y la adolescencia. Desde el preciso instante en que se terminaban las clases, comenzaban las vacaciones de manera irreversible. El tiempo libre se prolongaba desde los primeros días de diciembre hasta mediados de marzo. Durante ese lapso, todos los días se podían disfrutar paseos en bicicleta, partidos de fútbol, salidas a piletas, campeonatos nocturnos de juegos de mesa, asados y amores de verano. No podía faltar alguna tarde o noche fascinante en algún lugar arbolado, rodeado de amigos y cigarras, con música y la promesa de algún suceso inesperado y misterioso.
Pero a medida que uno crece pierde la conciencia de esa línea tajante y visible que separaba las vacaciones de la época de obligaciones. Los días son más o menos parecidos; cada mañana hay que trabajar, pagar facturas y comprar comida. Las vacaciones (que, según la tiranía laboral, a veces duran apenas una semana) deben ser planeadas con rigor, premeditación y mucho sacrificio: no sea cosa que esos pocos días se escurran sin pena ni gloria.
Sin embargo, muchas veces, a pesar de todo lo planeado, el verano se escurre de forma vacía y sin alegrías. Apenas tenemos fugaces encuentros con la paz cuando nos sentamos sobre la reposera en el patio con un vaso de vino, pero al instante recordamos que mañana hay cosas para hacer y ya nos vamos a dormir entre lamentos y murmuraciones. Esa penosa sensación de que el verano huye de nosotros sin sol ni arena es el estifugio.
Existen situaciones especialmente estífugas. Si nos enfermamos en vacaciones, la enfermedad es estífuga. Si nuestro jefe nos obliga a trabajar doce o catorce horas por día durante enero y febrero (y el resto del año igual), el trabajo o el jefe son estífugos. Para este último caso, quizás habría que implementar otro término: el trabajo no sólo es estífugo, sino también biófugo, pues no solo nos quita el verano sino toda la vida.
El término puede aplicarse no sólo a las vacaciones de verano, sino a la sensación de que cualquier tiempo libre se escurre sin ser aprovechado ni disfrutado.
Sensación de que el verano se escurre rápidamente y sin disfrute.
Existe una época maravillosa de la vida en la cual el verano cumple con todas nuestras expectativas. Esa época es la infancia y la adolescencia. Desde el preciso instante en que se terminaban las clases, comenzaban las vacaciones de manera irreversible. El tiempo libre se prolongaba desde los primeros días de diciembre hasta mediados de marzo. Durante ese lapso, todos los días se podían disfrutar paseos en bicicleta, partidos de fútbol, salidas a piletas, campeonatos nocturnos de juegos de mesa, asados y amores de verano. No podía faltar alguna tarde o noche fascinante en algún lugar arbolado, rodeado de amigos y cigarras, con música y la promesa de algún suceso inesperado y misterioso.
Pero a medida que uno crece pierde la conciencia de esa línea tajante y visible que separaba las vacaciones de la época de obligaciones. Los días son más o menos parecidos; cada mañana hay que trabajar, pagar facturas y comprar comida. Las vacaciones (que, según la tiranía laboral, a veces duran apenas una semana) deben ser planeadas con rigor, premeditación y mucho sacrificio: no sea cosa que esos pocos días se escurran sin pena ni gloria.
Sin embargo, muchas veces, a pesar de todo lo planeado, el verano se escurre de forma vacía y sin alegrías. Apenas tenemos fugaces encuentros con la paz cuando nos sentamos sobre la reposera en el patio con un vaso de vino, pero al instante recordamos que mañana hay cosas para hacer y ya nos vamos a dormir entre lamentos y murmuraciones. Esa penosa sensación de que el verano huye de nosotros sin sol ni arena es el estifugio.
Existen situaciones especialmente estífugas. Si nos enfermamos en vacaciones, la enfermedad es estífuga. Si nuestro jefe nos obliga a trabajar doce o catorce horas por día durante enero y febrero (y el resto del año igual), el trabajo o el jefe son estífugos. Para este último caso, quizás habría que implementar otro término: el trabajo no sólo es estífugo, sino también biófugo, pues no solo nos quita el verano sino toda la vida.
El término puede aplicarse no sólo a las vacaciones de verano, sino a la sensación de que cualquier tiempo libre se escurre sin ser aprovechado ni disfrutado.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Bisoliña
(Sustantivo. Del latín bi = dos y solis = sol)
1. Semejanza que poseen los días feriados con un domingo.
2. Sentimiento de confusión derivado de creer que un determinado día feriado es domingo.
Los días, habitualmente, tienen una forma. Un martes es parecido a un jueves, pero ninguno de ellos es igual a un domingo o un sábado. Sin embargo, a veces, los días hábiles se disfrazan de otros; con una camaleónica apariencia de fin de semana nos inducen a relajar costumbres y a desvirtuar nuestra percepción del paso de los días.
Cuando un feriado cae martes, miércoles o jueves, la ciudad adquiere el mismo aspecto que el que suele tener cuando es domingo: los negocios están cerrados y hay pocos autos en la calle. Las rutinas de la gente, además, se modifican: muchos duermen hasta muy tarde, apagan el teléfono celular, o se levantan para cortar el césped y preparar un asado. Uno puede caer en la trampa y "sentirse como en domingo", sin reparar en que el día anterior no fue sábado y en que el día siguiente no será lunes. El domingo se ha vuelto a colar en mitad de la semana, dejando a la ciudad mortecina y a nuestra voluntad despistada.
Sin embargo, en algún momento del día alguien enciende el televisor y, en vez de esas películas de dinosaurios de los fin de semana, están dando el informativo como cualquier día laboral. Entonces nos damos cuenta de que hemos sufrido bisoliña: fuimos atrapados por la melancólica y oportunista tranquilidad de un falso domingo.
El término se deriva de "dies solis" (día del sol), tal como llamaban al domingo en la Roma de los primeros siglos. "Bisoliña" puede traducirse con cierta liberalidad como "domingo doble", en alusión a una semana que tiene un día feriado que parece domingo y que, por lo tanto, tiene dos domingos.
Palabras relacionadas: Hemeromorfia, Huicar.
1. Semejanza que poseen los días feriados con un domingo.
2. Sentimiento de confusión derivado de creer que un determinado día feriado es domingo.
Los días, habitualmente, tienen una forma. Un martes es parecido a un jueves, pero ninguno de ellos es igual a un domingo o un sábado. Sin embargo, a veces, los días hábiles se disfrazan de otros; con una camaleónica apariencia de fin de semana nos inducen a relajar costumbres y a desvirtuar nuestra percepción del paso de los días.
Cuando un feriado cae martes, miércoles o jueves, la ciudad adquiere el mismo aspecto que el que suele tener cuando es domingo: los negocios están cerrados y hay pocos autos en la calle. Las rutinas de la gente, además, se modifican: muchos duermen hasta muy tarde, apagan el teléfono celular, o se levantan para cortar el césped y preparar un asado. Uno puede caer en la trampa y "sentirse como en domingo", sin reparar en que el día anterior no fue sábado y en que el día siguiente no será lunes. El domingo se ha vuelto a colar en mitad de la semana, dejando a la ciudad mortecina y a nuestra voluntad despistada.
Sin embargo, en algún momento del día alguien enciende el televisor y, en vez de esas películas de dinosaurios de los fin de semana, están dando el informativo como cualquier día laboral. Entonces nos damos cuenta de que hemos sufrido bisoliña: fuimos atrapados por la melancólica y oportunista tranquilidad de un falso domingo.
El término se deriva de "dies solis" (día del sol), tal como llamaban al domingo en la Roma de los primeros siglos. "Bisoliña" puede traducirse con cierta liberalidad como "domingo doble", en alusión a una semana que tiene un día feriado que parece domingo y que, por lo tanto, tiene dos domingos.
Palabras relacionadas: Hemeromorfia, Huicar.
martes, 8 de diciembre de 2009
Cupifrucción
(Sustantivo. Del latín cupido = pasión, deseo y fruor = disfrutar)
Afición a medio camino entre la pasión y la adicción.
Existen ciertos hobbies, pasatiempos y trabajos de los cuales se dice que quien los practica muy asiduamente es un apasionado. Este es el caso de los hinchas de fútbol, de los seguidores de una serie televisiva, de quienes hacen arreglos en el hogar y de los científicos o artistas que trabajan hasta la extenuación y sin pausa. Sin embargo, aun cuando se se las ejerza durante menor cantidad de tiempo, hay otras actividades a las que de inmediato se las califica de "adicción" si se vuelven frecuentes: el juego, la computadora, la televisión indiscriminada, los mensajes de texto por celular, el habla por teléfono, el chat. También, por supuesto, las drogas, el cigarrillo y el alcohol.
¿Cuál es la línea que separa un hábito apasionado de una adicción? Muchas veces la frontera es apenas un prejuicio. Un hincha de fútbol puede sufrir síndrome de abstinencia si no va el domingo a la cancha, y puede estar deprimido durante dos semanas si su equipo va al descenso. Pero a pesar de estos inequívocos indicios de adicción, se dice que su amor por el club es muy grande. En cambio, si una persona decide fumar un cigarrillo por semana, o juega al póker una vez al mes, o hacer el amor con una nueva mujer cada día, se suele decir que esa periódica necesidad es lisa y llanamente una adicción. Rara vez decimos que alguien es adicto a la cancha y a las matemáticas, o apasionado del cigarrillo, del póker y del sexo poligámico.
Se podría pensar que el adicto no disfruta de su adicción, y el apasionado sí lo hace. Pero esta frontera no es crucial ni concluyente: la pasión es, muchas veces, dolorosa. La adicción, cuando puede ejercerse a las anchas y sin culpa, es verdaderamente apasionante. Ocurre muchas veces que la pasión es adictiva (se ejerce sin control y con dolor, pero se la desea), y la adicción genera un apasionante placer.
De la adicción se sabe que es incontrolable. ¿Es controlable, en cambio, una pasión?
La pasión -se supone- exalta el espíritu y deja al desnudo un costado dramático y a veces trágico de la vida. ¿No sirve al mismo propósito, acaso, una adicción?
La adicción no puede abandonarse. ¿Puede, en cambio, dejarse de lado una pasión?
No hay voluntad en la pasión. ¿La hay, acaso, en la adicción?
La adicción destruye la vida. La pasión también.
La ausencia de pasiones y de adicciones también.
Cuando no podemos decidir si en el fondo hay o no hay adicción, y cuando no sabemos si esa necesidad periódica es de verdad una pasión irrefrenable, podemos decir que se tiene cupifrucción.
¿Es Exonario fruto de la cupifrucción? ¿O sólo es una pasión inútil? ¿O es una leve adicción? ¿O es apenas una afición anodina e inofensiva?
¿Se puede ser adicto a las cupifrucciones? ¿O quien padece de cupifrucción es un apasionado?
Afición a medio camino entre la pasión y la adicción.
Existen ciertos hobbies, pasatiempos y trabajos de los cuales se dice que quien los practica muy asiduamente es un apasionado. Este es el caso de los hinchas de fútbol, de los seguidores de una serie televisiva, de quienes hacen arreglos en el hogar y de los científicos o artistas que trabajan hasta la extenuación y sin pausa. Sin embargo, aun cuando se se las ejerza durante menor cantidad de tiempo, hay otras actividades a las que de inmediato se las califica de "adicción" si se vuelven frecuentes: el juego, la computadora, la televisión indiscriminada, los mensajes de texto por celular, el habla por teléfono, el chat. También, por supuesto, las drogas, el cigarrillo y el alcohol.
¿Cuál es la línea que separa un hábito apasionado de una adicción? Muchas veces la frontera es apenas un prejuicio. Un hincha de fútbol puede sufrir síndrome de abstinencia si no va el domingo a la cancha, y puede estar deprimido durante dos semanas si su equipo va al descenso. Pero a pesar de estos inequívocos indicios de adicción, se dice que su amor por el club es muy grande. En cambio, si una persona decide fumar un cigarrillo por semana, o juega al póker una vez al mes, o hacer el amor con una nueva mujer cada día, se suele decir que esa periódica necesidad es lisa y llanamente una adicción. Rara vez decimos que alguien es adicto a la cancha y a las matemáticas, o apasionado del cigarrillo, del póker y del sexo poligámico.
Se podría pensar que el adicto no disfruta de su adicción, y el apasionado sí lo hace. Pero esta frontera no es crucial ni concluyente: la pasión es, muchas veces, dolorosa. La adicción, cuando puede ejercerse a las anchas y sin culpa, es verdaderamente apasionante. Ocurre muchas veces que la pasión es adictiva (se ejerce sin control y con dolor, pero se la desea), y la adicción genera un apasionante placer.
De la adicción se sabe que es incontrolable. ¿Es controlable, en cambio, una pasión?
La pasión -se supone- exalta el espíritu y deja al desnudo un costado dramático y a veces trágico de la vida. ¿No sirve al mismo propósito, acaso, una adicción?
La adicción no puede abandonarse. ¿Puede, en cambio, dejarse de lado una pasión?
No hay voluntad en la pasión. ¿La hay, acaso, en la adicción?
La adicción destruye la vida. La pasión también.
La ausencia de pasiones y de adicciones también.
Cuando no podemos decidir si en el fondo hay o no hay adicción, y cuando no sabemos si esa necesidad periódica es de verdad una pasión irrefrenable, podemos decir que se tiene cupifrucción.
¿Es Exonario fruto de la cupifrucción? ¿O sólo es una pasión inútil? ¿O es una leve adicción? ¿O es apenas una afición anodina e inofensiva?
¿Se puede ser adicto a las cupifrucciones? ¿O quien padece de cupifrucción es un apasionado?
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Estistremia
(Sustantivo. Del latín aestas = verano y extremus = final, último)
Sensación de relajación, alegría y nostalgia que provoca la inminente finalización del año.
Durante el mes de diciembre aparecen los primeros indicios de la la pausa veraniega: las clases finalizan, los programas de televisión se despiden hasta el año siguiente; las vidrieras se pueblan de ofertas para vacaciones y adornos navideños; el calor inunda las calles, la gente se acuesta más tarde y sale a sentarse en la vereda hasta la madrugada. Algunas obligaciones pueden postergarse; las promesas se dejan "para después del verano" y se programan encuentros con amigos y parientes que volvieron a pasar las fiestas con su familia. Muchas de las rutinas cotidianas se ven alteradas, y a veces se llega a sentir un poco de nostalgia por el año que pasó.
Ese delicado, breve y silencioso despliegue de emociones que se activa durante los primeros días de diciembre, específicamente en los países del hemisferio sur (en los que hace calor para esa época) es la estitremia.
Si esta sensación se prolonga durante un largo periodo que va más allá del mes de diciembre, y si se le quita el componente de nostalgia, ya debemos hablar del navidar.
Sensación de relajación, alegría y nostalgia que provoca la inminente finalización del año.
Durante el mes de diciembre aparecen los primeros indicios de la la pausa veraniega: las clases finalizan, los programas de televisión se despiden hasta el año siguiente; las vidrieras se pueblan de ofertas para vacaciones y adornos navideños; el calor inunda las calles, la gente se acuesta más tarde y sale a sentarse en la vereda hasta la madrugada. Algunas obligaciones pueden postergarse; las promesas se dejan "para después del verano" y se programan encuentros con amigos y parientes que volvieron a pasar las fiestas con su familia. Muchas de las rutinas cotidianas se ven alteradas, y a veces se llega a sentir un poco de nostalgia por el año que pasó.
Ese delicado, breve y silencioso despliegue de emociones que se activa durante los primeros días de diciembre, específicamente en los países del hemisferio sur (en los que hace calor para esa época) es la estitremia.
Si esta sensación se prolonga durante un largo periodo que va más allá del mes de diciembre, y si se le quita el componente de nostalgia, ya debemos hablar del navidar.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Titanestesia
(Sustantivo. Del griego titas = titán y aisthesis = sensación)
(Palabra y definición hechas en colaboración con Juan Ignacio Guarino)
Sensación de que alguna parte del cuerpo se ha vuelto gigante.
Esta extraña impresión sólo la han tenido algunas personas en muy contadas ocasiones. Estas personas refieren que están con los ojos cerrados, quizás acostados en la cama, y tienen la certeza de que su mano derecha o una pierna se han vuelto enormes, colosales. De hecho, las dimensiones del miembro agigantado no entrarían en la habitación. Al abrir los ojos, la persona confirma que su mano o su pierna tienen el mismo tamaño de siempre, pero la sensación de agigantamiento sigue allí.
A veces la titanestesia se proyecta más allá del propio cuerpo a ciertos objetos, y tenemos la sensación de que la mesa de luz, la cama o la habitación se han vuelto de tamaño inmenso.
La titanestesia suele ocurrir cuando se está acostado y después de algunas horas de sueño. Es una sensación tan idiosincrática que resulta difícil de comprender y de comunicar.
(Palabra y definición hechas en colaboración con Juan Ignacio Guarino)
Sensación de que alguna parte del cuerpo se ha vuelto gigante.
Esta extraña impresión sólo la han tenido algunas personas en muy contadas ocasiones. Estas personas refieren que están con los ojos cerrados, quizás acostados en la cama, y tienen la certeza de que su mano derecha o una pierna se han vuelto enormes, colosales. De hecho, las dimensiones del miembro agigantado no entrarían en la habitación. Al abrir los ojos, la persona confirma que su mano o su pierna tienen el mismo tamaño de siempre, pero la sensación de agigantamiento sigue allí.
A veces la titanestesia se proyecta más allá del propio cuerpo a ciertos objetos, y tenemos la sensación de que la mesa de luz, la cama o la habitación se han vuelto de tamaño inmenso.
La titanestesia suele ocurrir cuando se está acostado y después de algunas horas de sueño. Es una sensación tan idiosincrática que resulta difícil de comprender y de comunicar.
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