jueves, 29 de julio de 2010

Procúrogo

(Sustantivo. Del latín procul = lejos y erogo = pagar. Expresión derivada de "procul errare" = "caer en un grosero error") 


Valor estimado de un producto o servicio cuyo precio real se desconoce. 

Aun cuando solo tengamos una lejana idea de cuánto puede costar un kilo de pastoras de pollo, un servicio de sommeliers o un juego de mantelería fina, solemos arriesgar mentalmente algún precio estimado que resulta mucho más bajo que el real. Nuestra estimación no es puramente gratuita, pero está basada en valores desactualizados, información insuficiente acerca del producto o servicio, analogías mal justificadas y prejuicios.

Ejemplos:

Si sabemos que contratar a un mozo cuesta (supongamos) cien pesos por noche, podemos inferir por analogía que un sommelier (un mozo exclusivamente dedicado a servir bebida) debiera cobrar más o menos lo mismo. Sin embargo, en el momento de pagar por el servicio nos enteramos de que cada sommelier cobra quinientos pesos por servir el vino. La analogía no ha funcionado: no tuvimos en cuenta que un sommelier es un sibarita, un especialista que ha estudiado cata de vinos en universidades privadas y que su trabajo se paga mediante honorarios.   

Si en la pescadería exhiben unas novedosas hamburguesas de salmón rosado, creemos que será razonable pagar, tal vez, treinta pesos el kilo. Cualquier precio que supere esa estimación (ese procúrogo), nos parecerá excesivo, por más que el kilo de salmón rosado, de por sí, sea mucho más caro.
Cuando se nos rompen los caños de casa, hacemos algunas cuentas rápidas y por lo general suponemos cuál sería el valor razonable de la reparación. Luego llamamos al plomero y, como suele ocurrir, el cálculo imaginario fue demasiado benigno para nuestro bolsillo, y solemos reaccionar indignados: "Yo no te pago más de quinientos pesos por cambiar las cañerías" El plomero nos invita a replantear los cálculos: son diez caños, a sesenta pesos cada caño, más la mano de obra. Pataleamos una vez más: ¡Los caños no pueden costar sesenta pesos! ¡Según mi procúrogo, cada caño vale diez pesos! Finalmente, cotejamos los valores actualizados y debemos aceptar, abochornados, el presupuesto del plomero.

Vamos por la vida calculando los valores monetarios de las cosas, como si pudiésemos  reconocer sin dificultad las variables de cambio y de mercado. ¿Un poste de luz de la calle? Doscientos pesos. ¿El trabajo de un albañil que nos construye la habitación del fondo? Tres mil pesos; ¡incluso tres mil pesos es muchísimo! ¿El kilo de mortadela? Diez pesos. ¿La consulta a un psicólogo? No más de treinta pesos. ¿Un libro? Sin importar cuál sea, ni de qué se trate, no puede costar más de cincuenta pesos ¿El servicio de un disc jockey? Doscientos cincuenta pesos. ¿Una cena con champagne y postre en el mejor restaurante de la ciudad? Cien pesos. Por lo general, por culpa de nuestro procúrogo, vamos por la vida horrorizados, decepcionados por las pretensiones ajenas, las cuales tienen el descaro de no ajustarse a nuestras expectativas puramente imaginarias.

miércoles, 28 de julio de 2010

Cronastenia

(Sustantivo. Del griego chronos = tiempo; a = no y sthénos = vigor)

Momentos en los que el tiempo parece transcurrir con lentitud. 

En los momentos de placer es común que se experimente gregocronía: la sensación de que los sucesos son fugaces y el tiempo corre muy rápido. En general, la vida suele transcurrir con la sospecha de que todo (lo bueno o lo malo) pasa a velocidad cada vez más acelerada.
Sin embargo, cada tanto, existen horas, días, semanas o meses que se hacen inesperadamente largos y no por aburrimiento, ansiedad o dolor. En esos momentos sentimos cronastenia. Miramos el reloj, y nos sorprendemos de que todavía no sean las cuatro de la tarde (sospechábamos que, quizás, ya eran las cinco o las siete); miramos el almanaque y aun no es agosto (y con nuestra imaginación, nos parecía que ya era octubre); recordamos en qué año estamos y no, todavía no es el año dos mil cien.

martes, 27 de julio de 2010

Termoficción /Caleficción / Frigoficción

Termoficción:
(Del griego terma = temperatura y del latín fingo = fingir)

Alucinación o sensación térmica inducida por sugestión o por error. 

La palabra "alucinación" probablemente predisponga a pensar en un estado patológico. Sin embargo, se trata de un fenómeno cotidiano en el cual, por la creencia de que el ambiente está calefaccionado se tiende a no tener frío, y a no tener calor si se cree que está frigorizado. Por eso, el término se desdobla en dos conceptos:

Caleficción: (Sustantivo. De calefacción y ficción. En un inextricable diccionario para inteligentes se define esta palabra, pero no se recoge la acepción que tomaremos aquí):

Sensación de agrado y tibieza surgida de la creencia de que hay una estufa o calefactor encendido cuando en realidad está apagado.

Frigoficción (Del latín frigor = frío y fingo = fingir):

Sensación de frescura surgida por la creencia de que hay un aparato de aire acondicionado encendido, cuando en realidad está apagado.

Tomemos los siguientes ejemplos para ilustrar las dos definiciones de arriba.
Si llegamos a un lugar frío, puede ocurrir que tiritemos o que nuestros pies se congelen. Pero si, de inmediato, alguien nos dice que ya se encendió la estufa, es posible que empecemos a sentirnos levemente más distendidos y con una sensación de tibieza. Si luego descubrimos que, en realidad, nadie encendió la estufa, esa distensión y tibieza fueron una caleficción.
Lo mismo ocurre en el caso contrario. Si entramos a una habitación calurosa en un día de más de treinta grados, puede que empecemos a sentir una ligera, muy tenue y aliviadora frescura si nos dicen que ya se encendió el aire acondicionado. Si luego comprobamos que eso no es cierto, habremos sufrido una frigoficción.
Por lo general, las termoficciones duran pocos instantes, y suelen ser más convincentes las frigoficciones que las caleficciones.

lunes, 26 de julio de 2010

Renómeco

(Adjetivo. De la expresión latina remanet mecum =  "se queda conmigo"

El que monopoliza lo que debe pasar de mano en mano.

Un profesor muestra a sus alumnos un frasco con una rana disecada, para ejemplificar y enfatizar algunas cuestiones de biología. El frasco debe ser visto y manipulado por cada uno de los treinta presentes. Pero algún alumno decide apropiárselo durante mucho más tiempo que el esperado, quizás con la pretensión de descubrir alguna propiedad especial, o para hacer chistes, o esperando hacer revivir al sapo, o tal vez simplemente por distracción. Ese alumno es un renómeco: ha detenido por unos instantes un proceso, sin la determinación de interrumpirlo o de apropiarse del objeto que motiva dicho proceso.

En la costumbre argentina del mate, es común que abunden los renómecos. Suele ocurrir que un matero se quede con el mate servido y caliente entre sus manos, y que su charla demore el instante en que le dará el sorbo a la bombilla.

viernes, 23 de julio de 2010

Nefeloquio

(Sustantivo. Del griego neféle = nube y lógos = palabra, expresión, razonamiento, discurso. Adjetivo: nefelóquico)

Expresión o discurso con poca sustancia que apela continuamente a abstracciones y términos vagos. 

El nefelóquico pretende refutar o presentar una tesis. Pero si bien no cae en falacias, sus palabras se vuelven progresivamente grandilocuentes, vacías o imprecisas. Por lo general, acepta una parte del enunciado de su rival con expresiones como "es muy complejo", "es una cuestión difícil", con lo cual da la impresión de que no está abiertamente en contra de lo que pretende refutar. Al instante agrega: "nuestro compromiso es con la Verdad y la Justicia, y las Buenas costumbres", o "No estamos en contra de nadie, estamos a favor de la Familia", "Queremos ser nación con Compromiso de Libertad y Pasión por el Bien Común". No importa si está hablando acerca del destino de la humanidad o el precio de las chauchas: su discurso se eleva hasta alcanzar la síntesis última de la conceptualización; se despoja de todo andamiaje terrenal y suele terminar con abstracciones pomposas. "Es una cuestión complicada. No concuerdo con usted en algo. Para mí, el kilo de chauchas ha aumentado mucho. Yo opino que la inflación nos está matando; que el Mal nos acecha por todas partes, y que la Luz de la Verdad y la Sabiduría se ha alejado para siempre de nuestros Corazones Corrompidos. Bien y Mundo se han convertido en polos opuestos, y apuesto mi Fe a que la Razón abrirá los Corazones y el Espíritu, y Dios por fin impondrá su Palabra"

jueves, 22 de julio de 2010

Nebelóquico

(Adjetivo. Del latín ne = partícula que significa negación; bellum = guerra y loquor = hablar. Sustantivo: nebeloquio)

Quien supone que su palabra hubiera causado un escándalo.

"Si yo hubiera hablado, se armaba", dice el nebelóquico, convencido de que tiene un dato cuya divulgación en público podría haber dado inicio a una batalla erística. "Pero no quise hablar; no iba a andar arruinando la fiesta", se excusa. Lo curioso es que el nebelóquico nunca deja trascender su supuesto conocimiento, y por lo tanto jamás da oportunidad al escándalo que augura con profética insistencia. Su intervención es puramente contrafáctica; él imagina que sus palabras no dichas podrían haber desatado un profundo conflicto en las opiniones y convicciones de sus oyentes, y a veces se atreve a imaginar lo que hubiera dicho cada uno de los que acaso hubieran escuchado lo que él les hubiera dicho y jamás dijo ni dirá: "Carlitos se iba a querer morir y le iba a pegar una trompada a Felipe. Seguro que Marta agarraba el bolso y se iba de la casa con los chicos. La abuela de Carlitos se iba a poner a llorar. Raúl estaría pensando cómo podría extorsionar a Felipe, y Pedro, como es un morboso, casi seguro se cagaba de risa"

miércoles, 21 de julio de 2010

Glacioso

(Adjetivo. De glaciar y gracioso)

Dícese de quien con asiduidad hace bromas que no causan gracia. 

El glacioso tiene la voluntad de un humorista, pero su humor resulta insípido o irritante. Por lo general provoca mínimas y gélidas sonrisas de compromiso o de ligero bochorno. Quienes lo rodean no participan de la complicidad de sus chistes, ni festejan sus ocurrencias. Sin embargo, él sigue insistiendo con predecibles rimas guarangas, chistes lavados y viejos, coplas sin ingenio ni estilo y apodos anodinos y ligeramente insultantes. Causa más incomodidad que gracia, aunque no llega a ser abiertamente vergonzoso. Por lo general pretende hacer una intervención graciosa en la historia que cuenta otro, y su previsible intervención llega a destiempo o resulta forzada. "Pasé el fin de semana por Tarija", cuenta un amigo que hizo un viaje. "Y te agarraste la pija", agrega el glacioso para, inmediatamente, empañar la anécdota con una risotada fingida que nadie acompaña. Es de esperar que el solo hecho de ser el único en festejar sus chistes lo desmoralizaría. Pero el glacioso se empeña en ser el humorista de la reunión y, por tanto, sus ocurrencias acompañarán cada resquicio de rima chusca que se le presente. En cada ocasión del relato, hará su solitaria intervención cuasicómica.

Los docentes, los políticos y los jefes suelen ser glaciosos cuando bromean (respectivamente) acerca de sus exámenes, de la situación de sus gobernados y del sueldo de sus empleados.

lunes, 19 de julio de 2010

Metasito

(Sustantivo y adjetivo. Del griego metá = más allá y sitos = comida)

Comida redundante.

A partir de la definición, es difícil interpretar en qué sentido la comida puede redundar; es decir: repetirse a sí misma de manera innecesaria.
Los ejemplos nos pueden ayudar.
Es sabido que las milanesas están hechas de carne y pan. Un sandwich de milanesa es, entonces, carne y pan con pan. Este sandwich es un metasito: un importante ingrediente se repite tanto en la base como en el relleno.

Sería metasito un pollo relleno con pollo, o un matambre relleno con matambre. Puede verse que, para que se cumpla con el concepto, el alimento debe constar de, al menos, dos partes: una base y un relleno, o un plato principal y su guarnición.

El término no se aplica cuando se repiten especias o ingredientes muy básicos como el agua o el aceite. Si la masa tiene orégano, sal y manteca y el relleno tiene orégano, sal y manteca (además de otros ingredientes) normalmente no se dice que es un metasito. En cambio, si la masa tiene harina y el relleno también lo tiene, en ese caso sí pensaríamos en una redundancia. Como puede verse, la frontera que divide a los  metasitos de aquellos que no lo son, es un tanto arbitraria y discutible.

viernes, 16 de julio de 2010

Abhumar

(Verbo intransitivo. Del latín ab = separación y humus = tierra. Adjetivo [participio de presente]: abhumante)

Si exhumar significa "desenterrar" e inhumar es "poner en la tierra", abhumar significa alejar (a algo o a alguien) de la tierra firme.

El trashumante es el que vaga a través de la tierra. El abhumante, en este caso, es aquel que no pisa la tierra (sea por una imposibilidad física o por una prohibición)
Quien sólo ha vivido en el interior de un barco, o en una nave espacial, o flotando por el aire, es un ahbumante.

La palabra desterrar no es sinónimo de abhumar. El desterrado no puede pisar una tierra en particular, pero sí puede pisar otras tierras. El abhumado, en cambio, debe evitar cualquier tierra y sólo tiene permitido mantener los pies flotando en el mar (sin hacer pie) o elevándolos.

Puede aceptarse que también es abhumante aquel que no ha pisado tierra, aunque sí pudo haber pisado cemento, baldosas, cerámico, parquet, asfalto o alfombras. Por eso, los niños que se crían en departamentos sin patio, no visitan plazas y no juegan en canteros, son también abhumantes.

jueves, 15 de julio de 2010

Prespondia

(Sustantivo. Del latín pre = antes y respondere =  responder. Adjetivo: prespóndico [No confundir con el propóndico])

Tendencia a responder una pregunta antes de que se termine de formular. 

A veces damos por supuesta la pregunta que nos están haciendo, y tendemos a asentir (o a negar) antes de que se acabe con la interrogación. "¿Viste cómo está el país...", nos dice un vecino y gesticulamos un "sí" con la cabeza. Pero él continúa: "... que está todo mal, se viene el fin del mundo, los trolos se quieren casar, quieren tener hijos... " Nos damos cuenta de que el asentimiento fue prematuro y que, en verdad, no podemos asentir a esas preguntas prejuiciosas. Pero ante cualquier testigo, nos hemos convertido en detractores del matrimonio igualitario y anunciadores del apocalipsis.
En estos casos contestamos por compromiso y porque, por lo general, las interrogaciones son puramente retóricas. Por esa razón, nos sentimos dispensados de escuchar la pregunta hasta el final. "¿Vos sabés para qué me pongo este saco negro?", nos dice un amigo con cierta complicidad y decimos "Sí, claro", dando por supuesto que la razón es la calidad de la ropa y lo bien que le queda. "Claro, vos te das cuenta: con este saco la panza no se me nota tanto". Nuestra respuesta anticipada se convierte en un insulto, aunque contestamos sólo porque preveíamos un amable y trivial desenlace de la conversación.

Existen personas que, de manera compulsiva, se adelantan a la pregunta cuando en verdad no hay razones para prever la respuesta. Cuando la interrogación es demasiado larga, las personas ansiosas no desean escucharla por completo y anticipan el final. "¿Vos creés que los indicadores macroeconómicos que maneja el poder ejecutivo nacional..." comenzamos a preguntar. El prespóndico compulsivo completa por su cuenta: "Sí, el poder ejecutivo, vos querés saber si están manipulados o si son confiables; desde ya te digo que no, no me parecen para nada confiables". En realidad no preguntábamos eso, pero la prespondia del interlocutor no sólo contesta antes, sino que cierra por nosotros las preguntas que todavía no le hemos formulado, creyendo quizás que tiene una especial intuición para conocer de antemano lo que piensan los demás. 

martes, 13 de julio de 2010

Miscelable

(Adjetivo. De miscelánea)

Capacidad de un objeto de ser clasificado en un grupo de características heterogéneas.

Cuando es necesario clasificar a una cantidad de objetos, usualmente lo hacemos siguiendo criterios para que cada uno de ellos pueda llevar una etiqueta, o pueda guardarse en un determinado frasco o caja donde estarán todos los objetos que poseen cierta característica en común. Si hay quince objetos rojos, diez objetos negros y cinco azules, ya disponemos de un criterio por colores. Sin embargo, si además de estos treinta objetos hay otros dos que son rojos con rayas azules y puntos negros, y uno que es transparente, podremos clasificar a estos últimos tres en un solo género de características heterogéneas: el misceláneo. Diremos, en ese caso, que los objetos que tienen varios colores o ninguno, y que además son pocos (en comparación con la cantidad de los que tienen colores uniformes) son miscelables.
Desde luego, que algo sea miscelable o no lo sea, depende de cuán fina queramos que sea nuestra clasificación. Podemos clasificar a las bolitas de un frasco en lecheras o japonesas. Las que no cayeran en esos conjuntos, se convierten en miscelables, a menos que deseemos ampliar nuestra clasificación, y allí podremos incluir a los bolones, las pininas y las bolas de acero. Sin embargo, si la cantidad de estos últimos es exigua, no desearemos disponer de un nuevo criterio clasificatorio: diremos que los bolones, las pininas y las bolas de acero son, simplemente, miscelables, y las pondremos o bien en un frasco aparte, o bien de manera aleatoria junto con las lecheras y las japonesas.

¿Cuántos criterios clasificatorios permiten las bolitas de la imagen que ilustra este post? ¿Cuántas de las bolitas se convierten en miscelables si sólo usáramos dos criterios (por ejemplo, lecheras y japonesas)?

lunes, 12 de julio de 2010

Sinóniro

(Adjetivo y sustantivo. Del griego syn = con y oneirós = ensoñación)

1. Dícese de quien está soñando en el mismo instante en que otro sueña.


2. Dícese de quien tiene el mismo sueño que otra persona.

3. Dícese de quien se encuentra con otra presona dentro de un sueño por causa de estar soñando el mismo sueño.

Las acepciones 2 y 3 involucran casualidades demasiado improbables, y por eso los hechos que nombran son extraños y maravillosos.
Algunas veces, dos o más personas cuentan con vívidos detalles la situación con la que soñaron, y descubren que han visitado el mismo espacio onírico. Es frecuente que uno termine la descripción que comenzó el otro: "... Una habitación amarilla con... " dice uno de los soñadores, y el otro continúa "... con un dragón verde flotando cerca de la chimenea...". Ambos se asombran por haber sido sinóniros en su segunda acepción.
Con respecto a la acepción tercera, existen grupos de personas que deciden dormir en una misma casa o habitación para compartir aventuras oníricas. Creen que, con ciertos rituales o programaciones mentales podrán tener un único sueño en común y, quizás, compartir aventuras con sus sinóniros inmediatos.

Un sinóniro en su tercera acepción tiene que serlo, necesariamente, en la segunda y en la primera. La viceversa, sin embargo, no tiene por qué darse.

viernes, 9 de julio de 2010

Titerótico

(Adjetivo y sustantivo. De títere y erótico)

1. Dícese de quien, cuando intenta seducir a alguien, se comporta haciendo movimientos rígidos y gestos duros e impostados.

Cuando un hombre se encuentra con la mujer a la que desea, es posible que sus nervios le jueguen una mala pasada y termine comportándose como un titerótico.

2. (utilízase sólo en masculino) Dícese de quien realiza el acto sexual como un muñeco articulado. 

En esta acepción, llamamos titerótico al hombre cuya expresión es rígida y sus movimientos rítmicos, casi gimnásticos, en el momento del acto sexual. Incluso sus gemidos (y las pausas entre ellos) mantienen una regularidad cómica y artificiosa. Se suele pensar que el titerótico es desapasionado, aunque en verdad ocurre lo contrario: su pasión lo lleva a concentrarse con tal profundidad que no se permite distracciones ni cambios de ritmo.
De las mujeres no se suele decir que sean titeróticas, porque en general es el hombre quien, en su rol activo, ejecuta movimientos que pudieran ser interpretados como de muñeco. En cambio, una mujer puede ser una fiambra.  

jueves, 8 de julio de 2010

Tachangoso

(Adjetivo. De la expresión inglesa touch and go = "toco y me voy")

Dícese de quien mantiene relaciones fugaces y poco comprometidas. 

Se asocia al tachangoso específicamente con su actitud para con las relaciones amorosas. Sin embargo, la falta de compromiso puede extenderse a todos los ámbitos de su vida. El tachangoso se relaciona con su trabajo, sus acciones cotidianas y sus deseos de manera superficial y jamás supone (ni desea) que sus proyectos son duraderos. Un tachangoso estudia guitarra durante una semana; lee un libro de Sartre, mira (una o dos veces) un programa de televisión que le recomiendan; asiste a una sola reunión del partido político al cual -una vez- mostró adhesión, participa (escasamente) de una obra de bien o asiste a una sola clase de yoga. En todos estos casos, su breve participación es en carácter de espectador, sin asumir compromisos (o asumiendo vagas obligaciones fáciles de eludir) y esquivando, en la medida de lo posible, cualquier contacto que lo ate a la situación que acaba de abandonar.
Es normal que las personas se comporten como tachangosas en algunos aspectos y que, en otros, asuman compromisos más serios, acordes con sus deseos. Sin embargo, el término se aplica a quien de manera sistemática evade compromisos, y no al que elige selectivamente qué compromisos asumir.
Conviene destacar que un tachangoso no es necesariamente un inconstante. El inconstante es intermitente; su relación con el compromiso es indecisa y, de vez en cuando, lo asume hasta las últimas consecuencias para luego defraudar a quienes esperan algo de él. El tachangoso, en cambio, en ningún momento asume ese compromiso y por eso en cierto modo es más noble: no finge intereses ni se propone metas que le exijan una responsabilidad que no está íntimamente dispuesto a tomar.

miércoles, 7 de julio de 2010

Hímano

(Sustantivo y adjetivo. Del latín hic = aquí y  maneo = quedarse, permanecer)

Objeto que no trasladamos con nosotros en una mudanza.

Hay algunas cosas que no son propiamente basura, pero al momento de una mudanza decidimos que no se vayan con nosotros al nuevo lugar. La lona sucia que hacía de techo en el patio del fondo, se queda ahí. Los ladrillos que sostenían la parrilla, quedan puestos en el mismo lugar donde hicimos decenas de asados. Colecciones de cajas, bolsas, botellas y frascos van a una bolsa de consorcio y se dejan en la calle. Ciertos adornos y enseres se regalan a amigos.
A veces, convertimos en hímano a un objeto que en verdad desearíamos llevar con nosotros, pero por cuestiones de espacio, comodidad, reglas de convivencia del nuevo lugar o dificultad para transportarlo decidimos no hacerlo. El enorme sillón tal vez no entre en el nuevo departamento; el perro tal vez no esté permitido y el placard que está empotrado en la pared demandaría mucho trabajo para quitar y transportar.
Nunca es posible predecir cuáles objetos se van a convertir en hímanos el día que nos mudemos.

lunes, 5 de julio de 2010

Miriatizar

(Verbo intransitivo y transitivo. Del latín millia = mil. Adjetivo: miriatizado)

Hacer que algo no se destaque por estar entre muchas cosas similares.

Quien tiene una ocurrencia aislada, medianamente lúcida, tiene chances de que esa única y tibia inspiración sea recibida como una genialidad. En cambio, si las inventivas mediocres se vuelven recurrentes, existe una gran posibilidad de que provoquen hastío y descontento. Si en ese contexto surge una idea genial, probablemente pase desapercibida o no haya voluntad de acogerla sin mala predisposición. Una idea más queda miriatizada entre decenas de otras ideas de calidad moderada. Una conferencia excelente queda miriatizada si las conferencias previas fueron correctas y aceptables.
Una cosa se miriatiza si está entre otras cosas cuya calidad es igual o un poco inferior. Lo excelente se destaca de manera muy positiva frente a lo muy malo, pero puede no destacar tanto entre lo regular y lo bueno, o entre otra cosa excelente. Por eso, para que haya miriatización se necesita que el contraste no salte a la vista con demasiada evidencia.
No solo se miriatiza en el ámbito intelectual: es difícil que se destaque la calidad de una torta, una empanada, una herramienta o un trozo de carne excelente si hay docenas de otras tortas, empanadas, herramientas o trozos de carne muy buenos para elegir. En lo malo también se miriatiza: lo peor puede no destacarse si está entre otras cosas execrables y horrendas. 

(Esta palabra en Exonario es una más entre mil doscientas. Si hubiera sido la única, tal vez yo mismo festejaría la ocurrencia de haber inventado una palabra, la habría puesto en facebook y quizás habría recibido un comentario amigable o denostatorio. Sin embargo, como es una más entre otras, quedará oscuramente miriatizada)

viernes, 2 de julio de 2010

Abusardor

(Adjetivo. De abusador y busarda, término coloquial para panza o estómago)

1. Dícese de quien aprovecha el gran volumen de su vientre para intimidar, empujar o amenazar. El abusardor gordonea

Se aplica, también, a la prepotencia de una mujer embarazada por obtener un mejor lugar en la cola, o por salir rápidamente de una multitud. La abusardora se convertirá inevitablemente en una peraltriz cuando su hijo nazca.

2. Dícese de quien ofrece a sus comensales una profusa sucesión de comidas.

Cuando el abusardor nota que sus invitados ya no comen, ofrece otra opción culinaria. Si ya nadie come picada, ofrece pizza. Cuando los restos de pizza se enfrían, el abusardor invita unas empanadas. Luego de las empanadas, trae salchicha parrillera con pancitos. Luego, carne. Casi inmediatamente, acerca una gigantesca ensalada de frutas. Un rato después, ofrece café y torta. Si esto último no funciona, insiste un par de veces con varios tipos de scones, polvorones, pasta frolas y tés saborizados. Si alguien se niega rotundamente ante cada ofrecimiento, será acosado con nuevas y cada vez más elaboradas propuestas hasta que ceda. Es común que circulen los comentarios de sorpresa e incluso indignación ante tantos, tan atropellados y tan diversos ofrecimientos: "Yo pensé que Abel era un amarrete. Luego descubrí que era un gran anfitrión. Al final me parece que es un abusardor"

jueves, 1 de julio de 2010

Miniopódico

(Adjetivo. Del latín minus = menos y puttare = llamar, apodar)

Persona que se hace llamar a sí misma en diminutivo.

A algunas personas se les hace carne el vocativo cariñoso con el que su familia y amigos lo suelen llamar. Por eso, cuando deben decir su nombre, se convierten en miniopódicos. De esa manera pretenden transferir el matiz de cariño y familiaridad al trato con desconocidos. "Acá todos me llaman Ricardito", dice el miniopódico para dejar en claro dos cosas: una, que es una persona muy querida en el ambiente; y dos, que invocar su nombre sin diminutivo es una señal de ofensa.
El miniopódico muchas veces logra imponer su diminutivo, y si tiene una moderada fama o poder puede firmar con él o pedir que le hagan entrevistas televisivas siendo presentado como "El querido Ricardito" o "La famosa y tierna Sarita Teresita"