viernes, 24 de mayo de 2013

Canatorio

(Sustantivo. Del griego xanó = perder y terminación -orio = lugar)

1. Lugar de la casa o de un recinto creado especialmente para perder cosas.

2. Lugar de una casa o de un recinto donde frecuentemente suelen aparecer las cosas perdidas.



Muchas veces se pierden simultáneamente las llaves, la billetera, una camisa, el cepillo de dientes y los anticonceptivos. Pero es poco probable que se extravíen todos estos objetos en un mismo lugar. En cambio, si se desarrolla un canatorio doméstico, es posible que todo lo perdido haya ido a parar allí. ¿Cómo es posible esto? Los canatorios pueden ser enormes agujeros en los sillones: cualquiera que se haya sentado en el sillón y pierda algo, casi seguro lo encontrará en el agujero. O pueden consistir en una inclinación del piso que confluya en un único lugar: todo lo que se caerá al piso, necesariamente se encontrará en esa confluencia. Los canatorios aumentan la probabilidad de que un objeto perdido se encuentre allí y no en otro lugar, aunque, por supuesto, no tienen una utilidad absoluta.

A veces hay "canatorios naturales". En los nidos de urracas se pueden encontrar objetos brillantes perdidos (las urracas macho los llevan como presentes para la hembra). En algunos lugares, por una misteriosa razón, todo lo perdido aparece tarde o temprano dentro de un cajón, bajo una cama o en el bolsillo de un pantalón: en la práctica, estos tres sitios funcionan como canatorios.

viernes, 17 de mayo de 2013

Parapeña

(Sustantivo. Del griego para = junto a, y paixnídi = juego. Adjetivo: parapéñico o parapénico [También puede formarse la palabra "paraludia", -del griego para y del latín ludus-; sin embargo preferimos evitar la hibridación latín-griego, aunque "paraludia" suena probablemente mejor que "parapeña"])

Estudio del conjunto de gestos, actitudes y palabras que ejecutan los jugadores en el desarrollo de un juego. 

Así com la paralingüística estudia los elementos concomitantes al acto de habla y no el acto de habla en sí mismo, la parapeña se enfoca en las conductas periféricas de los jugadores y no en el juego en sí mismo. La caballerosidad entre jugadores es un fenómeno paralpéñico. El hecho de que algunos se mantengan serenos, otros desafíen a sus rivales y otros maldigan a su suerte es parte de la parapeña. Que algunos suden, tengan tics, rían nerviosamente, se pongan anteojos negros, vayan muy seguido al baño o hablen sobre temas triviales también son fenómenos parapéñicos.
Existe una parapeña amateur que consiste en la creencia de que el juego puede mostrar la personalidad de un individuo. En realidad, este tipo de parapeña es una rama de la psicología popular. Según el punto de vista de esta psicología, si usted desea saber cómo es una persona prepárele un escenario de juego. Invítelo a una partida de póker y en el comportamiento que esgrima durante ese juego podrá visualizar su espíritu como si fuera transparente.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Monóquira

(Sustantivo y adjetivo. Del griego mónos = uno y xeirós = mano)

Dícese de la actividad que puede realizarse con una sola mano. 

Si usted debe encender el horno, ponerse un pulóver, pelar una manzana, conducir un automóvil o escribir en el teclado, debe tener las dos manos libres para utilizarlas en esa actividad. En cambio, para lavarse los dientes, rascarse la cabeza, escribir a mano, comer aceitunas o cerrar una puerta sólo se requiere de una mano. Lo interesante de las actividades monóquiras es que se pueden realizar dos de ellas de manera simultánea.
Existen actividades que podrían clasificarse como monóquiras, pero que en algunos casos resulta difícil ejecutarlas con una sola mano. A veces, abrir una puerta con llave puede demandar un par de maniobras con ambas manos (empujar, tironear). Escribir a mano también: muchas veces la otra mano debe sostener el papel. Por supuesto, tabién están los que fanfarronean de poder realizar con una sola mano (o con ninguna) aquello que debe hacerse con ambas, como andar en bicicleta o tocar el piano. 

martes, 7 de mayo de 2013

Teoastenia

(Sustantivo. Del griego theós = divino; a = negación y stenós = fuerza. Adjetivo: teoasténico)

Débil, ambigua y vacilante creencia en un dios.

El teoasténico no se declara ateo: mas bien insiste en que mantiene una fe religiosa, aunque no se siente a gusto con ella. No quiere que lo llamen ateo o agnóstico, pero tampoco acepta abiertamente el dogma religioso. Si en algún momento tuvo una creencia firme y plena, con el correr de los años ha ido dejando en suspenso cada una de las proposiciones en las que creía. Ya no cree abiertamente en la bondad divina, en la omnisciencia, en la justicia y en los milagros. Sin embargo, se resiste a despegarse de esas creencias como si todavía les tuviese cierto cariño, aunque ya no forman parte de su caudal de opiniones declaradas.
El teoasténico es un creyente cuya fe ha sido herida por la duda y el razonamiento, pero todavía tiene la esperanza de que esa herida pueda sanar. Solo es cuestión de tiempo para que esa esperanza se transforme en una nueva herida. En ese caso pueden ocurrir dos cosas: o bien el teoasténico abandona para siempre sus dogmas, con ruido, enojo y militancia antirreligiosa; o bien se convierte de lleno a alguna fe, se encierra en un credo hermético e intransigente, y se vuelve impermeable a todo tipo de dudas.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Esconognosia

(Sustantivo. Del griego skoné = polvo y gnósis = conocimiento)

Conocimiento detallado y profundo de algo que ha quedado obsoleto o anacrónico.

Un profesor de estenografía puede recordar con precisión los estenogramas, sus combinaciones y sus significados, aunque ya jamás vuelva a tener sentido aplicarlos, enseñarlos o tan siquiera pensar en ellos. El disc jockey tal vez conozca de memoria en qué disco de vinilo esté cada canción, aunque ahora puede encontrar las canciones mediante una búsqueda en su computadora. El reciente viudo recordará durante mucho tiempo las dosis, las marcas y los componentes genéricos de los medicamentos que tomaba su ahora difunda esposa. Nuestra vida es una ingente colección de pormenores que en algún momento se volverán inútiles para siempre, y a medida que envejecemos casi todo lo que pasa por nuestra cabeza es esconognosia. 




viernes, 26 de abril de 2013

Legestorio

(Sustantivo. Del latín legere = leer y terminación -torio que indica despectivo)

1. Dícese del grupo de personas que lee libros y revistas obsoletos.

El legestorio lee revistas "Muy Interesante" del año 1985 en las que se realizan predicciones para el año 2000, o un folleto que explica las nuevas funciones del renault 12, o un libro sobre política internacional del año 1970 en el que advierten la posibilidad de que el comunismo ruso avance sobre latinoamérica. El legestorio se forma una idea anacrónica y distorsionada de su entorno, y es perseguido por fantasmas que desaparecieron hace mucho tiempo.

2. Dícese del grupo de personas que sólo considera auténtico libro al que está impreso en papel. 

En esta acepción, el legestorio puede estar actualizado con respecto a las temáticas que lee, pero su idea de "libro" está asociada directamente al papel. No considera que la lectura en computadora sea una auténtica lectura, o que leer un blog sea realmente leer. 


martes, 23 de abril de 2013

Intermituerto

(Adjetivo. De intermitente y tuerto)

Dícese de quien tiene una discapacidad notoria que cada tanto desaparece. 

El intermituerto la semana pasada tenía una renguera muy pronunciada y se ayudaba con bastón. Ayer, sin embargo, caminaba perfectamente. Hoy otra vez anda con bastón. Hace unos días estaba sordo. Ayer no. Hoy otra vez es sordo. Hoy a la mañana tenía una hernia. A la tarde había desaparecido. Nunca sabemos si su situación es fingida o real, pero el intermituerto jamás da las explicaciones del caso. Simplemente, vemos que su ceguera total, su parkinson o su neurofibromatosis se han curado de un día para el otro, y nadie le hace preguntas. Pero un tiempo después vuelve a tener todos los síntomas y nos quedamos con la duda de qué demonios pasó en el medio. Quizás se trate de una enfermedad complicada que cada tanto da algún respiro. Quizás hay días en los que está completamente curado, pero tiene la mala suerte de recaer en los mismos síntomas. Quizás sus males son puramente psicológicos o tal vez está fingiendo todo el tiempo, incluso cuando está con buena salud.

Podría haber intermituertos más desconcertantes que los ejemplificados más arriba. Podría ocurrir que a una persona le hayan amputado las piernas y que, a pesar de eso, la veamos caminando por la calle. O que a un manco le vuelva a crecer la mano por un día. O que el tío muerto reviva los viernes a la noche cuando se prepara el asado y el vino.

miércoles, 17 de abril de 2013

Ericurria

(Sustantivo. Del latín aes = dinero, cobre y excurrere = escurrir)

Sensación de que el dinero recién retirado del cajero o del banco ya no debe contabilizarse como parte del capital que uno posee.

Suponga que usted revisa el saldo en el cajero automático y le dice "3000 pesos". Saca 1000, imprime el comprobante y el saldo final le queda "2000 pesos". En realidad, usted sigue teniendo 3000. La diferencia es que hay 1000 en su mano y 2000 en la cuenta. Pero por culpa de la ericurria tendemos a creer que los 1000 fuera de la cuenta ya están gastados; no forman parte de nuestro patrimonio y desaparecerán de un segundo para el otro.
La ericurria es la sospecha de que el único dinero real es, paradójicamente, el dinero virtual depositado en el banco. 


lunes, 8 de abril de 2013

Anicio

(Sustantivo. Del latín a = privación, separación e ire = ir, moverse hacia un lugar. Verbo transitivo: aniciar)

Si el inicio marca la primera fase de un proceso, el anicio es la indefinición, interrupción o indeterminación de un proceso en sus primeras fases.

El fenómeno del anicio es sumamente cotidiano, aunque la definición quizás no permita verlo. Supongamos que usted ha comenzado las vacaciones en su oficina, pero de todos modos debe seguir yendo a limpiarla, a ordenar papeles y a terminar con un trabajo pendiente. En ese caso, oficialmente usted está de vacaciones, pero de hecho ese inicio se ha visto impedido o demorado: sus vacaciones no han comenzado; han aniciado
Si los alumnos comienzan las clases pero en los primeros días se anuncian huelgas docentes por tiempo indeterminado, podemos decir que no se ha dado inicio al ciclo lectivo, sino que se ha aniciado.
Si se levanta muy temprano a la mañana y a la media hora le da un sueño terrible de manera que duerme cinco o seis horas más, diremos que su día anició temprano, pero se inició luego de esa larga siesta.

La palabra "anicio" permite distinguir entre el comienzo oficial de algo y el comienzo real. A veces las cosas se inician oficialmente sin que se inicien en la realidad: en esos casos no tenemos inicios, sino anicios. 

Aunque hay cercanía semántica con la palabra "aborto", esta última se distingue del anicio en que el aborto presupone un nacimiento futuro (de ahí la raíz "orior", 'nacer', presente en "aborto"), mientras que el anicio implica que el nacimiento de algo ya ocurrió, pero las cosas dejan de estar claramente definidas después de ese nacimiento.

martes, 2 de abril de 2013

Catonógramo

( Del griego catá = por entero; ónoma = nombre y grámma = letra)

Deletreo que se realiza para desambiguar el propio nombre y, especialmente, el propio apellido. 

Cuando nos piden que digamos nuestro nombre, por lo general debemos especificar algunas letras para que no quede mal escrito: "Mazzetti, con dos zeta y dos té"; "Mux, con equis final"; "Lópes, con acento en la 'o' y 's' final"; "Jadzianagnosti. Sí, sí. Con jota, dé, una zeta después de la d, y 'agnosti' al final, como suena". Todas estas aclaraciones, a veces rimbombantes y estrafalarias, son catonógramos. Una peculiaridad del catonógramo es que se convierte en una rutina: quien dice su apellido, de inmediato tiene aprendido su catonógramo, el cual se convierte en una especie de coda obligada posterior a la enunciación del nombre.

martes, 26 de marzo de 2013

Genagoría

(Sustantivo. Del griego genós = género y agoréuo = mostrar, exhibir. Adjetivo: genágoro)

Ostentación de la propia condición sexual. 

La genagoría suele ser practicada por los varones heterosexuales, aunque no tienen el monopolio exclusivo. A veces un hombre se siente en la patética obligación de dejar en claro su heterosexualidad, especialmente en contextos donde él cree que pudiera haber alguna duda: "Yo trabajo en un cabaret para trolos, pero soy bien macho, ¿eh?" o "Tengo camisa rosa, pero no te creas que yo también soy rosa... A mí me gustan las minas". El genágoro, sin embargo, va más allá de esa aclaración circunstancial: cree que en cualquier situación y ante cualquier desconocido es su deber salir al paso con información sobre sus gustos sexuales: "Mi nombre es Alberto, soy ingeniero y soy heterosexual". A veces cambia "soy heterosexual" por "soy normal en todos los aspectos". Considera que su carta de presentación está incompleta si no ratifica en mayúsculas y a los gritos su condición de varón semental que solo mira y toca mujeres y nunca hombres. Si el contexto no le permite exhibirse abiertamente como macho, hará algún chiste machista o buscará a otro varón para comentarle lo fuerte que está la rubia que subía por el ascensor, para que quede bien claro que él no es mariquita.
En todos los casos, el genágoro siente que sus preferencias amatorias ocupan el primer lugar en la información sobre su persona. Le desespera imaginar que alguien anda por ahí creyendo que él es gay (siendo que es bien macho) o que es heterosexual (siendo que es ruidosamente gay) y dedica un enorme esfuerzo mental en desambiguar la sola posibilidad de esa impresión.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Egodulia

(Sustantivo. Del griego egó = yo y doulós = esclavo. Adjetivo: egodúlico)

 Tiranía con uno mismo.


A veces nuestro yo se convierte en enemigo; queremos que desaparezca, que se calle por un momento y nos deje disfrutar de la soledad, de unos minutos de vagancia o de un sueño profundo. Pero no nos hace caso; está siempre aquí (y dónde iba a estar) para recordarnos cuáles placeres no debemos permitirnos; cuántas obligaciones tenemos, cómo actuar, qué decir, en qué momento, a quién y por qué y, por si fuera poco, nos obliga a adoptar actitudes, estados de ánimo y opiniones. "No puedo estar a favor del peronismo", "Si no te ponés a estudiar, me voy a sentir triste", "Tengo que ser fuerte", "No me puedo quedar tirado en la cama", "Si no lo llamo, pensará que no me importa", "Tengo que bañarme", "No debo tardar más de cinco minutos", "Acabo de cometer una estupidez", "No te peinaste correctamente". El egodúlico no solo escucha continuamente las admoniciones de su yo, sino que también les hace caso. Tuvo la mala suerte de tener un yo exigente, agresivo y manipulador, y no puede evitar que el cuerpo y la conciencia respondan a sus incesantes demandas. Quien padece de egodulia querría eliminar a ese feroz guardián y quedarse sólo disfrutando (o padeciendo) la vida sin la vigilancia de esa voz perpetua e insonora. Pero en lugar de ello, le da lugar y se somete sin cuestionarla.

(Estoy llamando "yo exigente" a lo que en la psicología freudiana se denomina "superyó". Si tomo este último término, debería haber dicho que la egodulia es el hábito de obedecer las órdenes de un superyó exigente y demandante. Recuérdese que 'superyó' y 'egodulia' no son sinónimos, pues se puede tener un gran superyó y sin embargo se podría no actuar de acuerdo a sus severos dictados)

jueves, 14 de marzo de 2013

Logótafo

(Adjetivo. Del griego lógos = discurso, razonamiento y táphos = sepultura, ocultamiento)

Quien anuncia que posee excelentes argumentos, pero jamás los esgrime. 

El logótafo aparece para mostrarnos que es un baúl lleno de evidencias y explicaciones, aunque jamás se rebaja a comunicar sus convincentes y potencialmente irrefutables tesis. Sus aportes discursivos son escuetos, disuasivos y definitivos, y manifiestan la convicción de que con esas pocas palabras es suficiente para refutar las afirmaciones rivales. Suele decir: "Si yo hablara, te darías cuenta de que estás equivocado", "Te metiste con un tema complicado y yo sé bastante de eso. Pero no vale la pena discutirlo", "No, no es así. Tengo veinte millones de argumentos para mostrártelo, pero si lo hago vamos a estar todo el día". "Si supieras la cantidad de cosas que podría decirte sobre esto, no pensarías de ese modo" o alguna variante de estas expresiones. Cree que ha zanjado la cuestión con solo afirmar que, si quisiera, podría contribuir con algún testimonio o prueba categórica y apabullante. Pero su aporte se queda en eso: en contarnos que él tiene el don y la dicha de haber hecho los razonamientos irrevocablemente correctos y de haber llegado a las únicas conclusiones verdaderas.

Un logótafo es una extraña especie de dispolémico. Pero, mientras este último evita cualquier discusión, el logótafo se mete en ella sólo para afirmar que él tiene razón, y sin embargo no se toma el trabajo de exhibir sus razones.

lunes, 11 de marzo de 2013

Crudelario

(Sustantivo. Del latín crudelis = cruel, sanguinario)

Recinto al que las personas van voluntariamente para ser torturadas y / o asesinadas.

Conviene resaltar que quienes visitan un crudelario lo hacen de manera consciente y no esperan obtener placer a través del dolor de una tortura. No son masoquistas ni ingenuos ni penitentes religiosos: deciden impartirse un dolor insoportable a cambio de nada y por ninguna razón (o tal vez por una razón: una especie de turismo exótico de las propias sensaciones dolorosas: "Quiero sentir una vez en la vida cómo es que te arranquen un brazo") En algunos casos, quizás deban abonar sumas enormes para obtener un tormento (y ya el pago excesivo es parte del suplicio) Lo curioso de los crudelarios es que sus visitantes se dirigen a ellos con serenidad, como quien va a hacer un trámite insípido, sabiendo que quizás les esperan meses de una aleatoria, gratuita e incesante mortificación psíquica y carnal de la que querrán huir una vez que haya comenzado.

De una manera metafórica, se denomina crudelarios a los lugares que en principio no están hechos para torturar a las personas pero que en definitiva terminan haciéndolo: "No sé para qué mandás a tu hijo a la escuela. Eso es un crudelario, y los maestros son los verdugos".

miércoles, 6 de marzo de 2013

Jubilábil

(Adjetivo. De jubilación y lábil)

Dícese de la persona que está esperando la primera oportunidad para jubilarse.

El jubilábil no piensa en lo que hará después de jubilado, sino en todo lo que ya no tendrá que hacer. Está atento a la cantidad de años que lleva en el trabajo y sigue de cerca cada uno de los aportes patronales realizados a lo largo de las décadas. Su único sueño es dejar de hacer aquello que necesariamente hará durante veinticinco o treinta años. Basta con que el jubilábil sepa la cercanía de su jubilación para que pida licencias y vacaciones hasta que se cumpla el plazo mínimo, momento en que jamás -pero realmente jamás- volverá a pisar su lugar de trabajo.


Se aplica también a quien elige su empleo de acuerdo al tiempo de aporte laboral que necesita para jubilarse: "Qué bueno es ser policía. Te jubilás a los cincuenta años y después... Bueno, no sé, pero por lo menos dejás de ser policía". Puede notarse lo curioso de este razonamiento: para el jubilábil, un trabajo es bueno por la eventual posibilidad de dejar de hacerlo para siempre. 

martes, 5 de marzo de 2013

Amoviloquio

(Sustantivo. Del latín amoveo = desviar y loquor = hablar) 

Expresión que relata una circunstancia que sería imposible de relatar si de hecho estuviera ocurriendo.

Si usted se quedó mudo, es difícil que pueda decirlo a los gritos. Si se quedó dormido, no podrá informarlo. Si está teniendo un accidente cerebro vascular (en especial, si compromete las áreas cerebrales de Broca y de Wernicke, encargadas de procesar el lenguaje) sería imposible que pudiera expresarlo. Por eso, las expresiones como "Estoy mudo", "Estoy profundamente dormido", "En este momento estoy inconsciente" o "Estoy teniendo un ACV", dichas a viva voz, no tienen ninguna forma de ser verdaderas cuando se las emite en primera persona y en tiempo presente. Son amoviloquios . Si alguien enuncia un amoviloquio tenemos que pensar que habla en broma o que está teniendo algún raro y curioso fenómeno mental. Por el contrario, si de verdad le están ocurriendo esos sucesos, debería estarlos padeciendo en una completa imposibilidad de articulación de lenguaje sonoro y en la mayoría de los casos (no en el de la mudez) también de lenguaje escrito.

Los amoviloquios pueden ocurrir en otros contextos, aunque aquí no podemos hablar de imposibilidad, sino de algo manifiestamente extraño que parece ocultar otras finalidades.
Si a usted le están robando el teléfono celular, sería muy extraño que los ladrones le permitieran mandar un mensaje comunicando ese mismo suceso. Ahora bien, si usted ha enviado un mensaje que dice "Aaaaah, me están afanando el celular", de inmediato ese mensaje se vuelve sospechoso. 

La conducta del amoviloquio se desvía de lo esperable en el juego del lenguaje. Un filósofo como Hilary Putnam califica de "expresiones desviadas" aquellas emisiones que no tienen convencionalmente ninguna condición de verdad. De ahí su etimología. 

jueves, 28 de febrero de 2013

Frivocación

(Sustantivo. Del latín frivolus = vano, fútil y vocatio = llamado, invocación)

Utilización de la plegaria para propósitos banales. 

Se supone que el creyente puede pedirle a Dios que guarde su alma, que bendiga a sus familiares y amigos y que perdone a las personas que cometen acciones malas. Quizás tenga permitido rogarle por una enfermedad, por un reencuentro largamente esperado o por hallarle un nuevo sentido a la vida. Tal vez le pueda pedir un trabajo (si no lo tiene), una casa (si ya no puede pagar el alquiler) y algo de comida. Es dudoso que se lo pueda invocar para que nos apruebe el examen o para que el perro de la vecina deje de morder a nuestro hijo.  Pero suplicarle para que nos alcance la botella que está en la cocina, o para que el botón del pantalón deje de apretarnos; o rezar frenéticamente para que desaparezca una mosca o para que el kiosco todavía no haya cerrado, parecen formas excesivamente ramplonas de comunicarse con Dios. Son frivocaciones, las cuales sin duda, configuran una forma de malgastar las súplicas. Y si estas son insistentes y muy banales, se corre el riesgo de enojar a un dios quisquilloso. Aunque quizás, de tanto insistir, el dios -enojado- podría presentarse y otorgarnos el pedido, de mala gana, con el solo propósito de que ya no lo molestemos: "¡Tomá, pelotudo, te enfrié la cerveza, ahora dejame de joder!". Si esto ocurriera, se habría logrado una pragmafanía.

Claro que se podría elaborar el razonamiento inverso: si Dios (que todo lo ve, lo oye y lo hace) no tiene la voluntad de hacer que desaparezca una manchita de grasa en mi pantalón, ¿cómo puedo pedirle que le dé sentido a mi vida o que libere a la humanidad del cáncer?


martes, 26 de febrero de 2013

Poquifable

(Adjetivo. Del latín paucus = poco y for = hablar)

Mientras lo inefable es aquello de lo que no se puede hablar, lo poquifable puede definirse como aquello de lo que no hay mucho para decir. 

¿A qué cosas se puede calificar de "poquifables"?
Las sensaciones podrían ser llamadas así. Si usted intenta describir una sensación a alguien que nunca la tuvo, se dará cuenta de que cualquier adjetivo será insuficiente, insatisfactorio o vagamente descriptivo. Si trata de explicar cómo es ver el color rojo a alguien que nunca lo vio, podrá utilizar una analogía como: "Es un color contundente, apasionado, que deja una marca profunda en la retina". Pero esa descripción no puede generar en el otro la representación del rojo, a menos que haya visto alguna vez ese color. Haga la prueba con otras sensaciones más complejas: un orgasmo, el dolor de un infarto, las mariposas en el estómago.
Algunos filósofos y científicos han dicho que las sensaciones son inefables: nada podemos decir de ellas. Sin embargo, el filósofo Daniel Dennett objeta que se ha dicho que son inefables, pero nunca se deja de hablar de ellas. Aun así, -objetando a Dennett- es poco lo que podemos describir de las sensaciones. Quizás, porque la mayoría de las cosas inefables son, en realidad, poquifables. 
En rigor, Dios, el Más Allá, la Nada y cualquier otra entidad metafísica no es inefable: es poquifable. Pues ya el solo hecho de nombrarla nos informa que algo puede decirse. Al menos el nombre. Y si no podemos nombrarla, también es poquifable: pues al menos sabemos que no puede nombrarse. Lo único que es realmente inefable es lo que nunca se ha dicho y no podría decirse por ningún medio.  

jueves, 21 de febrero de 2013

Obventura

(Sustantivo. De ob = oposición, y ventura)

Situación con poco suspenso y ligeramente tediosa.

Si las aventuras son experiencias arriesgadas llenas de sucesos imprevistos, y en las desventuras ocurren desgracias inesperadas, en las obventuras hay una promesa de adrenalina y diversión que no se cumple. Para que haya una obventura debió haber previamente alguna expectativa en el suceso. Si caminamos por un bosque con la esperanza de encontrarnos con animales e insectos peligrosos, pero sólo hay árboles y más árboles; si vamos al carnaval para perdernos entre la multitud enmascarada, pero sólo recibimos un poco de espuma y apenas podemos ver  una murga desfilando entre el gentío; si vamos al casino con la esperanza de saltar la banca, pero después del segundo "no va más" empezamos a bostezar; en todos estos casos hemos tenido una obventura. La adrenalina prometida no llega y no llegará.
Muchas veces los sucesos pretendidamente divertidos son, en realidad, una dosificación del aburrimiento. Las vacaciones en la playa consisten en tirarse en la arena, asolearse, tomar mate con tortas fritas, bañarse un poco en el mar y volver a la casa. La fiesta de casamiento consisten en saludar a los novios, comer, volver a comer, bailar el vals, volver a comer, bailar cumbia, comer, ponerse bonetes, bailar brasilero, despedirse, irse. Las obventuras nos muestran nuestro propio tedio, pero lo hacen de a poco, con algún señuelo que nos promete alguna gratificación, y sin adrenalina.
Una obventura es una aventura fallida.

viernes, 15 de febrero de 2013

Omniproteste / Todoprotestoso

(Adjetivo. De omnis = todo y  protestar)

Dícese de quien, al protestar por un hecho puntual, extiende sus quejas hasta un punto radical, extremo y omniabarcante.

El todoprotestoso no admite que haya medias tintas en sus protestas. Él no se queja por la falla en el sistema de agua que afectó a su edificio: su protesta alcanza los cimientos mismos de la civilización occidental. "Sí, dirán que fue un error del encargado. Dirán que se rompió la bomba de agua. Pero todo esto es producto de décadas de despojo y destrato político, y ojo, no estoy hablando solo de nuestros presidentes. Culpo a la comunidad internacional, a la revolución industrial y a los griegos antiguos por esta momentánea falla la distribución del agua".
Es muy común encontrar al omniproteste en política (y en ese caso, el omniproteste sufre de una megalómana ambiquestia). Si muere un manifestante de un balazo en manos de la policía, el todoprotestoso le echará la culpa a la totalidad del sistema partidario, al oficialismo, a la oposición, a los mandatarios anteriores, a la justicia y al poder legislativo. De ese modo, la culpa de la policía (y, concretamente, del policía que efectuó el disparo) se diluye en un maremágnum de lejanos y dudosos responsables. Si se descubre que en un gobierno provincial hay narcotráfico, el omniproteste dirá que el narcotráfico está enquistado en todo el país y en todo el mundo, y echará la culpa al gobierno nacional, al narcotráfico internacional y a la influencia de países terroristas.
El todoprotestoso arenga a sus conciudadanos, a quienes trata de ingenuos o burgueses, para que protesten por algo más que ese hecho puntual que desencadenó la reacción: "Usted no puede hacer un piquete al almacenero que le vendió una lata de atún vencida. Tiene que juntarse con otras personas, salir a la calle y quemar la municipalidad, porque ellos no hacen los controles". Curiosamente, es raro que se vea al todoprotestoso cumpliendo con los mandatos de esa arenga.  
Para el omniproteste, o se protesta por todo, o no se está haciendo una verdadera protesta. El problema es que en ese "todo" los responsables con nombre y apellido se diluyen sin remedio, y nos quedamos con una queja abstracta, hecha contra "el sistema", "los políticos" o "la historia". Protestar por la totalidad del sistema es a veces una buena manera de escaparle a los problemas puntuales que requieren de un trabajo muy fino, a conciencia y con esfuerzo.


miércoles, 13 de febrero de 2013

Anuncamar (se)

(Verbo. De nunca y más. Adjetivo: anuncamado. Sustantivo: anuncamamiento.)

Anunciar en voz alta que nunca más se hará alguna acción banal o cotidiana.

Para que se produzca el anuncamamiento, es necesario que el anuncio implique una restricción excesiva y que, por lo tanto, no se pueda cumplir con lo anunciado. Si alguien dice "nunca más tomo un vaso de agua en mi vida", es posible que se haya anuncamado, pues tarde o temprano quizás alguien le ofrecerá un vaso de agua -en una reunión, en la casa de un pariente o alguna tarde calurosa- y no tendrá más remedio que aceptarlo.
Muchas veces los padres anuncaman a sus hijos: les dicen que si hoy no ordenan su cuarto, nunca más les comprarán golosinas o nunca más les dejarán usar sus juguetes. Los niños aprenden desde muy temprano que sus padres utilizan el anuncamamiento como una amenaza imposible de cumplir; saben que en el reino de las relaciones parentales el "nunca más" no existe, y mucho menos si la amenaza implica algo tan cotidiano como un juguete o una golosina.  

Uno puede anuncamarse a sí mismo, o anuncamar a otra persona. En todos los casos, el anuncamamiento es un "irse de boca", es prometer una renuncia que desde el mismo instante en que se emite está condenada al perjurio. De hecho, el anuncamado se distingue del perjuro porque este último rompe su juramente pudiendo haberlo cumplido (y con plena conciencia de ello). Pero el anuncamado hace un anuncio cuyas condiciones son a priori imposibles de satisfacer. Lo curioso es que el anuncamamiento no puede satisfacerse no porque el objeto de la promesa sea muy difícil o inalcanzable, sino porque es demasiado cotidiano como para excluirlo de las prácticas de la vida diaria.

lunes, 11 de febrero de 2013

Avencordia

(Sustantivo. Del latín avenor = porvenir y cordis = corazón [de donde se deriva "recordar"]. No confundir con avercodar)

Memoria de hechos futuros.

La avencordia puede presentarse de dos maneras bien definidas:
En una de ellas, la persona que posee avencordia recuerda clara y vívidamente hechos futuros. En algunos casos no sabe que esos hechos todavía no ocurrieron; en otros tiene también una plena conciencia de que esos hechos están por venir. A esta clase de avencordia la podemos llamar "avencordia consciente".
En la otra clase, el individuo no conoce conscientemente su recuerdo, pero actúa de acuerdo a lo que le está por ocurrir, sin saber por qué y sin saber exactamente qué le va a ocurrir. Una futura víctima de un accidente de tránsito llora por anticipado por su propia muerte inminente. No sabe por qué llora y no sabe que va a morir, pero algo en él ya conoce el futuro. Si nos embarga una enorme tristeza unos días antes de recibir una mala noticia; o si, por el contrario, tenemos una euforia inexplicable antes de recibir una buena noticia, entonces sufrimos de esta "avencordia inconsciente".  Si usted se prepara para recibir a un tío que viene a visitarlo de un lugar muy lejano (y usted no sabía que venía ese tío), o si quema unos escritos comprometidos una hora antes de que vengan a allanarle la casa (y usted no sabía que le iban a allanar la casa), entonces ha sufrido de avencordia inconsciente.

La avencordia parece mostrarnos que el tiempo no marcha en una sola dirección. Nuestra vida se enfoca en un sentido del tiempo, pero algunas veces tenemos vestigios, indicios inconcluyentes en la memoria o en el cuerpo, de que el tiempo se mueve hacia adelante y hacia atrás. A veces la memoria se quita la atadura con el pasado y se atreve, por error o por capricho, a asomarse en la otra dirección del tiempo.

martes, 5 de febrero de 2013

Contrarregalo

(Sustantivo. De contra y regalo)

Obsequio que se realiza como respuesta a un obsequio recibido.

Muchos de los regalos que damos por cumpleaños, navidad o día de los enamorados, son contrarregalos. Si Juan nos regalase un par de medias para nuestro cumpleaños, podremos obsequiarle otro cuando llegue su onomástico: un presente modesto que no pone en peligro sus finanzas ni las nuestras. Pero si Juan nos regalara un automóvil o un viaje en crucero, las cosas se nos complicarían, pues cuando él mismo cumpliera años no podríamos llevarle apenas un par de medias. Disfrutaremos, sí, del crucero o del automóvil recibido, pero lo haremos con la angustiosa conciencia de que estamos en deuda; viviremos unos meses de ansiedad anticipando el enorme gasto que demandará el futuro obsequio de cumpleaños de Juan. Los contrarregalos deben ser proporcionales a los regalos iniciales; deben estar a la altura del regalo recibido, y si no tenemos en cuenta esa proporción corremos el riesgo de generar ofensa o decepción.
A veces los contrarregalos se producen en escaladas, como una guerra fría de ofrendas: Alberto le regala flores y un pantalón a Carolina (para el día de los enamorados). Carolina le regala dos pantalones y dos remeras a Alberto (ese mismo día). Alberto le regala tres pantalones, tres remeras y una campera a Carolina (para el aniversario de casados). Carolina le regala a Alberto dos camperas, tres pares de zapatos caros, cinco camisas y diez relojes pulsera (para ese mismo aniversario). Alberto le regala a Carolina dos computadoras, un nuevo Blackberry, ocho pares de zapatos y dieciséis remeras (en una fecha aleatoria. Nótese que cuando se ingresa en una escalada de contrarregalos ya no importa por qué se regala: la única motivación es el hecho de superar el último presente recibido). La escalada puede seguir de manera indefinida, hasta que las tarjetas de crédito revientan o hasta que uno de los dos no hace justicia a la desmesura del otro y entonces aparecen la ofensa y el desdén.
Para evitar el peligro de los contrarregalos, quizás conviene aclarar de antemano en todos los ámbitos posibles: "No quiero regalos". Pero esto puede ser contraproducente, porque quienes reciben ese mensaje fingirán que no nos van a dar un regalo, pero a último momento nos agasajarán con una enorme sorpresa. Quizás la única solución sea mostrarse agresivo, furioso y molesto con el regalo recibido. Pero esa es una reacción muy extraña y difícilmente comprensible: "¡Imbécil! ¡Te dije que no quería regalos! ¿Sos sordo? ¡Metete los veinte mil dólares en el orto!"
A veces el contrarregalo es desproporcionado con respecto al regalo inicial, pero esa desproporción es en sentido positivo: si usted obsequió una botella de vino a una amiga, esa amiga le obsequiará seis botellas de vino o una bicicleta, regalos claramente superiores al suyo. Por lo general, esta desproporción positiva tiene un objetivo moralmente cuestionable: demostrarle al homenajeado que uno no es un tacaño. "Este turro me trajo una planta para nuestro aniversario. Yo no soy igual que él; le compré cincuenta trajes para hacerlo sentir mal. Yo cuando regalo, regalo"
Otras veces nos dan obsequios puramente simbólicos: una canción, una foto antigua en Facebook, un poema. Pero aun estos regalos requieren contrarregalos que estén a la altura del esfuerzo y el ingenio empleados. La novia que compuso una canción a su novio para el día de los enamorados seguramente se sentirá decepcionada si recibe una caja de bombones con una tarjeta fría e impersonal.

Los regalos recibidos son trampas, pequeños anzuelos que se arrojan disimuladamente a nuestra conciencia para atrapar contrarregalos futuros. No nos dan regalos para hacernos sentir queridos y felices; nos regalan para mostrarnos que estamos atados por invisibles y retorcidos hilos de obligaciones sociales.

miércoles, 30 de enero de 2013

Molirrópiro

(Adjetivo. Del latín mollitus = afeminado y reperire = descubrir, hallar. Sinónimo: putajero o putojero)

Dícese de quien cree tener una capacidad especial para detectar homosexuales. 

El molirrópiro suele poner especial atención en los gestos, la vestimenta y las actitudes de las personas. Cree que está siempre en la pista segura para descubrir a un homosexual que trata de ocultarlo. Cuando está escudriñando a un varón, un tono de voz aflautado o un bolso con letras rosas le parecen un dato infalible y determinante. Si su blanco es una mujer, pondrá atención en la longitud del pelo -muy cortito es señal inequívoca de lesbianismo-, o si habla con voz grave. A veces se basa en indicios poco concluyentes y bastante arbitrarios. "Alberto es puto, yo sé lo que te digo", sentencia. "Ayer se abrochó hasta el último botón de la camisa". Adora la expresión "Si no se come la galletita, araña el paquete". Cree que puede desenmascarar la coartada de quien no se anima a salir del ropero, y siente un enorme placer cuando puede relatar a otros su sospecha.
Una vez que el molirrópiro dio su veredicto, ningún argumento puede refutarlo: si Alberto tiene novia, dirá que es una pantalla para no delatarse (y agregará, adicionalmente, que la mujer de Alberto es lesbiana). Si tiene hijos, dirá que no son de él, o que los tuvo sin tener sexo con su esposa (quizás donándole esperma). Si se le conocen decenas de amantes, el molirrópiro aducirá que muchas de ellas son falsas o que son de su mismo sexo. Si se difunde un video en el que él tiene sexo con muchas mujeres, dirá que el video es una exageración propia de quien quiere ocultar su condición de gay.
Es de destacar que para el molirrópiro, casi todas las personas son homosexuales, lo serán en algún momento o estuvieron a punto de serlo.  



miércoles, 23 de enero de 2013

Antolecto

(Sustantivo. Del griego anthós = flor y léxis = estilo, expresión)

La mejor forma de expresión verbal de una persona. 

La definición un tanto oscura seguramente no deja ver la familiaridad del hecho definido. El antolecto es aquella verbalización florida y cuidada que utilizamos cuando hablamos ante un juez, ante un profesor que nos toma examen, ante el padre de nuestra novia o ante nuestro futuro patrón. En nuestra vida cotidiana no pronunciamos con claridad, omitimos eses finales, usamos codas, apócopes y apelativos como "che" acompañados de insultos y referencias despectivas: "Che, enano de mierda, alcanzame la poronga esa para destapar lo caño". Si llega a nuestra casa el inspector de salubridad o el pastor de la iglesia, cambiamos nuestra expresión y decimos algo como: "Querido hijo mío, ¿tendrías a bien dejar cerca de mis manos la sopapa para destapar la pileta del toilette?". Esta última verbalización es un antolecto. Como puede verse, el antolecto se utiliza para situaciones en las que está presente alguien a quien le atribuimos poder y, en muchos casos, cierta superioridad de clase social.

miércoles, 16 de enero de 2013

Desenerar (se)

(Verbo intransitivo. De des- y enero)

Quitarse la posibilidad de disfrutar del mes de enero.

En el hemisferio sur, enero es sinónimo de calor, playas, piletas de natación, refrescos y, en muchos casos, vacaciones. Por lo general, las actividades pesadas se postergan para meses menos bochornosos. Se privilegia lo recreativo por sobre lo laboral. Pero si alguien, durante el primer mes, se compromete con un trabajo o un estudio a conciencia que no le permite resquicios para disfrutar de los placeres de enero, se dice que es un desenerado, o que esa persona (en un uso transitivo del término) ha desenerado su año.
Para calificar como "desenerada", la persona afectada no debería tener acceso a las piletas, a las cervezas heladas durante la noche, a acostarse tarde sin límite horario ni a escuchar las cigarras mientras estira sus piernas, acostado en la reposera en el jardín de su casa. No haber andado en ojotas durante enero es un claro síntoma de deseneramiento.  Si uno debe hacerse una operación durante este mes, y por culpa de ello se pierde todo el verano, también se ha desenerado.

No es casual, tampoco, la semejanza fonética con la palabra "degenerar". Un año desenerado es un año que puede degenerarse: si se vive en enero como si fuera marzo o julio, entonces es posible que se viva julio como si fuera diciembre; que se viva el invierno como verano y que se viva navidad como si fuera el día de la bandera. 

Existe una palabra cercana a esta: el estifugio, aunque hay una clara diferencia: Mientras el estifugio es la sensación de que el verano huye rápidamente, el desenerado ni siquiera siente el verano y en rigor tampoco puede sentir que huye sin disfrute. 

jueves, 10 de enero de 2013

Memar

(Verbo intransitivo. De la letra eme. Sustantivo: memación)

1. Responder anteponiendo la expresión "mmmh" con sentido ligeramente negativo.

Cuando se mema, se está expresando algún tipo de reparo con respecto a lo que se está afirmando. El siguiente diálogo lo ejemplifica:

- ¿Vamos a hacer las compras?
- Mmmmvamos.

El segundo interlocutor responde afirmativamente ("vamos"), pero al anteponer la expresión "mmmm" a la respuesta, está mostrando que no se siente convencido con ella. El "mmmm" funciona como un marcador de demora: el oyente debe entender que quien responde desearía no hacerlo y, en particular, no ahora o no de modo afirmativo. Sin embargo, cuando responde, lo hace de modo afirmativo, contradiciendo la intención inicial expresada en la memación. Esto suele provocar irritación en los interlocutores, quienes a veces exigen una respuesta directa en lugar de ese circunloquio no verbal. "Si no querés acompañarme a hacer las compras, decímelo de frente", es una respuesta posible al "mmmmvamos" del ejemplo.

2. Utilizar la expresión "mmmmh" para expresar una duda o una sospecha sin hacerla explícita.

Si alguien dice "Cómo te gusta defender a los putos... mmmmhh...", está memando para dar a entender que esa defensa esconde intereses inconfesables.  

Puede verse que en ambos casos las memaciones son exclusivamente pragmáticas: sus contenidos semánticos son volátiles, y sólo funcionan a partir de supuestos en un contexto enunciativo determinado. Por ello, determinar de manera unívoca el significado de una memación es una tarea que no tiene sentido.

Existe un caso de memación que no se encuadra dentro de las dos definiciones anteriores, y es aquella en la que se mema para llenar vacíos en un discurso oral. En este caso, las memaciones van de la mano con otras expresiones como "esteeemmm" o "eeeeh". "La bolsa... mmmmhh... cerró en... estemmm... en alza... mmmmhhh... pero en general.... eeeehhh... en general viene bajando". En rigor esta memación se encuadra en una definición general de los fenómenos paralingüísticos relacionados con el nerviosismo y la inseguridad en un acto de habla.

martes, 8 de enero de 2013

Opimplacia

(Sustantivo. Del latín ops = poder, fuerza; in = partícula negativa y placeo = placer, gustar)
 
Fuerza que realizamos para que algo no nos guste.

¿Alguna vez descubrió que le empezaba a gustar una cosa que no era conveniente que le gustara? ¿Usted, que milita microdélicamente contra la música comercial romántica, comenzó a tararear con pasión una canción de Axel? ¿Se fue enamorando lentamente de la Coca Cola, aun cuando le aconseja a todos que no la tomen porque provoca diabetes y es "la bebida del imperio"? ¿Sabe que podría pasar todo el día jugando póker en internet? ¿Sospecha que se iría para siempre con su vecina, abandonando trabajo, esposa e hijos, si ella le confirmara que se siente atraída por usted? Si la respuesta a estos interrogantes es "sí", usted está sufriendo de opimplacia: siente que continuamente debe corregir sus deseos y sus pensamientos, porque de manera indefectible se escurren por caminos de dudoso pronóstico, como si una parte importante de su persona no quisiera atarse a la historia rutinaria que usted impuso a su vida.
Creemos que nuestra personalidad se define por lo que hemos decidido; nos parece que somos productos de un disciplinamiento moral del gusto: somos hombres adultos casados profesionales trabajadores de clase media; no deben gustarnos las adolescentes, los videojuegos, la desnudez, la vagancia, la cumbia villera ni las películas de humor veraniego en la playa. En cuanto aparece un gusto impropio de nuestro rango social y nuestra edad, tratamos de corregirlo o sublimarlo. Esa sublimación es la opimplacia.
Debe destacarse que, cuanto más tiempo ejecutamos la opimplacia, más difícil resulta contener el gusto reprimido. La opimplacia parece un intento fallido de bulamnesis.

Existen ciertos deseos que van más allá de la posición social que se ocupe o de una mirada ingenuamente moral acerca de los propios gustos: algunos deseos deben reprimirse para salvaguardar la propia estructura psíquica. Si una mujer descubre que quiere tener relaciones con su propio hijo, o si un empleado heterosexual descubre que desea tener sexo con el jefe que lo somete y al cual odia, la opimplacia se convierte en un imperativo urgente y demandante. En esos casos, la psiquis se vuelve un campo de batalla entre deseos indeseados e irrefrenables, y una débil racionalidad que trata de contenerlos con cada vez menos éxito.

La opimplacia es un tipo de estenofrenia y de metacupio

lunes, 7 de enero de 2013

Profender (se)

(Verbo intransitivo. Del latín pro = estar a favor y fendere = cortar o pasar a través. Adjetivo: profendido)

Capacidad de sentirse indignado por hechos irrelevantes o por una sobreinterpretación de lo que se dice.

El profendido está al acecho para ofenderse ante la mínima sospecha de agresión. Examina cada palabra y descubre homofobia, xenofobia, apología a las drogas, al sexo, a la violación y al crimen en cualquier discurso de apariencia inocente. Tiene la indignación fácil, y suele vociferar abiertamente su profundo repudio de cotillón ante hechos irrelevantes y que, por lo general, no le exigen mucho compromiso ni exposición. Si alguien dice "Hoy mi mujer cocinó pizza y se le quemó", el profendido se indigna por el supuesto machismo de esa frase y por el sometimiento de la mujer a condiciones deplorables de matrimonio. Si alguien afirma "El que me robó el bolso es un chico boliviano de tez morena", el profendido hace un escándalo porque encuentra xenofobia y racismo en esa afirmación. Si alguien afirma "A las mujeres les gusta que les digan cosas lindas", el profendido pone la voz de alerta, porque cree que esa afirmación es una apología de la violación, de las groserías y del patriarcado. Ante él, hay que cuidarse de todo lo que se dice: se debe hablar con un lenguaje políticamente correcto, porque de otro modo él lo considera ofensivo y no duda en escrachar y elevar el grito en el cielo. Desde luego, "lenguaje políticamente correcto" es "el lenguaje que él considera correcto", mediado por un sinnúmero de discutibles teorías semánticas inventadas por él mismo o por su grupo de pertenencia. Por lo general, es militante activo en favor de alguna minoría social.
El profendido confunde los actos ilocutivos con los actos perlocutivos. O, en otras palabras, se cree capaz de descubrir las intenciones ocultas detrás de las intenciones explícitas, aunque esos supuestos propósitos implícitos sólo están en su imaginación. Cree en la ideología del lenguaje y pretende que todos (excepto él, claro) se hagan cargo exhaustivamente de las preconcepciones ideológicas que contienen cada palabra (incluso la etimología de cada palabra): "Usaste la palabra 'entusiasmado', y esa palabra en griego significa 'estar poseído por un dios'. Así que hacete cargo, estás usando un lenguaje religioso, y la religión es el principal instrumento de opresión social. Vos querés evangelizarme con tu lenguaje de inquisidor medieval conquistador de culturas precolombinas. Tus palabras son la espada en alto del mercenario cristiano europeo que sometió en América a los pueblos originarios. Te repudio profundamente"
El profendido actúa como un terrorista del lenguaje: avisa que está asombrado por lo que alguien dijo -con expresiones como "No puedo creer lo que estás diciendo", "Derrapaste", "Te fuiste a la banquina"- para que su interlocutor sepa que ha franqueado un límite que no tiene regreso. Pero rara vez es convincente cuando explica por qué los dichos de su interlocutor le causan tanta indignación.
Por lo general, a medida que pasa el tiempo ya nadie quiere hablar con él. Poco a poco sus únicos interlocutores son sus amigos o compañeros de militancia. Pero por supuesto, de vez en cuando tiene que contactarse con extraños, cuando va al médico o hace las compras. Entonces, en esos casos, aprovecha para profenderse a sus anchas: "Discúlpeme, carnicero, yo no soy un 'campeón'. Me está insultando cuando me dice '¿qué vas a llevar, campeón?', porque muestra que es parte de una cultura de la competencia, en la que es importante ser campeón en algo. Y a mí no me interesa competir. Eso sí, déme los mejores bifecitos de lomo que tenga".



martes, 1 de enero de 2013

Homomelia

(Sustantivo. Del griego homóios = igual y méllon = futuro. Adjetivo: homomélico)

Creencia según la cual en el futuro lejano las costumbres humanas seguirán siendo muy parecidas a las actuales. 

Las buenas historias de ficción especulativa nos presentan futuros en los que las personas han modificado gran cantidad de hábitos con respecto al tiempo desde el cual escribe el autor. En principio, cualquier suceso que ocurra trescientos o cuatrocientos o cinco mil años en el porvenir debería ser indescifrable: deberían haber cambiado radicalmente las motivaciones, el entorno, el idioma, los objetivos y los conocimientos de las personas. Quizás perviva alguna costumbre actual, pero necesariamente tendrá cambios profundos en su ejecución. ¿Seguiremos tomando mate los argentinos y uruguayos dentro de tres siglos? Esta pregunta es casi incontestable: quizás ni Argentina ni Uruguay existan en trescientos años. Pero, más fundamentalmente, quizás lo que hoy llamamos "mate" se haya convertido en algo diferente y ya no se lo llame así. Quizás la yerba se habrá modificado lentamente hasta convertirse en otra cosa. Quizás la costumbre de pasar de mano en mano se suprima. De modo que cualquier costumbre actual, por muy arraigada y tradicional que parezca, puede desaparecer o convertirse en algo irreconocible. El homomélico, sin embargo, tiene cierto chauvinismo cronológico mezclado con una falta de imaginación: asegura que todo lo que se hace ahora, se hará de modo similar en el futuro. Cree en consignas folklóricas que contienen un romanticismo de telenovela: "El tango es eterno", "Tomar mate es parte de nuestra esencia; nunca vamos a dejar de hacerlo". Supone, sin mucho fundamento, que el presente es un modelo de todos los tiempos posibles. Si hoy la gente tiene computadoras con pantalla táctil, él piensa que esa es una característica adquirida universal que se transmitirá al futuro sin modificación de ningún tipo. Por eso, piensa que en quinientos años habrá computadoras y tendrán pantalla táctil. Lo mismo imagina de cada hecho humano: si hoy nos bañamos en una ducha, no ve ninguna objeción para especular con que en mil años las personas seguiremos duchándonos con agua cayendo de arriba para abajo. Si hoy nos cortamos las uñas con alicate, el homomélico piensa que en diez mil años haremos lo mismo.
Existe un paralelo al homomélico: el homotópico. Si bien la palabra homotopía está definida en matemáticas, podemos agregarle una acepción que etimológicamente es afín a la de homomelia. La homotopía es la creencia según la cual en otras partes del mundo (actual) las costumbres son más o menos similares a las de la región donde nacimos. En este caso, el homotópico cree que, si los argentinos tomamos mate, en cualquier país del mundo existe esa costumbre con ciertas modificaciones, pero esencialmente similar.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Moncácora

Sólo en este país puede pasar una cosa así
(Adjetivo. No cambia de desinencia en el masculino. Del griego monadikós = singular; kakós = malo y xóora = país)

Quien siente que ciertos hechos (por lo general negativos) sólo ocurren en su país.

Según la sesgada visión del moncácora, todo lo malo parece haberse confabulado para acontecer en la propia patria. No hay matices: lo que pasa aquí es raro y único en el mundo. Para él, la corrupción de nuestro país no tiene precedentes en ningún otro; los políticos son los peores del mundo; los habitantes proponen, para problemas cotidianos, soluciones insólitas e inviables que asombrarían a un extranjero. Es esencial al moncácora la sensación de vergüenza ante la mirada ajena: ¡Estamos haciendo todo mal, y el mundo nos mira con su dedo acusador! Así como el teleutodoxástico piensa que todo lo que ocurre hoy es más terrible que lo ocurrido ayer, el moncácora piensa que lo que pasa aquí es peor que lo que pasa en otras partes del mundo. No solo es peor, sino que contiene una singularidad sui generis que lo vuelve inclasificable: "En cualquier país del mundo los ladrones van presos. Pero acá entran por una puerta y salen por la otra". "En ningún país del mundo hay tantas mafias como acá. Es más, nuestras mafias fingen que te están ayudando para extorsionarte". "Nooo, en Europa por lo menos venden drogas buenas. En ningún lugar del mundo se les ocurriría vender paco como acá".
Desde luego, el moncácora desconoce supinamente lo que ocurre en otras partes del mundo. Su queja se basa en una intuición rayana con el racismo: cree que sus compatriotas (excepto él, claro) son defectuosos. La moral, el raciocinio, la capacidad de trabajo, el tesón e incluso la fuerza física de sus coterráneos le parecen al moncácora claramente deficientes.



lunes, 24 de diciembre de 2012

Onodoro

(Adjetivo. Del griego oinós = vino y dóron = regalo. Puede usarse también enodoro)

Dícese de la persona a la que todos le suelen regalar vinos. 

Hay una edad en la que el hombre es objeto de regalos variados: tablas de surf, libros, suéters, zapatillas, tarjetas o anillos. Pero llega un momento de la vida en la que el hombre se transforma en onodoro.
Los onodoros suelen ser hombres (y no mujeres) de edad media o maduros, que lo tienen todo o cuyas preferencias desconocemos. Para sus cumpleaños o fiestas navideñas, un buen vino (o quizás no tan bueno) es el único obsequio que a todos se nos ocurre: ni amigos ni parientes piensan en regalarle pantalones, remeras, sombreros, tiradores, confituras, escopetas o vouchers con cremas rejuvenecedoras.
Cuando descubrimos que al onodoro le venimos regalando vinos desde hace diez onomásticos, solemos cambiar levemente la estrategia: ya no le compramos botellas, sino accesorios para destaparlas, para medir su temperatura o para conservarlas. Siempre, siempre, nuestros regalos giran en torno al vino, aun cuando el homenajeado nunca manifestó un especial interés por ellos.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Femóbalo

(Adjetivo. Del griego phemí = decir y ballo = arrojar)

Dícese de la persona que comienza un enunciado y le pide a otra que lo continúe y lo termine. 

El femóbalo empieza a contar una historia pero, por temor a no decir los detalles exactos, se excusa pasándole la palabra a quien supuestamente está mejor autorizado para contarla. "Ayer estuve con Carlitos en Parque Chacabuco y nos encontramos una billetera. Pero que te cuente Carlitos lo que pasó...", dice el femóbalo señalando a Carlitos, quien está presente pero no tenía la mínima intención de relatar ese suceso. A veces, el hecho relatado es tan escabroso que aquel a quien le arrojan el discurso se siente incómodo y no sabe cómo eludir la atenta expectativa que generó el femóbalo en el auditorio: "¡A que no saben lo que le pasó a Raúl...!  ¡Raúl, vení, contá, no seas tímido!". Y Raúl cuenta su vergonzosa historia: "Ayer me pegué un martillazo en los testículos". A veces -este caso es de los peores- el femóbalo genera una expectativa incómoda y decide sacarse de encima esa responsabilidad pasándole la posta discursiva a otro de los presentes: "Los balances de la empresa no dieron bien; la verdad es que estamos en rojo y no sé si podemos seguir el año que viene. Vamos a tener que despedir a algunos de ustedes. Pero yo no entiendo mucho de eso, así que Marita les va a explicar quiénes no tienen que venir después de año nuevo"

viernes, 14 de diciembre de 2012

Jaurícula

(Susantivo. De jauría y -ula, terminación de diminutivo)

Momentánea alianza que realizan los perros con el objetivo de ladrar y atacar a automóviles y bicicletas en movimiento. 

Literalmente, el nombre significa "jauría pequeña". Pero no es pequeña, necesariamente, por el número de sus integrantes, sino por la duración y por el objetivo de dicha jauría. Un minuto antes de que el automóvil pasara por la calle, cada perro estaba en alguna actividad individual (durmiendo, tomando agua o acicalándose). Apenas se visualiza el vehículo, todos persiguen y rodean o enfrentan (o mas bien no se sabe qué hacen) la carrocería, a la que le propinan intensos ladridos que duran dos o tres docenas de metros. Finalizada esta frenética tarea, cada animal vuelve a su actividad individual. Excepto por dos o tres que continúan en grupo, excitados, a la espera del próximo coche.

martes, 11 de diciembre de 2012

Morbíprebo

(Adjetivo. Del latín morbus = enfermedad y praebere = presentar, ofrecer)

Dícese de quien exhibe públicamente sus hinchazones, heridas y granos. 

Al morbíprebo no le basta con el desagradable relato de sus eczemas corporales. En medio de la cena se levanta la remera y nos muestra los moretones que le quedaron después de algún suceso intrascendente, u ostenta sus alergias mientras señala: "Miren, tengo un sarpullido acá, acá, acá abajo y acá atrás". Es exhaustivo en su exhibición: quiere que veamos hasta el último rincón de su cuerpo atacado por culebrilla. Nunca dejará de decirnos "Mirá", y a veces, en el colmo de la impudicia, nos pedirá que toquemos alguna zona inflamada o con erupciones. "Tocá, tocá cómo tengo la pierna. Dale, tocala", insistirá. Si se ha hecho una operación, o si su herida es realmente importante, el morbíprebo se quitará la venda ante cada invitado a la cena, para mostrar sus puntos de sutura o la extensión de una infección. Siempre acompaña su puesta en escena con el relato detallado e innecesario de su padecimiento epitelial: "Estos granos me salieron ayer a la tarde después de que comí mucha mortadela. La grasa de la mortadela me da granos" Cree que el espectáculo de su carne torturada es algo digno de hacerse público: por eso, a veces, no le alcanza con mostrar sus costras una vez y para todos; él necesita corroborar que todos lo vieron y a causa de ello arrinconará a cada uno de los presentes preguntándole individualmente: "¿Te mostré los lunares peludos que me salieron en el culo?"


jueves, 6 de diciembre de 2012

Disconominia

(Sustantivo. Del latín dis = con dificultad y cognominatus = sinónimo. Adjetivo: disconómino)

1. Incapacidad o dificultad para encontrar sinónimos de una palabra.

2. Cualidad de un texto en el cual se repite muchas veces una misma palabra. 

Según la definición 1, la disconominia es un padecimiento subjetivo. En cambio, la definición 2 no hace referencia a una persona, sino a un texto. Dado que en un mismo discurso se suele apelar muchas veces a un mismo concepto, quien padece de disconominia utilizará siempre el mismo término para referirse a ese concepto. Esto genera una clara cacofonía, disminuye la calidad del enunciado, y se hace difícil de leer o escuchar: "Los perros son animales domésticos. Los perros duermen en cuchas para perros, aunque muchas veces los perros duermen en una alfombra para perros o en un almohadón para perros, pero los perros prefieren dormir sobre camas, aunque algunos perros no se dejan domesticar y hay ciertos perros que sólo duermen fuera de la casa a la intemperie"

Debe aclararse que, para que exista disconominia no es necesario que la palabra se repita muchas veces: con que en un mismo renglón o en un mismo párrafo esté en dos ocasiones, ya podemos aplicarle el nombre.


martes, 4 de diciembre de 2012

Poiastenia

(Sustantivo. Del griego poíesis = creación, producción y astenés = débil. También puede aceptarse la variedad poestenia)

1. Sensación de que no se está haciendo un trabajo verdaderamente inspirado.

No importa si se trata de una producción literaria, una clase sobre matemática financiera o un pastel de papas: a veces sentimos que no lo hemos hecho como correspondía, aun cuando otros (los lectores, los alumnos, los comensales) nos digan que el producto de nuestro trabajo les pareció muy bueno. Solemos recordar otros días en los que estábamos inspirados, pero hoy nos sentimos creativamente débiles, con la imaginación paralítica y la voluntad lisiada; como si las ideas y las acciones no fluyeran con facilidad.
Cuando hay poiastenia, la calidad de nuestros pensamientos parece insalvablemente baja.

Hay situaciones en la vida que son poiasténicos por naturaleza: El estrés y las preocupaciones conllevan a una pérdida en el entusiasmo, la cantidad y la calidad de acciones creativas y fértiles.

La poiastenia en la acepción 1 es una sensación, de modo que pertenece al terreno subjetivo. Sin embargo, en la segunda definición de este término podemos encontrar un tipo de poiastenia objetiva o menos subjetiva:

2. Cualidad de un objeto cuya factura y terminación son defectuosas o poco trabajadas

A veces los productos de góndola bajan la calidad de su manufactura. En esos momentos comenzamos a advertir pequeñas mezquindades que influyen en el aspecto, el sabor, el color, la terminación o las funciones de dicho producto. Es así que las papas fritas, que fueron tan buenas y sabrosas cuando recién salieron al mercado, ahora traen poca cantidad -sufren empoquetamiento-, ya no tienen tan buen sabor ni son tan crujientes. El producto ha sufrido poiastenia: una poiastenia intencionada, dirigida con el solo fin de empeorar la manufactura sin sacrificar rédito. Esto mismo puede ocurrir con todo producto en serie de mercado.
En otros contextos, se dice que existe poiastenia en un producto artesanal que ya no tiene el mismo nivel de detalle que otros productos del mismo diseño. Por ejemplo, un tejedor artesanal que en sus primeras creaciones elaboraba suéters con variados y finísimos dibujos de colores, y luego, en creaciones posteriores, decide no incluir esos dibujos o, de incluirlos, los hará de manera basta y grosera. O un constructor de viviendas que, cuando recién inicia su vida laboral, entrega sus trabajos después de asegurarse de que quede todo limpio, pero a medida que pasa el tiempo y va adquiriendo experiencia ya no se interesa tanto por el aseo ni los escombros que quedan. Estos dos ejemplos dan a entender una falencia común a muchísimos seres humanos: la elaboración de un determinado tipo de producto tiende a volverse más poiasténica a medida que pasa el tiempo.




lunes, 3 de diciembre de 2012

Taquiapancio

(Adjetivo y sustantivo. Del griego taxús = rápido y apanthoó = responder)

Sistema de comunicación que exige respuesta inmediata por parte del destinatario.

Cuando suena el teléfono o el timbre, debemos abandonar lo que veníamos haciendo para atender. Si demoramos la respuesta, la persona que nos llama desaparece y la comunicación se ve malograda. En estos casos, el sistema elegido es taquiapancio: el receptor debe hacer algo de modo inmediato (atender el llamado o abrir la puerta) para que el mensaje llegue; de otro modo el propio mensaje desaparece. En cambio, existen otros medios (como las cartas de correo clásico, los mensajes por correo electrónico y los mensajes de texto) en los que no se necesita corroborar con urgencia el contenido de la comunicación, y por lo tanto es posible prolongar su recepción. Los medios que no son taquiapancios podrían denominarse argapancios (del griego argá = tarde, despacio).
Los argapancios son preferibles a los taquiapancios, excepto en los casos en que la comunicación requiere de una respuesta urgente. El taquiapancio tiene un inconveniente adicional, además de la celeridad con la que exige ser respondido: su forma de notificarse es insistente y sólo cesa cuando el mensaje desapareció. El teléfono y el timbre podrían sonar una infinidad de veces. En cambio, con los argapancios -como un mensaje de texto- basta con un sonido puntual para que el contenido comunicativo esté presente en nuestro teléfono.
Las alarmas de los coches y de las casas son taquiapancias. El dolor en los seres vivos también lo es: cuando algo nos duele, nos anoticiamos de ello de manera tan insistente y apremiante que no podemos aplazar o diferir la atención a la zona dolorida.

Tanto los argapancios como los taquiapancios pueden generar preforinquia.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Disclavia

(Sustantivo. Del latín dis = con dificultad y clavis = clave, llave)

1. Incapacidad para encontrar la llave correcta en un manojo de llaves. 

Se sufre una especial disclavia cuando el llavero nos es familiar y conocemos las muescas de cada una de las llaves que la componen. A pesar de este sobrado conocimiento, uno recorre mil veces el llavero y no encuentra la que justo ahora se debe usar. La disclavia en este sentido es un proceso parecido al que ocurre cuando se circunvía.
Algunas personas no sufren disclavia, sino un proceso inverso: aciertan con la llave correcta en el primer intento, aun con manojos de llaves desconocidas. A este caso afortunado lo llamaremos euclidia, tomando las raíces griegas eu = bueno y kléidi = llave. (También puede llamarse "euclidia" al placer que produce acertar con la llave adecuada en un número relativamente bajo de intentos)

2. Incapacidad para recordar las propias contraseñas.

Por fortuna las cookies de nuestras computadoras se encargan de conservar nuestros datos, y gracias a ellas seguimos accediendo al correo electrónico, a las redes sociales,y a la plataforma virtual de nuestro trabajo. Pero el día en que debemos formatear la máquina, corremos el riesgo de perder para siempre los lugares virtuales que frecuentamos. La disclavia, en esta acepción, tiene algunos componentes adicionales: no solo somos incapaces de recordar la contraseña sino que, además: a) la olvidamos un segundo después de haberla creado; b) hicimos una contraseña complicadísima que no tiene posibilidad de ser recordada sin una regla mnemotécnica; c) no la anotamos o bien d) la anotamos en un papel circunstancial que se perdió para siempre. En algunos casos debemos agregar un gravísimo componente e): creemos que nos vamos a acordar la contraseña en el momento en que sea necesario, pero eso no ocurre (esta clase de disclavia acontece cuando uno está frente al cajero del banco).



martes, 27 de noviembre de 2012

Algarabía

La revista mexicana Algarabía comenzará a publicar palabras de Exonario en su versión impresa. Es una revista que difunde "ideas, artes, lenguaje, ciencia y curiosidades", con un extraordinario nivel no solo en la calidad de las notas, sino también en el diseño de sus publicaciones. Recomiendo firmemente su lectura.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Polemóscono

(Sustantivo masculino. Del griego pólemos = polémica, guerra y skoné = polvo. Adjetivo: polemoscónico)

Discusión encarnizada acerca de algo irrelevante. 

Los polemósconos pueden surgir en cualquier momento de una conversación: son como escollos argumentativos que detienen la marcha de un discurso y se enfocan en algún aspecto insignificante del mismo. Suelen ocurrir cuando a uno de los oyentes se le ocurre manifestar su disenso acerca de un detalle accesorio del relato que se está contando: si A afirma que "Estábamos en un parque con una pileta enorme, de tres metros de profundidad", el oyente lo interrumpirá para discutir este último dato. "No es cierto; no tenía tres metros. Tenía dos con noventa". Si el narrador se involucra en este principio de discusión, comienza el polemóscono. "Tenía tres metros; no dos con noventa". "No, dos con noventa. No tres". La discusión se convierte en un bucle interminable e indecidible, y una vez que ha comenzado ya perdemos la esperanza de escuchar la continuación del relato original.
También podría denominarse polemóscono a la actitud de sacar conclusiones desproporcionadas a partir de un dato mínimo e irrelevante: este tipo de polemóscono suele ir precedido por las expresiones "mostraste la hilacha" o "por fin te agarré". Pongamos un ejemplo:
A dice: "Estuve en Brasil; recorrí Río de Janeiro, me compré un par de ojotas verdes, visité las favelas y no puedo creer la pobreza que rodea a una ciudad tan hermosa. Realmente me conmovió. Me metí en una organización no gubernamental para combatir la indigencia de los habitantes de las favelas"
B interpone: "Mostraste tu verdadera hilacha. ¿Así que te compraste ojotas verdes? Ya entendí que sos un tipo frívolo y estúpido"


jueves, 22 de noviembre de 2012

Agéfiso

(Adjetivo. Del griego á = negación, géfyra = puente y phýsis = naturaleza)

Dícese de la teoría o conjunto de hipótesis que no tienen contacto con las leyes de la ciencia natural. 

Cuando se elabora una teoría de "alto nivel" (por ejemplo, una teoría política o una teoría de la mente), es deseable que los conceptos de la teoría tengan algún tipo de correlación con la biología, la química y la física. Este tipo de correlaciones se denominan "principios puente" (bridge laws). Pero existen teorías que no especifican o que no admiten tal correlación: los conceptos de dichas teorías no pueden involucrar ningún aspecto de la biología, ni de la física, ni de la química: sus elementos son, muchas veces, abstracciones sin carnadura ni genealogía material de ningún tipo. Un ejemplo de teoría agéfisa está dada por cierta variedad de psicoanálisis en la cual las tópicas freudianas se utilizan como modelos explicativos de la mente, pero esas mismas tópicas no pueden conectarse ni con partes específicas del cerebro, ni con una teoría funcional de la mente. Cuando se estudia al hombre como animal político, soslayando -y no permitiendo- el contacto con otros aspectos de la "animalidad" humana, se está haciendo una teoría agéfisa. Cuando se establece una teoría sociológica en la que las nociones de "patriarcado", "injusticia social", "pobreza", "egoísmo" no admiten ninguna hipótesis biológica, estamos ante una teoría agéfisa.
Por lo general, las hipótesis agéfisas funcionan como guetos conceptuales: los términos de dichas hipótesis deben interpretarse como primitivos dentro de la teoría; no se admite contacto de esos términos ni con la biología, ni con la física, ni con la química. Un ejemplo de gueto conceptual está dado por el término "egoísmo". Si pensamos el egoísmo sólo como un producto social y no permitimos una vinculación con una teoría biológica, hemos establecido a priori que no pueden estudiarse las bases biológicas de la conducta egoísta, con lo cual se cierran las puertas para cualquier principio puente que pueda tenderse entre el estudio sociopsicológico del egoísmo y el estudio biológico.

A veces, los partidarios de una teoría agéfisa deciden no establecer ese contacto por un prejuicio metodológico: suponen que tender los puentes hacia la biología o la física es abrir la puerta hacia un reductivismo científico. Se suele suponer erróneamente, por añadidura, que la incorporación de principios puente con la ciencia natural le conferiría a la ciencia social una explicación determinista y sumamente estrecha.

(Sospecho que este problema ya tiene nombre)