(Sustantivo. Del griego leípo = ceder, abandonar y lógos = razonamiento, discurso)
Momento de un discurso en el que se pierde el hilo racional.
A veces, promotores de medicinas new age, anunciadores de la segunda venida de Cristo, piscóticos que creen ser perseguidos por demonios, profetas de apocalipsis anunciados en símbolos inextricables al pie de una pirámide o exégetas de las maléficas intenciones de políticos, pensadores y científicos, revisten su discurso con un halo de racionalidad para presentar sus dudosas hipótesis como si fueran verosímiles y aceptables. Pero en algún momento dan poco sutiles saltos al vacío, sacando conclusiones de la nada y cambiando el tono neutro por uno agresivo y enloquecido. En ese punto en el que la racionalidad se permuta por inextricables maldiciones, admoniciones o presagios, se ha desatado la lipolexia.
En los programas de televisión, ciertos invitados (supuestamente expertos en algo, probablemente de tinte ligeramente humanístico) aprovechan los minutos de aire y la buena predisposición de un conductor, para presentar su ciencia, sus estudios, las teorías que han frecuentado y los diplomas que han obtenido. Si los dejan seguir hablando, puede que comenten con poco detalle qué están haciendo actualmente, cómo llevan a cabo sus experimentos, con qué renombradas revistas internacionales trabajan, qué libros han publicado, cuántas becas han obtenido. Si les dan más minutos de aire, puede que alguno se atreva a confesar que la ciencia no sirve para nada y que lo mejor es el estudio del poder de las piedras y el agua, y tal vez pida un vaso de agua para mostrar que se pueden captar "malas ondas" con sólo sumergir una piedra en ella. Otro podrá confesar que sólo cree en el poder sanador de los espíritus; el de más allá se declara devoto de María y el siguiente no dejará pasar la oportunidad para asegurar que los niños índigo vendrán a salvar el mundo, o que hay un demonio violador que acecha detrás de los roperos, o que el cáncer no es una enfermedad sino un extraterrestre, o que las personas están siendo controladas a distancia por habitantes de Neptuno, o que el queso tiene sentimientos, o que las cañerías son sistemáticamente envenenadas por políticos corruptos que quitan el veneno un segundo antes de que abramos las canillas. Nadie sabe cómo se ha llegado a ese punto de la charla, pero en algún momento el discurso abrió el juego a opiniones absolutamente delirantes, inoportunas, insólitas y penitéticas. Ese momento es el de la lipolexia.
4 comentarios:
Me suele pasar, digo, la lipolexia, pero por el dominio que lenta pero inexorablemente extiende sobre mi persona el alemán.
Y de los otros lipoléxicos, Don Claudio Domínguez, gurú de Infoburdo es el mejor ejemplo.
Magnífica descripción, buscar ese minuto de fama vuelve loca a la gente, y los intelectuales decidieron serlo por ser feos y poco prácticos con el sexo opuesto ( o puesto), pero eso no quiere decir que no deseen en su corazón ser Tinelli (o aunque sea Zulma Lobato), y como es ahora o nunca toman ese minuto como la última chance de su vida en salir del anonimato,y como no lo logran se conforman con hacer un blog y hablar de estas cosas/
Atte/
muy buena yuxtaposicion,caballero, palabra afortunada si las hay, pues cada vez son mas los lipolexicos,no solo llama la atencion la disrupcion del discurso para ser notados,tambien la imagen del sujeto afectado suele ajustarse a la idea!abrazo si aun me recuerda, y si no me recuerda tambien!
Muy común entre testigos de jehová y mormones. A lo mejor no vienen tan mal, pero desbarrancan rápido. Pasa también con los consumidores de LSD cuando sostienen largas charlas de noche.
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