lunes, 18 de octubre de 2010

Diyunomio

(Sustantivo. Del latín dis = separación;  junctio = unión  y nomen = nombre. Adjetivo: dijunómico)

Relación entre objetos que no merece llevar un nombre.

Cada idioma presupone una ontología. Los nombres construyen un objeto, y ese objeto no es más que un conjunto de relaciones reunidas bajo un concepto. Llamamos "mesa" a cierta relación entre las patas y una base; "taza" a otra relación entre un bol y un asa. Solemos poner un único nombre a una serie de relaciones que tiende a tener cierta continuidad en el tiempo y cierta relevancia: ponemos nombre a las relaciones entre cuatro patas y una tabla (y las llamamos "mesa"), pero no a las relaciones entre cuatro patas, una tabla, el piso en el que se apoyan y el florero que tiene encima.

¿Merece tener un nombre la relación que existe entre un libro, la biblioteca, la pared y los adornos de la estantería? ¿Necesitamos bautizar a la escoba-junto-a-la-pared-del-lavadero? ¿O el vapor de una olla hirviendo, la olla, los vidrios empañados y el olor a  humedad caliente que destila? ¿Le daríamos una sola palabra a la conjunción de un dolor de cabeza, una nube, la salida de un ómnibus, mortadela y jardín de infantes? Se trata de relaciones tan fortuitas que probablemente nunca se nos ocurriría pensarlas como si fuesen un único todo.
Todas aquellas situaciones para las cuales no se nos ocurriría poner un nombre, por irrelevante o por inútil, son dijunómicas. Sin embargo, lo que es importante para una cultura puede no serlo para otra: para un occidental, un barco es barco independientemente del lugar donde navegue. Para ciertos idiomas de oriente, el concepto de barco incluye el mar.  Para otros, sólo es barco la parte inferior (la que toma contacto con el agua), mientras que el resto lleva otro nombre.


Los nombres "perongo" y "toglemon" son evidentes diyunomios.
¿Todo término inventado se convierte en diyunomio? ¿Diría usted que todas las palabras de este blog lo son?

1 comentario:

José Pepe Parrot dijo...

Ma ha dado una palabra para definir esos rejuntes que veo en la calle a los que el tímido vocablo paisaje no puede ni siquiera conjeturar.