(Verbo. Del latín caecus = ciego)
Actuar como ciego.
En los primeros momentos de un corte de luz, tanteamos la mesa y los cajones como zombis tambaleantes hasta encontrar una linterna, una caja de fósforos, un encendedor o un teléfono celular. Esos casi desesperados movimientos a oscuras se parecen a una repentina ceguera, pero difieren de ella por su objetivo: el ciego sabe que ningún artefacto le devolverá la luz. En cambio, el que incequina está seguro de que unos pocos y torpes ensayos a oscuras reinstaurarán su facultad de ver y de moverse con espontaneidad, si es que logra encontrar algún objeto que ilumine.
Estar ciego es una condición del sujeto; estar incequinado implica la ausencia de luz, pero no una merma en las condiciones subjetivas. Por eso, cuando uno camina en la noche oscura y no ve, no está ciego: está incequinado.
1 comentario:
En los miopes como el que suscribe, la incequinación ocurre cuando por alguna causa fortuita o por voluntad propia, nos sacamos los anteojos.
Y no hay linterna que mitigue tanta niebla.
Mi señora concubina puede dar fe de la cuestión: la últuma vez que se me rompieron los anteojos confundí una tabla de picar carne con una fuente de lata. Así nomás se lo cuento.
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