(Adjetivo y sustantivo. Del griego anti = contrario y oikoúmene = universo conocido, mundo)
1. Mundo posible en el cual actuamos de manera opuesta a la actual.
2. Ser de ese mundo posible que es el exacto opuesto al que somos en este mundo.
Para que el concepto de anticúmeno tenga algún sentido, debemos suponer que ese ser que actúa de modo diferente a mí, es de algún modo yo mismo. Para decirlo en términos del filósofo Saul Kripke: en ese mundo posible debe haberse seleccionado rígidamente mi identidad (es decir, hay alguien que sea yo en ese mundo), pero con propiedades diferentes (e incluso en cierto sentido opuestas).
Si usted odia el helado de limón, ama el asado, vota por partidos de izquierda y le encantan los gatos, su anticúmeno ama el helado de limón, odia el asado, vota por partidos de derecha y no tolera a los gatos. La lista de preferencias, rechazos y objetivos en la vida de nuestro anticúmeno debe ser exhaustivamente contraria -no basta con dar estos pocos ejemplos. Sin embargo, salta a la vista que debe haber muchos mundos posibles en los que convivan una enorme variedad de anticúminos. Veamos por qué: si usted el veinte de abril de dos mil once durmió mirando hacia el oeste, uno de sus anticúminos dormirá mirando hacia el este. Otro de los anticúminos habrá dado vuelta la cama para dormir hacia la dirección opuesta. Otro se habrá quedado despierto toda la noche. Otro se habrá suicidado antes de acostarse. La lista de "cosas opuestas" que podrían hacer nuestros anticúminos es casi infinita. Pero quizás convendría restringir la noción de anticúmino a aquellos seres de esos mundos posibles que toman decisiones poco familiares para nosotros y que revelan una profunda diferencia de personalidad. Dormir mirando hacia un lado o hacia otro no parece muy relevante en ese caso. Pero elegir una carrera (o no), casarse (o permanecer soltero), opinar de modo favorable al gobierno (o muy en contra), tener una creencia religiosa (u oponerse a ella), odiar a los homosexuales (o luchar por sus derechos), tener amigos (o haberse peleado con ellos), disfrutar de la vida (o renegar de ella), reírse mucho (o vivir quejándose) son aspectos que parecen mucho más interesantes a la hora de decidir cuáles son nuestros verdaderos anticúmenos.
Mi anticúmeno más característico odia el diálogo político, tiene profundas convicciones religiosas, aborrece los videojuegos, ama los deportes, se ha casado por iglesia hace algunos años, tiene muchos hijos, es vegetariano, trabaja en una empresa privada, no tiene Facebook, lee libros de autoayuda, no terminó la escuela secundaria, y jamás en la vida hubiese hecho Exonario.
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