(Sustantivo. Del latín con = junto, completo; pro = continuidad y ludus = juego)
Juego que contiene entre sus reglas la posibilidad de continuar jugándolo una vez terminado.
Aunque la definición parece complicada, en realidad es bastante fácil distinguir a un juego comproludio de aquel que no lo es.
Las calesitas son comproludios: dentro del propio juego, es posible sacar la sortija, lo que permite continuar jugando. En cambio, el pool no es comproludio porque ninguna regla interna del juego permite seguir jugándolo una vez terminada la partida; ni tampoco hay reglas que permitan ganar bolas para que el juego se extienda. En todo caso se puede jugar un nuevo partido de pool, pero este nuevo partido no está conectado con el anterior. Muchos videojuegos son comproludios, en tanto pueden obtenerse "vidas" o incluso créditos para continuarlo (en el caso de videojuegos, para que sean comproludios, es necesario que su trama permita jugar indefinidamente. Se trata de juegos que pueden "darse vuelta", esto es: una vez que se llega al final de la trama, esta recomienza una y otra vez hasta que ya no queden vidas) El tatetí, el royal ludo, las damas y el ajedrez no son comproludios, pues dentro de las partidas de estos juegos no hay reglas que permitan "ganar" partidas extras o "vidas".
En los comproludios, existe la posibilidad de jugar indefinidamente con una sola ficha o boleto inicial. Es posible, en principio, pagar una vez el ticket de la calesita y luego sacar la sortija por toda la eternidad -o, al menos, hasta que el calesitero decidiera cerrar. Podría pensarse, no obstante, en una calesita que jamás cierra sus puertas por culpa de un cliente endemoniado que saca continuamente la sortija (A su vez, para ello, es necesario pensar en un calesitero endemoniado que no detiene jamás la calesita, ni de noche, ni con lluvia, ni con el paso de las décadas)
El comproludio contiene el estímulo y la ilusión del juego eterno y recursivo. Nos promete que si entramos en sus reglas, podremos estar sometidos a ellas por siempre, como si gracias a ellas tuviésemos la chance de escapar del destino de vejez, enfermedad y muerte que nos espera a todos. La sortija es un objeto creador de futuro: nadie muere en las vísperas, ni con la sortija recién ganada en mano.
Exonario
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
martes, 25 de febrero de 2014
viernes, 14 de febrero de 2014
Incicuestión
(Sustantivo. Del latín inscita = inocente [también, quizás de insidiosa = insidiosa] y quaestio = interrogación, asunto. Variantes: inscicuestión, inscicuestia, incicuestia)
Pregunta ingenua bien formulada que sin embargo no puede responderse de manera satisfactoria.
Cuando se expone un conocimiento o una ciencia ante un público, es muy común que surjan preguntas difíciles e inabordables de parte de ese público. Esto no ocurre porque el alumnado sepa más que el expositor, sino porque existe un sinnúmero de cuestiones básicas que quienes son expertos ni siquiera se han planteado.
En una clase sobre biología, el profesor dice que los renos pelean si saben que los cuernos de su oponente no son más grandes que los propios. Un alumno pregunta, ingenuamente, cómo sabe un reno de qué tamaño son sus propios cuernos. El profesor enmudece: nunca se ha preguntado esto, y en rigor no sabría cómo responder. A su vez, en una exposición sobre física básica, un asistente podría preguntar por qué caen los cuerpos. Se le explicará, con cierto detalle, las leyes de la gravedad y la historia de la física desde Galileo hasta Newton. Pero el alumno podría insistir, cuestionándose por qué los cuerpos siguen esas leyes y no otras. Un profesor de matemática podrá explicar con solvencia el teorema de pitágoras, pero quizás no pueda responder a la más inocente requisitoria: ¿Qué es un número?
Muchos docentes temen a las incicuestiones y utilizan la deplorable estrategia de atacar a quienes las formulan: "No estamos hablando de eso"; "Con esas preguntas no llegamos muy lejos"; "Si nos detenemos en planteos de este tipo nunca vamos a terminar con el programa" o el más agresivo "Hay que estar muy al pedo para preguntar eso". En algunos ámbitos educativos, la incicuestión irrita y enoja. A veces (raramente), el docente acepta su desconocimiento. Eso sí, si el docente es religioso tendrá un respuesta comodín para todo: Dios lo quiso así.
Pregunta ingenua bien formulada que sin embargo no puede responderse de manera satisfactoria.
Cuando se expone un conocimiento o una ciencia ante un público, es muy común que surjan preguntas difíciles e inabordables de parte de ese público. Esto no ocurre porque el alumnado sepa más que el expositor, sino porque existe un sinnúmero de cuestiones básicas que quienes son expertos ni siquiera se han planteado.
En una clase sobre biología, el profesor dice que los renos pelean si saben que los cuernos de su oponente no son más grandes que los propios. Un alumno pregunta, ingenuamente, cómo sabe un reno de qué tamaño son sus propios cuernos. El profesor enmudece: nunca se ha preguntado esto, y en rigor no sabría cómo responder. A su vez, en una exposición sobre física básica, un asistente podría preguntar por qué caen los cuerpos. Se le explicará, con cierto detalle, las leyes de la gravedad y la historia de la física desde Galileo hasta Newton. Pero el alumno podría insistir, cuestionándose por qué los cuerpos siguen esas leyes y no otras. Un profesor de matemática podrá explicar con solvencia el teorema de pitágoras, pero quizás no pueda responder a la más inocente requisitoria: ¿Qué es un número?
Muchos docentes temen a las incicuestiones y utilizan la deplorable estrategia de atacar a quienes las formulan: "No estamos hablando de eso"; "Con esas preguntas no llegamos muy lejos"; "Si nos detenemos en planteos de este tipo nunca vamos a terminar con el programa" o el más agresivo "Hay que estar muy al pedo para preguntar eso". En algunos ámbitos educativos, la incicuestión irrita y enoja. A veces (raramente), el docente acepta su desconocimiento. Eso sí, si el docente es religioso tendrá un respuesta comodín para todo: Dios lo quiso así.
jueves, 6 de febrero de 2014
Dalequeísmo
(Sustantivo. De la expresión "dale que")
Hábito de inventar situaciones y roles mediante el uso de la expresión "dale que"
Los niños en sus juegos utilizan el dalequeísmo como una llave para recrear mundos posibles e incluso imposibles. "¿Dale que teníamos un hermanito, y que el hermanito era de aire¨?", propone una niña. "Sí, ¿y dale que nosotros éramos los ponies de Ponyville?". "Sí, ¿Y dale que mi habitación es Ponyville?". El dale-que es una herramienta creadora; instaura aquello que propone como si fuera un imperativo. No dice "Es posible que estemos en Ponyville". No dice "Hay un mundo posible y en ese mundo posible somos ponies": el verdadero dalequeísmo convierte a esta realidad presente en otra mediante una función (fusión) lingüística.
Algo importante en el dalequeísmo es el diálogo y el consenso. El dalequeísmo no puede darse en soledad: debe haber alguien a quien preguntarle. A cada pregunta de dale-que, debe suceder una respuesta afirmativa o correctiva: "Dale, pero estamos en Ponyville de noche, y hay un arco iris". Pero sin la respuesta, el dalequeísmo se queda trunco, sin materialización completa. La intersubjetividad parece una condición necesaria para que el lenguaje traiga otros mundos a esta casa.
Hábito de inventar situaciones y roles mediante el uso de la expresión "dale que"
Los niños en sus juegos utilizan el dalequeísmo como una llave para recrear mundos posibles e incluso imposibles. "¿Dale que teníamos un hermanito, y que el hermanito era de aire¨?", propone una niña. "Sí, ¿y dale que nosotros éramos los ponies de Ponyville?". "Sí, ¿Y dale que mi habitación es Ponyville?". El dale-que es una herramienta creadora; instaura aquello que propone como si fuera un imperativo. No dice "Es posible que estemos en Ponyville". No dice "Hay un mundo posible y en ese mundo posible somos ponies": el verdadero dalequeísmo convierte a esta realidad presente en otra mediante una función (fusión) lingüística.
Algo importante en el dalequeísmo es el diálogo y el consenso. El dalequeísmo no puede darse en soledad: debe haber alguien a quien preguntarle. A cada pregunta de dale-que, debe suceder una respuesta afirmativa o correctiva: "Dale, pero estamos en Ponyville de noche, y hay un arco iris". Pero sin la respuesta, el dalequeísmo se queda trunco, sin materialización completa. La intersubjetividad parece una condición necesaria para que el lenguaje traiga otros mundos a esta casa.
martes, 28 de enero de 2014
Estisolercia
(Sustantivo. Del latín stylus = punzón y sollertia = astucia para los negocios)
Habilidad excesivamente puntual y virtualmente inútil.
Si usted es un experto en esquivar las balas enemigas en un juevo de naves del año 1989, pero no puede esquivar balas en ningún otro juego (y ni siquiera sabe jugar a otros juegos); si conoce a la perfección la tabla del 147, pero no encuentra en qué caso aplicarla y desconoce casi todas las otras tablas; si se ha vuelto un erudito de la página 215 del manuscrito original de la Crítica de la Razón Pura de Immanuel Kant, pero no sabe casi una palabra del resto; si puede recitar de memoria dos páginas de nombres y teléfonos de una vieja guía telefónica: en todos estos casos, usted sufre de estisolercia. Ha cultivado, con insistencia y una considerable inversión de tiempo, una destreza que (cree usted) asombraría a quienes lo rodean, si se presentara la lejana oportunidad de demostrarla, si no le exigieran aplicar esa pericia en algún ámbito ligeramente diferente y si alguna vez le pudiera interesar a alguien. No caben dudas de que usted es una especie de genio mínimo; un Einstein de lo puntual e intrascendente, pero -a diferencia de los verdaderos genios- su maestría no será nunca reconocida. Por fortuna.
La estisolercia tiene puntos de contacto con la esconognosia.
Habilidad excesivamente puntual y virtualmente inútil.
Si usted es un experto en esquivar las balas enemigas en un juevo de naves del año 1989, pero no puede esquivar balas en ningún otro juego (y ni siquiera sabe jugar a otros juegos); si conoce a la perfección la tabla del 147, pero no encuentra en qué caso aplicarla y desconoce casi todas las otras tablas; si se ha vuelto un erudito de la página 215 del manuscrito original de la Crítica de la Razón Pura de Immanuel Kant, pero no sabe casi una palabra del resto; si puede recitar de memoria dos páginas de nombres y teléfonos de una vieja guía telefónica: en todos estos casos, usted sufre de estisolercia. Ha cultivado, con insistencia y una considerable inversión de tiempo, una destreza que (cree usted) asombraría a quienes lo rodean, si se presentara la lejana oportunidad de demostrarla, si no le exigieran aplicar esa pericia en algún ámbito ligeramente diferente y si alguna vez le pudiera interesar a alguien. No caben dudas de que usted es una especie de genio mínimo; un Einstein de lo puntual e intrascendente, pero -a diferencia de los verdaderos genios- su maestría no será nunca reconocida. Por fortuna.
La estisolercia tiene puntos de contacto con la esconognosia.
viernes, 24 de enero de 2014
Posparativo
(Sustantivo. Del latín post = posterior y paro = disponer)
Si un preparativo es la disposición de algo para una finalidad posterior, el posparativo es la disposición de algo una vez que se ha logrado esa finalidad.
Ciertas herramientas y utensilios requieren de preparativos y de posparativos. Una vez finalizada la pintura, es necesario lavar cuidadosamente los pinceles y la pistola de gravedad, purgar el compresor, levantar los papeles del piso, limpiar las manchas de pintura del piso, las paredes y las manos; lavar la ropa y ordenar un sinfín de herramientas.
Muchas veces la finalidad buscada es deseable y placentera: el momento en el que efectivamente se está pintando la pared es relajante, pero requiere de preparativos y posparativos tan trabajosos que lo convierten en un yugo intolerable. Es más, quizás la procrastinación es producto no tanto del trabajo en sí, sino de los preparativos y los posparativos.
Si un preparativo es la disposición de algo para una finalidad posterior, el posparativo es la disposición de algo una vez que se ha logrado esa finalidad.
Ciertas herramientas y utensilios requieren de preparativos y de posparativos. Una vez finalizada la pintura, es necesario lavar cuidadosamente los pinceles y la pistola de gravedad, purgar el compresor, levantar los papeles del piso, limpiar las manchas de pintura del piso, las paredes y las manos; lavar la ropa y ordenar un sinfín de herramientas.
Muchas veces la finalidad buscada es deseable y placentera: el momento en el que efectivamente se está pintando la pared es relajante, pero requiere de preparativos y posparativos tan trabajosos que lo convierten en un yugo intolerable. Es más, quizás la procrastinación es producto no tanto del trabajo en sí, sino de los preparativos y los posparativos.
martes, 14 de enero de 2014
Nueseso
(Sustantivo. De la expresión "no es eso")
Sensación de apetito o deseo que no puede satisfacerse con ninguna instancia que se presente.
El nueseso también puede llamarse "síndrome de la heladera llena". Se presenta como una ligera, continua e irritante necesidad de comer "algo rico". Pero por más manjares que uno posea en la heladera o en la alacena, se tiene la sensación de que no es ninguno de ellos. A veces compramos algo exquisito para prevenirlo (queso brie, aceitunas rellenas con anchoa, masas finas, torta helada, scones con nuez, ananá en almíbar con crema y charlotte, panqueques con manzana y dulce de leche, camarones), con la esperanza de que un repentino atracón nos cure. Pero no importa qué tan pertrechados estemos: a esa hora maldita rebuscaremos entre los estantes y pasaremos de largo ante las tentaciones preventivas: ¡No es eso! ¡Es otra cosa que no sé que es y que justamente no tengo!
Hay una variante metafísica del nueseso que es en rigor más apropiada a la definición. Una mujer busca enamorarse. Cuando se enamora, descubre que enamorarse no es eso; que ella esperaba otra cosa diferente. ¿Amar a un hijo? No, a este hijo que tengo no lo amo. ¡Eso no puede ser amor! ¡No es esto tener hijos! ¡Ser adulto no puede ser esto!
El nueseso metafísico es la sensación de que nada de lo que vivimos es lo que dice ser. Es, en el fondo, la seguridad de que la vida, la verdadera vida, no es esta.
Sensación de apetito o deseo que no puede satisfacerse con ninguna instancia que se presente.
El nueseso también puede llamarse "síndrome de la heladera llena". Se presenta como una ligera, continua e irritante necesidad de comer "algo rico". Pero por más manjares que uno posea en la heladera o en la alacena, se tiene la sensación de que no es ninguno de ellos. A veces compramos algo exquisito para prevenirlo (queso brie, aceitunas rellenas con anchoa, masas finas, torta helada, scones con nuez, ananá en almíbar con crema y charlotte, panqueques con manzana y dulce de leche, camarones), con la esperanza de que un repentino atracón nos cure. Pero no importa qué tan pertrechados estemos: a esa hora maldita rebuscaremos entre los estantes y pasaremos de largo ante las tentaciones preventivas: ¡No es eso! ¡Es otra cosa que no sé que es y que justamente no tengo!
Hay una variante metafísica del nueseso que es en rigor más apropiada a la definición. Una mujer busca enamorarse. Cuando se enamora, descubre que enamorarse no es eso; que ella esperaba otra cosa diferente. ¿Amar a un hijo? No, a este hijo que tengo no lo amo. ¡Eso no puede ser amor! ¡No es esto tener hijos! ¡Ser adulto no puede ser esto!
El nueseso metafísico es la sensación de que nada de lo que vivimos es lo que dice ser. Es, en el fondo, la seguridad de que la vida, la verdadera vida, no es esta.
miércoles, 8 de enero de 2014
Exocarcinoma
(Sustantivo. Del griego exo = por fuera; carkínos = cangrejo y -oma = tumor)
Cáncer que se desarrolla fuera del cuerpo, en un objeto inanimado.
Aunque los tumores malignos están asociados a las células vivientes, podrían existir casos en los que a un almohadón, a una taza o a una camisa les crecieran bultos de un material duro, fibroso y ligeramente húmedo que o bien se va secando con el paso de los días, o bien aumenta de tamaño hasta deformar e inutilizar el objeto sobre el que actúa. Estos tumores externos aparecerían sobre los objetos que ciertas personas utilizan a diario: utensilios domésticos y ropa. Algunos dirían que los exocarcinomas son proyecciones tumorales que realiza la persona que usa esos objetos, como si un cáncer que debiera tener uno mismo, lo pudiera arrojar afuera y convertirlo en algo relativamente inofensivo. Otros dirán que el exocarcinoma es, en realidad, una prueba de que todas las cosas están misteriosamente vivas.
Se podría crear una técnica para hacer crecer a los exocarcinomas de una manera ordenada y útil. Por ejemplo, si a su pantalón le sale un tumor, usted podría conservarlo, dejarlo crecer, cortarlo adecuadamente, secarlo en el momento justo y de ese modo, con el material duro y fibroso, hacer esculturas o herramientas. Quizás sirva, incluso, para emprendimientos culinarios: un exocarcinoma cultivado, disecado y rehidratado podría ser el ingrediente selecto de una cocina gourmet.
Cáncer que se desarrolla fuera del cuerpo, en un objeto inanimado.
Aunque los tumores malignos están asociados a las células vivientes, podrían existir casos en los que a un almohadón, a una taza o a una camisa les crecieran bultos de un material duro, fibroso y ligeramente húmedo que o bien se va secando con el paso de los días, o bien aumenta de tamaño hasta deformar e inutilizar el objeto sobre el que actúa. Estos tumores externos aparecerían sobre los objetos que ciertas personas utilizan a diario: utensilios domésticos y ropa. Algunos dirían que los exocarcinomas son proyecciones tumorales que realiza la persona que usa esos objetos, como si un cáncer que debiera tener uno mismo, lo pudiera arrojar afuera y convertirlo en algo relativamente inofensivo. Otros dirán que el exocarcinoma es, en realidad, una prueba de que todas las cosas están misteriosamente vivas.
Se podría crear una técnica para hacer crecer a los exocarcinomas de una manera ordenada y útil. Por ejemplo, si a su pantalón le sale un tumor, usted podría conservarlo, dejarlo crecer, cortarlo adecuadamente, secarlo en el momento justo y de ese modo, con el material duro y fibroso, hacer esculturas o herramientas. Quizás sirva, incluso, para emprendimientos culinarios: un exocarcinoma cultivado, disecado y rehidratado podría ser el ingrediente selecto de una cocina gourmet.
lunes, 30 de diciembre de 2013
Zapatrapo
(Sustantivo. De zapa y trapo, despectivo de travesti)
1. Dícese del hombre que confunde a un travesti con una mujer.
Muchos travestis tienen rasgos prominentemente masculinos. O, aun cuando los suavizan, sus rasgos feminoides resultan subrayados de manera escandalosa. En la mayoría de los casos, esa apariencia masculina no pasa inadvertida. Pero algunos hombres heterosexuals, sin embargo, nunca logran distinguir a un travesti de una mujer. A veces dicen las palabras equivocadas: "Qué hermosa que es Yazmira", o "Tu amiga siempre con calzas fucsia ajustadas", delatando que no se han dado cuenta de la condición de travestis y, de paso, dando a entender que les resulta atractiva. En verdad, uno puede sentirse atraído por alguien sin necesidad de saber su sexo. Pero el zapatrapo, en particular, es una persona machista que jamás consentiría en enamorarse de (o siquiera sentir atracción por) un travesti. Eso lo pone más en ridículo: confiesa sentirse atraído por quien él cree que es una mujer, pero si supiera que se trata de un travesti jamás haría tal confesión.
2. Dícese del hombre que considera que todo el mundo ha tenido relaciones con travestis.
El zapatrapo se jacta de haber tenido relaciones con travestis. Aunque a él le disgusta aceptar que se siente atraído por una persona con órganos genitales masculinos, en realidad se justifica diciendo que "cualquiera ha tenido, alguna vez, sexo con travas", como si esa atracción fuese parte de la naturaleza de un macho. A diferencia del zapatrapo de la primer acepción, en este caso es totalmente consciente de que le atraen travestis. Pero cree que es socialmente aceptable que un macho sucumba a sus atractivos.
1. Dícese del hombre que confunde a un travesti con una mujer.
Muchos travestis tienen rasgos prominentemente masculinos. O, aun cuando los suavizan, sus rasgos feminoides resultan subrayados de manera escandalosa. En la mayoría de los casos, esa apariencia masculina no pasa inadvertida. Pero algunos hombres heterosexuals, sin embargo, nunca logran distinguir a un travesti de una mujer. A veces dicen las palabras equivocadas: "Qué hermosa que es Yazmira", o "Tu amiga siempre con calzas fucsia ajustadas", delatando que no se han dado cuenta de la condición de travestis y, de paso, dando a entender que les resulta atractiva. En verdad, uno puede sentirse atraído por alguien sin necesidad de saber su sexo. Pero el zapatrapo, en particular, es una persona machista que jamás consentiría en enamorarse de (o siquiera sentir atracción por) un travesti. Eso lo pone más en ridículo: confiesa sentirse atraído por quien él cree que es una mujer, pero si supiera que se trata de un travesti jamás haría tal confesión.
2. Dícese del hombre que considera que todo el mundo ha tenido relaciones con travestis.
El zapatrapo se jacta de haber tenido relaciones con travestis. Aunque a él le disgusta aceptar que se siente atraído por una persona con órganos genitales masculinos, en realidad se justifica diciendo que "cualquiera ha tenido, alguna vez, sexo con travas", como si esa atracción fuese parte de la naturaleza de un macho. A diferencia del zapatrapo de la primer acepción, en este caso es totalmente consciente de que le atraen travestis. Pero cree que es socialmente aceptable que un macho sucumba a sus atractivos.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Acrenóptero
(Adjetivo. Del griego akrós = alto; oinós = vino y -ópter = que mira)
Dícese de quien en los supermercados observa las góndolas de vino caro.
Las vinerías y autoservicios exhiben los vinos de forma jerárquica: los más baratos en la parte de abajo de la góndola; los de gama media en el medio y los de alta gama en la parte superior. Cuando nos acercamos a la góndola de bebidas, entonces, tenemos la oportunidad de mostrar en qué nivel económico estamos o qué tan alcohólicos somos. Si andamos con la cabeza agachada, mirando la parte inferior de la góndola etílica, buscando vinos sin varietal, en caja o de marcas populares, entonces algo anda muy mal en nuestra vida y más vale que no nos vean en esa deplorable situación: somos unos pobres borrachos sin remedio, desesperados por tomar cualquier aguarrás tinto con tal de que sea barato y parezca vino. Si alguien nos ve en ese trance, solemos esgrimir con vergüenza: "Estoy comprando Santa Ana porque voy a hacer un pollo al disco. ¡Esto yo no lo tomo ni loco!", para que no nos confundan con un beodo indigente y sucio cualquiera. Por lo general, quienes frecuentan la parte inferior de la góndola son ancianos mal vestidos y con una barba de tres o cuatro días.
En cambio, cuando queremos parecer entendidos, levantamos la vista con orgullo y observamos los finísimos malbec y syrah; escudriñamos detenidamente las etiquetas como si supiéramos la diferencia entre un cabernet y un bonarda, fingimos que nos interesa la cata y adoptamos un lenguaje que incluye las palabras "taninos" y "bouquet" (aunque no tengamos la menor idea de lo que significan): nos hemos convertido en acrenópteros.
El acrenóptero acaricia con orgullo las botellas. Las saca de su exhibidor, las toma, las palpa, lee con intensidad lo que dicen, pero luego, inevitablemente, las devuelve a su lugar. Es que son muy caras para un asalariado recién devenido en clase media que tiene la tarjeta a punto de reventar. Por lo general, un acrenóptero se encuentra con otros y entre ambos se ponen a conversar y a recomendarse vinos que nunca han tomado: "El Catena Zapata es el mejor de todos. Claro, cuesta mil trescientos pesos. No, yo nunca tomé, pero el jefe de un amigo mío una vez lo probó y dijo que era riquísimo". "Vea, si está dudando, cómprese un Rutini. Tiene un bouquet que recuerda al aroma de las rosas silvestres de la campiña del Lacio. No, nunca estuve en el Lacio y no sé dónde demonios queda, pero a mí me recuerda eso. Bah, me lo recordaría si alguna vez lo hubiera tomado"; "Ah, lo que debe ser este Vento 2004 con un quesito Brie. A propósito, ¿qué es el queso Brie?". Desde luego, después de esa charla de gourmand, bajan la vista hacia la mitad de la góndola y terminan eligiendo (y recomendándose) el vino más barato y más rico de gama media o, como ellos gustan decir, "la mejor relación precio - calidad que podés comprar con treinta y cinco pesos".
El acrenóptero descripto más arriba no es el único. También está el que efectivamente tiene dinero y elige vinos caros. Pero en todos los casos, los acrenópteros son hombres (y no mujeres) de mediana edad (y no jóvenes) que comparten el placer por hablar sobre vinos y por demostrar a otros la experiencia enológica y la exquisitez de su paladar.
Dícese de quien en los supermercados observa las góndolas de vino caro.
Las vinerías y autoservicios exhiben los vinos de forma jerárquica: los más baratos en la parte de abajo de la góndola; los de gama media en el medio y los de alta gama en la parte superior. Cuando nos acercamos a la góndola de bebidas, entonces, tenemos la oportunidad de mostrar en qué nivel económico estamos o qué tan alcohólicos somos. Si andamos con la cabeza agachada, mirando la parte inferior de la góndola etílica, buscando vinos sin varietal, en caja o de marcas populares, entonces algo anda muy mal en nuestra vida y más vale que no nos vean en esa deplorable situación: somos unos pobres borrachos sin remedio, desesperados por tomar cualquier aguarrás tinto con tal de que sea barato y parezca vino. Si alguien nos ve en ese trance, solemos esgrimir con vergüenza: "Estoy comprando Santa Ana porque voy a hacer un pollo al disco. ¡Esto yo no lo tomo ni loco!", para que no nos confundan con un beodo indigente y sucio cualquiera. Por lo general, quienes frecuentan la parte inferior de la góndola son ancianos mal vestidos y con una barba de tres o cuatro días.
En cambio, cuando queremos parecer entendidos, levantamos la vista con orgullo y observamos los finísimos malbec y syrah; escudriñamos detenidamente las etiquetas como si supiéramos la diferencia entre un cabernet y un bonarda, fingimos que nos interesa la cata y adoptamos un lenguaje que incluye las palabras "taninos" y "bouquet" (aunque no tengamos la menor idea de lo que significan): nos hemos convertido en acrenópteros.
El acrenóptero acaricia con orgullo las botellas. Las saca de su exhibidor, las toma, las palpa, lee con intensidad lo que dicen, pero luego, inevitablemente, las devuelve a su lugar. Es que son muy caras para un asalariado recién devenido en clase media que tiene la tarjeta a punto de reventar. Por lo general, un acrenóptero se encuentra con otros y entre ambos se ponen a conversar y a recomendarse vinos que nunca han tomado: "El Catena Zapata es el mejor de todos. Claro, cuesta mil trescientos pesos. No, yo nunca tomé, pero el jefe de un amigo mío una vez lo probó y dijo que era riquísimo". "Vea, si está dudando, cómprese un Rutini. Tiene un bouquet que recuerda al aroma de las rosas silvestres de la campiña del Lacio. No, nunca estuve en el Lacio y no sé dónde demonios queda, pero a mí me recuerda eso. Bah, me lo recordaría si alguna vez lo hubiera tomado"; "Ah, lo que debe ser este Vento 2004 con un quesito Brie. A propósito, ¿qué es el queso Brie?". Desde luego, después de esa charla de gourmand, bajan la vista hacia la mitad de la góndola y terminan eligiendo (y recomendándose) el vino más barato y más rico de gama media o, como ellos gustan decir, "la mejor relación precio - calidad que podés comprar con treinta y cinco pesos".
El acrenóptero descripto más arriba no es el único. También está el que efectivamente tiene dinero y elige vinos caros. Pero en todos los casos, los acrenópteros son hombres (y no mujeres) de mediana edad (y no jóvenes) que comparten el placer por hablar sobre vinos y por demostrar a otros la experiencia enológica y la exquisitez de su paladar.
lunes, 2 de diciembre de 2013
Hipernatividad
(Sustantivo. De hiper y natividad)
Precocidad y exceso de iconografía navideña.
Muchos hogares y comercios ya a principios de noviembre padecen un repentino estallido de luces navideñas, guirnaldas, árboles, papanoeles y musiquitas estridentes. Sobreabundan el plástico y el brillo. Cualquier espacio vacío es rellenado con algodones, borlas, pesebres, piñas con gibré y luces intermitentes. En muchos casos se observa un marcado contraste entre la austeridad habitual en la decoración y el profuso, abigarrado y chillón ornamento de fin de año. A contramano de cualquier criterio estético (y quizás religioso), cada rincón y situación es convertido en motivo navideño. Se entregarán servilletas con dibujos de trineos. Las bolsitas dirán "felices fiestas". Los empleados llevarán un gorro rojo y blanco. Los vidrios y las paredes serán decorados con una guarda de papá noel y renos. En cada vértice o rincón habrá un árbol navideño o un pesebre. Las lámparas se cubrirán con cartulina verde en forma de estrellas, papel crepe rojo o guirnaldas. Del cielo raso deben colgar borlas gigantes o campanas. Aun a riesgo de un falso contacto o de electrocución, las luces de colores deben formar complicados dibujos o trazar todos los contornos y circuitos posibles.
La hipernatividad suele extenderse hasta fines de enero. Después de esa fecha, por pereza, algunos adornos no serán quitados: en muchos casos vemos en pleno junio guirnaldas y luces apagadas y polvorientas, un poco ocultas entre los productos para el día del padre y las ofertas de vacaciones de invierno. Estarán allí, todo el año al acecho, a la espera del caluroso noviembre cuando les toque atacar con estridencia y mal gusto.
Muchas veces la hipernatividad provoca un sentimiento de alegría y bienestar, a pesar del exceso. La experiencia estética no es negativa: está cargada de afectos y nos recuerda a los momentos buenos de la infancia, cuando todo lo brillante era mágico y cuando Papá Noel existía de verdad.
Precocidad y exceso de iconografía navideña.
Muchos hogares y comercios ya a principios de noviembre padecen un repentino estallido de luces navideñas, guirnaldas, árboles, papanoeles y musiquitas estridentes. Sobreabundan el plástico y el brillo. Cualquier espacio vacío es rellenado con algodones, borlas, pesebres, piñas con gibré y luces intermitentes. En muchos casos se observa un marcado contraste entre la austeridad habitual en la decoración y el profuso, abigarrado y chillón ornamento de fin de año. A contramano de cualquier criterio estético (y quizás religioso), cada rincón y situación es convertido en motivo navideño. Se entregarán servilletas con dibujos de trineos. Las bolsitas dirán "felices fiestas". Los empleados llevarán un gorro rojo y blanco. Los vidrios y las paredes serán decorados con una guarda de papá noel y renos. En cada vértice o rincón habrá un árbol navideño o un pesebre. Las lámparas se cubrirán con cartulina verde en forma de estrellas, papel crepe rojo o guirnaldas. Del cielo raso deben colgar borlas gigantes o campanas. Aun a riesgo de un falso contacto o de electrocución, las luces de colores deben formar complicados dibujos o trazar todos los contornos y circuitos posibles.
La hipernatividad suele extenderse hasta fines de enero. Después de esa fecha, por pereza, algunos adornos no serán quitados: en muchos casos vemos en pleno junio guirnaldas y luces apagadas y polvorientas, un poco ocultas entre los productos para el día del padre y las ofertas de vacaciones de invierno. Estarán allí, todo el año al acecho, a la espera del caluroso noviembre cuando les toque atacar con estridencia y mal gusto.
Muchas veces la hipernatividad provoca un sentimiento de alegría y bienestar, a pesar del exceso. La experiencia estética no es negativa: está cargada de afectos y nos recuerda a los momentos buenos de la infancia, cuando todo lo brillante era mágico y cuando Papá Noel existía de verdad.
martes, 26 de noviembre de 2013
Pamirodiama
(Sustantivo. Del griego pás = todo y myrodiá = aroma)
Si un panorama es una visión completa, conjunta, de una totalidad, un pamirodiama es un olor en el que pueden reconocerse vastos conjuntos de elementos, o bien un olor que indica algo grande, espacioso y múltiple: el indefinible olor del mar o del césped recién cortado son pamirodiamas. En cambio, el hedor de una fruta podrida o la empalago afragantado de un perfume barato son aromas a secas.
Se puede mantener cierta analogía entre el pamirodiama y el panorama, pero hay un punto en el que no son semejantes: el panorama suele revelar un conjunto de hechos presentes. El pamirodiama, en cambio, nos muestra olores de otros tiempos y de otros lugares. El "olor a la casa de mi infancia" es un pamirodiama, lo mismo que "el olor a Nápoles". A veces reconocemos esos aromas complejos en lugares y tiempos muy distantes a los originales.
Si un panorama es una visión completa, conjunta, de una totalidad, un pamirodiama es un olor en el que pueden reconocerse vastos conjuntos de elementos, o bien un olor que indica algo grande, espacioso y múltiple: el indefinible olor del mar o del césped recién cortado son pamirodiamas. En cambio, el hedor de una fruta podrida o la empalago afragantado de un perfume barato son aromas a secas.
Se puede mantener cierta analogía entre el pamirodiama y el panorama, pero hay un punto en el que no son semejantes: el panorama suele revelar un conjunto de hechos presentes. El pamirodiama, en cambio, nos muestra olores de otros tiempos y de otros lugares. El "olor a la casa de mi infancia" es un pamirodiama, lo mismo que "el olor a Nápoles". A veces reconocemos esos aromas complejos en lugares y tiempos muy distantes a los originales.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Siete años
Hoy, veinte de noviembre, el blog EXONARIO cumple siete años.
Un libro publicado por Editorial Sudamericana; incontables notas en diarios, revistas, radio y televisión. Una participación en el megaevento TedX. Colaboraciones de personas de España, Colombia, Venezuela, Uruguay, Chile, República Dominicana y hasta de Brasil. Mil quinientas palabras publicadas. Sé que usan el libro para clases de lengua y literatura, tanto en ámbitos escolares como universitarios.
Ya no tiene el ritmo de antaño: la idea era publicar una nueva palabra por día. Se mantuvo en esa tesitura durante casi cinco años. Desde hace dos me han ganado el cansancio, el aburrimiento y la falta de ideas. Ahora sobrevive a razón de una o dos palabras por semana. Algunas semanas no he publicado nada.
Sospecho que seguirá así, en este letargo, por mucho tiempo. Cada tanto revivirá, pero ya no me impondré mantener un ritmo sostenido.
Muchas gracias a todos. Hoy voy a brindar siete veces.
martes, 19 de noviembre de 2013
Idiodosis
(Sustantivo. Del griego ídios = propio, aislado y dósis = acción de dar. Adjetivo: idiodósico)
Decisión personal y parcialmente arbitraria acerca de cuál medicamento se debe tomar, en qué momento y en qué dosis.
El médico dice que ya no hace falta tomar ibuprofeno, pero nosotros juzgamos que estaría bien un comprimido por la mañana y otro por la tarde. Nos habían recetado una amoxicilina de quinientos miligramos, pero el idiodósico cree que una de setecientos cincuenta es mejor y más efectiva. ¿Hepatalgina después del almuerzo? No, mejor treinta gotas antes y treinta gotas después. O quizás cuarenta, o cincuenta. ¿Tres pastillas por día para controlar la hipertensión arterial? No, no hace falta tanto. Con una día por medio está bien. ¿Aspirinas? No, mejor paracetamol. Quien padece de idiodosis sospecha (a veces con fundamento) que los médicos yerran sistemáticamente en sus prescripciones: si le dijo al traumatólogo que la rodilla le duele a la mañana, ¿por qué le hace tomar un calmante durante la noche? Sin duda es mejor tomar uno a la noche y otro a la mañana. El idiodósico está convencido de que los especialistas son burócratas poco informados acerca de los verdaderos sufrimientos de sus pacientes. Cree que toda receta padece de una inadecuación fundamental, y que las cantidades recetadas son solo sugerencias o recomendaciones versátiles y sujetas a opinión. Desde luego, a veces los médicos se comportan como burócratas expeditivos y a veces se equivocan de forma grosera. En esos casos parece más sano inventarse una prescripción que seguir al pie de la letra las proporciones señaladas. A veces, claro, la impericia médica combinada con una imprudente idiodosis desembocan en un mal mucho mayor.
Decisión personal y parcialmente arbitraria acerca de cuál medicamento se debe tomar, en qué momento y en qué dosis.
El médico dice que ya no hace falta tomar ibuprofeno, pero nosotros juzgamos que estaría bien un comprimido por la mañana y otro por la tarde. Nos habían recetado una amoxicilina de quinientos miligramos, pero el idiodósico cree que una de setecientos cincuenta es mejor y más efectiva. ¿Hepatalgina después del almuerzo? No, mejor treinta gotas antes y treinta gotas después. O quizás cuarenta, o cincuenta. ¿Tres pastillas por día para controlar la hipertensión arterial? No, no hace falta tanto. Con una día por medio está bien. ¿Aspirinas? No, mejor paracetamol. Quien padece de idiodosis sospecha (a veces con fundamento) que los médicos yerran sistemáticamente en sus prescripciones: si le dijo al traumatólogo que la rodilla le duele a la mañana, ¿por qué le hace tomar un calmante durante la noche? Sin duda es mejor tomar uno a la noche y otro a la mañana. El idiodósico está convencido de que los especialistas son burócratas poco informados acerca de los verdaderos sufrimientos de sus pacientes. Cree que toda receta padece de una inadecuación fundamental, y que las cantidades recetadas son solo sugerencias o recomendaciones versátiles y sujetas a opinión. Desde luego, a veces los médicos se comportan como burócratas expeditivos y a veces se equivocan de forma grosera. En esos casos parece más sano inventarse una prescripción que seguir al pie de la letra las proporciones señaladas. A veces, claro, la impericia médica combinada con una imprudente idiodosis desembocan en un mal mucho mayor.
martes, 5 de noviembre de 2013
Quirotáquico
(Sustantivo. Del griego xeirós = mano y taxús = veloz)
Dícese de quien acompaña todas sus palabras con veloces y complicados movimientos de manos.
La mayoría de las personas utilizan sus brazos, manos y dedos para reforzar o enfatizar sus dichos. El quirotáquico utiliza en exceso ese énfasis. Cada sílaba y cada letra pronunciadas reciben la escolta de sus palmas ondulantes. Lo-des-cuar-ti-zó, dice, machacando las sílabas mientras golpea cinco veces el canto de su mano derecha sobre la palma de la mano izquierda. Como si fuera el director de orquesta de sus enunciados, el quirotáquico necesita del movimiento de sus manos tanto como de sus cuerdas vocales: la agitación de sus brazos es la mímesis de sus palabras; ambas conforman un único acto enunciativo. El quirotáquico, en rigor, muchas veces privilegia el énfasis manual antes que los sonidos de su boca: "Pshhhh", dice, mientras traza una cruz y una voluta hacia arriba con sus manos, para decir "se murió". "Apffff", dice, golpeándose la cabeza con una palma y metiéndose dos dedos en la boca, para decir "Salió todo mal". "Cugh", regurgita, retorciendo las muñecas, moviendo los dedos como si fueran tentáculos de un pulpo, haciendo que golpeteen el dedo meñique y el anular de la mano derecha sobre el dedo mayor de la izquierda, golpeándose el puño de la mano izquierda con tres dedos de la mano derecha, levantando los brazos y el hombro hacia el cielo, cerrando a medias el puño de la mano izquierda e introduciendo el dedo índice en el agujero que quedó del puño a medias cerrado, para decir "No tengo nada que decir".
Dícese de quien acompaña todas sus palabras con veloces y complicados movimientos de manos.
La mayoría de las personas utilizan sus brazos, manos y dedos para reforzar o enfatizar sus dichos. El quirotáquico utiliza en exceso ese énfasis. Cada sílaba y cada letra pronunciadas reciben la escolta de sus palmas ondulantes. Lo-des-cuar-ti-zó, dice, machacando las sílabas mientras golpea cinco veces el canto de su mano derecha sobre la palma de la mano izquierda. Como si fuera el director de orquesta de sus enunciados, el quirotáquico necesita del movimiento de sus manos tanto como de sus cuerdas vocales: la agitación de sus brazos es la mímesis de sus palabras; ambas conforman un único acto enunciativo. El quirotáquico, en rigor, muchas veces privilegia el énfasis manual antes que los sonidos de su boca: "Pshhhh", dice, mientras traza una cruz y una voluta hacia arriba con sus manos, para decir "se murió". "Apffff", dice, golpeándose la cabeza con una palma y metiéndose dos dedos en la boca, para decir "Salió todo mal". "Cugh", regurgita, retorciendo las muñecas, moviendo los dedos como si fueran tentáculos de un pulpo, haciendo que golpeteen el dedo meñique y el anular de la mano derecha sobre el dedo mayor de la izquierda, golpeándose el puño de la mano izquierda con tres dedos de la mano derecha, levantando los brazos y el hombro hacia el cielo, cerrando a medias el puño de la mano izquierda e introduciendo el dedo índice en el agujero que quedó del puño a medias cerrado, para decir "No tengo nada que decir".
lunes, 4 de noviembre de 2013
Exóbalo
(Sustantivo. Del griego exó = hacia afuera y bállo = arrojar. Sustantivo: exobalia)
Dícese de quien tiene la costumbre de desarmar y desarticular violentamente algo que se está desarrollando.
La imagen más gráfica del exóbalo es el de un futbolista que patea la pelota afuera, muy muy lejos de la cancha. Su acción no permite que el juego se desarrolle; es más, interviene para que todo cese. Desde luego, es posible encontrar exóbalos en muchos otros rubros. Si usted está conversando con alguien ocasional durante una fiesta y solo trata de ser amable, tal vez pregunte: "¿Le gusta a usted más el vino tinto o el blanco?" El exóbalo interviene -es decir, no se rehúsa a responder-, pero su participación le quita todo el estímulo a la charla: "A mí me gusta más Dios". Su respuesta equivale a patear la pelota afuera, y ya no tiene sentido seguir dialogando.
No es que al exóbalo le interese poner su impronta en el ámbito en el que participe (fútbol, conversación o lo que fuera): mas bien parece tener una torpeza proverbial para compartir ciertos códigos. Rompe las reglas de tal modo que, después de su intervención, ya no hay juego posible.
A veces la exobalia es una estrategia retórica para desenfocar drásticamente el ángulo de la conversación: "¿Sabés cuánto me costó esta camisa?". "No sé. Pero parece que el que te la vendió se está culiando a tu esposa".
Dícese de quien tiene la costumbre de desarmar y desarticular violentamente algo que se está desarrollando.
La imagen más gráfica del exóbalo es el de un futbolista que patea la pelota afuera, muy muy lejos de la cancha. Su acción no permite que el juego se desarrolle; es más, interviene para que todo cese. Desde luego, es posible encontrar exóbalos en muchos otros rubros. Si usted está conversando con alguien ocasional durante una fiesta y solo trata de ser amable, tal vez pregunte: "¿Le gusta a usted más el vino tinto o el blanco?" El exóbalo interviene -es decir, no se rehúsa a responder-, pero su participación le quita todo el estímulo a la charla: "A mí me gusta más Dios". Su respuesta equivale a patear la pelota afuera, y ya no tiene sentido seguir dialogando.
No es que al exóbalo le interese poner su impronta en el ámbito en el que participe (fútbol, conversación o lo que fuera): mas bien parece tener una torpeza proverbial para compartir ciertos códigos. Rompe las reglas de tal modo que, después de su intervención, ya no hay juego posible.
A veces la exobalia es una estrategia retórica para desenfocar drásticamente el ángulo de la conversación: "¿Sabés cuánto me costó esta camisa?". "No sé. Pero parece que el que te la vendió se está culiando a tu esposa".
viernes, 1 de noviembre de 2013
Falleciucho
(Adjetivo. De fallecido y terminación -ucho)
Dícese de la persona que se ha recuperado parcial y defectuosamente de una enfermedad.
El falleciucho se encuentra debilitado, enflaquecido y su aspecto no es el de quien ya le ha ganado a su padecimiento, sino el de un moribundo. Los médicos y los análisis dicen que todo va bien, pero el rostro demacrado, la languidez de sus movimientos, la irreconocible voz de ultratumba y la palidez de su piel parecen decir lo contrario. El falleciucho malamente sobrelleva las consecuencias de su enfermedad y, a pesar del optimismo de los médicos, tenemos la firme intuición de que no va a durar mucho. Es que, además de su aspecto externo, el falleciucho ha cambido de personalidad. Ya no es el ejecutivo dinámico, el profesor locuaz o el padre que juega al fútbol con sus hijos: ahora es un espectro que no puede moverse con rapidez; casi no habla y no tiene fuerzas para perseguir una pelota. Su vida mental se reduce a obervaciones puntuales sobre hechos concretos: parece que no soñara, no razonara, no creyera o no deseara. Es como si hubiera perdido su alma; un zombie que se hizo zombie sin haber pasado por la instancia de la muerte.
Para volverse un falleciucho no hace falta que la enfermedad a medias superada haya sido importante. Un resfrío prolongado o una tos persistente pueden convertir al más lozano en un falleciucho. A veces, claro, el falleciucho termina falleciendo y por lo general, en estos casos, la causa es la morboncha.
Dícese de la persona que se ha recuperado parcial y defectuosamente de una enfermedad.
El falleciucho se encuentra debilitado, enflaquecido y su aspecto no es el de quien ya le ha ganado a su padecimiento, sino el de un moribundo. Los médicos y los análisis dicen que todo va bien, pero el rostro demacrado, la languidez de sus movimientos, la irreconocible voz de ultratumba y la palidez de su piel parecen decir lo contrario. El falleciucho malamente sobrelleva las consecuencias de su enfermedad y, a pesar del optimismo de los médicos, tenemos la firme intuición de que no va a durar mucho. Es que, además de su aspecto externo, el falleciucho ha cambido de personalidad. Ya no es el ejecutivo dinámico, el profesor locuaz o el padre que juega al fútbol con sus hijos: ahora es un espectro que no puede moverse con rapidez; casi no habla y no tiene fuerzas para perseguir una pelota. Su vida mental se reduce a obervaciones puntuales sobre hechos concretos: parece que no soñara, no razonara, no creyera o no deseara. Es como si hubiera perdido su alma; un zombie que se hizo zombie sin haber pasado por la instancia de la muerte.
Para volverse un falleciucho no hace falta que la enfermedad a medias superada haya sido importante. Un resfrío prolongado o una tos persistente pueden convertir al más lozano en un falleciucho. A veces, claro, el falleciucho termina falleciendo y por lo general, en estos casos, la causa es la morboncha.
martes, 22 de octubre de 2013
Penidalgia
(Sustantivo. Del griego paixnídi = juguete y algéo = dolor)
Acción de extrañar objetos que se tenían durante la infancia.
¿Adónde habrá ido a parar el auto Citroën de duravit que tuve a los ocho años? ¿Qué fue de ese tarro con más de mil bolitas de colores que acumulé con mi hermano? ¿Cuándo decidimos que los RASTI ya no podían seguir ocupando ese lugar en el fondo del placard y los regalamos o quizás los donamos? ¿Qué habrán hecho mis padres con la bicicletita verde importada de Brasil con la cual mi hermano aprendió a andar sin rueditas? Los juguetes más importantes de nuestra vida alguna vez desaparecieron, en esa nebulosa meseta que va desde la pubertad hasta la adolescencia, cuando el niño que jugaba puso a dormir su infancia para convertirse un poco más en lo que somos hoy. Nos aprovechamos del sueño de ese niño para arrebatarle sus juguetes y regalarlos, donarlos, perderlos u olvidarlos en un arenero. Y una noche cualquiera, a veces, nuestra infancia se hace un nudo en la garganta para reclamarnos por ellos. Cada tanto aparece la desolación del niño que fuimos, que se encuentra a sí mismo en un entorno extraño, huérfano y sin su muñeco pinocho.
La penidalgia puede llamarse, también, "síndrome de Citizen Kane".
Aunque etimológicamente se alude a los juguetes, en realidad se puede hacer extensivo a cualquier añoranza de objetos que hayamos poseído en la infancia. Los muebles y la ropa son alcanzables por esta sensación.
El término se forma por semejanza con "nostalgia". La nostalgia es un "viaje al dolor" (nóstos = viaje). La penidalgia tiene, en la raíz de su primer étimo (paixnídi), la palabra "pás", que significa "niño".
Acción de extrañar objetos que se tenían durante la infancia.
¿Adónde habrá ido a parar el auto Citroën de duravit que tuve a los ocho años? ¿Qué fue de ese tarro con más de mil bolitas de colores que acumulé con mi hermano? ¿Cuándo decidimos que los RASTI ya no podían seguir ocupando ese lugar en el fondo del placard y los regalamos o quizás los donamos? ¿Qué habrán hecho mis padres con la bicicletita verde importada de Brasil con la cual mi hermano aprendió a andar sin rueditas? Los juguetes más importantes de nuestra vida alguna vez desaparecieron, en esa nebulosa meseta que va desde la pubertad hasta la adolescencia, cuando el niño que jugaba puso a dormir su infancia para convertirse un poco más en lo que somos hoy. Nos aprovechamos del sueño de ese niño para arrebatarle sus juguetes y regalarlos, donarlos, perderlos u olvidarlos en un arenero. Y una noche cualquiera, a veces, nuestra infancia se hace un nudo en la garganta para reclamarnos por ellos. Cada tanto aparece la desolación del niño que fuimos, que se encuentra a sí mismo en un entorno extraño, huérfano y sin su muñeco pinocho.
La penidalgia puede llamarse, también, "síndrome de Citizen Kane".
Aunque etimológicamente se alude a los juguetes, en realidad se puede hacer extensivo a cualquier añoranza de objetos que hayamos poseído en la infancia. Los muebles y la ropa son alcanzables por esta sensación.
El término se forma por semejanza con "nostalgia". La nostalgia es un "viaje al dolor" (nóstos = viaje). La penidalgia tiene, en la raíz de su primer étimo (paixnídi), la palabra "pás", que significa "niño".
viernes, 11 de octubre de 2013
Bruxólogo
(Sustantivo. Del griego brougmós = mordedura y lógos = discurso)
Discurso dado con los dientes apretados.
Quienes emiten bruxólogos son, por lo general, personas de sexo masculino en un momento de enojo. "¡Rajá de acá hijo de una gran puta!", dice con los dientes apretados el tío a su sobrino travieso. Es muy común, también, en la manera de insultar a los jugadores de un partido de fútbol: "¡Nooooo, el arco queda para el otro lado, la puta madre que te parió!". A la necesidad de emitir un bruxólogo se le acompaña, en general, el deseo por romper algo.
Discurso dado con los dientes apretados.
Quienes emiten bruxólogos son, por lo general, personas de sexo masculino en un momento de enojo. "¡Rajá de acá hijo de una gran puta!", dice con los dientes apretados el tío a su sobrino travieso. Es muy común, también, en la manera de insultar a los jugadores de un partido de fútbol: "¡Nooooo, el arco queda para el otro lado, la puta madre que te parió!". A la necesidad de emitir un bruxólogo se le acompaña, en general, el deseo por romper algo.
lunes, 7 de octubre de 2013
Peradromia
(Sustantivo. Del griego péra = lejos y drómos = camino, corredor)
Vida que llevan hoy los amigos y compañeros que dejamos de ver hace mucho tiempo.
Hubo un tiempo en que nos veíamos todos los días con ese amigo, pero por alguna circunstancia eso se cortó para siempre. Él se mudó, nos peleamos, perdimos interés en vernos, ya no nos entendimos. El camino que recorríamos juntos se fue bifurcando de forma repentina o con una lentitud imperceptible. Esa vida que empezamos a hacer separados de nuestro amigo se ha convertido en una peradromia.
Gracias a las redes sociales podemos reencontrarnos con viejos amigos. Espiamos sus fotos, nos asombramos de que se haya ido tan lejos, o tenga tantos hijos, o se hayan puesto tan gordos, tan viejos y tan desconocidos. Ya son otros. Se hicieron de otra piel; no le causan gracia los mismos chistes y tienen opiniones sobre cosas que no nos interesan en lo más mínimo. Aunque a veces forcemos un contacto, sus intereses lo volvieron tan ajeno que ya no hay puntos en común. Otras veces, desde luego, el hecho de reiniciar contacto deriva en un redescubrimiento de intereses comunes.
El término puede aplicarse también a la vida que llevan las ex parejas de uno.
Vida que llevan hoy los amigos y compañeros que dejamos de ver hace mucho tiempo.
Hubo un tiempo en que nos veíamos todos los días con ese amigo, pero por alguna circunstancia eso se cortó para siempre. Él se mudó, nos peleamos, perdimos interés en vernos, ya no nos entendimos. El camino que recorríamos juntos se fue bifurcando de forma repentina o con una lentitud imperceptible. Esa vida que empezamos a hacer separados de nuestro amigo se ha convertido en una peradromia.
Gracias a las redes sociales podemos reencontrarnos con viejos amigos. Espiamos sus fotos, nos asombramos de que se haya ido tan lejos, o tenga tantos hijos, o se hayan puesto tan gordos, tan viejos y tan desconocidos. Ya son otros. Se hicieron de otra piel; no le causan gracia los mismos chistes y tienen opiniones sobre cosas que no nos interesan en lo más mínimo. Aunque a veces forcemos un contacto, sus intereses lo volvieron tan ajeno que ya no hay puntos en común. Otras veces, desde luego, el hecho de reiniciar contacto deriva en un redescubrimiento de intereses comunes.
El término puede aplicarse también a la vida que llevan las ex parejas de uno.
lunes, 30 de septiembre de 2013
Priótico
(Adjetivo. Del latín prius = primero y -ticus: sufijo que significa 'con relación a' )
Dícese de quien, ante una acción política que beneficia a un grupo de personas, señala que existe otro grupo que debería ser prioritario en ese beneficio.
El priótico, por lo general, no lleva a cabo ninguna iniciativa. Pero se siente muy capacitado para organizar las prioridades de las iniciativas ajenas. No propone, no ejecuta ni colabora. Sin embargo, ante cualquier acción ajena, enumera una jerarquía de prioridades que debieron haberse satisfecho antes de realizar la acción actual. "Es buena idea, pero esá mal implementada", dice, para justificar su opinión, como si su ocasional punto de vista sobre el asunto fuera producto de un largo y concienzudo estudio sobre el tema: "Ah, le están dando plata a los pobres. Pero hay gente más pobre a la que no le dieron nada". "Están haciendo un plan para que estudien los deportistas fracasados. Habiendo tanta gente que necesita estudiar, ayudan a los que decidieron no estudiar".
Desde luego, el priótico acomodará su discurso de acuerdo a la acción política del momento: "No hay créditos para vivienda. La gente de clase media necesita vivienda y no puede comprarse. Solo compran los ricos". "Ah, ahora hay crédito para la clase media. Pero, ¿y la clase baja?". "Claro, sacan créditos para las personas de clase baja. Pero, ¿y los indigentes que no tienen ninguna entrada de dinero?". "Claro, ahora hay crédito para todo el mundo. Pero, ¿sabés qué? Esa plata que nos dan es una soga al cuello que le ponemos a las generaciones futuras. La prioridad es pensar en el futuro, no en nosotros". Como puede imaginarse, las quejas del priótico pueden llegar a ser circulares: "Ah, ahora están pensando en el futuro. Pero, ¿por qué no piensan en la clase media, que no tiene casa?"
El término también puede aplicarse a ámbitos domésticos: "Ah, el señor se la pasó escribiendo todo el día. ¿No sabés que hay una pila de ropa para planchar?". "Ah, planchaste todo el día. Pero la prioridad era preparar la comida y limpiar la casa". "La casa está impecable, pero deberías focalizarte en algo más creativo. ¿Por qué no te sentás a escribir?"
El priótico es, en muchos casos, propriorista, y posee una gran tendencia a la ambiquestia.
Dícese de quien, ante una acción política que beneficia a un grupo de personas, señala que existe otro grupo que debería ser prioritario en ese beneficio.
El priótico, por lo general, no lleva a cabo ninguna iniciativa. Pero se siente muy capacitado para organizar las prioridades de las iniciativas ajenas. No propone, no ejecuta ni colabora. Sin embargo, ante cualquier acción ajena, enumera una jerarquía de prioridades que debieron haberse satisfecho antes de realizar la acción actual. "Es buena idea, pero esá mal implementada", dice, para justificar su opinión, como si su ocasional punto de vista sobre el asunto fuera producto de un largo y concienzudo estudio sobre el tema: "Ah, le están dando plata a los pobres. Pero hay gente más pobre a la que no le dieron nada". "Están haciendo un plan para que estudien los deportistas fracasados. Habiendo tanta gente que necesita estudiar, ayudan a los que decidieron no estudiar".
Desde luego, el priótico acomodará su discurso de acuerdo a la acción política del momento: "No hay créditos para vivienda. La gente de clase media necesita vivienda y no puede comprarse. Solo compran los ricos". "Ah, ahora hay crédito para la clase media. Pero, ¿y la clase baja?". "Claro, sacan créditos para las personas de clase baja. Pero, ¿y los indigentes que no tienen ninguna entrada de dinero?". "Claro, ahora hay crédito para todo el mundo. Pero, ¿sabés qué? Esa plata que nos dan es una soga al cuello que le ponemos a las generaciones futuras. La prioridad es pensar en el futuro, no en nosotros". Como puede imaginarse, las quejas del priótico pueden llegar a ser circulares: "Ah, ahora están pensando en el futuro. Pero, ¿por qué no piensan en la clase media, que no tiene casa?"
El término también puede aplicarse a ámbitos domésticos: "Ah, el señor se la pasó escribiendo todo el día. ¿No sabés que hay una pila de ropa para planchar?". "Ah, planchaste todo el día. Pero la prioridad era preparar la comida y limpiar la casa". "La casa está impecable, pero deberías focalizarte en algo más creativo. ¿Por qué no te sentás a escribir?"
El priótico es, en muchos casos, propriorista, y posee una gran tendencia a la ambiquestia.
martes, 17 de septiembre de 2013
Disprofasia
(Sustantivo. Del griego dis = con dificultad y profáse = pretexto)
Incapacidad para poner excusas.
La mayor parte de nuestros compromisos no fueron adquiridos con entusiasmo y mediante una decisión firme: casi siempre, caemos en obligaciones indeseadas por culpa de nuestros tibios escrúpulos y de una imaginación pobre. Si una persona apenas conocida nos pide que pasemos la única tarde libre ayudando a servir las masitas en un bingo a beneficio de una iglesia, lo primero que debemos hacer es tener a mano un pretexto aceptable. La única respuesta que querríamos dar es: ¡Nunca! ¡Jamás pasaría mi único día libre encerrado en una salita de barrio sirviéndole té a ancianas cogotudas y chupacirios! Pero claro, no podemos decirlo así porque (vaya tragedia) el casi desconocido se ofendería. Buscamos y buscamos una buena razón, pero tenemos la mente en blanco. El casi desconocido insiste: "¡Dale! ¡Es para ayudar a la iglesia!" y terminamos diciéndole que sí, que estaremos ahí a la hora en punto. Ese es el proceso de la disprofasia: usted no se atreve a rechazar; siente una ligera culpa por negarse y de inmediato se compromete a hacer algo que aborrece. Lo peor de todo eso es que, en el momento en que dice "sí, acepto", lo hace con expresión de alegría y euforia, como si realmente le interesara.
Desde luego, a veces no se nos ocurre una excusa adecuada y decimos cualquier cosa inverosímil: "No puedo, tengo que cambiarme la pierna", o "Justo ese día tengo que bañar a los chanchos". Si esa excusa funciona, ya no habríamos caído en la disprofasia, pero sí en el empoquetamiento (en su segunda acepción).
Incapacidad para poner excusas.
La mayor parte de nuestros compromisos no fueron adquiridos con entusiasmo y mediante una decisión firme: casi siempre, caemos en obligaciones indeseadas por culpa de nuestros tibios escrúpulos y de una imaginación pobre. Si una persona apenas conocida nos pide que pasemos la única tarde libre ayudando a servir las masitas en un bingo a beneficio de una iglesia, lo primero que debemos hacer es tener a mano un pretexto aceptable. La única respuesta que querríamos dar es: ¡Nunca! ¡Jamás pasaría mi único día libre encerrado en una salita de barrio sirviéndole té a ancianas cogotudas y chupacirios! Pero claro, no podemos decirlo así porque (vaya tragedia) el casi desconocido se ofendería. Buscamos y buscamos una buena razón, pero tenemos la mente en blanco. El casi desconocido insiste: "¡Dale! ¡Es para ayudar a la iglesia!" y terminamos diciéndole que sí, que estaremos ahí a la hora en punto. Ese es el proceso de la disprofasia: usted no se atreve a rechazar; siente una ligera culpa por negarse y de inmediato se compromete a hacer algo que aborrece. Lo peor de todo eso es que, en el momento en que dice "sí, acepto", lo hace con expresión de alegría y euforia, como si realmente le interesara.
Desde luego, a veces no se nos ocurre una excusa adecuada y decimos cualquier cosa inverosímil: "No puedo, tengo que cambiarme la pierna", o "Justo ese día tengo que bañar a los chanchos". Si esa excusa funciona, ya no habríamos caído en la disprofasia, pero sí en el empoquetamiento (en su segunda acepción).
martes, 10 de septiembre de 2013
Complínsolo
(Adjetivo. Del latín complicare = enrollar e insolens = excéntrico, extravagante)
Dícese de la persona que tiene problemas rarísimos.
Nunca podemos contar con el tío Alberto, porque se le duermen las piernas cuando atiende el teléfono y sus gatos aúllan desesperados cada vez que sale de su casa, y de hecho algunos han llegado al suicidio. A Juan Carlos le pedimos que nos salga de garantía, pero él no puede, porque tuvo un entredicho de propiedad con el rey de Inglaterra y ahora cada vez que sale de garante le llega una citación real desde Gran Bretaña para justificar su patrimonio. Roberto no se queja nunca, pero cuando le preguntamos cómo está, nos cuenta la insólita historia del orificio anal que se le cierra y cada tanto debe operárselo. A la doctora Martina le comunicaron que jamás había aprobado tercer grado, así que ahora está en un feroz enredo burocrático para validar sus títulos y sus estudios. Si a todas estas personas le ocurren cosas extrañas muy seguido, diremos que son complínsolas: parecen condenadas a que el mundo conspire jocosamente contra ellas. A veces la sucesión de problemas inverosímiles es difícil de explicar si no se cuenta la historia con detalle. A veces, claro, el complínsolo es un mentiroso, un empoquetador cuyas mentiras mal urdidas generan más sospechas que compasión.
Dícese de la persona que tiene problemas rarísimos.
Nunca podemos contar con el tío Alberto, porque se le duermen las piernas cuando atiende el teléfono y sus gatos aúllan desesperados cada vez que sale de su casa, y de hecho algunos han llegado al suicidio. A Juan Carlos le pedimos que nos salga de garantía, pero él no puede, porque tuvo un entredicho de propiedad con el rey de Inglaterra y ahora cada vez que sale de garante le llega una citación real desde Gran Bretaña para justificar su patrimonio. Roberto no se queja nunca, pero cuando le preguntamos cómo está, nos cuenta la insólita historia del orificio anal que se le cierra y cada tanto debe operárselo. A la doctora Martina le comunicaron que jamás había aprobado tercer grado, así que ahora está en un feroz enredo burocrático para validar sus títulos y sus estudios. Si a todas estas personas le ocurren cosas extrañas muy seguido, diremos que son complínsolas: parecen condenadas a que el mundo conspire jocosamente contra ellas. A veces la sucesión de problemas inverosímiles es difícil de explicar si no se cuenta la historia con detalle. A veces, claro, el complínsolo es un mentiroso, un empoquetador cuyas mentiras mal urdidas generan más sospechas que compasión.
martes, 3 de septiembre de 2013
Encratosis
(Sustantivo. Del griego en = prefijo que indica dirección interna; krátos = poder, fuerza y -osis: patología)
Situación en la que, por condiciones externas, un individuo o grupo de individuos se ve en una situación de poder de la que no puede renunciar.
Los individuos afectados de encratosis se encontraron, quizás de modo inesperado, al mando de un país, de un ejército o de una empresa. Tal vez porque, antes, renunciaron el presidente y el vicepresidente; quizás porque murieron los generales a cargo o se fugaron los integrantes del directorio. El hecho es que, sin saber cómo, una persona que hasta ayer cumplía con un puñado de órdenes rutinarias, hoy asume el mando absoluto y es responsable de todas las decisiones importantes. Sabe que no está preparada para afrontar las vicisitudes de un poder no deseado, y espera con alivio el momento de su renuncia. Sin embargo, se le hace saber que, si renuncia, todo será peor; el país caerá en las garras de la anarquía; el ejército se desbandará o la empresa dejará a miles de trabajadores en la calle. Así, el súbito y temeroso empoderado se encuentra preso de una continua y tortuosa situación de poder de la que no puede desprenderse.
La encratosis es la contracara del síndrome de Hybris. En este último caso, el síndrome se caracteriza por una distorsión de la propia imagen y una necesidad de perpetuarse en el poder. En la encratosis, en cambio, la necesidad de esa perpetuación no surge del individuo que ejerce el poder, sino de un entorno que lo obliga a seguir ejerciéndolo. Hay que distinguir, también la encratosis de la microarquía.
Situación en la que, por condiciones externas, un individuo o grupo de individuos se ve en una situación de poder de la que no puede renunciar.
Los individuos afectados de encratosis se encontraron, quizás de modo inesperado, al mando de un país, de un ejército o de una empresa. Tal vez porque, antes, renunciaron el presidente y el vicepresidente; quizás porque murieron los generales a cargo o se fugaron los integrantes del directorio. El hecho es que, sin saber cómo, una persona que hasta ayer cumplía con un puñado de órdenes rutinarias, hoy asume el mando absoluto y es responsable de todas las decisiones importantes. Sabe que no está preparada para afrontar las vicisitudes de un poder no deseado, y espera con alivio el momento de su renuncia. Sin embargo, se le hace saber que, si renuncia, todo será peor; el país caerá en las garras de la anarquía; el ejército se desbandará o la empresa dejará a miles de trabajadores en la calle. Así, el súbito y temeroso empoderado se encuentra preso de una continua y tortuosa situación de poder de la que no puede desprenderse.
La encratosis es la contracara del síndrome de Hybris. En este último caso, el síndrome se caracteriza por una distorsión de la propia imagen y una necesidad de perpetuarse en el poder. En la encratosis, en cambio, la necesidad de esa perpetuación no surge del individuo que ejerce el poder, sino de un entorno que lo obliga a seguir ejerciéndolo. Hay que distinguir, también la encratosis de la microarquía.
lunes, 2 de septiembre de 2013
Autotruncia
(Sustantivo. Del griego autós = por sí mismo y del latín truncare = amputar, mutilar)
Mutilación espontánea.
Cuando se encuentra un cuerpo descuartizado, no siempre se debe suponer que alguien lo descuartizó. Así como aparentemente existe la combustión espontánea, es posible también que a una persona se le caigan los brazos, las piernas y la cabeza sin que haya una fuerza violenta externa que provoque tal suceso. Aunque parezca insólito, durante la edad media y parte de la moderna, en Europa, algunos acusados de homicidio alegaron la autotruncia. Era común que algunos esposos mataran a su mujer con un hacha y luego hicieran el descargo judicial, argumentando que habían encontrado el cuerpo "con signos inequívocos de autotruncia". El caso más sorprendente ocurrió en 1654 en Colmar (Alsacia, Francia): el ejército mató y descuartizó a varias docenas de personas, las apiló en un descampado y, cuando los civiles descubrieron los cuerpos, se adujo una "masiva mutilación espontánea seguida de un apilamiento post mórtem espontáneo"
Mutilación espontánea.
Cuando se encuentra un cuerpo descuartizado, no siempre se debe suponer que alguien lo descuartizó. Así como aparentemente existe la combustión espontánea, es posible también que a una persona se le caigan los brazos, las piernas y la cabeza sin que haya una fuerza violenta externa que provoque tal suceso. Aunque parezca insólito, durante la edad media y parte de la moderna, en Europa, algunos acusados de homicidio alegaron la autotruncia. Era común que algunos esposos mataran a su mujer con un hacha y luego hicieran el descargo judicial, argumentando que habían encontrado el cuerpo "con signos inequívocos de autotruncia". El caso más sorprendente ocurrió en 1654 en Colmar (Alsacia, Francia): el ejército mató y descuartizó a varias docenas de personas, las apiló en un descampado y, cuando los civiles descubrieron los cuerpos, se adujo una "masiva mutilación espontánea seguida de un apilamiento post mórtem espontáneo"
miércoles, 28 de agosto de 2013
Capiversia
(Sustantivo. Contracción de capitiversia. Del latín caput = cabeza y vergo = estar inclinado, estar vuelto)
Reacción que poseen las personas en el instante inmediatamente posterior a un suceso ruidoso.
Cuando en un restaurante se escucha el inequívoco sonido de una bandeja con platos cayendo al piso, todos los comensales hacen silencio y voltean la vista en la dirección del ruido. Si se oye una frenada y un choque, de inmediato todos atienden al lugar de donde proviene el fragor y caminan hacia allí. Si en mitad de la clase silenciosa a un alumno se le cae la cartuchera y se desparraman sus útiles, nos veremos obligados a mirar el suceso. El término se aplica a estos casos y a cualquiera en los que intervenga un espacio relativamente amplio y una multitud que desvía unánimemente su atención hacia el hecho: el ruido y la posibilidad de una catástrofe (o, al menos, de un papelón) se convierten en el centro de escena indiscutido. No importa si antes del suceso estaba ocurriendo algo trascendente: nadie puede perderse de observar a la moza desparramada en el suelo, con las copas hechas añicos y el champagne regado en las paredes.
El nombre "capiversia" proviene de la acción de voltear bruscamente la cabeza.
Reacción que poseen las personas en el instante inmediatamente posterior a un suceso ruidoso.
Cuando en un restaurante se escucha el inequívoco sonido de una bandeja con platos cayendo al piso, todos los comensales hacen silencio y voltean la vista en la dirección del ruido. Si se oye una frenada y un choque, de inmediato todos atienden al lugar de donde proviene el fragor y caminan hacia allí. Si en mitad de la clase silenciosa a un alumno se le cae la cartuchera y se desparraman sus útiles, nos veremos obligados a mirar el suceso. El término se aplica a estos casos y a cualquiera en los que intervenga un espacio relativamente amplio y una multitud que desvía unánimemente su atención hacia el hecho: el ruido y la posibilidad de una catástrofe (o, al menos, de un papelón) se convierten en el centro de escena indiscutido. No importa si antes del suceso estaba ocurriendo algo trascendente: nadie puede perderse de observar a la moza desparramada en el suelo, con las copas hechas añicos y el champagne regado en las paredes.
El nombre "capiversia" proviene de la acción de voltear bruscamente la cabeza.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Nictótopo
(Adjetivo y sustantivo. Del griego nyx = noche y tópos = lugar)
1. Recinto al que solo se lo conoce en penumbras.
2. Recinto que solo merece conocerse en penumbras.
Las discotecas, los cabarets y algunos bares son nictótopos. De noche tienen cierta magia y misterio. De día son lugares miserables, raídos, despintados y tristes. Por definición son espacios preparados para la media luz. Construidos como están para ser invisibles, el sol y las lámparas hieren su esencia, convirtiéndolos en ambientes de paredes descascaradas, suelos polvorientos con colillas de cigarrillos y cielorrasos con telarañas. La vista tiene la mala costumbre de buscar (y encontrar) detalles desagradables. Los nictótopos eligen combatir esos detalles apagándolos, haciéndolos inaccesibles a la frenética y puntillosa máquina analítica que son los ojos. Por eso, bajo el amparo del nictótopo podemos fingir que estamos en un mundo hecho de sombras, no de paredes con humedad, vitrinas sucias, celulares con linterna o rostros con vitiligo.
Conviene marcharse del nictótopo antes del amanecer, pues es muy probable que nos embargue un crudo antesolo.
1. Recinto al que solo se lo conoce en penumbras.
2. Recinto que solo merece conocerse en penumbras.
Las discotecas, los cabarets y algunos bares son nictótopos. De noche tienen cierta magia y misterio. De día son lugares miserables, raídos, despintados y tristes. Por definición son espacios preparados para la media luz. Construidos como están para ser invisibles, el sol y las lámparas hieren su esencia, convirtiéndolos en ambientes de paredes descascaradas, suelos polvorientos con colillas de cigarrillos y cielorrasos con telarañas. La vista tiene la mala costumbre de buscar (y encontrar) detalles desagradables. Los nictótopos eligen combatir esos detalles apagándolos, haciéndolos inaccesibles a la frenética y puntillosa máquina analítica que son los ojos. Por eso, bajo el amparo del nictótopo podemos fingir que estamos en un mundo hecho de sombras, no de paredes con humedad, vitrinas sucias, celulares con linterna o rostros con vitiligo.
Conviene marcharse del nictótopo antes del amanecer, pues es muy probable que nos embargue un crudo antesolo.
martes, 6 de agosto de 2013
Amesoide
(Adjetivo. Del griego a = no; mésos = medio y terminación -oide, de eídos = forma)
Dícese del conjunto de situaciones o eventos que no tienen estado intermedio.
Esta definición un tanto oscura se refiere sin embargo a ciertos sucesos familiares: usted va al médico porque tiene un leve dolor en el pecho. El médico lo examina y dice que no tiene nada; que su síntoma es muy difuso y que probablemente tienda a sobredimensionar sus padecimientos. Vuelve a casa sintiéndose un hipocondriaco y hasta se avergüenza de haberle hecho perder el tiempo a su doctor. Cinco días después, el dolor aumenta. Usted ve a otro médico y este dictamina que padece una gravísima enfermedad, y se lamenta de que no se haya hecho un chequeo antes. Cinco días antes, no tenía nada. Ahora ya es tarde. No hubo estado intermedio: su enfermedad y los diagnósticos médicos dieron resultados amesoides.
Consideremos otro ejemplo menos dramático. Un hombre conoce a una mujer. El hombre busca complacerla por todos los medios. Es amable, cuidadoso, atento, apasionado y tierno. Le escribe poemas; compra regalos caros; limpia la casa y cocina. Pero un día le compra un regalo un poco menos caro que los anteriores, y por ese suceso, la mujer, indignada, lo abandona para siempre. La relación fue amesoide: la mujer la planteó de modo tal que o bien el hombre mantenía un estricto patrón de conducta, o bien no valía la pena continuarla. No se planteó la posibilidad de un punto intermedio.
Las situaciones amesoides ocurren, en realidad, por concepciones humanas erróneas. Pareciera como si hubiera estados en los que se está por completo, o no se está en absoluto. Pero en realidad, siempre es posible encontrar (o inventar) un estado intermedio entre la salud y el desahucio, o el enamoramiento romántico y el despecho, o la opulencia feroz y la pobreza absoluta, o la sabiduría y la ignorancia, o la adicción al trabajo y la vagancia. Sin embargo, en algunos casos nos vemos condenados a que nos clasifiquen en alguno de los extremos de estos opuestos, sin que podamos acceder a los puntos medios que estos suponen.
Dícese del conjunto de situaciones o eventos que no tienen estado intermedio.
Esta definición un tanto oscura se refiere sin embargo a ciertos sucesos familiares: usted va al médico porque tiene un leve dolor en el pecho. El médico lo examina y dice que no tiene nada; que su síntoma es muy difuso y que probablemente tienda a sobredimensionar sus padecimientos. Vuelve a casa sintiéndose un hipocondriaco y hasta se avergüenza de haberle hecho perder el tiempo a su doctor. Cinco días después, el dolor aumenta. Usted ve a otro médico y este dictamina que padece una gravísima enfermedad, y se lamenta de que no se haya hecho un chequeo antes. Cinco días antes, no tenía nada. Ahora ya es tarde. No hubo estado intermedio: su enfermedad y los diagnósticos médicos dieron resultados amesoides.
Consideremos otro ejemplo menos dramático. Un hombre conoce a una mujer. El hombre busca complacerla por todos los medios. Es amable, cuidadoso, atento, apasionado y tierno. Le escribe poemas; compra regalos caros; limpia la casa y cocina. Pero un día le compra un regalo un poco menos caro que los anteriores, y por ese suceso, la mujer, indignada, lo abandona para siempre. La relación fue amesoide: la mujer la planteó de modo tal que o bien el hombre mantenía un estricto patrón de conducta, o bien no valía la pena continuarla. No se planteó la posibilidad de un punto intermedio.
Las situaciones amesoides ocurren, en realidad, por concepciones humanas erróneas. Pareciera como si hubiera estados en los que se está por completo, o no se está en absoluto. Pero en realidad, siempre es posible encontrar (o inventar) un estado intermedio entre la salud y el desahucio, o el enamoramiento romántico y el despecho, o la opulencia feroz y la pobreza absoluta, o la sabiduría y la ignorancia, o la adicción al trabajo y la vagancia. Sin embargo, en algunos casos nos vemos condenados a que nos clasifiquen en alguno de los extremos de estos opuestos, sin que podamos acceder a los puntos medios que estos suponen.
miércoles, 31 de julio de 2013
Disaccesibilidad
(Sustantivo. De dis y accesibilidad)
Incapacidad de tener a mano elementos que debieran estar accesibles.
Un teléfono celular tiene funcionalidad si se lo mantiene cerca y si se lo puede atender sin complicadas operaciones. Pero algunas personas lo guardan en el bolsillo interno de un bolsito que dejaron en una percha en el placard debajo de una campera. De modo que, cuando suena, hay que sortear todos esos obstáculos para atenderlo. Algo similar ocurre con el dinero: hay quienes, al momento de pagar, rebuscan entre bolsillos (formiciándose) o carteras o portafolios para dar con alguna tarjeta o billete o moneda (lo que se encuentre primero) mientras la cola de la caja se hace más prolongada e impaciente.
Por culpa de nuestra tendencia a la disaccesibilidad, dejamos los anteojos, el control remoto, las llaves del auto, el encendedor, el termómetro, el número de teléfono de la pediatra, los calzoncillos, el paraguas, la llave de corte general, las velas y las servilletas, en algún receptáculo dentro de otro receptáculo para el cual hay que emplear llaves que están en otro lugar al que solo se ingresa si se tiene una clave que dejamos en un papel dentro del bolsillo de un pantalón que está en el canasto para lavar ropa, canasto que tiene varios pantalones iguales y que no está en el lavadero, sino en el galpón del fondo donde hay una araña enorme que pica, araña que no podemos matar porque no podemos sacar el insecticida que quedó en una alacena de la cocina que se trabó porque tiene las bisagras oxidadas.
Incapacidad de tener a mano elementos que debieran estar accesibles.
Un teléfono celular tiene funcionalidad si se lo mantiene cerca y si se lo puede atender sin complicadas operaciones. Pero algunas personas lo guardan en el bolsillo interno de un bolsito que dejaron en una percha en el placard debajo de una campera. De modo que, cuando suena, hay que sortear todos esos obstáculos para atenderlo. Algo similar ocurre con el dinero: hay quienes, al momento de pagar, rebuscan entre bolsillos (formiciándose) o carteras o portafolios para dar con alguna tarjeta o billete o moneda (lo que se encuentre primero) mientras la cola de la caja se hace más prolongada e impaciente.
Por culpa de nuestra tendencia a la disaccesibilidad, dejamos los anteojos, el control remoto, las llaves del auto, el encendedor, el termómetro, el número de teléfono de la pediatra, los calzoncillos, el paraguas, la llave de corte general, las velas y las servilletas, en algún receptáculo dentro de otro receptáculo para el cual hay que emplear llaves que están en otro lugar al que solo se ingresa si se tiene una clave que dejamos en un papel dentro del bolsillo de un pantalón que está en el canasto para lavar ropa, canasto que tiene varios pantalones iguales y que no está en el lavadero, sino en el galpón del fondo donde hay una araña enorme que pica, araña que no podemos matar porque no podemos sacar el insecticida que quedó en una alacena de la cocina que se trabó porque tiene las bisagras oxidadas.
viernes, 26 de julio de 2013
Tiramuertos
(Adjetivo. De tira y muerto)
Dícese de la persona que en una discusión expone la cantidad de muertos, mutilados y torturados para rebatir una tesis.
El tiramuertos tiene, entre sus argucias argumentativas, algún genocidio o algún hecho masivamente violento para ejemplificar y obliterar a su contrincante. No importa si se trata de una discusión conceptual: él justificará sus afirmaciones mostrándole a su rival que es un insensible, porque no tiene en cuenta la cantidad de sufrimiento que implicó su postura. "¿Cómo podés estar en contra de Israel? ¿No sabés la cantidad de muertos que hubo en los campos de concentración judíos por culpa de los nazis?" Desde luego, se puede estar en contra de algo sin necesariamente apoyar los asesinatos masivos, pero al tiramuertos eso no le interesa: cree que el solo hecho de enlazar una discusión con una consecuencia históricamente horrorosa, es suficiente para que se abandone cualquier otra clase de argumento. Existen otras variantes de tiramuertos: "¿Cómo podés estar en contra de la noción de patriarcado, del micromachismo y de la violencia simbólica? ¿No sabés la cantidad de personas que mueren por violencia de género?"; "¿Cómo podés decir que el gobierno hace cosas buenas? ¿Sabés la cantidad de chicos que mueren por desnutrición en el norte del país?".
El tiramuertos cree que su pirotécnico golpe de efecto retórico es definitivo y exhaustivo; una vez que ha expuesto con crudeza la cantidad de muertos que, según él, se siguen de la argumentación de su contrincante, espera que la discusión se termine. Si no se termina, se considera con derecho a tildarlo de nazi, machista o fanático.
Dícese de la persona que en una discusión expone la cantidad de muertos, mutilados y torturados para rebatir una tesis.
El tiramuertos tiene, entre sus argucias argumentativas, algún genocidio o algún hecho masivamente violento para ejemplificar y obliterar a su contrincante. No importa si se trata de una discusión conceptual: él justificará sus afirmaciones mostrándole a su rival que es un insensible, porque no tiene en cuenta la cantidad de sufrimiento que implicó su postura. "¿Cómo podés estar en contra de Israel? ¿No sabés la cantidad de muertos que hubo en los campos de concentración judíos por culpa de los nazis?" Desde luego, se puede estar en contra de algo sin necesariamente apoyar los asesinatos masivos, pero al tiramuertos eso no le interesa: cree que el solo hecho de enlazar una discusión con una consecuencia históricamente horrorosa, es suficiente para que se abandone cualquier otra clase de argumento. Existen otras variantes de tiramuertos: "¿Cómo podés estar en contra de la noción de patriarcado, del micromachismo y de la violencia simbólica? ¿No sabés la cantidad de personas que mueren por violencia de género?"; "¿Cómo podés decir que el gobierno hace cosas buenas? ¿Sabés la cantidad de chicos que mueren por desnutrición en el norte del país?".
El tiramuertos cree que su pirotécnico golpe de efecto retórico es definitivo y exhaustivo; una vez que ha expuesto con crudeza la cantidad de muertos que, según él, se siguen de la argumentación de su contrincante, espera que la discusión se termine. Si no se termina, se considera con derecho a tildarlo de nazi, machista o fanático.
lunes, 15 de julio de 2013
Cosmorexia
(Sustantivo. Del griego cósmos = orden y oréxis = apetito)
Repentina necesidad de ordenar.
Hay momentos en los que empieza a molestarnos el caos que nos rodea. El teclado de la computadora tiene migas de galletita; la ropa sin planchar se acumula hecha una bola en el placard; el techo tiene un lamparón horrible y una gotera añosa; las dos materias que debemos del secundario entorpecen nuestra autoestima y complican el presente y futuro laboral. Un día nos levantamos con cosmorexia y estamos decididos a nadar contra la creciente y endémica anarquía en cada aspecto de nuestra vida. Queremos limpiar a fondo el teclado de la computadora; sacamos las ochenta prendas para planchar; buscamos en la guía a un techista para que arregle la gotera; nos ponemos a estudiar contabilidad y matemática financiera para rendirlas antes de fin de año. La sensación de cosmorexia no dura todo el día -y no se repite al día siguiente-, de modo que después de planchar dos camisas nos detenemos exhaustos, nos olvidamos del desgobierno de nuestra voluntad, aceptamos resignadamente el desorden del universo y nos entregamos al hedonificio con una alta dosis de toletolerancia. Así hasta que otro día (quizás un mes después) volvemos a sentir la urgencia de la cosmorexia, urgencia que nos abandonará mucho antes de que empecemos a hacer algún cambio importante en nuestro entorno.
Repentina necesidad de ordenar.
Hay momentos en los que empieza a molestarnos el caos que nos rodea. El teclado de la computadora tiene migas de galletita; la ropa sin planchar se acumula hecha una bola en el placard; el techo tiene un lamparón horrible y una gotera añosa; las dos materias que debemos del secundario entorpecen nuestra autoestima y complican el presente y futuro laboral. Un día nos levantamos con cosmorexia y estamos decididos a nadar contra la creciente y endémica anarquía en cada aspecto de nuestra vida. Queremos limpiar a fondo el teclado de la computadora; sacamos las ochenta prendas para planchar; buscamos en la guía a un techista para que arregle la gotera; nos ponemos a estudiar contabilidad y matemática financiera para rendirlas antes de fin de año. La sensación de cosmorexia no dura todo el día -y no se repite al día siguiente-, de modo que después de planchar dos camisas nos detenemos exhaustos, nos olvidamos del desgobierno de nuestra voluntad, aceptamos resignadamente el desorden del universo y nos entregamos al hedonificio con una alta dosis de toletolerancia. Así hasta que otro día (quizás un mes después) volvemos a sentir la urgencia de la cosmorexia, urgencia que nos abandonará mucho antes de que empecemos a hacer algún cambio importante en nuestro entorno.
miércoles, 10 de julio de 2013
Egoma
(Sustantivo. Del griego egó = yo y -oma = tumor)
Tumor que tiene el aspecto de la persona que lo posee.
Los egomas son como pequeños hermanos gemelos de uno mismo que crecen en el propio cuerpo. Inicialmente son pequeños bultos sin forma definida. Con el tiempo, el bulto adquiere una marcada fisonomía y comienza a tener rasgos: ojos, nariz, boca, cabello. Esos rasgos son idénticos al de la persona a quien le crecen. En muchos casos no solo imitan los rasgos, sino también la voz y las opiniones de su portador. En la historia de la medicina, se cuenta que los egomas a veces crecían hasta reemplazar a la persona original: el tumor crece hasta fagocitar a su huésped, y se convierte en un ser autónomo. Dado que el egoma es idéntico a su huésped, una persona derivada de un egoma es idéntica a la persona original, de modo que no habría manera de distinguirlos. La esposa de un hombre que tuvo un egoma podría convertirse automáticamente en la esposa de un egoma, si el egoma ganara autonomía suficiente y si la persona original se desvaneciera al ritmo de crecimiento de su egoma.
Tumor que tiene el aspecto de la persona que lo posee.
Los egomas son como pequeños hermanos gemelos de uno mismo que crecen en el propio cuerpo. Inicialmente son pequeños bultos sin forma definida. Con el tiempo, el bulto adquiere una marcada fisonomía y comienza a tener rasgos: ojos, nariz, boca, cabello. Esos rasgos son idénticos al de la persona a quien le crecen. En muchos casos no solo imitan los rasgos, sino también la voz y las opiniones de su portador. En la historia de la medicina, se cuenta que los egomas a veces crecían hasta reemplazar a la persona original: el tumor crece hasta fagocitar a su huésped, y se convierte en un ser autónomo. Dado que el egoma es idéntico a su huésped, una persona derivada de un egoma es idéntica a la persona original, de modo que no habría manera de distinguirlos. La esposa de un hombre que tuvo un egoma podría convertirse automáticamente en la esposa de un egoma, si el egoma ganara autonomía suficiente y si la persona original se desvaneciera al ritmo de crecimiento de su egoma.
viernes, 5 de julio de 2013
Teagarrismo
(Sustantivo. De la expresión "¡Te agarré!". Adjetivo: teagarrista)
Tendencia a encontrar contradicciones donde no las hay.
El teagarrista considera que tiene una especial capacidad para pescar in fraganti profundas incoherencias en las personas. Sin embargo, los razonamientos que llevan a concluir tales contradicciones son retorcidos y por lo general utilizan premisas muy complejas y lejanamente aceptables. "Ahhh, ahora te agarré... ¿Estás comprando pan? ¿Y vos no estabas contra el paro del campo?": Si se desglosan las premisas del razonamiento anterior, podrá observarse que se unieron ciertos supuestos ("Si estás contra el paro del campo, entonces estás a favor de que se comercialice trigo. Pero el paro del campo existió porque no se permite comercializar trigo en la cantidad adecuada. Por lo tanto, quien está en contra del paro del campo, para ser consecuente, no debe consumir trigo"), los cuales rara vez se explicitan al momento de acusar a alguien, porque el teagarrista los considera inmaculadamente evidentes.
Tendencia a encontrar contradicciones donde no las hay.
El teagarrista considera que tiene una especial capacidad para pescar in fraganti profundas incoherencias en las personas. Sin embargo, los razonamientos que llevan a concluir tales contradicciones son retorcidos y por lo general utilizan premisas muy complejas y lejanamente aceptables. "Ahhh, ahora te agarré... ¿Estás comprando pan? ¿Y vos no estabas contra el paro del campo?": Si se desglosan las premisas del razonamiento anterior, podrá observarse que se unieron ciertos supuestos ("Si estás contra el paro del campo, entonces estás a favor de que se comercialice trigo. Pero el paro del campo existió porque no se permite comercializar trigo en la cantidad adecuada. Por lo tanto, quien está en contra del paro del campo, para ser consecuente, no debe consumir trigo"), los cuales rara vez se explicitan al momento de acusar a alguien, porque el teagarrista los considera inmaculadamente evidentes.
martes, 25 de junio de 2013
Horipscélera
(Sustantivo femenino. Del latín horae = horas; ops = fuerza y celeris = rápido)
Fuerza que se realiza para que el tiempo pase más rápido.
Para muchas personas, una larga espera es una prueba de resistencia física. Creen que la cola va a ir más rápido, o que los médicos atenderán raudamente al resto de los pacientes, o que las horas se sucederán en tropel si tensionan los músculos de su abdomen, sus piernas, sus brazos y su cuello. Sospechan que de tanto mirar las agujas de un reloj, lograrán que se muevan más veloces. Asumen que el tiempo está hecho de materia, y que puede moverse o acelerarse del mismo modo que se mueve un bloque pesado y molesto: empujándolo con tracción a sangre hasta extenuarse. La horipscélera hace que una espera tranquila se convierta en una vivaz tortura física.
Fuerza que se realiza para que el tiempo pase más rápido.
Para muchas personas, una larga espera es una prueba de resistencia física. Creen que la cola va a ir más rápido, o que los médicos atenderán raudamente al resto de los pacientes, o que las horas se sucederán en tropel si tensionan los músculos de su abdomen, sus piernas, sus brazos y su cuello. Sospechan que de tanto mirar las agujas de un reloj, lograrán que se muevan más veloces. Asumen que el tiempo está hecho de materia, y que puede moverse o acelerarse del mismo modo que se mueve un bloque pesado y molesto: empujándolo con tracción a sangre hasta extenuarse. La horipscélera hace que una espera tranquila se convierta en una vivaz tortura física.
lunes, 24 de junio de 2013
Yaerahorismo
(Sustantivo. De la expresión "ya era hora". Adjetivo: yaerahorista)
Costumbre de quejarse por que se hace efectivamente lo que se esperaba que se hiciera.
El yaerahorista jamás reconoce los logros ajenos: siempre, según su óptica, llegan demasiado tarde o son defectuosos: "Ya era hora de que el hijo del vecino terminara la carrera de ingeniería"; "Ya era hora de que asfaltaran la calle". Lo curioso es que, en el primer caso, a él no le incumbe en lo más mínimo cuándo se recibe el hijo del vecino y, en el segundo caso, él jamás reclamó que se asfaltara la calle. Quizás es más elocuente el ejemplo del asfalto: el yaerahorista jamás reconocerá que un gobierno pueda hacer cosas útiles o buenas; si las hace, las hace a destiempo o para ganar elecciones. El yaerahorista se complementa con el habraqueverista (de la expresión "habrá que ver"): además de la acusación de demora para asfaltar, el habraqueverista sospecha que el asfalto es de mala calidad ("habrá que ver cuánto dura antes de romperse") o que en la licitación de la obra hubo algún fraude ("habrá que ver cuántos millones nos cuesta esto"). Una vez más, lo curioso es que el habraqueverista (al igual que el yaerahorista) en ningún momento averigua efectivamente cuál es la calidad del asfalto o cuánto dinero se invirtió.
Yaerahorismo y habraqueverismo son dos formas de ambiquestia.
Costumbre de quejarse por que se hace efectivamente lo que se esperaba que se hiciera.
El yaerahorista jamás reconoce los logros ajenos: siempre, según su óptica, llegan demasiado tarde o son defectuosos: "Ya era hora de que el hijo del vecino terminara la carrera de ingeniería"; "Ya era hora de que asfaltaran la calle". Lo curioso es que, en el primer caso, a él no le incumbe en lo más mínimo cuándo se recibe el hijo del vecino y, en el segundo caso, él jamás reclamó que se asfaltara la calle. Quizás es más elocuente el ejemplo del asfalto: el yaerahorista jamás reconocerá que un gobierno pueda hacer cosas útiles o buenas; si las hace, las hace a destiempo o para ganar elecciones. El yaerahorista se complementa con el habraqueverista (de la expresión "habrá que ver"): además de la acusación de demora para asfaltar, el habraqueverista sospecha que el asfalto es de mala calidad ("habrá que ver cuánto dura antes de romperse") o que en la licitación de la obra hubo algún fraude ("habrá que ver cuántos millones nos cuesta esto"). Una vez más, lo curioso es que el habraqueverista (al igual que el yaerahorista) en ningún momento averigua efectivamente cuál es la calidad del asfalto o cuánto dinero se invirtió.
Yaerahorismo y habraqueverismo son dos formas de ambiquestia.
martes, 11 de junio de 2013
Conceptonear
(Verbo intransitivo. De concepto.)
1. Utilizar conceptos bien definidos de manera caprichosa y arbitraria, sin aclarar en qué sentido se los está usando. "Sí, yo ayer dije que violé a una mujer, pero yo uso la palabra 'violar' de una manera distinta, no como un delito"
2. Definir un concepto de acuerdo a una acepción personal no justificada por el diccionario: "Cuando digo 'ideología' me refiero al sentimiento de piedad que tienen los perros cuando no muerden a las personas"
3. En una discusión, esgrimir un concepto complicado cuyo significado difícilmente pueda conocer el rival: "Ah, lo que vos estás diciendo se puede tipificar en el egolentismo declético. ¿Sabés vos lo que es el egolentismo declético? Qué vas a saber... No tenés ni idea. ¿Ves que sos un ignorante?"
4. Pretender un concepto sumamente preciso en un contexto en el cual la exactitud no es necesaria: "Ah, ¿vos decís que tiene calvicie? Pero tiene algunos pelos. Lo que tiene no es calvicie, es alopecía" ; "¿Te bañaste en la pileta? Yo no vi ninguna pileta. En cambio, sí vi una piscina. ¿No estarás confundiendo 'piscina' con 'pileta'¨?
En esta última acepción, el que conceptonea es un legóptero.
5. Exigir un entendimiento riguroso de un concepto sumamente vago: "¿Qué entendiste cuando te dije que debíamos enfrentar la sistematicidad oprimente de la ideología burguesa mediante la reflexión y el desengaño de las conductas autocomplacientes? Se ve que no entendiste nada, porque te fuiste a hacer la comida"
1. Utilizar conceptos bien definidos de manera caprichosa y arbitraria, sin aclarar en qué sentido se los está usando. "Sí, yo ayer dije que violé a una mujer, pero yo uso la palabra 'violar' de una manera distinta, no como un delito"
2. Definir un concepto de acuerdo a una acepción personal no justificada por el diccionario: "Cuando digo 'ideología' me refiero al sentimiento de piedad que tienen los perros cuando no muerden a las personas"
3. En una discusión, esgrimir un concepto complicado cuyo significado difícilmente pueda conocer el rival: "Ah, lo que vos estás diciendo se puede tipificar en el egolentismo declético. ¿Sabés vos lo que es el egolentismo declético? Qué vas a saber... No tenés ni idea. ¿Ves que sos un ignorante?"
4. Pretender un concepto sumamente preciso en un contexto en el cual la exactitud no es necesaria: "Ah, ¿vos decís que tiene calvicie? Pero tiene algunos pelos. Lo que tiene no es calvicie, es alopecía" ; "¿Te bañaste en la pileta? Yo no vi ninguna pileta. En cambio, sí vi una piscina. ¿No estarás confundiendo 'piscina' con 'pileta'¨?
En esta última acepción, el que conceptonea es un legóptero.
5. Exigir un entendimiento riguroso de un concepto sumamente vago: "¿Qué entendiste cuando te dije que debíamos enfrentar la sistematicidad oprimente de la ideología burguesa mediante la reflexión y el desengaño de las conductas autocomplacientes? Se ve que no entendiste nada, porque te fuiste a hacer la comida"
martes, 4 de junio de 2013
Poquijoquio
(Sustantivo. Del latín paucus = poco y iocus = chanza, juego)
Chiste o broma que tiene escasa o nula posibilidad de ejecutarse.
Quizás a usted se le ocurran relaciones semánticas graciosas e ingeniosos juegos de palabras. Pero jamás puede decirlas en público, porque la oportunidad es casi inexistente. Si tiene un arsenal de chascarrillos para burlarse de títulos nobiliarios, quizás necesite conocer a un duque o un marqués (quienes no abundan) para que su broma pueda dar curso. "Ah, a usted, conde, lo metieron preso por robar toallas de los hoteles. Es un conde - nado". "El barón es bastante afeminado. De barón tiene poco". O quizás haya pergeñado una broma para asustar a su abuela, quien murió hace treinta años. O tal vez tuvo la ingeniosa idea de asociar el apellido de un actor con una conocida marca de vinos, y está esperando a que el actor se vuelva alcohólico para poder usar ese malsonante mote.
En todos estos casos, usted sería un humorista genial (o un humorista a secas) en algún universo paralelo, donde se hicieran realidad las asociaciones que se le ocurren. Pero en este mundo, es alguien que desperdicia su coeficiente en improvisados y escasamente graciosos devaneos.
Chiste o broma que tiene escasa o nula posibilidad de ejecutarse.
Quizás a usted se le ocurran relaciones semánticas graciosas e ingeniosos juegos de palabras. Pero jamás puede decirlas en público, porque la oportunidad es casi inexistente. Si tiene un arsenal de chascarrillos para burlarse de títulos nobiliarios, quizás necesite conocer a un duque o un marqués (quienes no abundan) para que su broma pueda dar curso. "Ah, a usted, conde, lo metieron preso por robar toallas de los hoteles. Es un conde - nado". "El barón es bastante afeminado. De barón tiene poco". O quizás haya pergeñado una broma para asustar a su abuela, quien murió hace treinta años. O tal vez tuvo la ingeniosa idea de asociar el apellido de un actor con una conocida marca de vinos, y está esperando a que el actor se vuelva alcohólico para poder usar ese malsonante mote.
En todos estos casos, usted sería un humorista genial (o un humorista a secas) en algún universo paralelo, donde se hicieran realidad las asociaciones que se le ocurren. Pero en este mundo, es alguien que desperdicia su coeficiente en improvisados y escasamente graciosos devaneos.
viernes, 24 de mayo de 2013
Canatorio
(Sustantivo. Del griego xanó = perder y terminación -orio = lugar)
1. Lugar de la casa o de un recinto creado especialmente para perder cosas.
2. Lugar de una casa o de un recinto donde frecuentemente suelen aparecer las cosas perdidas.
Muchas veces se pierden simultáneamente las llaves, la billetera, una camisa, el cepillo de dientes y los anticonceptivos. Pero es poco probable que se extravíen todos estos objetos en un mismo lugar. En cambio, si se desarrolla un canatorio doméstico, es posible que todo lo perdido haya ido a parar allí. ¿Cómo es posible esto? Los canatorios pueden ser enormes agujeros en los sillones: cualquiera que se haya sentado en el sillón y pierda algo, casi seguro lo encontrará en el agujero. O pueden consistir en una inclinación del piso que confluya en un único lugar: todo lo que se caerá al piso, necesariamente se encontrará en esa confluencia. Los canatorios aumentan la probabilidad de que un objeto perdido se encuentre allí y no en otro lugar, aunque, por supuesto, no tienen una utilidad absoluta.
A veces hay "canatorios naturales". En los nidos de urracas se pueden encontrar objetos brillantes perdidos (las urracas macho los llevan como presentes para la hembra). En algunos lugares, por una misteriosa razón, todo lo perdido aparece tarde o temprano dentro de un cajón, bajo una cama o en el bolsillo de un pantalón: en la práctica, estos tres sitios funcionan como canatorios.
1. Lugar de la casa o de un recinto creado especialmente para perder cosas.
2. Lugar de una casa o de un recinto donde frecuentemente suelen aparecer las cosas perdidas.
Muchas veces se pierden simultáneamente las llaves, la billetera, una camisa, el cepillo de dientes y los anticonceptivos. Pero es poco probable que se extravíen todos estos objetos en un mismo lugar. En cambio, si se desarrolla un canatorio doméstico, es posible que todo lo perdido haya ido a parar allí. ¿Cómo es posible esto? Los canatorios pueden ser enormes agujeros en los sillones: cualquiera que se haya sentado en el sillón y pierda algo, casi seguro lo encontrará en el agujero. O pueden consistir en una inclinación del piso que confluya en un único lugar: todo lo que se caerá al piso, necesariamente se encontrará en esa confluencia. Los canatorios aumentan la probabilidad de que un objeto perdido se encuentre allí y no en otro lugar, aunque, por supuesto, no tienen una utilidad absoluta.
A veces hay "canatorios naturales". En los nidos de urracas se pueden encontrar objetos brillantes perdidos (las urracas macho los llevan como presentes para la hembra). En algunos lugares, por una misteriosa razón, todo lo perdido aparece tarde o temprano dentro de un cajón, bajo una cama o en el bolsillo de un pantalón: en la práctica, estos tres sitios funcionan como canatorios.
viernes, 17 de mayo de 2013
Parapeña
(Sustantivo. Del griego para = junto a, y paixnídi = juego. Adjetivo: parapéñico o parapénico [También puede formarse la palabra "paraludia", -del griego para y del latín ludus-; sin embargo preferimos evitar la hibridación latín-griego, aunque "paraludia" suena probablemente mejor que "parapeña"])
Estudio del conjunto de gestos, actitudes y palabras que ejecutan los jugadores en el desarrollo de un juego.
Así com la paralingüística estudia los elementos concomitantes al acto de habla y no el acto de habla en sí mismo, la parapeña se enfoca en las conductas periféricas de los jugadores y no en el juego en sí mismo. La caballerosidad entre jugadores es un fenómeno paralpéñico. El hecho de que algunos se mantengan serenos, otros desafíen a sus rivales y otros maldigan a su suerte es parte de la parapeña. Que algunos suden, tengan tics, rían nerviosamente, se pongan anteojos negros, vayan muy seguido al baño o hablen sobre temas triviales también son fenómenos parapéñicos.
Existe una parapeña amateur que consiste en la creencia de que el juego puede mostrar la personalidad de un individuo. En realidad, este tipo de parapeña es una rama de la psicología popular. Según el punto de vista de esta psicología, si usted desea saber cómo es una persona prepárele un escenario de juego. Invítelo a una partida de póker y en el comportamiento que esgrima durante ese juego podrá visualizar su espíritu como si fuera transparente.
Estudio del conjunto de gestos, actitudes y palabras que ejecutan los jugadores en el desarrollo de un juego.
Así com la paralingüística estudia los elementos concomitantes al acto de habla y no el acto de habla en sí mismo, la parapeña se enfoca en las conductas periféricas de los jugadores y no en el juego en sí mismo. La caballerosidad entre jugadores es un fenómeno paralpéñico. El hecho de que algunos se mantengan serenos, otros desafíen a sus rivales y otros maldigan a su suerte es parte de la parapeña. Que algunos suden, tengan tics, rían nerviosamente, se pongan anteojos negros, vayan muy seguido al baño o hablen sobre temas triviales también son fenómenos parapéñicos.
Existe una parapeña amateur que consiste en la creencia de que el juego puede mostrar la personalidad de un individuo. En realidad, este tipo de parapeña es una rama de la psicología popular. Según el punto de vista de esta psicología, si usted desea saber cómo es una persona prepárele un escenario de juego. Invítelo a una partida de póker y en el comportamiento que esgrima durante ese juego podrá visualizar su espíritu como si fuera transparente.
miércoles, 15 de mayo de 2013
Monóquira
(Sustantivo y adjetivo. Del griego mónos = uno y xeirós = mano)
Dícese de la actividad que puede realizarse con una sola mano.
Si usted debe encender el horno, ponerse un pulóver, pelar una manzana, conducir un automóvil o escribir en el teclado, debe tener las dos manos libres para utilizarlas en esa actividad. En cambio, para lavarse los dientes, rascarse la cabeza, escribir a mano, comer aceitunas o cerrar una puerta sólo se requiere de una mano. Lo interesante de las actividades monóquiras es que se pueden realizar dos de ellas de manera simultánea.
Existen actividades que podrían clasificarse como monóquiras, pero que en algunos casos resulta difícil ejecutarlas con una sola mano. A veces, abrir una puerta con llave puede demandar un par de maniobras con ambas manos (empujar, tironear). Escribir a mano también: muchas veces la otra mano debe sostener el papel. Por supuesto, tabién están los que fanfarronean de poder realizar con una sola mano (o con ninguna) aquello que debe hacerse con ambas, como andar en bicicleta o tocar el piano.
Dícese de la actividad que puede realizarse con una sola mano.
Si usted debe encender el horno, ponerse un pulóver, pelar una manzana, conducir un automóvil o escribir en el teclado, debe tener las dos manos libres para utilizarlas en esa actividad. En cambio, para lavarse los dientes, rascarse la cabeza, escribir a mano, comer aceitunas o cerrar una puerta sólo se requiere de una mano. Lo interesante de las actividades monóquiras es que se pueden realizar dos de ellas de manera simultánea.
Existen actividades que podrían clasificarse como monóquiras, pero que en algunos casos resulta difícil ejecutarlas con una sola mano. A veces, abrir una puerta con llave puede demandar un par de maniobras con ambas manos (empujar, tironear). Escribir a mano también: muchas veces la otra mano debe sostener el papel. Por supuesto, tabién están los que fanfarronean de poder realizar con una sola mano (o con ninguna) aquello que debe hacerse con ambas, como andar en bicicleta o tocar el piano.
martes, 7 de mayo de 2013
Teoastenia
(Sustantivo. Del griego theós = divino; a = negación y stenós = fuerza. Adjetivo: teoasténico)
Débil, ambigua y vacilante creencia en un dios.
El teoasténico no se declara ateo: mas bien insiste en que mantiene una fe religiosa, aunque no se siente a gusto con ella. No quiere que lo llamen ateo o agnóstico, pero tampoco acepta abiertamente el dogma religioso. Si en algún momento tuvo una creencia firme y plena, con el correr de los años ha ido dejando en suspenso cada una de las proposiciones en las que creía. Ya no cree abiertamente en la bondad divina, en la omnisciencia, en la justicia y en los milagros. Sin embargo, se resiste a despegarse de esas creencias como si todavía les tuviese cierto cariño, aunque ya no forman parte de su caudal de opiniones declaradas.
El teoasténico es un creyente cuya fe ha sido herida por la duda y el razonamiento, pero todavía tiene la esperanza de que esa herida pueda sanar. Solo es cuestión de tiempo para que esa esperanza se transforme en una nueva herida. En ese caso pueden ocurrir dos cosas: o bien el teoasténico abandona para siempre sus dogmas, con ruido, enojo y militancia antirreligiosa; o bien se convierte de lleno a alguna fe, se encierra en un credo hermético e intransigente, y se vuelve impermeable a todo tipo de dudas.
Débil, ambigua y vacilante creencia en un dios.
El teoasténico no se declara ateo: mas bien insiste en que mantiene una fe religiosa, aunque no se siente a gusto con ella. No quiere que lo llamen ateo o agnóstico, pero tampoco acepta abiertamente el dogma religioso. Si en algún momento tuvo una creencia firme y plena, con el correr de los años ha ido dejando en suspenso cada una de las proposiciones en las que creía. Ya no cree abiertamente en la bondad divina, en la omnisciencia, en la justicia y en los milagros. Sin embargo, se resiste a despegarse de esas creencias como si todavía les tuviese cierto cariño, aunque ya no forman parte de su caudal de opiniones declaradas.
El teoasténico es un creyente cuya fe ha sido herida por la duda y el razonamiento, pero todavía tiene la esperanza de que esa herida pueda sanar. Solo es cuestión de tiempo para que esa esperanza se transforme en una nueva herida. En ese caso pueden ocurrir dos cosas: o bien el teoasténico abandona para siempre sus dogmas, con ruido, enojo y militancia antirreligiosa; o bien se convierte de lleno a alguna fe, se encierra en un credo hermético e intransigente, y se vuelve impermeable a todo tipo de dudas.
miércoles, 1 de mayo de 2013
Esconognosia
(Sustantivo. Del griego skoné = polvo y gnósis = conocimiento)
Conocimiento detallado y profundo de algo que ha quedado obsoleto o anacrónico.
Un profesor de estenografía puede recordar con precisión los estenogramas, sus combinaciones y sus significados, aunque ya jamás vuelva a tener sentido aplicarlos, enseñarlos o tan siquiera pensar en ellos. El disc jockey tal vez conozca de memoria en qué disco de vinilo esté cada canción, aunque ahora puede encontrar las canciones mediante una búsqueda en su computadora. El reciente viudo recordará durante mucho tiempo las dosis, las marcas y los componentes genéricos de los medicamentos que tomaba su ahora difunda esposa. Nuestra vida es una ingente colección de pormenores que en algún momento se volverán inútiles para siempre, y a medida que envejecemos casi todo lo que pasa por nuestra cabeza es esconognosia.
Conocimiento detallado y profundo de algo que ha quedado obsoleto o anacrónico.
Un profesor de estenografía puede recordar con precisión los estenogramas, sus combinaciones y sus significados, aunque ya jamás vuelva a tener sentido aplicarlos, enseñarlos o tan siquiera pensar en ellos. El disc jockey tal vez conozca de memoria en qué disco de vinilo esté cada canción, aunque ahora puede encontrar las canciones mediante una búsqueda en su computadora. El reciente viudo recordará durante mucho tiempo las dosis, las marcas y los componentes genéricos de los medicamentos que tomaba su ahora difunda esposa. Nuestra vida es una ingente colección de pormenores que en algún momento se volverán inútiles para siempre, y a medida que envejecemos casi todo lo que pasa por nuestra cabeza es esconognosia.
viernes, 26 de abril de 2013
Legestorio
(Sustantivo. Del latín legere = leer y terminación -torio que indica despectivo)
1. Dícese del grupo de personas que lee libros y revistas obsoletos.
El legestorio lee revistas "Muy Interesante" del año 1985 en las que se realizan predicciones para el año 2000, o un folleto que explica las nuevas funciones del renault 12, o un libro sobre política internacional del año 1970 en el que advierten la posibilidad de que el comunismo ruso avance sobre latinoamérica. El legestorio se forma una idea anacrónica y distorsionada de su entorno, y es perseguido por fantasmas que desaparecieron hace mucho tiempo.
2. Dícese del grupo de personas que sólo considera auténtico libro al que está impreso en papel.
En esta acepción, el legestorio puede estar actualizado con respecto a las temáticas que lee, pero su idea de "libro" está asociada directamente al papel. No considera que la lectura en computadora sea una auténtica lectura, o que leer un blog sea realmente leer.
1. Dícese del grupo de personas que lee libros y revistas obsoletos.
El legestorio lee revistas "Muy Interesante" del año 1985 en las que se realizan predicciones para el año 2000, o un folleto que explica las nuevas funciones del renault 12, o un libro sobre política internacional del año 1970 en el que advierten la posibilidad de que el comunismo ruso avance sobre latinoamérica. El legestorio se forma una idea anacrónica y distorsionada de su entorno, y es perseguido por fantasmas que desaparecieron hace mucho tiempo.
2. Dícese del grupo de personas que sólo considera auténtico libro al que está impreso en papel.
En esta acepción, el legestorio puede estar actualizado con respecto a las temáticas que lee, pero su idea de "libro" está asociada directamente al papel. No considera que la lectura en computadora sea una auténtica lectura, o que leer un blog sea realmente leer.
martes, 23 de abril de 2013
Intermituerto
(Adjetivo. De intermitente y tuerto)
Dícese de quien tiene una discapacidad notoria que cada tanto desaparece.
El intermituerto la semana pasada tenía una renguera muy pronunciada y se ayudaba con bastón. Ayer, sin embargo, caminaba perfectamente. Hoy otra vez anda con bastón. Hace unos días estaba sordo. Ayer no. Hoy otra vez es sordo. Hoy a la mañana tenía una hernia. A la tarde había desaparecido. Nunca sabemos si su situación es fingida o real, pero el intermituerto jamás da las explicaciones del caso. Simplemente, vemos que su ceguera total, su parkinson o su neurofibromatosis se han curado de un día para el otro, y nadie le hace preguntas. Pero un tiempo después vuelve a tener todos los síntomas y nos quedamos con la duda de qué demonios pasó en el medio. Quizás se trate de una enfermedad complicada que cada tanto da algún respiro. Quizás hay días en los que está completamente curado, pero tiene la mala suerte de recaer en los mismos síntomas. Quizás sus males son puramente psicológicos o tal vez está fingiendo todo el tiempo, incluso cuando está con buena salud.
Podría haber intermituertos más desconcertantes que los ejemplificados más arriba. Podría ocurrir que a una persona le hayan amputado las piernas y que, a pesar de eso, la veamos caminando por la calle. O que a un manco le vuelva a crecer la mano por un día. O que el tío muerto reviva los viernes a la noche cuando se prepara el asado y el vino.
Dícese de quien tiene una discapacidad notoria que cada tanto desaparece.
El intermituerto la semana pasada tenía una renguera muy pronunciada y se ayudaba con bastón. Ayer, sin embargo, caminaba perfectamente. Hoy otra vez anda con bastón. Hace unos días estaba sordo. Ayer no. Hoy otra vez es sordo. Hoy a la mañana tenía una hernia. A la tarde había desaparecido. Nunca sabemos si su situación es fingida o real, pero el intermituerto jamás da las explicaciones del caso. Simplemente, vemos que su ceguera total, su parkinson o su neurofibromatosis se han curado de un día para el otro, y nadie le hace preguntas. Pero un tiempo después vuelve a tener todos los síntomas y nos quedamos con la duda de qué demonios pasó en el medio. Quizás se trate de una enfermedad complicada que cada tanto da algún respiro. Quizás hay días en los que está completamente curado, pero tiene la mala suerte de recaer en los mismos síntomas. Quizás sus males son puramente psicológicos o tal vez está fingiendo todo el tiempo, incluso cuando está con buena salud.
Podría haber intermituertos más desconcertantes que los ejemplificados más arriba. Podría ocurrir que a una persona le hayan amputado las piernas y que, a pesar de eso, la veamos caminando por la calle. O que a un manco le vuelva a crecer la mano por un día. O que el tío muerto reviva los viernes a la noche cuando se prepara el asado y el vino.
miércoles, 17 de abril de 2013
Ericurria
(Sustantivo. Del latín aes = dinero, cobre y excurrere = escurrir)
Sensación de que el dinero recién retirado del cajero o del banco ya no debe contabilizarse como parte del capital que uno posee.
Suponga que usted revisa el saldo en el cajero automático y le dice "3000 pesos". Saca 1000, imprime el comprobante y el saldo final le queda "2000 pesos". En realidad, usted sigue teniendo 3000. La diferencia es que hay 1000 en su mano y 2000 en la cuenta. Pero por culpa de la ericurria tendemos a creer que los 1000 fuera de la cuenta ya están gastados; no forman parte de nuestro patrimonio y desaparecerán de un segundo para el otro.
La ericurria es la sospecha de que el único dinero real es, paradójicamente, el dinero virtual depositado en el banco.
Sensación de que el dinero recién retirado del cajero o del banco ya no debe contabilizarse como parte del capital que uno posee.
Suponga que usted revisa el saldo en el cajero automático y le dice "3000 pesos". Saca 1000, imprime el comprobante y el saldo final le queda "2000 pesos". En realidad, usted sigue teniendo 3000. La diferencia es que hay 1000 en su mano y 2000 en la cuenta. Pero por culpa de la ericurria tendemos a creer que los 1000 fuera de la cuenta ya están gastados; no forman parte de nuestro patrimonio y desaparecerán de un segundo para el otro.
La ericurria es la sospecha de que el único dinero real es, paradójicamente, el dinero virtual depositado en el banco.
lunes, 8 de abril de 2013
Anicio
(Sustantivo. Del latín a = privación, separación e ire = ir, moverse hacia un lugar. Verbo transitivo: aniciar)
Si el inicio marca la primera fase de un proceso, el anicio es la indefinición, interrupción o indeterminación de un proceso en sus primeras fases.
El fenómeno del anicio es sumamente cotidiano, aunque la definición quizás no permita verlo. Supongamos que usted ha comenzado las vacaciones en su oficina, pero de todos modos debe seguir yendo a limpiarla, a ordenar papeles y a terminar con un trabajo pendiente. En ese caso, oficialmente usted está de vacaciones, pero de hecho ese inicio se ha visto impedido o demorado: sus vacaciones no han comenzado; han aniciado.
Si los alumnos comienzan las clases pero en los primeros días se anuncian huelgas docentes por tiempo indeterminado, podemos decir que no se ha dado inicio al ciclo lectivo, sino que se ha aniciado.
Si se levanta muy temprano a la mañana y a la media hora le da un sueño terrible de manera que duerme cinco o seis horas más, diremos que su día anició temprano, pero se inició luego de esa larga siesta.
La palabra "anicio" permite distinguir entre el comienzo oficial de algo y el comienzo real. A veces las cosas se inician oficialmente sin que se inicien en la realidad: en esos casos no tenemos inicios, sino anicios.
Aunque hay cercanía semántica con la palabra "aborto", esta última se distingue del anicio en que el aborto presupone un nacimiento futuro (de ahí la raíz "orior", 'nacer', presente en "aborto"), mientras que el anicio implica que el nacimiento de algo ya ocurrió, pero las cosas dejan de estar claramente definidas después de ese nacimiento.
Si el inicio marca la primera fase de un proceso, el anicio es la indefinición, interrupción o indeterminación de un proceso en sus primeras fases.
El fenómeno del anicio es sumamente cotidiano, aunque la definición quizás no permita verlo. Supongamos que usted ha comenzado las vacaciones en su oficina, pero de todos modos debe seguir yendo a limpiarla, a ordenar papeles y a terminar con un trabajo pendiente. En ese caso, oficialmente usted está de vacaciones, pero de hecho ese inicio se ha visto impedido o demorado: sus vacaciones no han comenzado; han aniciado.
Si los alumnos comienzan las clases pero en los primeros días se anuncian huelgas docentes por tiempo indeterminado, podemos decir que no se ha dado inicio al ciclo lectivo, sino que se ha aniciado.
Si se levanta muy temprano a la mañana y a la media hora le da un sueño terrible de manera que duerme cinco o seis horas más, diremos que su día anició temprano, pero se inició luego de esa larga siesta.
La palabra "anicio" permite distinguir entre el comienzo oficial de algo y el comienzo real. A veces las cosas se inician oficialmente sin que se inicien en la realidad: en esos casos no tenemos inicios, sino anicios.
Aunque hay cercanía semántica con la palabra "aborto", esta última se distingue del anicio en que el aborto presupone un nacimiento futuro (de ahí la raíz "orior", 'nacer', presente en "aborto"), mientras que el anicio implica que el nacimiento de algo ya ocurrió, pero las cosas dejan de estar claramente definidas después de ese nacimiento.
martes, 2 de abril de 2013
Catonógramo
( Del griego catá = por entero; ónoma = nombre y grámma = letra)
Deletreo que se realiza para desambiguar el propio nombre y, especialmente, el propio apellido.
Cuando nos piden que digamos nuestro nombre, por lo general debemos especificar algunas letras para que no quede mal escrito: "Mazzetti, con dos zeta y dos té"; "Mux, con equis final"; "Lópes, con acento en la 'o' y 's' final"; "Jadzianagnosti. Sí, sí. Con jota, dé, una zeta después de la d, y 'agnosti' al final, como suena". Todas estas aclaraciones, a veces rimbombantes y estrafalarias, son catonógramos. Una peculiaridad del catonógramo es que se convierte en una rutina: quien dice su apellido, de inmediato tiene aprendido su catonógramo, el cual se convierte en una especie de coda obligada posterior a la enunciación del nombre.
Deletreo que se realiza para desambiguar el propio nombre y, especialmente, el propio apellido.
Cuando nos piden que digamos nuestro nombre, por lo general debemos especificar algunas letras para que no quede mal escrito: "Mazzetti, con dos zeta y dos té"; "Mux, con equis final"; "Lópes, con acento en la 'o' y 's' final"; "Jadzianagnosti. Sí, sí. Con jota, dé, una zeta después de la d, y 'agnosti' al final, como suena". Todas estas aclaraciones, a veces rimbombantes y estrafalarias, son catonógramos. Una peculiaridad del catonógramo es que se convierte en una rutina: quien dice su apellido, de inmediato tiene aprendido su catonógramo, el cual se convierte en una especie de coda obligada posterior a la enunciación del nombre.
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