(Adjetivo. Del latín erro = errante, vagabundo y iocus = juego)
Dícese de quien se dirige a alguien haciendo alusiones inespecíficas y picarescas.
A veces vamos caminando y alguien, desde la vereda de enfrente, emite un chiflido, o grita alguna guarangada para que nos demos vuelta y lo veamos. No nos llama por nuestro nombre, y en rigor esos sonidos podrían ir dirigidos a cualquier persona. Pero él pretende que, con esas referencias guturales, nos demos por aludido. Si no le respondemos como él espera, probablemente comience a contar -siempre a los gritos- alguna historia infamante y muy privada para que al fin nos demos cuenta de que alguien está hablando de nosotros. El yerriyoco comienza con un silbido. Luego grita un "¡Eh!", seguido de un "¡Sooooordo!" (con la primera "o" alargada), un "¡Pelotuuuuudo!", y una alusión a la actividad laboral (¡Che, profesor, acá me parece que corrigió mal un examen!) o deportiva que realizamos (¡Aprendé a jugar al tenis!) o de la que somos seguidores (¡Los de Atlanta son unos muertos!) para finalmente gritar algo ofensivo, escabroso y dirigido a nosotros de forma inequívoca (Así que la otra noche te quisiste voltear a tu cuñada, ¿eh?).
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