(Adjetivo. De ya, ni y curro)
Dícese de quien abandona definitivamente una prolongada actividad delictiva.
El chanicurro pudo haber cometido todo tipo de estafas, hurtos y robos, pero un buen día encuentra un motivo suficiente para dejar de actuar en el delito. Sea porque ya ha logrado mucho dinero, porque se asustó después de un tiroteo, porque comenzó a sentir un persistente prurito moral, porque se hizo religioso o porque ya no le encontró sentido a la actividad, el chanicurro comienza a llevar una vida sedentaria y mortecina tras bastidores. Se lo suele ver en el patio de su casa, panzón, en ojotas y con un cigarrillo, preparando asados para sus amigos. O en el templo, rezando y contándole a sus hermanos su periplo pecaminoso y su posterior redención a manos del mesías. O en el bar, casi escondido en una mesa de fondo, relatando de vez en cuando sus heroicas peripecias delictivas.
El chanicurro muere a los cincuenta años de cirrosis o de un ataque cardíaco producto del colesterol y el sobrepeso. Su vida no se acaba por el disparo de un compañero traicionado o de un policía en un asalto: muere como el más pacífico y perezoso de los cristianos. A veces hay una mujer joven y hacendosa que llora con desconsuelo su desaparición. Pero, en la mayoría de los casos, nadie siente pena por él.
El chanicurro y la nomaspito han tenido vidas con cierto paralelismo.
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