martes, 26 de noviembre de 2013

Pamirodiama

(Sustantivo. Del griego pás = todo y myrodiá = aroma)

Si un panorama es una visión completa, conjunta, de una totalidad, un pamirodiama es un olor en el que pueden reconocerse vastos conjuntos de elementos, o bien un olor que indica algo grande, espacioso y múltiple: el indefinible olor del mar o del césped recién cortado son pamirodiamas. En cambio, el hedor de una fruta podrida o la empalago afragantado de un perfume barato son aromas a secas.

Se puede mantener cierta analogía entre el pamirodiama y el panorama, pero hay un punto en el que no son semejantes: el panorama suele revelar un conjunto de hechos presentes. El pamirodiama, en cambio, nos muestra olores de otros tiempos y de otros lugares. El "olor a la casa de mi infancia" es un pamirodiama, lo mismo que "el olor a Nápoles". A veces reconocemos esos aromas complejos en lugares y tiempos muy distantes a los originales. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Siete años

Hoy, veinte de noviembre, el blog EXONARIO cumple siete años. 


Un libro publicado por Editorial Sudamericana; incontables notas en diarios, revistas, radio y televisión. Una participación en el megaevento TedX. Colaboraciones de personas de España, Colombia, Venezuela, Uruguay, Chile, República Dominicana y hasta de Brasil. Mil quinientas palabras publicadas. Sé que usan el libro para clases de lengua y literatura, tanto en ámbitos escolares como universitarios.

Creo que este blog ha cumplido largamente con cualquier expectativa.

Ya no tiene el ritmo de antaño: la idea era publicar una nueva palabra por día. Se mantuvo en esa tesitura durante casi cinco años. Desde hace dos me han ganado el cansancio, el aburrimiento y la falta de ideas. Ahora sobrevive a razón de una o dos palabras por semana. Algunas semanas no he publicado nada.
Sospecho que seguirá así, en este letargo, por mucho tiempo. Cada tanto revivirá, pero ya no me impondré mantener un ritmo sostenido. 
Muchas gracias a todos. Hoy voy a brindar siete veces.

martes, 19 de noviembre de 2013

Idiodosis

(Sustantivo. Del griego ídios = propio, aislado y dósis = acción de dar. Adjetivo: idiodósico)

Decisión personal y parcialmente arbitraria acerca de cuál  medicamento se debe tomar, en qué momento y en qué dosis.

El médico dice que ya no hace falta tomar ibuprofeno, pero nosotros juzgamos que estaría bien un comprimido por la mañana y otro por la tarde. Nos habían recetado una amoxicilina de quinientos miligramos, pero el idiodósico cree que una de setecientos cincuenta es mejor y más efectiva. ¿Hepatalgina después del almuerzo? No, mejor treinta gotas antes y treinta gotas después. O quizás cuarenta, o cincuenta. ¿Tres pastillas por día para controlar la hipertensión arterial? No, no hace falta tanto. Con una día por medio está bien. ¿Aspirinas? No, mejor paracetamol. Quien padece de idiodosis sospecha (a veces con fundamento) que los médicos yerran sistemáticamente en sus prescripciones: si le dijo al traumatólogo que la rodilla le duele a la mañana, ¿por qué le hace tomar un calmante durante la noche? Sin duda es mejor tomar uno a la noche y otro a la mañana. El idiodósico está convencido de que los especialistas son burócratas poco informados acerca de los verdaderos sufrimientos de sus pacientes. Cree que toda receta padece de una inadecuación fundamental, y que las cantidades recetadas son solo sugerencias o recomendaciones versátiles y sujetas a opinión. Desde luego, a veces los médicos se comportan como burócratas expeditivos y a veces se equivocan de forma grosera. En esos casos parece más sano inventarse una prescripción que seguir al pie de la letra las proporciones señaladas. A veces, claro, la impericia médica combinada con una imprudente idiodosis desembocan en un mal mucho mayor.  

martes, 5 de noviembre de 2013

Quirotáquico

(Sustantivo. Del griego xeirós = mano y taxús = veloz)

Dícese de quien acompaña todas sus palabras con veloces y complicados movimientos de manos.

La mayoría de las personas utilizan sus brazos, manos y dedos para reforzar o enfatizar sus dichos.  El quirotáquico utiliza en exceso ese énfasis. Cada sílaba y cada letra pronunciadas reciben la escolta de sus palmas ondulantes. Lo-des-cuar-ti-zó, dice, machacando las sílabas mientras golpea cinco veces el canto de su mano derecha sobre la palma de la mano izquierda. Como si fuera el director de orquesta de sus enunciados, el quirotáquico necesita del movimiento de sus manos tanto como de sus cuerdas vocales: la agitación de sus brazos es la mímesis de sus palabras; ambas conforman un único acto enunciativo. El quirotáquico, en rigor, muchas veces privilegia el énfasis manual antes que los sonidos de su boca: "Pshhhh", dice, mientras traza una cruz y una voluta hacia arriba con sus manos, para decir "se murió". "Apffff", dice, golpeándose la cabeza con una palma y metiéndose dos dedos en la boca, para decir "Salió todo mal". "Cugh", regurgita, retorciendo las muñecas, moviendo los dedos como si fueran tentáculos de un pulpo, haciendo que golpeteen el dedo meñique y el anular de la mano derecha sobre el dedo mayor de la izquierda, golpeándose el puño de la mano izquierda con tres dedos de la mano derecha, levantando los brazos y el hombro hacia el cielo, cerrando a medias el puño de la mano izquierda e introduciendo el dedo índice en el agujero que quedó del puño a medias cerrado, para decir "No tengo nada que decir".


lunes, 4 de noviembre de 2013

Exóbalo

(Sustantivo. Del griego exó = hacia afuera y bállo = arrojar. Sustantivo: exobalia)

Dícese de quien tiene la costumbre de desarmar y desarticular violentamente algo que se está desarrollando.

La imagen más gráfica del exóbalo es el de un futbolista que patea la pelota afuera, muy muy lejos de la cancha. Su acción no permite que el juego se desarrolle; es más, interviene para que todo cese. Desde luego, es posible encontrar exóbalos en muchos otros rubros. Si usted está conversando con alguien ocasional durante una fiesta y solo trata de ser amable, tal vez pregunte: "¿Le gusta a usted más el vino tinto o el blanco?" El exóbalo interviene -es decir, no se rehúsa a responder-, pero su participación le quita todo el estímulo a la charla: "A mí me gusta más Dios". Su respuesta equivale a patear la pelota afuera, y ya no tiene sentido seguir dialogando.
No es que al exóbalo le interese poner su impronta en el ámbito en el que participe (fútbol, conversación o lo que fuera): mas bien parece tener una torpeza proverbial para compartir ciertos códigos. Rompe las reglas de tal modo que, después de su intervención, ya no hay juego posible.
A veces la exobalia es una estrategia retórica para desenfocar drásticamente el ángulo de la conversación: "¿Sabés cuánto me costó esta camisa?". "No sé. Pero parece que el que te la vendió se está culiando a tu esposa".  

viernes, 1 de noviembre de 2013

Falleciucho

(Adjetivo. De fallecido y terminación -ucho)

Dícese de la persona que se ha recuperado parcial y defectuosamente de una enfermedad. 

El falleciucho se encuentra debilitado, enflaquecido y su aspecto no es el de quien ya le ha ganado a su padecimiento, sino el de un moribundo. Los médicos y los análisis dicen que todo va bien, pero el rostro demacrado, la languidez de sus movimientos, la irreconocible voz de ultratumba y la palidez de su piel parecen decir lo contrario. El falleciucho malamente sobrelleva las consecuencias de su enfermedad y, a pesar del optimismo de los médicos, tenemos la firme intuición de que no va a durar mucho. Es que, además de su aspecto externo, el falleciucho ha cambido de personalidad. Ya no es el ejecutivo dinámico, el profesor locuaz o el padre que juega al fútbol con sus hijos: ahora es un espectro que no puede moverse con rapidez; casi no habla y no tiene fuerzas para perseguir una pelota. Su vida mental se reduce a obervaciones puntuales sobre hechos concretos: parece que no soñara, no razonara, no creyera o no deseara. Es como si hubiera perdido su alma; un zombie que se hizo zombie sin haber pasado por la instancia de la muerte.

Para volverse un falleciucho no hace falta que la enfermedad a medias superada haya sido importante. Un resfrío prolongado o una tos persistente pueden convertir al más lozano en un falleciucho. A veces, claro, el falleciucho termina falleciendo y por lo general, en estos casos, la causa es la morboncha.