jueves, 28 de febrero de 2013

Frivocación

(Sustantivo. Del latín frivolus = vano, fútil y vocatio = llamado, invocación)

Utilización de la plegaria para propósitos banales. 

Se supone que el creyente puede pedirle a Dios que guarde su alma, que bendiga a sus familiares y amigos y que perdone a las personas que cometen acciones malas. Quizás tenga permitido rogarle por una enfermedad, por un reencuentro largamente esperado o por hallarle un nuevo sentido a la vida. Tal vez le pueda pedir un trabajo (si no lo tiene), una casa (si ya no puede pagar el alquiler) y algo de comida. Es dudoso que se lo pueda invocar para que nos apruebe el examen o para que el perro de la vecina deje de morder a nuestro hijo.  Pero suplicarle para que nos alcance la botella que está en la cocina, o para que el botón del pantalón deje de apretarnos; o rezar frenéticamente para que desaparezca una mosca o para que el kiosco todavía no haya cerrado, parecen formas excesivamente ramplonas de comunicarse con Dios. Son frivocaciones, las cuales sin duda, configuran una forma de malgastar las súplicas. Y si estas son insistentes y muy banales, se corre el riesgo de enojar a un dios quisquilloso. Aunque quizás, de tanto insistir, el dios -enojado- podría presentarse y otorgarnos el pedido, de mala gana, con el solo propósito de que ya no lo molestemos: "¡Tomá, pelotudo, te enfrié la cerveza, ahora dejame de joder!". Si esto ocurriera, se habría logrado una pragmafanía.

Claro que se podría elaborar el razonamiento inverso: si Dios (que todo lo ve, lo oye y lo hace) no tiene la voluntad de hacer que desaparezca una manchita de grasa en mi pantalón, ¿cómo puedo pedirle que le dé sentido a mi vida o que libere a la humanidad del cáncer?


martes, 26 de febrero de 2013

Poquifable

(Adjetivo. Del latín paucus = poco y for = hablar)

Mientras lo inefable es aquello de lo que no se puede hablar, lo poquifable puede definirse como aquello de lo que no hay mucho para decir. 

¿A qué cosas se puede calificar de "poquifables"?
Las sensaciones podrían ser llamadas así. Si usted intenta describir una sensación a alguien que nunca la tuvo, se dará cuenta de que cualquier adjetivo será insuficiente, insatisfactorio o vagamente descriptivo. Si trata de explicar cómo es ver el color rojo a alguien que nunca lo vio, podrá utilizar una analogía como: "Es un color contundente, apasionado, que deja una marca profunda en la retina". Pero esa descripción no puede generar en el otro la representación del rojo, a menos que haya visto alguna vez ese color. Haga la prueba con otras sensaciones más complejas: un orgasmo, el dolor de un infarto, las mariposas en el estómago.
Algunos filósofos y científicos han dicho que las sensaciones son inefables: nada podemos decir de ellas. Sin embargo, el filósofo Daniel Dennett objeta que se ha dicho que son inefables, pero nunca se deja de hablar de ellas. Aun así, -objetando a Dennett- es poco lo que podemos describir de las sensaciones. Quizás, porque la mayoría de las cosas inefables son, en realidad, poquifables. 
En rigor, Dios, el Más Allá, la Nada y cualquier otra entidad metafísica no es inefable: es poquifable. Pues ya el solo hecho de nombrarla nos informa que algo puede decirse. Al menos el nombre. Y si no podemos nombrarla, también es poquifable: pues al menos sabemos que no puede nombrarse. Lo único que es realmente inefable es lo que nunca se ha dicho y no podría decirse por ningún medio.  

jueves, 21 de febrero de 2013

Obventura

(Sustantivo. De ob = oposición, y ventura)

Situación con poco suspenso y ligeramente tediosa.

Si las aventuras son experiencias arriesgadas llenas de sucesos imprevistos, y en las desventuras ocurren desgracias inesperadas, en las obventuras hay una promesa de adrenalina y diversión que no se cumple. Para que haya una obventura debió haber previamente alguna expectativa en el suceso. Si caminamos por un bosque con la esperanza de encontrarnos con animales e insectos peligrosos, pero sólo hay árboles y más árboles; si vamos al carnaval para perdernos entre la multitud enmascarada, pero sólo recibimos un poco de espuma y apenas podemos ver  una murga desfilando entre el gentío; si vamos al casino con la esperanza de saltar la banca, pero después del segundo "no va más" empezamos a bostezar; en todos estos casos hemos tenido una obventura. La adrenalina prometida no llega y no llegará.
Muchas veces los sucesos pretendidamente divertidos son, en realidad, una dosificación del aburrimiento. Las vacaciones en la playa consisten en tirarse en la arena, asolearse, tomar mate con tortas fritas, bañarse un poco en el mar y volver a la casa. La fiesta de casamiento consisten en saludar a los novios, comer, volver a comer, bailar el vals, volver a comer, bailar cumbia, comer, ponerse bonetes, bailar brasilero, despedirse, irse. Las obventuras nos muestran nuestro propio tedio, pero lo hacen de a poco, con algún señuelo que nos promete alguna gratificación, y sin adrenalina.
Una obventura es una aventura fallida.

viernes, 15 de febrero de 2013

Omniproteste / Todoprotestoso

(Adjetivo. De omnis = todo y  protestar)

Dícese de quien, al protestar por un hecho puntual, extiende sus quejas hasta un punto radical, extremo y omniabarcante.

El todoprotestoso no admite que haya medias tintas en sus protestas. Él no se queja por la falla en el sistema de agua que afectó a su edificio: su protesta alcanza los cimientos mismos de la civilización occidental. "Sí, dirán que fue un error del encargado. Dirán que se rompió la bomba de agua. Pero todo esto es producto de décadas de despojo y destrato político, y ojo, no estoy hablando solo de nuestros presidentes. Culpo a la comunidad internacional, a la revolución industrial y a los griegos antiguos por esta momentánea falla la distribución del agua".
Es muy común encontrar al omniproteste en política (y en ese caso, el omniproteste sufre de una megalómana ambiquestia). Si muere un manifestante de un balazo en manos de la policía, el todoprotestoso le echará la culpa a la totalidad del sistema partidario, al oficialismo, a la oposición, a los mandatarios anteriores, a la justicia y al poder legislativo. De ese modo, la culpa de la policía (y, concretamente, del policía que efectuó el disparo) se diluye en un maremágnum de lejanos y dudosos responsables. Si se descubre que en un gobierno provincial hay narcotráfico, el omniproteste dirá que el narcotráfico está enquistado en todo el país y en todo el mundo, y echará la culpa al gobierno nacional, al narcotráfico internacional y a la influencia de países terroristas.
El todoprotestoso arenga a sus conciudadanos, a quienes trata de ingenuos o burgueses, para que protesten por algo más que ese hecho puntual que desencadenó la reacción: "Usted no puede hacer un piquete al almacenero que le vendió una lata de atún vencida. Tiene que juntarse con otras personas, salir a la calle y quemar la municipalidad, porque ellos no hacen los controles". Curiosamente, es raro que se vea al todoprotestoso cumpliendo con los mandatos de esa arenga.  
Para el omniproteste, o se protesta por todo, o no se está haciendo una verdadera protesta. El problema es que en ese "todo" los responsables con nombre y apellido se diluyen sin remedio, y nos quedamos con una queja abstracta, hecha contra "el sistema", "los políticos" o "la historia". Protestar por la totalidad del sistema es a veces una buena manera de escaparle a los problemas puntuales que requieren de un trabajo muy fino, a conciencia y con esfuerzo.


miércoles, 13 de febrero de 2013

Anuncamar (se)

(Verbo. De nunca y más. Adjetivo: anuncamado. Sustantivo: anuncamamiento.)

Anunciar en voz alta que nunca más se hará alguna acción banal o cotidiana.

Para que se produzca el anuncamamiento, es necesario que el anuncio implique una restricción excesiva y que, por lo tanto, no se pueda cumplir con lo anunciado. Si alguien dice "nunca más tomo un vaso de agua en mi vida", es posible que se haya anuncamado, pues tarde o temprano quizás alguien le ofrecerá un vaso de agua -en una reunión, en la casa de un pariente o alguna tarde calurosa- y no tendrá más remedio que aceptarlo.
Muchas veces los padres anuncaman a sus hijos: les dicen que si hoy no ordenan su cuarto, nunca más les comprarán golosinas o nunca más les dejarán usar sus juguetes. Los niños aprenden desde muy temprano que sus padres utilizan el anuncamamiento como una amenaza imposible de cumplir; saben que en el reino de las relaciones parentales el "nunca más" no existe, y mucho menos si la amenaza implica algo tan cotidiano como un juguete o una golosina.  

Uno puede anuncamarse a sí mismo, o anuncamar a otra persona. En todos los casos, el anuncamamiento es un "irse de boca", es prometer una renuncia que desde el mismo instante en que se emite está condenada al perjurio. De hecho, el anuncamado se distingue del perjuro porque este último rompe su juramente pudiendo haberlo cumplido (y con plena conciencia de ello). Pero el anuncamado hace un anuncio cuyas condiciones son a priori imposibles de satisfacer. Lo curioso es que el anuncamamiento no puede satisfacerse no porque el objeto de la promesa sea muy difícil o inalcanzable, sino porque es demasiado cotidiano como para excluirlo de las prácticas de la vida diaria.

lunes, 11 de febrero de 2013

Avencordia

(Sustantivo. Del latín avenor = porvenir y cordis = corazón [de donde se deriva "recordar"]. No confundir con avercodar)

Memoria de hechos futuros.

La avencordia puede presentarse de dos maneras bien definidas:
En una de ellas, la persona que posee avencordia recuerda clara y vívidamente hechos futuros. En algunos casos no sabe que esos hechos todavía no ocurrieron; en otros tiene también una plena conciencia de que esos hechos están por venir. A esta clase de avencordia la podemos llamar "avencordia consciente".
En la otra clase, el individuo no conoce conscientemente su recuerdo, pero actúa de acuerdo a lo que le está por ocurrir, sin saber por qué y sin saber exactamente qué le va a ocurrir. Una futura víctima de un accidente de tránsito llora por anticipado por su propia muerte inminente. No sabe por qué llora y no sabe que va a morir, pero algo en él ya conoce el futuro. Si nos embarga una enorme tristeza unos días antes de recibir una mala noticia; o si, por el contrario, tenemos una euforia inexplicable antes de recibir una buena noticia, entonces sufrimos de esta "avencordia inconsciente".  Si usted se prepara para recibir a un tío que viene a visitarlo de un lugar muy lejano (y usted no sabía que venía ese tío), o si quema unos escritos comprometidos una hora antes de que vengan a allanarle la casa (y usted no sabía que le iban a allanar la casa), entonces ha sufrido de avencordia inconsciente.

La avencordia parece mostrarnos que el tiempo no marcha en una sola dirección. Nuestra vida se enfoca en un sentido del tiempo, pero algunas veces tenemos vestigios, indicios inconcluyentes en la memoria o en el cuerpo, de que el tiempo se mueve hacia adelante y hacia atrás. A veces la memoria se quita la atadura con el pasado y se atreve, por error o por capricho, a asomarse en la otra dirección del tiempo.

martes, 5 de febrero de 2013

Contrarregalo

(Sustantivo. De contra y regalo)

Obsequio que se realiza como respuesta a un obsequio recibido.

Muchos de los regalos que damos por cumpleaños, navidad o día de los enamorados, son contrarregalos. Si Juan nos regalase un par de medias para nuestro cumpleaños, podremos obsequiarle otro cuando llegue su onomástico: un presente modesto que no pone en peligro sus finanzas ni las nuestras. Pero si Juan nos regalara un automóvil o un viaje en crucero, las cosas se nos complicarían, pues cuando él mismo cumpliera años no podríamos llevarle apenas un par de medias. Disfrutaremos, sí, del crucero o del automóvil recibido, pero lo haremos con la angustiosa conciencia de que estamos en deuda; viviremos unos meses de ansiedad anticipando el enorme gasto que demandará el futuro obsequio de cumpleaños de Juan. Los contrarregalos deben ser proporcionales a los regalos iniciales; deben estar a la altura del regalo recibido, y si no tenemos en cuenta esa proporción corremos el riesgo de generar ofensa o decepción.
A veces los contrarregalos se producen en escaladas, como una guerra fría de ofrendas: Alberto le regala flores y un pantalón a Carolina (para el día de los enamorados). Carolina le regala dos pantalones y dos remeras a Alberto (ese mismo día). Alberto le regala tres pantalones, tres remeras y una campera a Carolina (para el aniversario de casados). Carolina le regala a Alberto dos camperas, tres pares de zapatos caros, cinco camisas y diez relojes pulsera (para ese mismo aniversario). Alberto le regala a Carolina dos computadoras, un nuevo Blackberry, ocho pares de zapatos y dieciséis remeras (en una fecha aleatoria. Nótese que cuando se ingresa en una escalada de contrarregalos ya no importa por qué se regala: la única motivación es el hecho de superar el último presente recibido). La escalada puede seguir de manera indefinida, hasta que las tarjetas de crédito revientan o hasta que uno de los dos no hace justicia a la desmesura del otro y entonces aparecen la ofensa y el desdén.
Para evitar el peligro de los contrarregalos, quizás conviene aclarar de antemano en todos los ámbitos posibles: "No quiero regalos". Pero esto puede ser contraproducente, porque quienes reciben ese mensaje fingirán que no nos van a dar un regalo, pero a último momento nos agasajarán con una enorme sorpresa. Quizás la única solución sea mostrarse agresivo, furioso y molesto con el regalo recibido. Pero esa es una reacción muy extraña y difícilmente comprensible: "¡Imbécil! ¡Te dije que no quería regalos! ¿Sos sordo? ¡Metete los veinte mil dólares en el orto!"
A veces el contrarregalo es desproporcionado con respecto al regalo inicial, pero esa desproporción es en sentido positivo: si usted obsequió una botella de vino a una amiga, esa amiga le obsequiará seis botellas de vino o una bicicleta, regalos claramente superiores al suyo. Por lo general, esta desproporción positiva tiene un objetivo moralmente cuestionable: demostrarle al homenajeado que uno no es un tacaño. "Este turro me trajo una planta para nuestro aniversario. Yo no soy igual que él; le compré cincuenta trajes para hacerlo sentir mal. Yo cuando regalo, regalo"
Otras veces nos dan obsequios puramente simbólicos: una canción, una foto antigua en Facebook, un poema. Pero aun estos regalos requieren contrarregalos que estén a la altura del esfuerzo y el ingenio empleados. La novia que compuso una canción a su novio para el día de los enamorados seguramente se sentirá decepcionada si recibe una caja de bombones con una tarjeta fría e impersonal.

Los regalos recibidos son trampas, pequeños anzuelos que se arrojan disimuladamente a nuestra conciencia para atrapar contrarregalos futuros. No nos dan regalos para hacernos sentir queridos y felices; nos regalan para mostrarnos que estamos atados por invisibles y retorcidos hilos de obligaciones sociales.