(sust. masculino, el femenino es inusitado).
Ave de clasificación y aspecto inciertos. Habitaba en las Antillas en la época del descubrimiento de América, pero se extinguió totalmente muy poco tiempo después a raíz de los acontecimientos que vamos a relatar.
El Gran Almirante cuenta en sus memorias acerca del segundo viaje:
"Era el viernes 10 de julio de 1495. Un grupo de mis hombres y yo, atravesamos la mar para ir desde la Española a una pequeña ínsula que hasta entonces no habíamos visto jamás y que inmediatamente declaré posesión de nuestros reyes Fernando e Isabel, ante el regocijo de los indios que nos habían recebido. El verdor que había por doquier hacía pensar en el paraíso terrenal. El jefe indio, lleno de entusiasmo, nos llevó hasta un claro, en el centro mesmo de la ínsula, donde vimos la cosa más extranya que naides haya podido imaginar. Los cielos estaban diáfanos, de un celeste encendido, pero sin embargo llovía. Miré al jefe indio y le pregunté (porque para ese entonces él ya había aprendido nuestra lengua de Castilla):
-Singular es esta circunstancia, ¿cómo puede llover intensamente, a la vez que los cielos conservan su dulce color de oriental zafiro?
-Don Cristóbal, os engañáis. Lluvia no es esta, mirad bien.
Alzé mis ollos y vi que sobre los árboles había una multitud de aves nunca vistas por nosotros. Los ejemplares adultos eran del tamaño de una codorniz; algunas las había muy hermosas y las otras muy feas. El jefe me explicó que las bellas eran las fembras, que los machos eran horribles, al contrario de lo habitual entre las aves. Mientras las fembras estaban serenas, los machos lloraban tan intensamente, que el llanto de los sus ollos caía sobre nosotros cual copiosa lluvia, mientras estaban nos catando.
-Es el lloriqueador, don Cristóbal. Los machos de los sos ollos tan fuertremiente lloran, porque son mudos y no pueden conquistar a las fembras.
-¿Pues cómo explicáis la multitud de estas aves?
-Que algunas de ellas son sordas y no se les da un ardite que los machos les canten un himno a la alegría.
-Cosa es ella nunca vista; por cierto que este campo está lleno de nidos a flor de tierra.
-Eso no es todo, don Cristóbal. La carne y los huevos de estas aves tienen un poder singular: que si un hombre, aún el más anciano, come dellos, recobra la gallardía propia de un mozalbete. Solemos yantarlos una vez por año, el día de la primavera.
Maravilleme de cuanto me había dicho el salvaje y conmigo todos mis hombres.
Permanecimos en esa ínsula, que se me antojaba paraíso, una semana, poco más o menos.
Volvimos a la Española y al cabo de unos cuatro meses, tornamos a la dicha ínsula. Encontré allí al jefe indio, que con indecible tristeza me dijo:
-Ay, don Cristóbal de mi alma, ¡qué gran desgracia se ha abatido sobre nosotros! ¡Válgame Dios (el dios de los indios, nota del Gran Almirante).
-¿Qué ha pasado? -le dije.
-Cosas nunca vistas. Donde había pájaros antaño, no hay güevos ogaño. Quiero dezir, que no vemos más ni al lloriqueador ni a sus nidos que todos han desaparecido como por ensalmo.
-Raro es, en verdad.
-No es lo único raro, don Cristóbal. Todas nuestras mujeres están preñadas, aún las más viejas. Tal parece que la llegada a estas tierras de Vueças Mercedes ha producido algunos prodigios..
Totalmente confundido miré a mis hombres, que alzaron la mirada hacia los cielos, mientras la mayoría de ellos se puso a silbar, algo que me resultó incomprensible, entonces como agora."
Ese es el relato que hace Cristóbal Colón, y que es la única referencia que tenemos acerca de este ave, el lloriqueador, que, misteriosamente, se extinguió poco tiempo después de haber sido visto por los españoles por primera vez.
1 comentario:
0:10 hs? qué pasó?
perdón, pero tuve que copiarlo...
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