(Sustantivo. Del latín paries = pared y figere = colgar. Variante: parifijo)
Tipo de objeto que puede colgarse de una pared.
Aun cuando los cuadros son típicos parifigios, existe una gran variedad de cosas que pueden colgarse de una pared. Herramientas y ciertos tipos de adorno también son parifigios. Los televisores también lo son, pero no aquellos que usan un dispositivo que sobresale varios centímetros, sino los del tipo LCD que se amuran directamente.
Por regla general, sólo se consideran parifigios los objetos chatos, sólidos e indeformables. Cualquier otra cosa que requiera de dispositivos sobresalientes no es parifigio.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
miércoles, 31 de marzo de 2010
martes, 30 de marzo de 2010
Hemeromorfia
(Sustantivo. Del griego hémera = día y morphé = forma)
Forma y estructura que poseen los días.
Los martes estamos en la oficina de ocho a diecisiete y después vamos al gimnasio, y los miércoles corremos por el parque hasta las diez, luego desayunamos y vamos al trabajo de doce a ocho de la noche, para luego cenar en un bar. He ahí la hemeromorfia de nuestros martes y miércoles. Cada vez que alguien nos dice "el martes", inmediatamente asociamos el día con la rutina que le toca. Un martes no es igual a un miércoles: como si el día tuviese su propia personalidad. La hemeromorfia condiciona nuestro humor, nuestros proyectos, horarios de sueño y comidas. Si el sábado no trabajamos y no tenemos una rutina definida, podemos quedarnos hasta tarde el viernes: es que viernes, sábado y domingo se "apoyan" mutuamente en una hemeromorfia relajada, aunque la del domingo suele ser ligeramente depresiva (pues el domingo se "apoya" en el lunes)
Cuando cae un feriado inesperado, el día se vuelve irreconocible por culpa de su bisoliña. El martes feriado se trasviste; se pone las ropas de un domingo anómalo y engañoso. Si el jefe nos pide que el domingo nos quedemos a trabajar, ese solo huiqueo nos conducirá a cambiar los colores y las expectativas propias de un domingo.
Existen días que no tienen hemeromorfia. Suelen darse en vacaciones, cuando nos acostamos muy tarde y luego dormimos toda la mañana y parte de la tarde. O, a veces, cuando realizamos una actividad inusual que demanda mucho tiempo en horarios en los que solemos hacer otras cosas: mirar una maratón de series en DVD, jugar videojuegos o cultivar zapallos. En esos casos solemos soprendernos de lo tarde que se hizo y podemos sentir cierto malestar, como si faltara algo importante para que el día termine.
La noción de hemeromorfia parece aplicarse sólo a los días de la semana. Sin embargo, también puede aplicarse a los días del mes o del año. El martes doce de enero no tiene la misma hemeromorfia que el martes dieciséis de julio. Un martes de los primeros días del mes no es igual a uno de fin de mes (en particular, desde el aspecto económico). Sin embargo, la forma más imponente suele ser la del día de la semana: el martes tiene forma de martes, y sólo tangencialmente tiene forma de día de julio o de enero.
Exonario es parte la hemeromorfia de mi vida.
Forma y estructura que poseen los días.
Los martes estamos en la oficina de ocho a diecisiete y después vamos al gimnasio, y los miércoles corremos por el parque hasta las diez, luego desayunamos y vamos al trabajo de doce a ocho de la noche, para luego cenar en un bar. He ahí la hemeromorfia de nuestros martes y miércoles. Cada vez que alguien nos dice "el martes", inmediatamente asociamos el día con la rutina que le toca. Un martes no es igual a un miércoles: como si el día tuviese su propia personalidad. La hemeromorfia condiciona nuestro humor, nuestros proyectos, horarios de sueño y comidas. Si el sábado no trabajamos y no tenemos una rutina definida, podemos quedarnos hasta tarde el viernes: es que viernes, sábado y domingo se "apoyan" mutuamente en una hemeromorfia relajada, aunque la del domingo suele ser ligeramente depresiva (pues el domingo se "apoya" en el lunes)
Cuando cae un feriado inesperado, el día se vuelve irreconocible por culpa de su bisoliña. El martes feriado se trasviste; se pone las ropas de un domingo anómalo y engañoso. Si el jefe nos pide que el domingo nos quedemos a trabajar, ese solo huiqueo nos conducirá a cambiar los colores y las expectativas propias de un domingo.
Existen días que no tienen hemeromorfia. Suelen darse en vacaciones, cuando nos acostamos muy tarde y luego dormimos toda la mañana y parte de la tarde. O, a veces, cuando realizamos una actividad inusual que demanda mucho tiempo en horarios en los que solemos hacer otras cosas: mirar una maratón de series en DVD, jugar videojuegos o cultivar zapallos. En esos casos solemos soprendernos de lo tarde que se hizo y podemos sentir cierto malestar, como si faltara algo importante para que el día termine.
La noción de hemeromorfia parece aplicarse sólo a los días de la semana. Sin embargo, también puede aplicarse a los días del mes o del año. El martes doce de enero no tiene la misma hemeromorfia que el martes dieciséis de julio. Un martes de los primeros días del mes no es igual a uno de fin de mes (en particular, desde el aspecto económico). Sin embargo, la forma más imponente suele ser la del día de la semana: el martes tiene forma de martes, y sólo tangencialmente tiene forma de día de julio o de enero.
Exonario es parte la hemeromorfia de mi vida.
lunes, 29 de marzo de 2010
Taquíbraso,a
(Adjetivo. Del griego taxús = rápido y brasé = cocido)
Dícese de quien sabe cocinar rápidamente y de forma limpia algo que normalmente demanda mucho tiempo y despliegue.
El taquíbraso dice que hace carne a la parrilla o chivitos al asador en sólo veinte o treinta minutos, y con muy poca leña, o que prepara paellas, calamares y pasteles casi sin ensuciar sartenes, ollas ni dejar malos olores.
Muchas veces sólo es jactancia, y la comida, aunque sale rápido del horno, termina estando cruda. En esos casos, el taquíbraso se muestra confundido ante nuestra queja, y nos pregunta con un leve enojo: "¿Más cocido lo querías? Va a quedar reseco"
Dícese de quien sabe cocinar rápidamente y de forma limpia algo que normalmente demanda mucho tiempo y despliegue.
El taquíbraso dice que hace carne a la parrilla o chivitos al asador en sólo veinte o treinta minutos, y con muy poca leña, o que prepara paellas, calamares y pasteles casi sin ensuciar sartenes, ollas ni dejar malos olores.
Muchas veces sólo es jactancia, y la comida, aunque sale rápido del horno, termina estando cruda. En esos casos, el taquíbraso se muestra confundido ante nuestra queja, y nos pregunta con un leve enojo: "¿Más cocido lo querías? Va a quedar reseco"
jueves, 25 de marzo de 2010
Teleutofrasto,a
(Adjetivo. Del griego teleutón = final y phrásis = expresión)
Quien, cuando se le pide que repita una expresión porque no se ha entendido, sólo repite la parte final.
"Me gustaría comprarme un alfajor", dice el teleutofrasto. "Perdón, ¿qué dijiste?", preguntamos, porque no pudimos oírlo. El teleutofrasto sólo responde: "Alfajor". Su respuesta nos obliga a preguntar una vez más: "¿Qué pasa con el alfajor?" En este punto el teleutofrasto suele perder la paciencia y, a veces, nos contesta con un grito. "¡Quiero comprarme un alfajor, eso dije, comprarme un alfajor!" Por alguna razón inexplicable, cree que con sólo repetir el final de su oración es suficiente para que captemos el contenido total de su intención ilocutiva. El teleutofrasto supone que podremos reconstruir el resto de la frase por el contexto. "¡Es obvio que, si estamos pasando por el kiosco y digo 'alfajor', quiero comprarme un alfajor!", dice para justificar el hecho de no haber repetido la frase completa. "Además, ¿Qué te pasa? ¿Estás sordo?", agrega enfurecido.
Hay contextos en los que el teleutofrasto se vuelve muy peligroso. Si un profesor hace una extensa enumeración y, cuando le pedimos que la diga otra vez sólo repite los últimos elementos de su enumeración, ha condenado a sus alumnos a que no puedan tomar apuntes. "Los filósofos presocráticos más famosos de Grecia Antigua son Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito", dice el profesor. "¿Puede repetirlos?", pregunta un alumno. "Sí, sí: Leucipo y Demócrito. De - mó - cri - to".
Quien, cuando se le pide que repita una expresión porque no se ha entendido, sólo repite la parte final.
"Me gustaría comprarme un alfajor", dice el teleutofrasto. "Perdón, ¿qué dijiste?", preguntamos, porque no pudimos oírlo. El teleutofrasto sólo responde: "Alfajor". Su respuesta nos obliga a preguntar una vez más: "¿Qué pasa con el alfajor?" En este punto el teleutofrasto suele perder la paciencia y, a veces, nos contesta con un grito. "¡Quiero comprarme un alfajor, eso dije, comprarme un alfajor!" Por alguna razón inexplicable, cree que con sólo repetir el final de su oración es suficiente para que captemos el contenido total de su intención ilocutiva. El teleutofrasto supone que podremos reconstruir el resto de la frase por el contexto. "¡Es obvio que, si estamos pasando por el kiosco y digo 'alfajor', quiero comprarme un alfajor!", dice para justificar el hecho de no haber repetido la frase completa. "Además, ¿Qué te pasa? ¿Estás sordo?", agrega enfurecido.
Hay contextos en los que el teleutofrasto se vuelve muy peligroso. Si un profesor hace una extensa enumeración y, cuando le pedimos que la diga otra vez sólo repite los últimos elementos de su enumeración, ha condenado a sus alumnos a que no puedan tomar apuntes. "Los filósofos presocráticos más famosos de Grecia Antigua son Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito", dice el profesor. "¿Puede repetirlos?", pregunta un alumno. "Sí, sí: Leucipo y Demócrito. De - mó - cri - to".
miércoles, 24 de marzo de 2010
Cobimperar
(Verbo intransitivo. Del latín cubitum = codo e imperium = mando, dominio. Adjetivo: cobimperador)
Apoyar con prepotencia los codos en los mostradores.
El cobimperador saca número en la farmacia, pero mucho antes de que le toque se apoya sobre el mostrador de ventas y despliega sus brazos, estorbando el paso de quienes tienen un número muy anterior al suyo. Si está en una repartición pública y debe hacer un reclamo porque no le llega un impuesto, cobimpera para demostrar que es un ciudadano que exige sus derechos. Su microdélica manera de protestar es esa: intimida con los codos apoyados y mirando muy fijamente al empleado, a quien poco le importan sus actitudes patoteras.
A veces, el cobimperador no quiere demostrar poder sino complicidad. El acto de apoyar el codo lo deja cerca del oído del vendedor o empleado de atención al público. Él quiere susurrarle que por favor no le cobren muy caro, o que lo dejen jubilarse antes de tiempo, o que no le permitan a su mujer separarse de él. Con los codos apoyados en el escritorio del escribano, trata de convencerlo para que no le ejecuten una deuda o sentencia que pesa sobre sus hombros. Sabe que si el escribano no accede, lo tiene muy cerca como para tomarlo de la solapa y revolearlo.
Apoyar con prepotencia los codos en los mostradores.
El cobimperador saca número en la farmacia, pero mucho antes de que le toque se apoya sobre el mostrador de ventas y despliega sus brazos, estorbando el paso de quienes tienen un número muy anterior al suyo. Si está en una repartición pública y debe hacer un reclamo porque no le llega un impuesto, cobimpera para demostrar que es un ciudadano que exige sus derechos. Su microdélica manera de protestar es esa: intimida con los codos apoyados y mirando muy fijamente al empleado, a quien poco le importan sus actitudes patoteras.
A veces, el cobimperador no quiere demostrar poder sino complicidad. El acto de apoyar el codo lo deja cerca del oído del vendedor o empleado de atención al público. Él quiere susurrarle que por favor no le cobren muy caro, o que lo dejen jubilarse antes de tiempo, o que no le permitan a su mujer separarse de él. Con los codos apoyados en el escritorio del escribano, trata de convencerlo para que no le ejecuten una deuda o sentencia que pesa sobre sus hombros. Sabe que si el escribano no accede, lo tiene muy cerca como para tomarlo de la solapa y revolearlo.
lunes, 22 de marzo de 2010
Macrosacádico,a
(Adjetivo. De macro y sacada: desplazamiento veloz de los ojos para construir un mapa mental)
Dícese de quien mueve sus ojos a gran velocidad cambiando continuamente el foco de su atención visual.
El macrosacádico no puede fijar la vista. Cuando nos habla, sus ojos, en lugar de mirarnos, nos escudriñan con rápidos barridos descentrados. Siempre está mirando un poco al costado, o un poco más allá, y luego al otro costado o más lejos. Mirarlo produce incomodidad o risa.
Cuando miramos una cosa, los ojos hacen un movimiento sacádico, que consiste en casi imperceptibles desplazamientos del ojo a gran velocidad. El macrosacádico realiza esta operación con oscilaciones grandes y perceptibles, a veces acompañados de un continuo movimiento de cabeza. Sus evidentes y bruscos cambios de foco en su mirada no son producto de una patología o de una búsqueda frenética de detalles, sino de un tic o mala costumbre.
Dícese de quien mueve sus ojos a gran velocidad cambiando continuamente el foco de su atención visual.
El macrosacádico no puede fijar la vista. Cuando nos habla, sus ojos, en lugar de mirarnos, nos escudriñan con rápidos barridos descentrados. Siempre está mirando un poco al costado, o un poco más allá, y luego al otro costado o más lejos. Mirarlo produce incomodidad o risa.
Cuando miramos una cosa, los ojos hacen un movimiento sacádico, que consiste en casi imperceptibles desplazamientos del ojo a gran velocidad. El macrosacádico realiza esta operación con oscilaciones grandes y perceptibles, a veces acompañados de un continuo movimiento de cabeza. Sus evidentes y bruscos cambios de foco en su mirada no son producto de una patología o de una búsqueda frenética de detalles, sino de un tic o mala costumbre.
Demócino
(Sustantivo. Del griego daimón = hijo de dios y kinetón = movimiento)
Movimiento espontáneo de un objeto inanimado.
Las bolsas y papeles arrugados son el paradigma de los demócinos. Cuando comprimimos un papel hasta convertirlo en una pelota, muchas veces escuchamos un leve sonido de pliegues que se abren y se separan lenta pero ostensiblemente, como si la bola hubiese cobrado vida.
El término puede referirse con más precisión a los raros casos (que a lo largo de la historia han sido mal o imperfectamente documentados) en los que un objeto cualquiera se pone a hacer movimientos impredecibles e inesperados. Una piedra que se eleva por el aire y hace volteretas como si volara; un automóvil que arranca solo y avanza unos kilómetros por la autopista, sin conductor, o una montaña que cambia de lugar de un momento para el otro. Los demócinos no son objetos poseídos por un demonio (tal como parece sugerirlo el nombre); en realidad se mueven por alguna inesperada e ínsita fuerza interior o por un repentino cobrar vida seguido de una no menos repentina muerte.
No son demócinos aquellos objetos que naturalmente tienen movimiento (como el viento, los planetas o el fuego). Tampoco es demócino un objeto que cae por la simple fuerza de gravedad.
Término relacionado: psicrótico.
Movimiento espontáneo de un objeto inanimado.
Las bolsas y papeles arrugados son el paradigma de los demócinos. Cuando comprimimos un papel hasta convertirlo en una pelota, muchas veces escuchamos un leve sonido de pliegues que se abren y se separan lenta pero ostensiblemente, como si la bola hubiese cobrado vida.
El término puede referirse con más precisión a los raros casos (que a lo largo de la historia han sido mal o imperfectamente documentados) en los que un objeto cualquiera se pone a hacer movimientos impredecibles e inesperados. Una piedra que se eleva por el aire y hace volteretas como si volara; un automóvil que arranca solo y avanza unos kilómetros por la autopista, sin conductor, o una montaña que cambia de lugar de un momento para el otro. Los demócinos no son objetos poseídos por un demonio (tal como parece sugerirlo el nombre); en realidad se mueven por alguna inesperada e ínsita fuerza interior o por un repentino cobrar vida seguido de una no menos repentina muerte.
No son demócinos aquellos objetos que naturalmente tienen movimiento (como el viento, los planetas o el fuego). Tampoco es demócino un objeto que cae por la simple fuerza de gravedad.
Término relacionado: psicrótico.
viernes, 19 de marzo de 2010
Mecacánico,a
(Adjetivo. Del latín me = a mí y caccare = defecar)
Dícese de quien cree continuamente que lo están estafando.
El mecacánico va a la verdulería y pide un kilogramo de peras. El verdulero le dice: "dos con veinticinco", pero él reclama que, en realidad, estaba a uno con noventa. Le informan que las peras elegidas por él en realidad son un poco más caras. "Las de uno noventa son las otras, las que están cachadas", aclara el verdulero. El mecacánico pide, entonces, que le den de esas, de las de uno con noventa, porque si le van a dar de las más caras le tienen que avisar previamente. "Me tienen que avisar. Si no, me están estafando", piensa el mecacánico. Mira el cajón de las peras cachadas y le pide al verdulero que elija las mejores. "Yo sé cómo son estos tipos", piensa. "Si no los vigilás te ponen las peras podridas". Cuando, finalmente, le dan el kilo de peras de un peso con noventa, llega a la caja el verdulero le dice: "Dos con veinticinco". Molesto, una vez más, pregunta por qué tiene que pagar dos con veinticinco si el kilo está a uno con noventa. "Es que hay un kilo cien, señor", aclara el verdulero. El mecacánico paga refunfuñando y murmura: "Siempre me caga con algo este verdulero de mierda".
El mecacánico inspecciona con detalle la facturas de gas, de luz, de teléfono y de agua. También observa con puntillosidad los resúmenes de tarjeta, de cuenta y recibos de sueldo. Si hay una deducción que le parece incorrecta o poco clara, no duda en llamar y hacer un pequeño escándalo para que le restauren los dos o tres pesos que le descontaron en concepto de impuesto coseguro artículo 2. Curiosamente, en muchos de estos casos el mecacánico resulta que tiene razón.
Un paraxénico y un mecacánico tienen personalidades muy parecidas.
Dícese de quien cree continuamente que lo están estafando.
El mecacánico va a la verdulería y pide un kilogramo de peras. El verdulero le dice: "dos con veinticinco", pero él reclama que, en realidad, estaba a uno con noventa. Le informan que las peras elegidas por él en realidad son un poco más caras. "Las de uno noventa son las otras, las que están cachadas", aclara el verdulero. El mecacánico pide, entonces, que le den de esas, de las de uno con noventa, porque si le van a dar de las más caras le tienen que avisar previamente. "Me tienen que avisar. Si no, me están estafando", piensa el mecacánico. Mira el cajón de las peras cachadas y le pide al verdulero que elija las mejores. "Yo sé cómo son estos tipos", piensa. "Si no los vigilás te ponen las peras podridas". Cuando, finalmente, le dan el kilo de peras de un peso con noventa, llega a la caja el verdulero le dice: "Dos con veinticinco". Molesto, una vez más, pregunta por qué tiene que pagar dos con veinticinco si el kilo está a uno con noventa. "Es que hay un kilo cien, señor", aclara el verdulero. El mecacánico paga refunfuñando y murmura: "Siempre me caga con algo este verdulero de mierda".
El mecacánico inspecciona con detalle la facturas de gas, de luz, de teléfono y de agua. También observa con puntillosidad los resúmenes de tarjeta, de cuenta y recibos de sueldo. Si hay una deducción que le parece incorrecta o poco clara, no duda en llamar y hacer un pequeño escándalo para que le restauren los dos o tres pesos que le descontaron en concepto de impuesto coseguro artículo 2. Curiosamente, en muchos de estos casos el mecacánico resulta que tiene razón.
Un paraxénico y un mecacánico tienen personalidades muy parecidas.
jueves, 18 de marzo de 2010
Regibonecer
(Verbo intransitivo. De gibón y rejuvenecer)
Adquirir apariencia simiesca por aplicarse tratamientos para rejuvenecer.
Las personas que se hacen cirugías estéticas pueden engañar, en algún aspecto puntual, mostrándose como si fueran un tanto más jóvenes que sus congéneres de la misma edad. Sin embargo, la apariencia global a veces es la de un esperpentáculo enfulerizado. El hombre regibonecido tiene el cabello de un joven de veinte años, pero su piel es áspera y rugosa como la de un lagarto. La mujer regibonecida se ha hecho senos gigantes, redondos y tersos. Pero no puede esconder las arrugas cuando sonríe ni la voz grave y arenosa de una anciana cuando suelta la carcajada.
Los hombres tienden a regibonecer más rápidamente que las mujeres: dada la preocupación por la alopecía, los representantes del sexo masculino tienden a exagerar con la abundancia y longitud de sus cabellos cuando se hacen implantes capilares o compran peluquines. Dado que el pelo es lo que mejor caracteriza a los simios, estos tratamientos provocan enseguida la apariencia de gibón.
Que una persona haya regibonecido no significa que no haya logrado su propósito de parecer más joven: puede ser que, de hecho, parezca muy joven. Pero no un humano joven, sino un mono joven. Se puede alcanzar el ideal de (apariencia de) juventud, pero eso no significa que, automáticamente, se alcance el ideal de belleza.
Adquirir apariencia simiesca por aplicarse tratamientos para rejuvenecer.
Las personas que se hacen cirugías estéticas pueden engañar, en algún aspecto puntual, mostrándose como si fueran un tanto más jóvenes que sus congéneres de la misma edad. Sin embargo, la apariencia global a veces es la de un esperpentáculo enfulerizado. El hombre regibonecido tiene el cabello de un joven de veinte años, pero su piel es áspera y rugosa como la de un lagarto. La mujer regibonecida se ha hecho senos gigantes, redondos y tersos. Pero no puede esconder las arrugas cuando sonríe ni la voz grave y arenosa de una anciana cuando suelta la carcajada.
Los hombres tienden a regibonecer más rápidamente que las mujeres: dada la preocupación por la alopecía, los representantes del sexo masculino tienden a exagerar con la abundancia y longitud de sus cabellos cuando se hacen implantes capilares o compran peluquines. Dado que el pelo es lo que mejor caracteriza a los simios, estos tratamientos provocan enseguida la apariencia de gibón.
Que una persona haya regibonecido no significa que no haya logrado su propósito de parecer más joven: puede ser que, de hecho, parezca muy joven. Pero no un humano joven, sino un mono joven. Se puede alcanzar el ideal de (apariencia de) juventud, pero eso no significa que, automáticamente, se alcance el ideal de belleza.
miércoles, 17 de marzo de 2010
Empilfarrar
(Verbo. De pelfa, variante dialectal de felpa. Sustantivo: empilfarro)
Recoger objetos dispersos que otro ha despilfarrado.
Cuando los organizadores de una fiesta despilfarran champagne, canapés y papel picado, el personal doméstico encargado de limpiar el salón puede sacar provecho de esos gastos profusos y ostentosos. Después de que la reunión ha finalizado, puede juntar en una sola botella los restos de bebida que quedaron en las muchas botellas a medio vaciar, o llevarse en una bandeja los canapés sobrantes, o barrer y volver a meter el papel picado dentro de sus bolsitas originales, para usarlos en alguna fiesta familiar.
Para que haya empilfarro es necesario que, previamente, haya habido un despilfarro. El que recoge las monedas que a otro se le ha caído en un descuido, no está empilfarrando. En cambio, sí empilfarra quien recoge los billetes que un magnate tira con el solo objeto de ostentar su fortuna.
Recoger objetos dispersos que otro ha despilfarrado.
Cuando los organizadores de una fiesta despilfarran champagne, canapés y papel picado, el personal doméstico encargado de limpiar el salón puede sacar provecho de esos gastos profusos y ostentosos. Después de que la reunión ha finalizado, puede juntar en una sola botella los restos de bebida que quedaron en las muchas botellas a medio vaciar, o llevarse en una bandeja los canapés sobrantes, o barrer y volver a meter el papel picado dentro de sus bolsitas originales, para usarlos en alguna fiesta familiar.
Para que haya empilfarro es necesario que, previamente, haya habido un despilfarro. El que recoge las monedas que a otro se le ha caído en un descuido, no está empilfarrando. En cambio, sí empilfarra quien recoge los billetes que un magnate tira con el solo objeto de ostentar su fortuna.
martes, 16 de marzo de 2010
Transcalorar (se)
(Verbo intransitivo. De trans y calor. Sustantivo: transcaloramiento)
Sentir calor por ver a alguien que siente calor, que manipula objetos calientes , que está en un ambiente cálido o que está muy abrigado.
Uno puede transcalorarse, también, cuando ve imágenes de lugares desérticos o de personas que transpiran. Al igual que en el transfriamiento, no es la proximidad con el calor lo que provoca calor, sino una imagen que la representa. Uno se transcalora cuando le da calor su propia representación mental del calor.
¿Es posible transcalorarse cuando hay mucho frío, o transfriarse cuando hay mucho calor?
Sentir calor por ver a alguien que siente calor, que manipula objetos calientes , que está en un ambiente cálido o que está muy abrigado.
Uno puede transcalorarse, también, cuando ve imágenes de lugares desérticos o de personas que transpiran. Al igual que en el transfriamiento, no es la proximidad con el calor lo que provoca calor, sino una imagen que la representa. Uno se transcalora cuando le da calor su propia representación mental del calor.
¿Es posible transcalorarse cuando hay mucho frío, o transfriarse cuando hay mucho calor?
lunes, 15 de marzo de 2010
Transfriar (se)
(Verbo intransitivo. De trans y frío. Sustantivo: transfriamiento)
Sentir frío por ver a alguien que siente frío, que manipula objetos fríos, que está en un ambiente frío o que está muy desabrigado.
Uno puede transfriarse, también, cuando ve imágenes de lugares helados o cuando escucha el sonido de una ventisca. Para que haya transfriamiento sólo se necesita que no haya una fuente directa de frío, sino una inducción de la sensación a través de medios que de por sí no transmiten el frío.
Sentir frío por ver a alguien que siente frío, que manipula objetos fríos, que está en un ambiente frío o que está muy desabrigado.
Uno puede transfriarse, también, cuando ve imágenes de lugares helados o cuando escucha el sonido de una ventisca. Para que haya transfriamiento sólo se necesita que no haya una fuente directa de frío, sino una inducción de la sensación a través de medios que de por sí no transmiten el frío.
jueves, 11 de marzo de 2010
Meretar
(Verbo transitivo de primera conjugación. De la onomatopeya "meretarc", del sonido de las hojas de un libro cuando se las pasa rápidamente)
Pasar en rápida sucesión una cantidad de hojas con el pulgar.
Cuando se mereta un libro no se lo lee. Simplemente se lo toma por el lomo, se lo abre parcialmente y se rasgan los extremos de algunas hojas, hasta que el pulgar llega al final. También se puede meretar un fajo de billetes. Si se toman los billetes con una mano por un extremo, la yema del pulgar de la otra mano (o de la misma) ejecuta un rasguido con el que repasa toda la pila de billetes. Desde luego, cuando se meretan billetes no se los cuenta; a veces se lo hace para sentir la opulencia de tener mucho dinero.
La imagen muestra el acto de meretar una secuencia gráfica, que da la apariencia de movimiento.
Pasar en rápida sucesión una cantidad de hojas con el pulgar.
Cuando se mereta un libro no se lo lee. Simplemente se lo toma por el lomo, se lo abre parcialmente y se rasgan los extremos de algunas hojas, hasta que el pulgar llega al final. También se puede meretar un fajo de billetes. Si se toman los billetes con una mano por un extremo, la yema del pulgar de la otra mano (o de la misma) ejecuta un rasguido con el que repasa toda la pila de billetes. Desde luego, cuando se meretan billetes no se los cuenta; a veces se lo hace para sentir la opulencia de tener mucho dinero.
La imagen muestra el acto de meretar una secuencia gráfica, que da la apariencia de movimiento.
miércoles, 10 de marzo de 2010
Evidar
(Verbo. Del latín aevum = tiempo prolongado, eón y do = dar, donar. Sustantivo: évida)
Prestar algo con la intención de que sea devuelto en un plazo muy lejano y casi indefinido.
Este término parece similar a avercodar. Sin embargo, hay una diferencia muy clara. Mientras que las avercodas jamás son reclamadas, las évidas sí lo son. El dueño del objeto prestado aparece, luego de cinco o diez años, a reclamar no sólo que le devuelvan lo que es suyo, sino también (a veces) a quejarse por el estado en que está el objeto prestado. No lo esperábamos, y jamás hubiésemos imaginado que nos iba a hacer una cosa así. El tío que nos dio una heladera vieja cuando alquilamos la casa, aparece seis años después para pedirla de vuelta. Cuando ve la heladera, se desilusiona: "no me la cuidaron", dice. Ofendido, llama a un taxiflet y se va con su pertenencia, dejándonos con una sensación amarga e impotente, y sin heladera. En realidad el tío jamás dijo que nos la regalaba. Jamás dijo lo contrario, es verdad, pero habíamos dado por supuesto que esa heladera era una avercoda. Sin embargo, era un ínredo, y en ese caso quienes estábamos en falta éramos nosotros.
Prestar algo con la intención de que sea devuelto en un plazo muy lejano y casi indefinido.
Este término parece similar a avercodar. Sin embargo, hay una diferencia muy clara. Mientras que las avercodas jamás son reclamadas, las évidas sí lo son. El dueño del objeto prestado aparece, luego de cinco o diez años, a reclamar no sólo que le devuelvan lo que es suyo, sino también (a veces) a quejarse por el estado en que está el objeto prestado. No lo esperábamos, y jamás hubiésemos imaginado que nos iba a hacer una cosa así. El tío que nos dio una heladera vieja cuando alquilamos la casa, aparece seis años después para pedirla de vuelta. Cuando ve la heladera, se desilusiona: "no me la cuidaron", dice. Ofendido, llama a un taxiflet y se va con su pertenencia, dejándonos con una sensación amarga e impotente, y sin heladera. En realidad el tío jamás dijo que nos la regalaba. Jamás dijo lo contrario, es verdad, pero habíamos dado por supuesto que esa heladera era una avercoda. Sin embargo, era un ínredo, y en ese caso quienes estábamos en falta éramos nosotros.
martes, 9 de marzo de 2010
Ínredo
(Sustantivo y adjetivo. Del latín in = preposición negativa y reddo = devolver)
Objeto que se recibe en préstamo sin intención de devolverlo.
Los libros, los discos compactos y las películas grabadas en DVD son típicos objetos que no se devuelven. Aunque los exhibimos en nuestras bibliotecas, solemos decir: "Este libro es de Carlitos", "Este dividí es de José", para recordar (y recordarnos) que no es nuestro. Sin embargo, pasan los años y, aunque nunca olvidamos del todo que en casa hay algo ajeno y reclamado por su dueño, la devolución ya nos causa incomodidad o pereza. ¿Para qué molestarse en tocar el timbre de Carlitos y devolverle el libro de bricolage que nos prestó hace doce años? ¿Sólo para recibir un reproche? ¿Para hablar de bricolage, ahora, que ya no nos interesa? Nos imaginamos que la devolución del libro podría causar más problemas que la incómoda y perpetua presencia en el estante de nuestra casa.
Existen algunos ínredos que habitualmente no se reclaman. Cuando visitamos a nuestros amigos con bebidas, luego no es bien visto que reclamemos los envases vacíos de cerveza y gaseosa. Quedan allí, rehenes en la casa del amigo, hasta que él decida visitarnos con bebidas. Pero hasta entonces será casi deshonroso llamar para recordarle que tiene un envase de cerveza y dos de gaseosa de litro.
Los ínredos son la exacta contrapartida de las avercodas.
Objeto que se recibe en préstamo sin intención de devolverlo.
Los libros, los discos compactos y las películas grabadas en DVD son típicos objetos que no se devuelven. Aunque los exhibimos en nuestras bibliotecas, solemos decir: "Este libro es de Carlitos", "Este dividí es de José", para recordar (y recordarnos) que no es nuestro. Sin embargo, pasan los años y, aunque nunca olvidamos del todo que en casa hay algo ajeno y reclamado por su dueño, la devolución ya nos causa incomodidad o pereza. ¿Para qué molestarse en tocar el timbre de Carlitos y devolverle el libro de bricolage que nos prestó hace doce años? ¿Sólo para recibir un reproche? ¿Para hablar de bricolage, ahora, que ya no nos interesa? Nos imaginamos que la devolución del libro podría causar más problemas que la incómoda y perpetua presencia en el estante de nuestra casa.
Existen algunos ínredos que habitualmente no se reclaman. Cuando visitamos a nuestros amigos con bebidas, luego no es bien visto que reclamemos los envases vacíos de cerveza y gaseosa. Quedan allí, rehenes en la casa del amigo, hasta que él decida visitarnos con bebidas. Pero hasta entonces será casi deshonroso llamar para recordarle que tiene un envase de cerveza y dos de gaseosa de litro.
Los ínredos son la exacta contrapartida de las avercodas.
lunes, 8 de marzo de 2010
Avercodar
(Verbo transitivo de primera conjugación. Del latín a = partícula negativa; verro = dar vuelta y commodo = poner algo a disposición. Variante de uso: avercomodar Sustantivo: avercoda o avercómoda)
Prestar algo sin la intención de pedirlo de vuelta.
Una tía solterona que presta el terreno para que su sobrino se haga la casa; un padre que presta el traje de casamiento a su hijo; un adolescente que presta los juguetes a su hermano menor; un amigo que presta dinero a otro que está en situación económica desventajosa: ese es el funcionamiento de la avercoda. No se ofrece el regalo abiertamente, pero jamás se cuenta con que haya una devolución. Los receptores a veces fingen que desean devolver el favor: "Tía, el mes que viene tal vez te pueda pagar una parte del terreno"; "Papá, la semana que viene te traigo el traje". Pero, por lo general, esos ofrecimientos de devolución no son sinceros; sólo se hacen para inducir a que el prestador oficialice el regalo. Sin embargo, quienes realizan avercodas por lo general persisten en su posición. A pesar de su generosidad, disfrutan sabiendo que siempre se les está debiendo algo, aunque jamás se concrete ni se acepte la devolución.
Prestar algo sin la intención de pedirlo de vuelta.
Una tía solterona que presta el terreno para que su sobrino se haga la casa; un padre que presta el traje de casamiento a su hijo; un adolescente que presta los juguetes a su hermano menor; un amigo que presta dinero a otro que está en situación económica desventajosa: ese es el funcionamiento de la avercoda. No se ofrece el regalo abiertamente, pero jamás se cuenta con que haya una devolución. Los receptores a veces fingen que desean devolver el favor: "Tía, el mes que viene tal vez te pueda pagar una parte del terreno"; "Papá, la semana que viene te traigo el traje". Pero, por lo general, esos ofrecimientos de devolución no son sinceros; sólo se hacen para inducir a que el prestador oficialice el regalo. Sin embargo, quienes realizan avercodas por lo general persisten en su posición. A pesar de su generosidad, disfrutan sabiendo que siempre se les está debiendo algo, aunque jamás se concrete ni se acepte la devolución.
viernes, 5 de marzo de 2010
Totodio
(Sustantivo. Del latín totus,a, um = todo, hoc = este y dies =día. Literalmente: "todo hoy")
Tendencia de los hechos a co-ocurrir en un mismo día.
El totodio viene precedido por innumerables días de aburrimiento y rutinas. A veces desearíamos que nos invitaran a una fiesta, a una cena con amigos o a la montaña rusa, pero nuestros días son monótonos y grises. Sin embargo, llega la mañana en que un grupo de conocidos nos invita a una fiesta; otro grupo de conocidos nos propone salir a cenar y un tercero pide que lo acompañemos al parque de diversiones. Hasta el día anterior lamentábamos no tener propuestas; hoy tenemos tres y lamentamos dejar de lado cualquiera de ellas. Esa superposición de invitaciones es el totodio.
Nos ocurre lo mismo en el ámbito laboral. A veces pasamos largas semanas de pequeñas rutinas y aburrimiento frente al solitario de la computadora. Tenemos que cumplir horario, sí, pero hay poco trabajo, o el jefe está de vacaciones, o es temporada baja. De pronto, un día cualquiera, nos llueven cientos de clientes, miles de fojas para llenar y decenas de reuniones con el directorio. Todo hay que hacerlo a las apuradas y para ayer. A veces, a regañadientes, hay que rechazar trabajo: un día antes ansiábamos que apareciera un cliente; hoy debemos derivarlo. Un chacarero puede esperar durante meses una lluvia. El día que llueve, se le inunda el campo. Ese estresante contraste entre prolongada escasez y apretada plenitud es el totodio.
No importa cuán bien planifiquemos nuestro tiempo. Estamos condenados a que el tedio se convierta en una larga meseta; y que de un momento a otro todos los males (o todos los bienes) nos caigan de golpe y no tengamos tiempo ni posibilidades de responder con eficacia o disfrute.
Tendencia de los hechos a co-ocurrir en un mismo día.
El totodio viene precedido por innumerables días de aburrimiento y rutinas. A veces desearíamos que nos invitaran a una fiesta, a una cena con amigos o a la montaña rusa, pero nuestros días son monótonos y grises. Sin embargo, llega la mañana en que un grupo de conocidos nos invita a una fiesta; otro grupo de conocidos nos propone salir a cenar y un tercero pide que lo acompañemos al parque de diversiones. Hasta el día anterior lamentábamos no tener propuestas; hoy tenemos tres y lamentamos dejar de lado cualquiera de ellas. Esa superposición de invitaciones es el totodio.
Nos ocurre lo mismo en el ámbito laboral. A veces pasamos largas semanas de pequeñas rutinas y aburrimiento frente al solitario de la computadora. Tenemos que cumplir horario, sí, pero hay poco trabajo, o el jefe está de vacaciones, o es temporada baja. De pronto, un día cualquiera, nos llueven cientos de clientes, miles de fojas para llenar y decenas de reuniones con el directorio. Todo hay que hacerlo a las apuradas y para ayer. A veces, a regañadientes, hay que rechazar trabajo: un día antes ansiábamos que apareciera un cliente; hoy debemos derivarlo. Un chacarero puede esperar durante meses una lluvia. El día que llueve, se le inunda el campo. Ese estresante contraste entre prolongada escasez y apretada plenitud es el totodio.
No importa cuán bien planifiquemos nuestro tiempo. Estamos condenados a que el tedio se convierta en una larga meseta; y que de un momento a otro todos los males (o todos los bienes) nos caigan de golpe y no tengamos tiempo ni posibilidades de responder con eficacia o disfrute.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Cósago, a
(Adjetivo. Del latín cum = con y exago = ensayar)
Quien se pone a probar cuando se le pregunta si sabe cómo hacer algo.
El cósago se compromete a dar su ayuda para realizar algo que nos cuesta. Si nos ve preparando pizzas, se ofrece a hacer la masa, porque le decimos (con sinceridad) que no sabemos qué proporción de harina, agua, aceite y levadura necesita. El cósago pone manos a la obra y, como buen yoliarreglo, termina generando un masacote incomible. Si estamos tratando de configurar los programas de la computadora y le preguntamos al cósago cómo se configura la red, él sólo dirá "dejame a mí", nos apartará de la silla y se pondrá a hacer los mismos vanos intentos que ya hicimos nosotros. No sólo eso; también hará que los programas se descalabren por completo y debamos formatear el equipo.
Cuando las cosas empeoran, el cósago se refugia en una responsabilidad compartida. "Estábamos haciendo pizzas, pero nos equivocamos con las proporciones", dice, para incluirnos en su error. "No puedo arreglar la máquina. Vos ya la toqueteaste demasiado", dictamina.
¿Cuál es la diferencia entre un yoliarreglo y un cósago? El yoliarreglo se compromete expresamente a arreglar el desperfecto, y lo termina empeorando. El cósago, en cambio, nunca enuncia un compromiso formal: simplemente intenta a los tumbos tal como ya lo hicimos nosotros, sin aclarar jamás que él apenas conoce de qué se trata eso que manipula con cara de entendido y expresión seria.
Quien se pone a probar cuando se le pregunta si sabe cómo hacer algo.
El cósago se compromete a dar su ayuda para realizar algo que nos cuesta. Si nos ve preparando pizzas, se ofrece a hacer la masa, porque le decimos (con sinceridad) que no sabemos qué proporción de harina, agua, aceite y levadura necesita. El cósago pone manos a la obra y, como buen yoliarreglo, termina generando un masacote incomible. Si estamos tratando de configurar los programas de la computadora y le preguntamos al cósago cómo se configura la red, él sólo dirá "dejame a mí", nos apartará de la silla y se pondrá a hacer los mismos vanos intentos que ya hicimos nosotros. No sólo eso; también hará que los programas se descalabren por completo y debamos formatear el equipo.
Cuando las cosas empeoran, el cósago se refugia en una responsabilidad compartida. "Estábamos haciendo pizzas, pero nos equivocamos con las proporciones", dice, para incluirnos en su error. "No puedo arreglar la máquina. Vos ya la toqueteaste demasiado", dictamina.
¿Cuál es la diferencia entre un yoliarreglo y un cósago? El yoliarreglo se compromete expresamente a arreglar el desperfecto, y lo termina empeorando. El cósago, en cambio, nunca enuncia un compromiso formal: simplemente intenta a los tumbos tal como ya lo hicimos nosotros, sin aclarar jamás que él apenas conoce de qué se trata eso que manipula con cara de entendido y expresión seria.
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