(Sustantivo. Del griego cósmos = orden y oréxis = apetito)
Repentina necesidad de ordenar.
Hay momentos en los que empieza a molestarnos el caos que nos rodea. El teclado de la computadora tiene migas de galletita; la ropa sin planchar se acumula hecha una bola en el placard; el techo tiene un lamparón horrible y una gotera añosa; las dos materias que debemos del secundario entorpecen nuestra autoestima y complican el presente y futuro laboral. Un día nos levantamos con cosmorexia y estamos decididos a nadar contra la creciente y endémica anarquía en cada aspecto de nuestra vida. Queremos limpiar a fondo el teclado de la computadora; sacamos las ochenta prendas para planchar; buscamos en la guía a un techista para que arregle la gotera; nos ponemos a estudiar contabilidad y matemática financiera para rendirlas antes de fin de año. La sensación de cosmorexia no dura todo el día -y no se repite al día siguiente-, de modo que después de planchar dos camisas nos detenemos exhaustos, nos olvidamos del desgobierno de nuestra voluntad, aceptamos resignadamente el desorden del universo y nos entregamos al hedonificio con una alta dosis de toletolerancia. Así hasta que otro día (quizás un mes después) volvemos a sentir la urgencia de la cosmorexia, urgencia que nos abandonará mucho antes de que empecemos a hacer algún cambio importante en nuestro entorno.
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