(Verbo intransitivo. Del latín pecunia = dinero y ager = campo)
Ir de comercio en comercio sin hacer compras por la imposibilidad de cambiar un billete grande.
Existe una ley de economía doméstica que parece cumplirse a rajatabla: toda moneda o billete de baja denominación tiende a transferirse de manos de los consumidores a la caja de los comerciantes. Monedas y billetes de dos pesos se van pero rara vez vuelven. Llega un momento en que, por más colaborativos que seamos con el cambio, nos quedaremos con billetes de cien pesos y ninguna moneda. En ese instante pueden ocurrir dos cosas: o bien el comerciante acepta el billete grande (bufando, o haciendo gestos de enojo) y nos devuelve un sinfín de billetitos y monedas, o bien nos dice "no tengo cambio", o "no te voy a cambiar cien pesos por comprar un par de miñones" y nos obliga a pecugrinar. En esa desesperante circunstancia nos vemos compelidos a calcular en qué negocio nos aceptarán el billete; peregrinamos de panadería en kiosco para encontrar la chance de un alma bondadosa y llena de cambio. Andamos como leprosos, con el estigma de un billete a cuestas.
A veces, como si en efecto fuéramos víctimas de una enfermedad, los comerciantes evitan que andemos pecugrinando, pero ofrecen una solución aceptable aunque potencialmente peligrosa: nos dan el producto que queríamos comprar, pero piden que se lo paguemos después, cuando consigamos cambio. En ese tren puede ocurrir que le debamos (involuntariamente) al kiosquero, al almacenero, al verdulero, al farmacéutico, al carnicero, al panadero de la esquina y al panadero de media cuadra: en cada lugar al que vamos a hacer nuestras compras cotidianas, miran horrorizados nuestro billete y proponen que le paguemos más tarde. Esta solución es perversa, porque terminamos debiendo dinero aun cuando disponemos de dinero y tenemos la intención de pagar, además de que corremos serio riesgo de olvidar la miríada de pequeñas deudas que hemos sembrado. Nos convertimos en involuntarios morosos, y nos veremos obligados a pecugrinar para pagar esas deudas, so pena de enemistarnos con los comerciantes del barrio, actitud esta última poco recomendable para la supervivencia.
1 comentario:
El pecugrinaje es tema, si no recuerdo mal, de un cuento de Mark Twain: El billete del millón de dólares.
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