(Adjetivo. Del latín cum = prefijo que significa reunión, agregación o cooperación y emmendabilis = reparable, ajustable)
Objeto para cuya manipulación es necesario ajustar al unísono un conjunto de partes.
Dado que la definición es un tanto árida, será necesario aclararla mediante un ejemplo. Hay ciertos frascos y latas de pintura que sólo pueden cerrarse o abrirse si se hace fuerza, simultáneamente, en muchos puntos del perímetro de la tapa. No es suficiente con golpear o hacer palanca en un lugar; se necesitan de varias manos para rodear el perímetro y golpear o tironear al unísono.
Existen objetos tales que, cuando se rompen, no se pueden reparar por partes, pues la reparación de una pequeña porción conlleva el desarreglo de otra (ocurre con frecuencia en los mecanismos barílatos). Un ejemplo de ello está dado por cierta clase de desperfectos en una casa: si se descascara la pared por la humedad, no sirve arreglar únicamente el sector descascarado; será necesario hacer un trabajo conmendable y reparar la pared entera, o bien derribarla y construirla de nuevo.
Es menester que un objeto conmendable no sea un demendo.
1 comentario:
En mi adolescencia pasé muchas horas desarmando y rearmando despertadores para comprender su mecanismo. (Me refiero a esos relojes de mesa prehistóricos, con campanilla, a los que había que darles cuerda, tal vez los exonaristas entrados en años los recuerden, no los modernos con radio, función «snooze» y conexión inalámbrica IP a Greenwich.)
Con el despertador todavía en funcionamiento, iba desatornillando las cubiertas externas, una por una, hasta revelar el mecanismo interior. A veces también sacaba las agujas y el cuadrante, pero no me atrevía a desarmar el bastidor interno, por temor a estropear el reloj. Luego me quedaba largo rato absorto viendo oscilar el diminuto volante que marca el ritmo en esta clase de relojes, trabando y destrabando alternadamente una rueda dentada que está conectada indirectamente por una cadena de ruedas dentadas de distintos diámetros (entre ellas las que controlan las agujas) al muelle (la «cuerda» del reloj; un resorte en espiral). Todo el mecanismo está encastrado en un bastidor atornillado, formado por dos placas paralelas. Lo describo como lo recuerdo; hace años que abandoné mi afición por la relojería.
Un día mi curiosidad pudo más que el temor y decidí ir un poco más allá en mis investigaciones. Con cuidado, empecé a desatornillar el bastidor, a ver hasta dónde era capaz de llegar. Lo que no preví fue que al hacerlo, las ruedas quedarían libres y que ocurriría lo que ocurrió: en cuanto la estructura se desarmó, la tensión restante en el muelle se liberó y eyectó las ruedas a todas partes.
Esto fue una especie de «point of no return»: después de desarmar el bastidor, el muelle queda flojo y ocupa gran parte del espacio donde antes estaban las ruedas. Luego, para volver a armar el reloj hay que comprimir nuevamente el muelle de algún modo y mantenerlo comprimido mientras se colocan las ruedas y el volante en su lugar, a los que además hay que mantener en perfecta alineación mientras se atornilla el bastidor. Sin herramientas especializadas, esto es una tarea sobrehumana.
Pero no imposible. No me pregunten cómo, pero de algún modo encontré la forma de volver a armar el reloj. Requirió horas de intentos, ingenio e infinita paciencia. Una vez que aprendí cómo hacerlo, volví a armar y desarmar mi despertador muchas veces. Por ahí anda, creo que todavía funciona, pero hace años que no le doy cuerda.
Ahora sé gracias al Exonario, que en esas tardes interminables de la adolescencia me enfrentaba a la «conmendabilidad» de los relojes.
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