(Adjetivo. Del latín prius = primero y -ticus: sufijo que significa 'con relación a' )
Dícese de quien, ante una acción política que beneficia a un grupo de personas, señala que existe otro grupo que debería ser prioritario en ese beneficio.
El priótico, por lo general, no lleva a cabo ninguna iniciativa. Pero se siente muy capacitado para organizar las prioridades de las iniciativas ajenas. No propone, no ejecuta ni colabora. Sin embargo, ante cualquier acción ajena, enumera una jerarquía de prioridades que debieron haberse satisfecho antes de realizar la acción actual. "Es buena idea, pero esá mal implementada", dice, para justificar su opinión, como si su ocasional punto de vista sobre el asunto fuera producto de un largo y concienzudo estudio sobre el tema: "Ah, le están dando plata a los pobres. Pero hay gente más pobre a la que no le dieron nada". "Están haciendo un plan para que estudien los deportistas fracasados. Habiendo tanta gente que necesita estudiar, ayudan a los que decidieron no estudiar".
Desde luego, el priótico acomodará su discurso de acuerdo a la acción política del momento: "No hay créditos para vivienda. La gente de clase media necesita vivienda y no puede comprarse. Solo compran los ricos". "Ah, ahora hay crédito para la clase media. Pero, ¿y la clase baja?". "Claro, sacan créditos para las personas de clase baja. Pero, ¿y los indigentes que no tienen ninguna entrada de dinero?". "Claro, ahora hay crédito para todo el mundo. Pero, ¿sabés qué? Esa plata que nos dan es una soga al cuello que le ponemos a las generaciones futuras. La prioridad es pensar en el futuro, no en nosotros". Como puede imaginarse, las quejas del priótico pueden llegar a ser circulares: "Ah, ahora están pensando en el futuro. Pero, ¿por qué no piensan en la clase media, que no tiene casa?"
El término también puede aplicarse a ámbitos domésticos: "Ah, el señor se la pasó escribiendo todo el día. ¿No sabés que hay una pila de ropa para planchar?". "Ah, planchaste todo el día. Pero la prioridad era preparar la comida y limpiar la casa". "La casa está impecable, pero deberías focalizarte en algo más creativo. ¿Por qué no te sentás a escribir?"
El priótico es, en muchos casos, propriorista, y posee una gran tendencia a la ambiquestia.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
lunes, 30 de septiembre de 2013
martes, 17 de septiembre de 2013
Disprofasia
(Sustantivo. Del griego dis = con dificultad y profáse = pretexto)
Incapacidad para poner excusas.
La mayor parte de nuestros compromisos no fueron adquiridos con entusiasmo y mediante una decisión firme: casi siempre, caemos en obligaciones indeseadas por culpa de nuestros tibios escrúpulos y de una imaginación pobre. Si una persona apenas conocida nos pide que pasemos la única tarde libre ayudando a servir las masitas en un bingo a beneficio de una iglesia, lo primero que debemos hacer es tener a mano un pretexto aceptable. La única respuesta que querríamos dar es: ¡Nunca! ¡Jamás pasaría mi único día libre encerrado en una salita de barrio sirviéndole té a ancianas cogotudas y chupacirios! Pero claro, no podemos decirlo así porque (vaya tragedia) el casi desconocido se ofendería. Buscamos y buscamos una buena razón, pero tenemos la mente en blanco. El casi desconocido insiste: "¡Dale! ¡Es para ayudar a la iglesia!" y terminamos diciéndole que sí, que estaremos ahí a la hora en punto. Ese es el proceso de la disprofasia: usted no se atreve a rechazar; siente una ligera culpa por negarse y de inmediato se compromete a hacer algo que aborrece. Lo peor de todo eso es que, en el momento en que dice "sí, acepto", lo hace con expresión de alegría y euforia, como si realmente le interesara.
Desde luego, a veces no se nos ocurre una excusa adecuada y decimos cualquier cosa inverosímil: "No puedo, tengo que cambiarme la pierna", o "Justo ese día tengo que bañar a los chanchos". Si esa excusa funciona, ya no habríamos caído en la disprofasia, pero sí en el empoquetamiento (en su segunda acepción).
Incapacidad para poner excusas.
La mayor parte de nuestros compromisos no fueron adquiridos con entusiasmo y mediante una decisión firme: casi siempre, caemos en obligaciones indeseadas por culpa de nuestros tibios escrúpulos y de una imaginación pobre. Si una persona apenas conocida nos pide que pasemos la única tarde libre ayudando a servir las masitas en un bingo a beneficio de una iglesia, lo primero que debemos hacer es tener a mano un pretexto aceptable. La única respuesta que querríamos dar es: ¡Nunca! ¡Jamás pasaría mi único día libre encerrado en una salita de barrio sirviéndole té a ancianas cogotudas y chupacirios! Pero claro, no podemos decirlo así porque (vaya tragedia) el casi desconocido se ofendería. Buscamos y buscamos una buena razón, pero tenemos la mente en blanco. El casi desconocido insiste: "¡Dale! ¡Es para ayudar a la iglesia!" y terminamos diciéndole que sí, que estaremos ahí a la hora en punto. Ese es el proceso de la disprofasia: usted no se atreve a rechazar; siente una ligera culpa por negarse y de inmediato se compromete a hacer algo que aborrece. Lo peor de todo eso es que, en el momento en que dice "sí, acepto", lo hace con expresión de alegría y euforia, como si realmente le interesara.
Desde luego, a veces no se nos ocurre una excusa adecuada y decimos cualquier cosa inverosímil: "No puedo, tengo que cambiarme la pierna", o "Justo ese día tengo que bañar a los chanchos". Si esa excusa funciona, ya no habríamos caído en la disprofasia, pero sí en el empoquetamiento (en su segunda acepción).
martes, 10 de septiembre de 2013
Complínsolo
(Adjetivo. Del latín complicare = enrollar e insolens = excéntrico, extravagante)
Dícese de la persona que tiene problemas rarísimos.
Nunca podemos contar con el tío Alberto, porque se le duermen las piernas cuando atiende el teléfono y sus gatos aúllan desesperados cada vez que sale de su casa, y de hecho algunos han llegado al suicidio. A Juan Carlos le pedimos que nos salga de garantía, pero él no puede, porque tuvo un entredicho de propiedad con el rey de Inglaterra y ahora cada vez que sale de garante le llega una citación real desde Gran Bretaña para justificar su patrimonio. Roberto no se queja nunca, pero cuando le preguntamos cómo está, nos cuenta la insólita historia del orificio anal que se le cierra y cada tanto debe operárselo. A la doctora Martina le comunicaron que jamás había aprobado tercer grado, así que ahora está en un feroz enredo burocrático para validar sus títulos y sus estudios. Si a todas estas personas le ocurren cosas extrañas muy seguido, diremos que son complínsolas: parecen condenadas a que el mundo conspire jocosamente contra ellas. A veces la sucesión de problemas inverosímiles es difícil de explicar si no se cuenta la historia con detalle. A veces, claro, el complínsolo es un mentiroso, un empoquetador cuyas mentiras mal urdidas generan más sospechas que compasión.
Dícese de la persona que tiene problemas rarísimos.
Nunca podemos contar con el tío Alberto, porque se le duermen las piernas cuando atiende el teléfono y sus gatos aúllan desesperados cada vez que sale de su casa, y de hecho algunos han llegado al suicidio. A Juan Carlos le pedimos que nos salga de garantía, pero él no puede, porque tuvo un entredicho de propiedad con el rey de Inglaterra y ahora cada vez que sale de garante le llega una citación real desde Gran Bretaña para justificar su patrimonio. Roberto no se queja nunca, pero cuando le preguntamos cómo está, nos cuenta la insólita historia del orificio anal que se le cierra y cada tanto debe operárselo. A la doctora Martina le comunicaron que jamás había aprobado tercer grado, así que ahora está en un feroz enredo burocrático para validar sus títulos y sus estudios. Si a todas estas personas le ocurren cosas extrañas muy seguido, diremos que son complínsolas: parecen condenadas a que el mundo conspire jocosamente contra ellas. A veces la sucesión de problemas inverosímiles es difícil de explicar si no se cuenta la historia con detalle. A veces, claro, el complínsolo es un mentiroso, un empoquetador cuyas mentiras mal urdidas generan más sospechas que compasión.
martes, 3 de septiembre de 2013
Encratosis
(Sustantivo. Del griego en = prefijo que indica dirección interna; krátos = poder, fuerza y -osis: patología)
Situación en la que, por condiciones externas, un individuo o grupo de individuos se ve en una situación de poder de la que no puede renunciar.
Los individuos afectados de encratosis se encontraron, quizás de modo inesperado, al mando de un país, de un ejército o de una empresa. Tal vez porque, antes, renunciaron el presidente y el vicepresidente; quizás porque murieron los generales a cargo o se fugaron los integrantes del directorio. El hecho es que, sin saber cómo, una persona que hasta ayer cumplía con un puñado de órdenes rutinarias, hoy asume el mando absoluto y es responsable de todas las decisiones importantes. Sabe que no está preparada para afrontar las vicisitudes de un poder no deseado, y espera con alivio el momento de su renuncia. Sin embargo, se le hace saber que, si renuncia, todo será peor; el país caerá en las garras de la anarquía; el ejército se desbandará o la empresa dejará a miles de trabajadores en la calle. Así, el súbito y temeroso empoderado se encuentra preso de una continua y tortuosa situación de poder de la que no puede desprenderse.
La encratosis es la contracara del síndrome de Hybris. En este último caso, el síndrome se caracteriza por una distorsión de la propia imagen y una necesidad de perpetuarse en el poder. En la encratosis, en cambio, la necesidad de esa perpetuación no surge del individuo que ejerce el poder, sino de un entorno que lo obliga a seguir ejerciéndolo. Hay que distinguir, también la encratosis de la microarquía.
Situación en la que, por condiciones externas, un individuo o grupo de individuos se ve en una situación de poder de la que no puede renunciar.
Los individuos afectados de encratosis se encontraron, quizás de modo inesperado, al mando de un país, de un ejército o de una empresa. Tal vez porque, antes, renunciaron el presidente y el vicepresidente; quizás porque murieron los generales a cargo o se fugaron los integrantes del directorio. El hecho es que, sin saber cómo, una persona que hasta ayer cumplía con un puñado de órdenes rutinarias, hoy asume el mando absoluto y es responsable de todas las decisiones importantes. Sabe que no está preparada para afrontar las vicisitudes de un poder no deseado, y espera con alivio el momento de su renuncia. Sin embargo, se le hace saber que, si renuncia, todo será peor; el país caerá en las garras de la anarquía; el ejército se desbandará o la empresa dejará a miles de trabajadores en la calle. Así, el súbito y temeroso empoderado se encuentra preso de una continua y tortuosa situación de poder de la que no puede desprenderse.
La encratosis es la contracara del síndrome de Hybris. En este último caso, el síndrome se caracteriza por una distorsión de la propia imagen y una necesidad de perpetuarse en el poder. En la encratosis, en cambio, la necesidad de esa perpetuación no surge del individuo que ejerce el poder, sino de un entorno que lo obliga a seguir ejerciéndolo. Hay que distinguir, también la encratosis de la microarquía.
lunes, 2 de septiembre de 2013
Autotruncia
(Sustantivo. Del griego autós = por sí mismo y del latín truncare = amputar, mutilar)
Mutilación espontánea.
Cuando se encuentra un cuerpo descuartizado, no siempre se debe suponer que alguien lo descuartizó. Así como aparentemente existe la combustión espontánea, es posible también que a una persona se le caigan los brazos, las piernas y la cabeza sin que haya una fuerza violenta externa que provoque tal suceso. Aunque parezca insólito, durante la edad media y parte de la moderna, en Europa, algunos acusados de homicidio alegaron la autotruncia. Era común que algunos esposos mataran a su mujer con un hacha y luego hicieran el descargo judicial, argumentando que habían encontrado el cuerpo "con signos inequívocos de autotruncia". El caso más sorprendente ocurrió en 1654 en Colmar (Alsacia, Francia): el ejército mató y descuartizó a varias docenas de personas, las apiló en un descampado y, cuando los civiles descubrieron los cuerpos, se adujo una "masiva mutilación espontánea seguida de un apilamiento post mórtem espontáneo"
Mutilación espontánea.
Cuando se encuentra un cuerpo descuartizado, no siempre se debe suponer que alguien lo descuartizó. Así como aparentemente existe la combustión espontánea, es posible también que a una persona se le caigan los brazos, las piernas y la cabeza sin que haya una fuerza violenta externa que provoque tal suceso. Aunque parezca insólito, durante la edad media y parte de la moderna, en Europa, algunos acusados de homicidio alegaron la autotruncia. Era común que algunos esposos mataran a su mujer con un hacha y luego hicieran el descargo judicial, argumentando que habían encontrado el cuerpo "con signos inequívocos de autotruncia". El caso más sorprendente ocurrió en 1654 en Colmar (Alsacia, Francia): el ejército mató y descuartizó a varias docenas de personas, las apiló en un descampado y, cuando los civiles descubrieron los cuerpos, se adujo una "masiva mutilación espontánea seguida de un apilamiento post mórtem espontáneo"
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