(Sustantivo del latín elasticus = dúctil y peto = exigir, reclamar)
1. Capacidad de estirar el dinero para llegar a fin de mes.
En esta acepción, la elastopecia es una virtud. Pero el término cobra toda su dimensión cuando se lo interpreta en el segundo sentido:
2. Tendencia a creer que las cifras monetarias con las que uno cuenta son infinitamente flexibles.
Los vendedores de automóviles y de bienes inmobiliarios practican muy a menudo la elastopecia. Con mucho esfuerzo llegamos a juntar treinta mil pesos, entre ahorros, la venta de unos muebles, el préstamo de un banco, una tía con algo de dinero y algunas privaciones. Cuando llegamos a la concesionaria de autos, el vendedor nos pregunta si "no podemos estirarnos" hasta cuarenta, cincuenta o incluso ochenta mil pesos para comprar un modelo mejor: "Si te estirás veinte lucas, te llevás un modelo dos mil diez". Él supone que la disponibilidad de nuestro dinero es versátil e ilimitada, y que si no compramos algo mejor es simplemente porque no tenemos ganas de gastar más dinero (o porque somos amarretes). Quizás, cuando nos pide "un estirón", espere que le digamos: "¡Oh! ¡Podría sacar más dinero del banco y no me había dado cuenta!", o "¡Le voy a pedir más a mi tía!", o tal vez "Ah, sí, mire, tenía doscientos mil pesos debajo del colchón y no lo recordaba".
Hay personas que practican la elastopecia consigo mismas. Para ellos, la exigua cifra de sus salarios no representa un límite a la hora de proyectar gastos. Por eso, consiguen todas las tarjetas de crédito que pueden; hacen compras en veinticuatro cuotas aunque tengan que pagar una alta tasa de interés y sacan préstamos usurarios con tal de "estirarse" y comprar lo que de otro modo habría sido inalcanzable. A pesar de que su deudas aumentan de modo irracional, vuelven a practicar la elastopecia al mes siguiente cuando les depositan el ya minusválido sueldo.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
martes, 27 de marzo de 2012
viernes, 23 de marzo de 2012
Pocerbo
(Sustantivo masculino. Del latín paucus = poco y acerbus = injuria, violencia. Contracción de pocicerbo)
Hecho irrelevante por el cual alguien se siente ofendido.
Nunca sabremos por qué la vecina dejó de saludarnos o en qué momento le empezamos a caer mal a la hija del almacenero. Si repasamos en nuestra memoria, jamás hubo un suceso que ameritara el silencio al que nos someten. A veces tenemos ciertos indicios escasos e insuficientes: la bibliotecaria dejó de sonreirnos después de aquel comentario sobre los calores extemporáneos del mes de marzo. La consuegra no volvió a enviarnos tarjetas de navidad después de que no le contestáramos un correo electrónico a su sobrino nieto. El vendedor de fiambre esquiva nuestra mirada luego de aquella vez en que nos vio comprando salame en el supermercado. En esos casos nos preguntamos: ¿Son suficientes esos hechos para cortar una relación cordial? ¿Puede alguien ser tan susceptible? A veces debemos concluir que sí, que mucha gente es capaz de ofenderse incluso por nuestra forma de caminar. Por eso se suelen escuchar estos argumentos: "No le hablo más a María porque se andaba haciendo la linda por ahí". "Miralo a Pedro. No me lo banco más desde que se hacía el canchero pasando con la bicicleta por mi casa y saludándome". "José es un buen tipo, pero el otro día empezó a decir no sé qué huevada sobre que hay una gotera en su casa. Me hinchó las pelotas y no le contesto las llamadas"
Por supuesto, si le señalamos a alguien que la razón por la que se ofende es irrelevante (es un pocerbo), se sentirá aun más ofendido.
Hecho irrelevante por el cual alguien se siente ofendido.
Nunca sabremos por qué la vecina dejó de saludarnos o en qué momento le empezamos a caer mal a la hija del almacenero. Si repasamos en nuestra memoria, jamás hubo un suceso que ameritara el silencio al que nos someten. A veces tenemos ciertos indicios escasos e insuficientes: la bibliotecaria dejó de sonreirnos después de aquel comentario sobre los calores extemporáneos del mes de marzo. La consuegra no volvió a enviarnos tarjetas de navidad después de que no le contestáramos un correo electrónico a su sobrino nieto. El vendedor de fiambre esquiva nuestra mirada luego de aquella vez en que nos vio comprando salame en el supermercado. En esos casos nos preguntamos: ¿Son suficientes esos hechos para cortar una relación cordial? ¿Puede alguien ser tan susceptible? A veces debemos concluir que sí, que mucha gente es capaz de ofenderse incluso por nuestra forma de caminar. Por eso se suelen escuchar estos argumentos: "No le hablo más a María porque se andaba haciendo la linda por ahí". "Miralo a Pedro. No me lo banco más desde que se hacía el canchero pasando con la bicicleta por mi casa y saludándome". "José es un buen tipo, pero el otro día empezó a decir no sé qué huevada sobre que hay una gotera en su casa. Me hinchó las pelotas y no le contesto las llamadas"
Por supuesto, si le señalamos a alguien que la razón por la que se ofende es irrelevante (es un pocerbo), se sentirá aun más ofendido.
martes, 20 de marzo de 2012
Devesperación
(Sustantivo. De Véspero y desesperación)
Angustia y ligera depresión por la caída inminente del sol.
Esta sensación suele ocurrir cuando uno se ha acostado a la salida del sol y se levanta a la hora de la siesta. Quizás, apenas se levantó, improvisó un almuerzo, hizo un par de tareas domésticas y ya cae la tarde. Las sombras se hacen largas, el frío se intensifica y uno siente que el día ha sido arrebatado. Tenemos la necesidad de ver un rayo de sol, de disfrutar una intensa tarde bajo la luz del día. Pero ya se hace de noche y habrá que esperar largas horas hasta que amanezca.
También se devespera si se ha estado trabajando todo el día en un lugar cerrado, y sólo puede salir cuando ya el sol agoniza.
En ambos casos, se tiene la sensación de que el día termina antes de haber comenzado.
A veces, también, se puede devesperar espontáneamente, sin que se hayan dado las dos condiciones anteriores. La devesperación es la angustia por saber que el día se termina, ya sea que lo hayamos disfrutado o no.
Es mucho más común devesperar en invierno que en verano.
Angustia y ligera depresión por la caída inminente del sol.
Esta sensación suele ocurrir cuando uno se ha acostado a la salida del sol y se levanta a la hora de la siesta. Quizás, apenas se levantó, improvisó un almuerzo, hizo un par de tareas domésticas y ya cae la tarde. Las sombras se hacen largas, el frío se intensifica y uno siente que el día ha sido arrebatado. Tenemos la necesidad de ver un rayo de sol, de disfrutar una intensa tarde bajo la luz del día. Pero ya se hace de noche y habrá que esperar largas horas hasta que amanezca.
También se devespera si se ha estado trabajando todo el día en un lugar cerrado, y sólo puede salir cuando ya el sol agoniza.
En ambos casos, se tiene la sensación de que el día termina antes de haber comenzado.
A veces, también, se puede devesperar espontáneamente, sin que se hayan dado las dos condiciones anteriores. La devesperación es la angustia por saber que el día se termina, ya sea que lo hayamos disfrutado o no.
Es mucho más común devesperar en invierno que en verano.
jueves, 15 de marzo de 2012
Rubinodia
(Sustantivo. Del latín rubeus = rojo, rubio e inodia = enojo, odio)
Color rojo que dicen ver algunas personas cuando se enfurecen.
Algunas personas argumentan que, antes de experimentar un episodio de cólera, su campo visual se vuelve de color rojo sangre. Esa experiencia emotivo-visual es la rubinodia. Es de suponer que durante la rubinodia se pierde el juicio, y que el color rojo del campo visual es producto de un enojo de enormes proporciones. Quienes la padecen, se comportan como toros encrespados y cometen un acto violento e irracional mientras les dura. A veces se justifican diciendo que "veían todo rojo", como si eso bastara para explicar por qué desollaron al gato, acogotaron a la vecina o incendiaron el jardín de infantes.
Color rojo que dicen ver algunas personas cuando se enfurecen.
Algunas personas argumentan que, antes de experimentar un episodio de cólera, su campo visual se vuelve de color rojo sangre. Esa experiencia emotivo-visual es la rubinodia. Es de suponer que durante la rubinodia se pierde el juicio, y que el color rojo del campo visual es producto de un enojo de enormes proporciones. Quienes la padecen, se comportan como toros encrespados y cometen un acto violento e irracional mientras les dura. A veces se justifican diciendo que "veían todo rojo", como si eso bastara para explicar por qué desollaron al gato, acogotaron a la vecina o incendiaron el jardín de infantes.
martes, 13 de marzo de 2012
Teratorio
(Sustantivo. Del griego theratos = monstruo y desinencia -torio, que significa lugar donde se realiza una acción. También puede utilizarse "teratario". El especialista que atiende en los teratorios es un teratólogo)
Recinto donde se convierte a las personas en monstruos.
Existen no corroboradas historias acerca de ciertos teratorios ocultos en bosques, montañas o cuevas, atendidos por alquimistas, brujos o científicos locos. Las personas supuestamente acuden a teratorios con la intención de modificar su organismo para obtener poderes especiales, o para resaltar de modo exagerado alguna zona de su cuerpo. De ese modo, hay teratorios que ofrecen la visión -o el poder de vuelo- del águila, la velocidad del tigre o la anulación de deseos y emociones propios de un robot o una cafetera. También, si alguien desea tener bíceps gigantescos, en los teratorios implantan profusión de cadenas musculares adentro de los brazos. En todos los casos, las intervenciones realizadas tienen un altísimo riesgo, son éticamente cuestionables y el resultado es una persona con características monstruosas.
A veces se acude a teratorios sin saberlo. Por ejemplo, cuando ingresamos al hospital para hacernos una cirugía menor en la cabeza y salimos de allí con la cara deformada, los ojos hinchados y la distribución de las facciones totalmente alterada: la cirugía era la excusa para que el teratólogo (camuflado bajo la inocente figura de un cirujano) diera rienda suelta a su necesidad de convertirnos en monstruos.
Hay una delgada línea entre la clínica de cirugía estética y el teratorio. De hecho, muchas veces es difícil establecer si un conjunto de cirugías estéticas ha generado una persona bella o una persona monstruosa. A veces, de tanto aplicarse cirugías estéticas, se termina regiboneciendo. A veces, cuando se aplican enormes implantes mamarios o alargamientos de pene, la persona se convierte en teraterótica.
En el episodio de Los Simpsons, "La Casita del Horror XIII", la familia Simpsons va de vacaciones a una isla en la cual el Dr. Hilbert tiene un teratorio. Allí convierte a las personas en animales.
Recinto donde se convierte a las personas en monstruos.
Existen no corroboradas historias acerca de ciertos teratorios ocultos en bosques, montañas o cuevas, atendidos por alquimistas, brujos o científicos locos. Las personas supuestamente acuden a teratorios con la intención de modificar su organismo para obtener poderes especiales, o para resaltar de modo exagerado alguna zona de su cuerpo. De ese modo, hay teratorios que ofrecen la visión -o el poder de vuelo- del águila, la velocidad del tigre o la anulación de deseos y emociones propios de un robot o una cafetera. También, si alguien desea tener bíceps gigantescos, en los teratorios implantan profusión de cadenas musculares adentro de los brazos. En todos los casos, las intervenciones realizadas tienen un altísimo riesgo, son éticamente cuestionables y el resultado es una persona con características monstruosas.
A veces se acude a teratorios sin saberlo. Por ejemplo, cuando ingresamos al hospital para hacernos una cirugía menor en la cabeza y salimos de allí con la cara deformada, los ojos hinchados y la distribución de las facciones totalmente alterada: la cirugía era la excusa para que el teratólogo (camuflado bajo la inocente figura de un cirujano) diera rienda suelta a su necesidad de convertirnos en monstruos.
Hay una delgada línea entre la clínica de cirugía estética y el teratorio. De hecho, muchas veces es difícil establecer si un conjunto de cirugías estéticas ha generado una persona bella o una persona monstruosa. A veces, de tanto aplicarse cirugías estéticas, se termina regiboneciendo. A veces, cuando se aplican enormes implantes mamarios o alargamientos de pene, la persona se convierte en teraterótica.
En el episodio de Los Simpsons, "La Casita del Horror XIII", la familia Simpsons va de vacaciones a una isla en la cual el Dr. Hilbert tiene un teratorio. Allí convierte a las personas en animales.
lunes, 12 de marzo de 2012
Zambayonismo
(Sustantivo. Del músico cantautor Zambayonny)
Perfecto equilibrio entre la grosería, la pornografía y la poesía.
La definición no da cuenta del verdadero poder del zambayonismo, pues en ese contexto la "grosería" deja de ser tal. Podríamos mejorarla diciendo que, más que un equilibrio, es una lucha entre la poesía y la grosería, batalla despareja en la cual el último elemento se convierte en un instrumento de infinita riqueza lírica al servicio de la poesía.
También podemos definir al zambayonismo como una corriente literario - poética que busca el asombro metafísico a través de ingeniosas y rebuscadas imágenes de crudo contenido erótico. Es muy fácil confundir un zambayonismo con una guarangada. Mientras esta última sólo busca provocar asco o excitación, el zambayonismo pretende cabalgar por encima (y a través) de la carnalidad explícita para remontarse hacia una reflexión sobre los límites del deseo, de la voluntad y de la existencia. El léxico prohibido se abre no hacia la codificación puramente grosera o erótica, sino hacia el encuentro con la vulnerable y tragicómica naturaleza humana.
Perfecto equilibrio entre la grosería, la pornografía y la poesía.
La definición no da cuenta del verdadero poder del zambayonismo, pues en ese contexto la "grosería" deja de ser tal. Podríamos mejorarla diciendo que, más que un equilibrio, es una lucha entre la poesía y la grosería, batalla despareja en la cual el último elemento se convierte en un instrumento de infinita riqueza lírica al servicio de la poesía.
También podemos definir al zambayonismo como una corriente literario - poética que busca el asombro metafísico a través de ingeniosas y rebuscadas imágenes de crudo contenido erótico. Es muy fácil confundir un zambayonismo con una guarangada. Mientras esta última sólo busca provocar asco o excitación, el zambayonismo pretende cabalgar por encima (y a través) de la carnalidad explícita para remontarse hacia una reflexión sobre los límites del deseo, de la voluntad y de la existencia. El léxico prohibido se abre no hacia la codificación puramente grosera o erótica, sino hacia el encuentro con la vulnerable y tragicómica naturaleza humana.
jueves, 8 de marzo de 2012
Ultrapostilla
(Sustantivo. Del latín ultra = que rebasa y post illa = 'después de aquellas cosas', nota al margen. Sinónimo: ultracotación)
Interrupción de un relato para hacer un comentario extenso e inoportuno que desbarata el relato original.
Es muy frecuente que cuando alguien decide contar algo, es interrumpido innúmeras veces por las innecesarias acotaciones de su oyente, cada una de las cuales puede extenderse por circunloquios y meandros semánticos muy lejanos a los de la intención original de quien inició el relato. "Ayer discutí con Andrés porque...", dice A. B hace una ultracotación: "No te conviene discutir con A. A es una persona muy inestable, y puede llegar a acuchillarte. Además discutir te hace mal; vos tenés problemas de presión, y últimamente estás comiendo muchas comidas saladas. De hecho, no sé cuánto salamín comiste anoche. ¿Dejaste algo de salamín, o te lo comiste todo?". A tenía la intención de narrar las razones de la discusión, pero B lo interrumpe para opinar acerca de las primeras palabras del relato. Sin embargo, después de esa ultrapostilla no tiene sentido hablar acerca de la disputa en sí: la conversación se encauza violentamente por el terreno de los salamines y la presión arterial.
Interrupción de un relato para hacer un comentario extenso e inoportuno que desbarata el relato original.
Es muy frecuente que cuando alguien decide contar algo, es interrumpido innúmeras veces por las innecesarias acotaciones de su oyente, cada una de las cuales puede extenderse por circunloquios y meandros semánticos muy lejanos a los de la intención original de quien inició el relato. "Ayer discutí con Andrés porque...", dice A. B hace una ultracotación: "No te conviene discutir con A. A es una persona muy inestable, y puede llegar a acuchillarte. Además discutir te hace mal; vos tenés problemas de presión, y últimamente estás comiendo muchas comidas saladas. De hecho, no sé cuánto salamín comiste anoche. ¿Dejaste algo de salamín, o te lo comiste todo?". A tenía la intención de narrar las razones de la discusión, pero B lo interrumpe para opinar acerca de las primeras palabras del relato. Sin embargo, después de esa ultrapostilla no tiene sentido hablar acerca de la disputa en sí: la conversación se encauza violentamente por el terreno de los salamines y la presión arterial.
jueves, 1 de marzo de 2012
Plusirmonia
(Sustantivo. Del latín plus = más y sermo = discurso)
Tendencia a levantar la apuesta discursiva.
"Me duele la cabeza", dice A. "A mí me duele la cabeza y el pie", dice B. "Eso no es nada. A mí me duele la cabeza, el pie, el estómago y el pecho", dice C. La conversación puede volver al primer orador, quien se sentirá obligado a mostrar que sus dolores son mayores, más insoportables, más generalizados y más añejos que los de sus compañeros: "Pero yo tengo tumores en todo el cuerpo desde que era chico. Me duele cada parte de mi cuerpo como si me estuvieran clavando agujas. Y ahora la cabeza me duele como si hubiese veinte martillos eléctricos trepanándome el cráneo". B podría tratar de superar esa apuesta: "¿De eso te quejás? A mi la luz, el sonido y las superficies que toco me provocan un sufrimiento desesperante; cada vez que abro los ojos siento que los fotones punzan todos mis nervios; cuando huelo una rosa es como si hubiera puesto mis pulmones en una parrilla. Si escucho una tenue música, mis oídos sangran. Y por si fuera poco, de chico me clavé un poste de un metro en el pecho y no me lo pudieron sacar. Lo siento a cada instante corroyendo mis pulmones y mis intestinos". Si cada orador toma lo que dice el anterior como un desafío a ser superado, entonces se produce la plusirmonia. No importa el tema de conversación ni la verdad el asunto: lo importante es contar una historia en la que a la propia persona le han ocurrido eventos más importantes, dolorosos o placenteros que al resto.
Tendencia a levantar la apuesta discursiva.
"Me duele la cabeza", dice A. "A mí me duele la cabeza y el pie", dice B. "Eso no es nada. A mí me duele la cabeza, el pie, el estómago y el pecho", dice C. La conversación puede volver al primer orador, quien se sentirá obligado a mostrar que sus dolores son mayores, más insoportables, más generalizados y más añejos que los de sus compañeros: "Pero yo tengo tumores en todo el cuerpo desde que era chico. Me duele cada parte de mi cuerpo como si me estuvieran clavando agujas. Y ahora la cabeza me duele como si hubiese veinte martillos eléctricos trepanándome el cráneo". B podría tratar de superar esa apuesta: "¿De eso te quejás? A mi la luz, el sonido y las superficies que toco me provocan un sufrimiento desesperante; cada vez que abro los ojos siento que los fotones punzan todos mis nervios; cuando huelo una rosa es como si hubiera puesto mis pulmones en una parrilla. Si escucho una tenue música, mis oídos sangran. Y por si fuera poco, de chico me clavé un poste de un metro en el pecho y no me lo pudieron sacar. Lo siento a cada instante corroyendo mis pulmones y mis intestinos". Si cada orador toma lo que dice el anterior como un desafío a ser superado, entonces se produce la plusirmonia. No importa el tema de conversación ni la verdad el asunto: lo importante es contar una historia en la que a la propia persona le han ocurrido eventos más importantes, dolorosos o placenteros que al resto.
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