(Sustantivo. Del latín dis = con dificultad y clavis = clave, llave)
1. Incapacidad para encontrar la llave correcta en un manojo de llaves.
Se sufre una especial disclavia cuando el llavero nos es familiar y conocemos las muescas de cada una de las llaves que la componen. A pesar de este sobrado conocimiento, uno recorre mil veces el llavero y no encuentra la que justo ahora se debe usar. La disclavia en este sentido es un proceso parecido al que ocurre cuando se circunvía.
Algunas personas no sufren disclavia, sino un proceso inverso: aciertan con la llave correcta en el primer intento, aun con manojos de llaves desconocidas. A este caso afortunado lo llamaremos euclidia, tomando las raíces griegas eu = bueno y kléidi = llave. (También puede llamarse "euclidia" al placer que produce acertar con la llave adecuada en un número relativamente bajo de intentos)
2. Incapacidad para recordar las propias contraseñas.
Por fortuna las cookies de nuestras computadoras se encargan de conservar nuestros datos, y gracias a ellas seguimos accediendo al correo electrónico, a las redes sociales,y a la plataforma virtual de nuestro trabajo. Pero el día en que debemos formatear la máquina, corremos el riesgo de perder para siempre los lugares virtuales que frecuentamos. La disclavia, en esta acepción, tiene algunos componentes adicionales: no solo somos incapaces de recordar la contraseña sino que, además: a) la olvidamos un segundo después de haberla creado; b) hicimos una contraseña complicadísima que no tiene posibilidad de ser recordada sin una regla mnemotécnica; c) no la anotamos o bien d) la anotamos en un papel circunstancial que se perdió para siempre. En algunos casos debemos agregar un gravísimo componente e): creemos que nos vamos a acordar la contraseña en el momento en que sea necesario, pero eso no ocurre (esta clase de disclavia acontece cuando uno está frente al cajero del banco).
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
miércoles, 28 de noviembre de 2012
martes, 27 de noviembre de 2012
Algarabía
La revista mexicana Algarabía comenzará a publicar palabras de Exonario en su versión impresa. Es una revista que difunde "ideas, artes, lenguaje, ciencia y curiosidades", con un extraordinario nivel no solo en la calidad de las notas, sino también en el diseño de sus publicaciones. Recomiendo firmemente su lectura.
viernes, 23 de noviembre de 2012
Polemóscono
(Sustantivo masculino. Del griego pólemos = polémica, guerra y skoné = polvo. Adjetivo: polemoscónico)
Discusión encarnizada acerca de algo irrelevante.
Los polemósconos pueden surgir en cualquier momento de una conversación: son como escollos argumentativos que detienen la marcha de un discurso y se enfocan en algún aspecto insignificante del mismo. Suelen ocurrir cuando a uno de los oyentes se le ocurre manifestar su disenso acerca de un detalle accesorio del relato que se está contando: si A afirma que "Estábamos en un parque con una pileta enorme, de tres metros de profundidad", el oyente lo interrumpirá para discutir este último dato. "No es cierto; no tenía tres metros. Tenía dos con noventa". Si el narrador se involucra en este principio de discusión, comienza el polemóscono. "Tenía tres metros; no dos con noventa". "No, dos con noventa. No tres". La discusión se convierte en un bucle interminable e indecidible, y una vez que ha comenzado ya perdemos la esperanza de escuchar la continuación del relato original.
También podría denominarse polemóscono a la actitud de sacar conclusiones desproporcionadas a partir de un dato mínimo e irrelevante: este tipo de polemóscono suele ir precedido por las expresiones "mostraste la hilacha" o "por fin te agarré". Pongamos un ejemplo:
A dice: "Estuve en Brasil; recorrí Río de Janeiro, me compré un par de ojotas verdes, visité las favelas y no puedo creer la pobreza que rodea a una ciudad tan hermosa. Realmente me conmovió. Me metí en una organización no gubernamental para combatir la indigencia de los habitantes de las favelas"
B interpone: "Mostraste tu verdadera hilacha. ¿Así que te compraste ojotas verdes? Ya entendí que sos un tipo frívolo y estúpido"
Discusión encarnizada acerca de algo irrelevante.
Los polemósconos pueden surgir en cualquier momento de una conversación: son como escollos argumentativos que detienen la marcha de un discurso y se enfocan en algún aspecto insignificante del mismo. Suelen ocurrir cuando a uno de los oyentes se le ocurre manifestar su disenso acerca de un detalle accesorio del relato que se está contando: si A afirma que "Estábamos en un parque con una pileta enorme, de tres metros de profundidad", el oyente lo interrumpirá para discutir este último dato. "No es cierto; no tenía tres metros. Tenía dos con noventa". Si el narrador se involucra en este principio de discusión, comienza el polemóscono. "Tenía tres metros; no dos con noventa". "No, dos con noventa. No tres". La discusión se convierte en un bucle interminable e indecidible, y una vez que ha comenzado ya perdemos la esperanza de escuchar la continuación del relato original.
También podría denominarse polemóscono a la actitud de sacar conclusiones desproporcionadas a partir de un dato mínimo e irrelevante: este tipo de polemóscono suele ir precedido por las expresiones "mostraste la hilacha" o "por fin te agarré". Pongamos un ejemplo:
A dice: "Estuve en Brasil; recorrí Río de Janeiro, me compré un par de ojotas verdes, visité las favelas y no puedo creer la pobreza que rodea a una ciudad tan hermosa. Realmente me conmovió. Me metí en una organización no gubernamental para combatir la indigencia de los habitantes de las favelas"
B interpone: "Mostraste tu verdadera hilacha. ¿Así que te compraste ojotas verdes? Ya entendí que sos un tipo frívolo y estúpido"
jueves, 22 de noviembre de 2012
Agéfiso
(Adjetivo. Del griego á = negación, géfyra = puente y phýsis = naturaleza)
Dícese de la teoría o conjunto de hipótesis que no tienen contacto con las leyes de la ciencia natural.
Cuando se elabora una teoría de "alto nivel" (por ejemplo, una teoría política o una teoría de la mente), es deseable que los conceptos de la teoría tengan algún tipo de correlación con la biología, la química y la física. Este tipo de correlaciones se denominan "principios puente" (bridge laws). Pero existen teorías que no especifican o que no admiten tal correlación: los conceptos de dichas teorías no pueden involucrar ningún aspecto de la biología, ni de la física, ni de la química: sus elementos son, muchas veces, abstracciones sin carnadura ni genealogía material de ningún tipo. Un ejemplo de teoría agéfisa está dada por cierta variedad de psicoanálisis en la cual las tópicas freudianas se utilizan como modelos explicativos de la mente, pero esas mismas tópicas no pueden conectarse ni con partes específicas del cerebro, ni con una teoría funcional de la mente. Cuando se estudia al hombre como animal político, soslayando -y no permitiendo- el contacto con otros aspectos de la "animalidad" humana, se está haciendo una teoría agéfisa. Cuando se establece una teoría sociológica en la que las nociones de "patriarcado", "injusticia social", "pobreza", "egoísmo" no admiten ninguna hipótesis biológica, estamos ante una teoría agéfisa.
Por lo general, las hipótesis agéfisas funcionan como guetos conceptuales: los términos de dichas hipótesis deben interpretarse como primitivos dentro de la teoría; no se admite contacto de esos términos ni con la biología, ni con la física, ni con la química. Un ejemplo de gueto conceptual está dado por el término "egoísmo". Si pensamos el egoísmo sólo como un producto social y no permitimos una vinculación con una teoría biológica, hemos establecido a priori que no pueden estudiarse las bases biológicas de la conducta egoísta, con lo cual se cierran las puertas para cualquier principio puente que pueda tenderse entre el estudio sociopsicológico del egoísmo y el estudio biológico.
A veces, los partidarios de una teoría agéfisa deciden no establecer ese contacto por un prejuicio metodológico: suponen que tender los puentes hacia la biología o la física es abrir la puerta hacia un reductivismo científico. Se suele suponer erróneamente, por añadidura, que la incorporación de principios puente con la ciencia natural le conferiría a la ciencia social una explicación determinista y sumamente estrecha.
(Sospecho que este problema ya tiene nombre)
Dícese de la teoría o conjunto de hipótesis que no tienen contacto con las leyes de la ciencia natural.
Cuando se elabora una teoría de "alto nivel" (por ejemplo, una teoría política o una teoría de la mente), es deseable que los conceptos de la teoría tengan algún tipo de correlación con la biología, la química y la física. Este tipo de correlaciones se denominan "principios puente" (bridge laws). Pero existen teorías que no especifican o que no admiten tal correlación: los conceptos de dichas teorías no pueden involucrar ningún aspecto de la biología, ni de la física, ni de la química: sus elementos son, muchas veces, abstracciones sin carnadura ni genealogía material de ningún tipo. Un ejemplo de teoría agéfisa está dada por cierta variedad de psicoanálisis en la cual las tópicas freudianas se utilizan como modelos explicativos de la mente, pero esas mismas tópicas no pueden conectarse ni con partes específicas del cerebro, ni con una teoría funcional de la mente. Cuando se estudia al hombre como animal político, soslayando -y no permitiendo- el contacto con otros aspectos de la "animalidad" humana, se está haciendo una teoría agéfisa. Cuando se establece una teoría sociológica en la que las nociones de "patriarcado", "injusticia social", "pobreza", "egoísmo" no admiten ninguna hipótesis biológica, estamos ante una teoría agéfisa.
Por lo general, las hipótesis agéfisas funcionan como guetos conceptuales: los términos de dichas hipótesis deben interpretarse como primitivos dentro de la teoría; no se admite contacto de esos términos ni con la biología, ni con la física, ni con la química. Un ejemplo de gueto conceptual está dado por el término "egoísmo". Si pensamos el egoísmo sólo como un producto social y no permitimos una vinculación con una teoría biológica, hemos establecido a priori que no pueden estudiarse las bases biológicas de la conducta egoísta, con lo cual se cierran las puertas para cualquier principio puente que pueda tenderse entre el estudio sociopsicológico del egoísmo y el estudio biológico.
A veces, los partidarios de una teoría agéfisa deciden no establecer ese contacto por un prejuicio metodológico: suponen que tender los puentes hacia la biología o la física es abrir la puerta hacia un reductivismo científico. Se suele suponer erróneamente, por añadidura, que la incorporación de principios puente con la ciencia natural le conferiría a la ciencia social una explicación determinista y sumamente estrecha.
(Sospecho que este problema ya tiene nombre)
martes, 20 de noviembre de 2012
Cumpleaños
Este blog hoy cumple seis años.
Ha sido una de mis aventuras intelectuales que más lejos ha llegado.
Mil cuatrocientas palabras han generado casi cincuenta entrevistas por radio, una docena de notas en diarios, cuatro programas de televisión, una charla multitudinaria en un evento TedX, un libro. He conocido muchísima gente maravillosa gracias a Exonario.
Seis años ininterrumpidos es mucho tiempo para un blog.
No queda más que festejar.
¡Salud!
lunes, 19 de noviembre de 2012
Ataractoclasta
(Adjetivo. Del griego a = negación; taraxé = perturbación y klastés = rompedor)
Dícese de la persona cuyas palabras generan inquietud, disgusto, enojo y /o intranquilidad.
El ataractoclasta nos cambia radicalmente el estado de ánimo: pasamos de estar sanamente tranquilos a estar preocupados e irritados. Si vemos un mensaje del ataractoclasta en el correo electrónico o en las redes sociales, antes de leerlo ya pensamos "con qué saldrá este ahora", y encaramos su lectura mal dispuestos y con la certeza de que el mensaje nos llevará a una discusión casi eterna, o a alguna acción urgente, o a la presunción de que pasa algo terrible. Después de leer o escuchar sus palabras el mundo ya no es el mismo; la alegría y el buen humor se disipan irremediablemente, y solo nos queda soportar las consecuencias de su acto de habla. El ataractoclasta es un terrorista de los estados de ánimo; su único objetivo es convencernos de que estamos equivocados, de que nuestro pensamiento no vale y de que la apacible quietud en la que estuvimos sumergidos antes de sus palabras era, en realidad, un espejismo o una evasión de nuestra propia ignorancia.
Hay enormes puntos de contacto entre el ataractoclasta y el irenófago. Este último, en cambio, no tiene la intención de provocarnos mal humor. El primero, en cambio, parece firmemente dispuesto a arrebatarnos cualquier disfrute cotidiano.
(Estoy convencido de que yo me he convertido en un ataractoclasta de las redes sociales)
Dícese de la persona cuyas palabras generan inquietud, disgusto, enojo y /o intranquilidad.
El ataractoclasta nos cambia radicalmente el estado de ánimo: pasamos de estar sanamente tranquilos a estar preocupados e irritados. Si vemos un mensaje del ataractoclasta en el correo electrónico o en las redes sociales, antes de leerlo ya pensamos "con qué saldrá este ahora", y encaramos su lectura mal dispuestos y con la certeza de que el mensaje nos llevará a una discusión casi eterna, o a alguna acción urgente, o a la presunción de que pasa algo terrible. Después de leer o escuchar sus palabras el mundo ya no es el mismo; la alegría y el buen humor se disipan irremediablemente, y solo nos queda soportar las consecuencias de su acto de habla. El ataractoclasta es un terrorista de los estados de ánimo; su único objetivo es convencernos de que estamos equivocados, de que nuestro pensamiento no vale y de que la apacible quietud en la que estuvimos sumergidos antes de sus palabras era, en realidad, un espejismo o una evasión de nuestra propia ignorancia.
Hay enormes puntos de contacto entre el ataractoclasta y el irenófago. Este último, en cambio, no tiene la intención de provocarnos mal humor. El primero, en cambio, parece firmemente dispuesto a arrebatarnos cualquier disfrute cotidiano.
(Estoy convencido de que yo me he convertido en un ataractoclasta de las redes sociales)
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Torniselar
(Verbo intransitivo. Del latín tornus = vuelto y "sesel", onomatopeya del susurro por "ese es el...". Puede aceptarse la variante menos elegante torniseselar)
Volver inmediatamente a un lugar del cual se ha salido y descubrir que las personas de ese lugar están hablando mal de uno.
¿Cuántas veces salimos de un negocio y volvemos a entrar unos segundos después porque nos olvidamos de comprar algo? ¿Y cuántas veces el vendedor y sus empleados se han puesto a cuchichear ni bien traspasamos el umbral de la puerta de calle? Es evidente que, en esos casos, los dependientes del negocio están hablando mal de uno.
Para evitar que escuchemos cuando hacen esto, no deberíamos retornar al lugar de manera inmediata. Si ya salimos, démosle un tiempo prudente a los dialogantes para que puedan intecambiar sus malintencionadas apreciaciones. Después, sí, cuando ya dejamos de ser un tema de interés, podremos retornar y comprar la lata de arvejas que nos habíamos olvidado. Para contribuir a que las relaciones no se deterioren, debemos dejar ese margen de tiempo en el que indefectiblemente lanzarán un rumor en voz baja sobre nuestra persona. No debemos escucharlos, ni interrumpirlos: sólo después volveremos a hacernos presentes. Por eso, cuando se tornisela no se ha tenido en cuenta ese tiempo prudencial y nos exponemos a escuchar algo que no hubiéramos querido o -aun peor- a enemistarnos con el almacenero. Mantener buenas relaciones con la gente incluye, además, darles márgenes de tiempo en los que pueden decir cualquier barbaridad sin que se los confronte. Desde luego, quienes estén buscando comenzar un conflicto torniselarán en cada ocasión que se les presente.
Ahora bien, quizás el vendedor no hablaba sobre uno. Quizás escuchamos mal o sencillamente somos paranoicos. Pero es fácil darse cuenta si el cuchicheo es sobre uno mismo. En primer lugar, ya el solo hecho de que apenas nos damos vuelta comiencen a hablar en voz baja, es sospechoso. En segundo lugar, a veces al principio de ese cuchicheo escuchamos dos sonidos sibilantes: "s", "s", apenas susurrados, seguidos de un sonido "l". Esas dos "s" más la "l" son las consonantes que conforman la expresión "Ese es el..." o "Esa es la...". De modo que si escuchamos "s-s-l", están hablando de nosotros: "Esa es la hija de puta que cagó al marido". "Ese es el guacho que maltrata a sus hijos". La palabra "seselar" podría ser la definición de este tipo de cuchicheo en el que se señala a una persona que está presente o que se está yendo mediante la apelación "ese es el..." o "esa es la...".
Volver inmediatamente a un lugar del cual se ha salido y descubrir que las personas de ese lugar están hablando mal de uno.
¿Cuántas veces salimos de un negocio y volvemos a entrar unos segundos después porque nos olvidamos de comprar algo? ¿Y cuántas veces el vendedor y sus empleados se han puesto a cuchichear ni bien traspasamos el umbral de la puerta de calle? Es evidente que, en esos casos, los dependientes del negocio están hablando mal de uno.
Para evitar que escuchemos cuando hacen esto, no deberíamos retornar al lugar de manera inmediata. Si ya salimos, démosle un tiempo prudente a los dialogantes para que puedan intecambiar sus malintencionadas apreciaciones. Después, sí, cuando ya dejamos de ser un tema de interés, podremos retornar y comprar la lata de arvejas que nos habíamos olvidado. Para contribuir a que las relaciones no se deterioren, debemos dejar ese margen de tiempo en el que indefectiblemente lanzarán un rumor en voz baja sobre nuestra persona. No debemos escucharlos, ni interrumpirlos: sólo después volveremos a hacernos presentes. Por eso, cuando se tornisela no se ha tenido en cuenta ese tiempo prudencial y nos exponemos a escuchar algo que no hubiéramos querido o -aun peor- a enemistarnos con el almacenero. Mantener buenas relaciones con la gente incluye, además, darles márgenes de tiempo en los que pueden decir cualquier barbaridad sin que se los confronte. Desde luego, quienes estén buscando comenzar un conflicto torniselarán en cada ocasión que se les presente.
Ahora bien, quizás el vendedor no hablaba sobre uno. Quizás escuchamos mal o sencillamente somos paranoicos. Pero es fácil darse cuenta si el cuchicheo es sobre uno mismo. En primer lugar, ya el solo hecho de que apenas nos damos vuelta comiencen a hablar en voz baja, es sospechoso. En segundo lugar, a veces al principio de ese cuchicheo escuchamos dos sonidos sibilantes: "s", "s", apenas susurrados, seguidos de un sonido "l". Esas dos "s" más la "l" son las consonantes que conforman la expresión "Ese es el..." o "Esa es la...". De modo que si escuchamos "s-s-l", están hablando de nosotros: "Esa es la hija de puta que cagó al marido". "Ese es el guacho que maltrata a sus hijos". La palabra "seselar" podría ser la definición de este tipo de cuchicheo en el que se señala a una persona que está presente o que se está yendo mediante la apelación "ese es el..." o "esa es la...".
martes, 13 de noviembre de 2012
Preocio
(Sustantivo. Del latín prae = antes de y otium = ocio)
Recreo o larga pausa que se realiza cuando falta muy poco para terminar un trabajo.
Uno pensaría que, si se está a punto de terminar una tarea, es mejor utilizar el envión y finalizarla. Pero la sola ansiedad de sabernos cerca de ese objetivo nos ciega; nos hace pensar en el descanso posterior. Y, de hecho, si falta tan poco... ¡Podríamos descansar ahora mismo y continuar más tarde!. Este preocio es una pequeña procrastinación que a veces nos cuesta caro. Si corregimos cincuenta exámenes y nos quedan solo dos, hacemos un preocio como (pre)festejo por la labor (casi) cumplida: abrimos una lata de cerveza; jugamos videojuegos o salimos a bailar con amigos. Pero el preocio puede tener consecuencias inesperadas: quizás después del juego, el alcohol y la salida con amigos nos duele tanto la cabeza que no podemos corregir los dos exámenes que faltan. Quizás esos dos -justo esos dos- eran de difícil lectura; sumamente largos y trabajosos, y ya hemos gastado todas nuestras energías en el preocio. A veces antes de este descanso cerramos los libros; guardamos las herramientas de trabajo y luego, cuando hay que terminar lo poco que faltaba, nos da una pereza enorme desplegar nuevamente lo que ya estaba guardado. En esos casos, es común que terminemos chanchaneando.
El preocio es el espejismo de la tarea terminada. El festejo del preocio es la ilusión del festejo posterior a la tarea terminada: mientras nos tomamos esa pausa improcedente, pretendemos emular la felicidad que sentiremos cuando ya hayamos finalizado esa tarea. Pero luego, cuando el trabajo esté efectivamente terminado, lo habremos hecho tan a desgano y a las apuradas, que no nos quedarán deseos de un auténtico festejo.
Recreo o larga pausa que se realiza cuando falta muy poco para terminar un trabajo.
Uno pensaría que, si se está a punto de terminar una tarea, es mejor utilizar el envión y finalizarla. Pero la sola ansiedad de sabernos cerca de ese objetivo nos ciega; nos hace pensar en el descanso posterior. Y, de hecho, si falta tan poco... ¡Podríamos descansar ahora mismo y continuar más tarde!. Este preocio es una pequeña procrastinación que a veces nos cuesta caro. Si corregimos cincuenta exámenes y nos quedan solo dos, hacemos un preocio como (pre)festejo por la labor (casi) cumplida: abrimos una lata de cerveza; jugamos videojuegos o salimos a bailar con amigos. Pero el preocio puede tener consecuencias inesperadas: quizás después del juego, el alcohol y la salida con amigos nos duele tanto la cabeza que no podemos corregir los dos exámenes que faltan. Quizás esos dos -justo esos dos- eran de difícil lectura; sumamente largos y trabajosos, y ya hemos gastado todas nuestras energías en el preocio. A veces antes de este descanso cerramos los libros; guardamos las herramientas de trabajo y luego, cuando hay que terminar lo poco que faltaba, nos da una pereza enorme desplegar nuevamente lo que ya estaba guardado. En esos casos, es común que terminemos chanchaneando.
El preocio es el espejismo de la tarea terminada. El festejo del preocio es la ilusión del festejo posterior a la tarea terminada: mientras nos tomamos esa pausa improcedente, pretendemos emular la felicidad que sentiremos cuando ya hayamos finalizado esa tarea. Pero luego, cuando el trabajo esté efectivamente terminado, lo habremos hecho tan a desgano y a las apuradas, que no nos quedarán deseos de un auténtico festejo.
jueves, 8 de noviembre de 2012
Idioteísmo
(Sustantivo. Del griego idios = propio, único y theós = dios. Adjetivo: idioteísta.)
Doctrina según la cual las propiedades divinas son aceptadas o rechazadas arbitrariamente según el parecer del creyente.
Algunos idioteístas han recibido una formación religiosa, pero se reservan el derecho a aceptar o rechazar algunas (o todasa) las cualidades que se atribuyen a la divinidad: "No creo que Dios sea todopoderoso"; "Yo soy católico, pero eso de que Dios es uno y trino no lo creo". En algunos casos puede haber un sincretismo con elementos religiosos y/o cosmológicos y otros puramente afectivos: "El dios en que yo creo es una mezcla de creador del universo con lagartija con John Wayne". "Yo creo que Dios es el Amor, es Mi Abuela, es la savia que circula por los árboles y es un aroma de mi infancia". Cada persona puede elaborar el dios que mejor le parezca: un problema aparte es decidir acerca de su existencia, y cuanto más bizarra sea la mixtura de cualidades atribuidas, más difícil será aceptar que esa conjunción tenga entidad efectiva.
Doctrina según la cual las propiedades divinas son aceptadas o rechazadas arbitrariamente según el parecer del creyente.
Algunos idioteístas han recibido una formación religiosa, pero se reservan el derecho a aceptar o rechazar algunas (o todasa) las cualidades que se atribuyen a la divinidad: "No creo que Dios sea todopoderoso"; "Yo soy católico, pero eso de que Dios es uno y trino no lo creo". En algunos casos puede haber un sincretismo con elementos religiosos y/o cosmológicos y otros puramente afectivos: "El dios en que yo creo es una mezcla de creador del universo con lagartija con John Wayne". "Yo creo que Dios es el Amor, es Mi Abuela, es la savia que circula por los árboles y es un aroma de mi infancia". Cada persona puede elaborar el dios que mejor le parezca: un problema aparte es decidir acerca de su existencia, y cuanto más bizarra sea la mixtura de cualidades atribuidas, más difícil será aceptar que esa conjunción tenga entidad efectiva.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Nota en suplemento dominical "La Nueva Provincia"
El suplemento "Domingo" del diario La Nueva Provincia sacó una nota sobre Exonario.
La nota me la hizo el periodista Mariano Buren, a quien agradezco la enorme gentileza.
(Aquí está el enlace en la versión digital, pero también salió en la versión en papel)
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