(Sustantivo. Contracción de capitiversia. Del latín caput = cabeza y vergo = estar inclinado, estar vuelto)
Reacción que poseen las personas en el instante inmediatamente posterior a un suceso ruidoso.
Cuando en un restaurante se escucha el inequívoco sonido de una bandeja con platos cayendo al piso, todos los comensales hacen silencio y voltean la vista en la dirección del ruido. Si se oye una frenada y un choque, de inmediato todos atienden al lugar de donde proviene el fragor y caminan hacia allí. Si en mitad de la clase silenciosa a un alumno se le cae la cartuchera y se desparraman sus útiles, nos veremos obligados a mirar el suceso. El término se aplica a estos casos y a cualquiera en los que intervenga un espacio relativamente amplio y una multitud que desvía unánimemente su atención hacia el hecho: el ruido y la posibilidad de una catástrofe (o, al menos, de un papelón) se convierten en el centro de escena indiscutido. No importa si antes del suceso estaba ocurriendo algo trascendente: nadie puede perderse de observar a la moza desparramada en el suelo, con las copas hechas añicos y el champagne regado en las paredes.
El nombre "capiversia" proviene de la acción de voltear bruscamente la cabeza.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
miércoles, 28 de agosto de 2013
miércoles, 21 de agosto de 2013
Nictótopo
(Adjetivo y sustantivo. Del griego nyx = noche y tópos = lugar)
1. Recinto al que solo se lo conoce en penumbras.
2. Recinto que solo merece conocerse en penumbras.
Las discotecas, los cabarets y algunos bares son nictótopos. De noche tienen cierta magia y misterio. De día son lugares miserables, raídos, despintados y tristes. Por definición son espacios preparados para la media luz. Construidos como están para ser invisibles, el sol y las lámparas hieren su esencia, convirtiéndolos en ambientes de paredes descascaradas, suelos polvorientos con colillas de cigarrillos y cielorrasos con telarañas. La vista tiene la mala costumbre de buscar (y encontrar) detalles desagradables. Los nictótopos eligen combatir esos detalles apagándolos, haciéndolos inaccesibles a la frenética y puntillosa máquina analítica que son los ojos. Por eso, bajo el amparo del nictótopo podemos fingir que estamos en un mundo hecho de sombras, no de paredes con humedad, vitrinas sucias, celulares con linterna o rostros con vitiligo.
Conviene marcharse del nictótopo antes del amanecer, pues es muy probable que nos embargue un crudo antesolo.
1. Recinto al que solo se lo conoce en penumbras.
2. Recinto que solo merece conocerse en penumbras.
Las discotecas, los cabarets y algunos bares son nictótopos. De noche tienen cierta magia y misterio. De día son lugares miserables, raídos, despintados y tristes. Por definición son espacios preparados para la media luz. Construidos como están para ser invisibles, el sol y las lámparas hieren su esencia, convirtiéndolos en ambientes de paredes descascaradas, suelos polvorientos con colillas de cigarrillos y cielorrasos con telarañas. La vista tiene la mala costumbre de buscar (y encontrar) detalles desagradables. Los nictótopos eligen combatir esos detalles apagándolos, haciéndolos inaccesibles a la frenética y puntillosa máquina analítica que son los ojos. Por eso, bajo el amparo del nictótopo podemos fingir que estamos en un mundo hecho de sombras, no de paredes con humedad, vitrinas sucias, celulares con linterna o rostros con vitiligo.
Conviene marcharse del nictótopo antes del amanecer, pues es muy probable que nos embargue un crudo antesolo.
martes, 6 de agosto de 2013
Amesoide
(Adjetivo. Del griego a = no; mésos = medio y terminación -oide, de eídos = forma)
Dícese del conjunto de situaciones o eventos que no tienen estado intermedio.
Esta definición un tanto oscura se refiere sin embargo a ciertos sucesos familiares: usted va al médico porque tiene un leve dolor en el pecho. El médico lo examina y dice que no tiene nada; que su síntoma es muy difuso y que probablemente tienda a sobredimensionar sus padecimientos. Vuelve a casa sintiéndose un hipocondriaco y hasta se avergüenza de haberle hecho perder el tiempo a su doctor. Cinco días después, el dolor aumenta. Usted ve a otro médico y este dictamina que padece una gravísima enfermedad, y se lamenta de que no se haya hecho un chequeo antes. Cinco días antes, no tenía nada. Ahora ya es tarde. No hubo estado intermedio: su enfermedad y los diagnósticos médicos dieron resultados amesoides.
Consideremos otro ejemplo menos dramático. Un hombre conoce a una mujer. El hombre busca complacerla por todos los medios. Es amable, cuidadoso, atento, apasionado y tierno. Le escribe poemas; compra regalos caros; limpia la casa y cocina. Pero un día le compra un regalo un poco menos caro que los anteriores, y por ese suceso, la mujer, indignada, lo abandona para siempre. La relación fue amesoide: la mujer la planteó de modo tal que o bien el hombre mantenía un estricto patrón de conducta, o bien no valía la pena continuarla. No se planteó la posibilidad de un punto intermedio.
Las situaciones amesoides ocurren, en realidad, por concepciones humanas erróneas. Pareciera como si hubiera estados en los que se está por completo, o no se está en absoluto. Pero en realidad, siempre es posible encontrar (o inventar) un estado intermedio entre la salud y el desahucio, o el enamoramiento romántico y el despecho, o la opulencia feroz y la pobreza absoluta, o la sabiduría y la ignorancia, o la adicción al trabajo y la vagancia. Sin embargo, en algunos casos nos vemos condenados a que nos clasifiquen en alguno de los extremos de estos opuestos, sin que podamos acceder a los puntos medios que estos suponen.
Dícese del conjunto de situaciones o eventos que no tienen estado intermedio.
Esta definición un tanto oscura se refiere sin embargo a ciertos sucesos familiares: usted va al médico porque tiene un leve dolor en el pecho. El médico lo examina y dice que no tiene nada; que su síntoma es muy difuso y que probablemente tienda a sobredimensionar sus padecimientos. Vuelve a casa sintiéndose un hipocondriaco y hasta se avergüenza de haberle hecho perder el tiempo a su doctor. Cinco días después, el dolor aumenta. Usted ve a otro médico y este dictamina que padece una gravísima enfermedad, y se lamenta de que no se haya hecho un chequeo antes. Cinco días antes, no tenía nada. Ahora ya es tarde. No hubo estado intermedio: su enfermedad y los diagnósticos médicos dieron resultados amesoides.
Consideremos otro ejemplo menos dramático. Un hombre conoce a una mujer. El hombre busca complacerla por todos los medios. Es amable, cuidadoso, atento, apasionado y tierno. Le escribe poemas; compra regalos caros; limpia la casa y cocina. Pero un día le compra un regalo un poco menos caro que los anteriores, y por ese suceso, la mujer, indignada, lo abandona para siempre. La relación fue amesoide: la mujer la planteó de modo tal que o bien el hombre mantenía un estricto patrón de conducta, o bien no valía la pena continuarla. No se planteó la posibilidad de un punto intermedio.
Las situaciones amesoides ocurren, en realidad, por concepciones humanas erróneas. Pareciera como si hubiera estados en los que se está por completo, o no se está en absoluto. Pero en realidad, siempre es posible encontrar (o inventar) un estado intermedio entre la salud y el desahucio, o el enamoramiento romántico y el despecho, o la opulencia feroz y la pobreza absoluta, o la sabiduría y la ignorancia, o la adicción al trabajo y la vagancia. Sin embargo, en algunos casos nos vemos condenados a que nos clasifiquen en alguno de los extremos de estos opuestos, sin que podamos acceder a los puntos medios que estos suponen.
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