(Sustantivo. Del griego genós = género y agoréuo = mostrar, exhibir. Adjetivo: genágoro)
Ostentación de la propia condición sexual.
La genagoría suele ser practicada por los varones heterosexuales, aunque no tienen el monopolio exclusivo. A veces un hombre se siente en la patética obligación de dejar en claro su heterosexualidad, especialmente en contextos donde él cree que pudiera haber alguna duda: "Yo trabajo en un cabaret para trolos, pero soy bien macho, ¿eh?" o "Tengo camisa rosa, pero no te creas que yo también soy rosa... A mí me gustan las minas". El genágoro, sin embargo, va más allá de esa aclaración circunstancial: cree que en cualquier situación y ante cualquier desconocido es su deber salir al paso con información sobre sus gustos sexuales: "Mi nombre es Alberto, soy ingeniero y soy heterosexual". A veces cambia "soy heterosexual" por "soy normal en todos los aspectos". Considera que su carta de presentación está incompleta si no ratifica en mayúsculas y a los gritos su condición de varón semental que solo mira y toca mujeres y nunca hombres. Si el contexto no le permite exhibirse abiertamente como macho, hará algún chiste machista o buscará a otro varón para comentarle lo fuerte que está la rubia que subía por el ascensor, para que quede bien claro que él no es mariquita.
En todos los casos, el genágoro siente que sus preferencias amatorias ocupan el primer lugar en la información sobre su persona. Le desespera imaginar que alguien anda por ahí creyendo que él es gay (siendo que es bien macho) o que es heterosexual (siendo que es ruidosamente gay) y dedica un enorme esfuerzo mental en desambiguar la sola posibilidad de esa impresión.
Definiciones y términos que no figuran en el diccionario ("Exonario" no figura en el diccionario, pero sí figura en Exonario)
martes, 26 de marzo de 2013
miércoles, 20 de marzo de 2013
Egodulia
(Sustantivo. Del griego egó = yo y doulós = esclavo. Adjetivo: egodúlico)
Tiranía con uno mismo.
A veces nuestro yo se convierte en enemigo; queremos que desaparezca, que se calle por un momento y nos deje disfrutar de la soledad, de unos minutos de vagancia o de un sueño profundo. Pero no nos hace caso; está siempre aquí (y dónde iba a estar) para recordarnos cuáles placeres no debemos permitirnos; cuántas obligaciones tenemos, cómo actuar, qué decir, en qué momento, a quién y por qué y, por si fuera poco, nos obliga a adoptar actitudes, estados de ánimo y opiniones. "No puedo estar a favor del peronismo", "Si no te ponés a estudiar, me voy a sentir triste", "Tengo que ser fuerte", "No me puedo quedar tirado en la cama", "Si no lo llamo, pensará que no me importa", "Tengo que bañarme", "No debo tardar más de cinco minutos", "Acabo de cometer una estupidez", "No te peinaste correctamente". El egodúlico no solo escucha continuamente las admoniciones de su yo, sino que también les hace caso. Tuvo la mala suerte de tener un yo exigente, agresivo y manipulador, y no puede evitar que el cuerpo y la conciencia respondan a sus incesantes demandas. Quien padece de egodulia querría eliminar a ese feroz guardián y quedarse sólo disfrutando (o padeciendo) la vida sin la vigilancia de esa voz perpetua e insonora. Pero en lugar de ello, le da lugar y se somete sin cuestionarla.
(Estoy llamando "yo exigente" a lo que en la psicología freudiana se denomina "superyó". Si tomo este último término, debería haber dicho que la egodulia es el hábito de obedecer las órdenes de un superyó exigente y demandante. Recuérdese que 'superyó' y 'egodulia' no son sinónimos, pues se puede tener un gran superyó y sin embargo se podría no actuar de acuerdo a sus severos dictados)
Tiranía con uno mismo.
A veces nuestro yo se convierte en enemigo; queremos que desaparezca, que se calle por un momento y nos deje disfrutar de la soledad, de unos minutos de vagancia o de un sueño profundo. Pero no nos hace caso; está siempre aquí (y dónde iba a estar) para recordarnos cuáles placeres no debemos permitirnos; cuántas obligaciones tenemos, cómo actuar, qué decir, en qué momento, a quién y por qué y, por si fuera poco, nos obliga a adoptar actitudes, estados de ánimo y opiniones. "No puedo estar a favor del peronismo", "Si no te ponés a estudiar, me voy a sentir triste", "Tengo que ser fuerte", "No me puedo quedar tirado en la cama", "Si no lo llamo, pensará que no me importa", "Tengo que bañarme", "No debo tardar más de cinco minutos", "Acabo de cometer una estupidez", "No te peinaste correctamente". El egodúlico no solo escucha continuamente las admoniciones de su yo, sino que también les hace caso. Tuvo la mala suerte de tener un yo exigente, agresivo y manipulador, y no puede evitar que el cuerpo y la conciencia respondan a sus incesantes demandas. Quien padece de egodulia querría eliminar a ese feroz guardián y quedarse sólo disfrutando (o padeciendo) la vida sin la vigilancia de esa voz perpetua e insonora. Pero en lugar de ello, le da lugar y se somete sin cuestionarla.
(Estoy llamando "yo exigente" a lo que en la psicología freudiana se denomina "superyó". Si tomo este último término, debería haber dicho que la egodulia es el hábito de obedecer las órdenes de un superyó exigente y demandante. Recuérdese que 'superyó' y 'egodulia' no son sinónimos, pues se puede tener un gran superyó y sin embargo se podría no actuar de acuerdo a sus severos dictados)
jueves, 14 de marzo de 2013
Logótafo
(Adjetivo. Del griego lógos = discurso, razonamiento y táphos = sepultura, ocultamiento)
Quien anuncia que posee excelentes argumentos, pero jamás los esgrime.
El logótafo aparece para mostrarnos que es un baúl lleno de evidencias y explicaciones, aunque jamás se rebaja a comunicar sus convincentes y potencialmente irrefutables tesis. Sus aportes discursivos son escuetos, disuasivos y definitivos, y manifiestan la convicción de que con esas pocas palabras es suficiente para refutar las afirmaciones rivales. Suele decir: "Si yo hablara, te darías cuenta de que estás equivocado", "Te metiste con un tema complicado y yo sé bastante de eso. Pero no vale la pena discutirlo", "No, no es así. Tengo veinte millones de argumentos para mostrártelo, pero si lo hago vamos a estar todo el día". "Si supieras la cantidad de cosas que podría decirte sobre esto, no pensarías de ese modo" o alguna variante de estas expresiones. Cree que ha zanjado la cuestión con solo afirmar que, si quisiera, podría contribuir con algún testimonio o prueba categórica y apabullante. Pero su aporte se queda en eso: en contarnos que él tiene el don y la dicha de haber hecho los razonamientos irrevocablemente correctos y de haber llegado a las únicas conclusiones verdaderas.
Un logótafo es una extraña especie de dispolémico. Pero, mientras este último evita cualquier discusión, el logótafo se mete en ella sólo para afirmar que él tiene razón, y sin embargo no se toma el trabajo de exhibir sus razones.
Quien anuncia que posee excelentes argumentos, pero jamás los esgrime.
El logótafo aparece para mostrarnos que es un baúl lleno de evidencias y explicaciones, aunque jamás se rebaja a comunicar sus convincentes y potencialmente irrefutables tesis. Sus aportes discursivos son escuetos, disuasivos y definitivos, y manifiestan la convicción de que con esas pocas palabras es suficiente para refutar las afirmaciones rivales. Suele decir: "Si yo hablara, te darías cuenta de que estás equivocado", "Te metiste con un tema complicado y yo sé bastante de eso. Pero no vale la pena discutirlo", "No, no es así. Tengo veinte millones de argumentos para mostrártelo, pero si lo hago vamos a estar todo el día". "Si supieras la cantidad de cosas que podría decirte sobre esto, no pensarías de ese modo" o alguna variante de estas expresiones. Cree que ha zanjado la cuestión con solo afirmar que, si quisiera, podría contribuir con algún testimonio o prueba categórica y apabullante. Pero su aporte se queda en eso: en contarnos que él tiene el don y la dicha de haber hecho los razonamientos irrevocablemente correctos y de haber llegado a las únicas conclusiones verdaderas.
Un logótafo es una extraña especie de dispolémico. Pero, mientras este último evita cualquier discusión, el logótafo se mete en ella sólo para afirmar que él tiene razón, y sin embargo no se toma el trabajo de exhibir sus razones.
lunes, 11 de marzo de 2013
Crudelario
(Sustantivo. Del latín crudelis = cruel, sanguinario)
Recinto al que las personas van voluntariamente para ser torturadas y / o asesinadas.
Conviene resaltar que quienes visitan un crudelario lo hacen de manera consciente y no esperan obtener placer a través del dolor de una tortura. No son masoquistas ni ingenuos ni penitentes religiosos: deciden impartirse un dolor insoportable a cambio de nada y por ninguna razón (o tal vez por una razón: una especie de turismo exótico de las propias sensaciones dolorosas: "Quiero sentir una vez en la vida cómo es que te arranquen un brazo") En algunos casos, quizás deban abonar sumas enormes para obtener un tormento (y ya el pago excesivo es parte del suplicio) Lo curioso de los crudelarios es que sus visitantes se dirigen a ellos con serenidad, como quien va a hacer un trámite insípido, sabiendo que quizás les esperan meses de una aleatoria, gratuita e incesante mortificación psíquica y carnal de la que querrán huir una vez que haya comenzado.
De una manera metafórica, se denomina crudelarios a los lugares que en principio no están hechos para torturar a las personas pero que en definitiva terminan haciéndolo: "No sé para qué mandás a tu hijo a la escuela. Eso es un crudelario, y los maestros son los verdugos".
Recinto al que las personas van voluntariamente para ser torturadas y / o asesinadas.
Conviene resaltar que quienes visitan un crudelario lo hacen de manera consciente y no esperan obtener placer a través del dolor de una tortura. No son masoquistas ni ingenuos ni penitentes religiosos: deciden impartirse un dolor insoportable a cambio de nada y por ninguna razón (o tal vez por una razón: una especie de turismo exótico de las propias sensaciones dolorosas: "Quiero sentir una vez en la vida cómo es que te arranquen un brazo") En algunos casos, quizás deban abonar sumas enormes para obtener un tormento (y ya el pago excesivo es parte del suplicio) Lo curioso de los crudelarios es que sus visitantes se dirigen a ellos con serenidad, como quien va a hacer un trámite insípido, sabiendo que quizás les esperan meses de una aleatoria, gratuita e incesante mortificación psíquica y carnal de la que querrán huir una vez que haya comenzado.
De una manera metafórica, se denomina crudelarios a los lugares que en principio no están hechos para torturar a las personas pero que en definitiva terminan haciéndolo: "No sé para qué mandás a tu hijo a la escuela. Eso es un crudelario, y los maestros son los verdugos".
miércoles, 6 de marzo de 2013
Jubilábil
(Adjetivo. De jubilación y lábil)
Dícese de la persona que está esperando la primera oportunidad para jubilarse.
El jubilábil no piensa en lo que hará después de jubilado, sino en todo lo que ya no tendrá que hacer. Está atento a la cantidad de años que lleva en el trabajo y sigue de cerca cada uno de los aportes patronales realizados a lo largo de las décadas. Su único sueño es dejar de hacer aquello que necesariamente hará durante veinticinco o treinta años. Basta con que el jubilábil sepa la cercanía de su jubilación para que pida licencias y vacaciones hasta que se cumpla el plazo mínimo, momento en que jamás -pero realmente jamás- volverá a pisar su lugar de trabajo.
Se aplica también a quien elige su empleo de acuerdo al tiempo de aporte laboral que necesita para jubilarse: "Qué bueno es ser policía. Te jubilás a los cincuenta años y después... Bueno, no sé, pero por lo menos dejás de ser policía". Puede notarse lo curioso de este razonamiento: para el jubilábil, un trabajo es bueno por la eventual posibilidad de dejar de hacerlo para siempre.
Dícese de la persona que está esperando la primera oportunidad para jubilarse.
El jubilábil no piensa en lo que hará después de jubilado, sino en todo lo que ya no tendrá que hacer. Está atento a la cantidad de años que lleva en el trabajo y sigue de cerca cada uno de los aportes patronales realizados a lo largo de las décadas. Su único sueño es dejar de hacer aquello que necesariamente hará durante veinticinco o treinta años. Basta con que el jubilábil sepa la cercanía de su jubilación para que pida licencias y vacaciones hasta que se cumpla el plazo mínimo, momento en que jamás -pero realmente jamás- volverá a pisar su lugar de trabajo.
Se aplica también a quien elige su empleo de acuerdo al tiempo de aporte laboral que necesita para jubilarse: "Qué bueno es ser policía. Te jubilás a los cincuenta años y después... Bueno, no sé, pero por lo menos dejás de ser policía". Puede notarse lo curioso de este razonamiento: para el jubilábil, un trabajo es bueno por la eventual posibilidad de dejar de hacerlo para siempre.
martes, 5 de marzo de 2013
Amoviloquio
(Sustantivo. Del latín amoveo = desviar y loquor = hablar)
Expresión que relata una circunstancia que sería imposible de relatar si de hecho estuviera ocurriendo.
Si usted se quedó mudo, es difícil que pueda decirlo a los gritos. Si se quedó dormido, no podrá informarlo. Si está teniendo un accidente cerebro vascular (en especial, si compromete las áreas cerebrales de Broca y de Wernicke, encargadas de procesar el lenguaje) sería imposible que pudiera expresarlo. Por eso, las expresiones como "Estoy mudo", "Estoy profundamente dormido", "En este momento estoy inconsciente" o "Estoy teniendo un ACV", dichas a viva voz, no tienen ninguna forma de ser verdaderas cuando se las emite en primera persona y en tiempo presente. Son amoviloquios . Si alguien enuncia un amoviloquio tenemos que pensar que habla en broma o que está teniendo algún raro y curioso fenómeno mental. Por el contrario, si de verdad le están ocurriendo esos sucesos, debería estarlos padeciendo en una completa imposibilidad de articulación de lenguaje sonoro y en la mayoría de los casos (no en el de la mudez) también de lenguaje escrito.
Los amoviloquios pueden ocurrir en otros contextos, aunque aquí no podemos hablar de imposibilidad, sino de algo manifiestamente extraño que parece ocultar otras finalidades.
Si a usted le están robando el teléfono celular, sería muy extraño que los ladrones le permitieran mandar un mensaje comunicando ese mismo suceso. Ahora bien, si usted ha enviado un mensaje que dice "Aaaaah, me están afanando el celular", de inmediato ese mensaje se vuelve sospechoso.
La conducta del amoviloquio se desvía de lo esperable en el juego del lenguaje. Un filósofo como Hilary Putnam califica de "expresiones desviadas" aquellas emisiones que no tienen convencionalmente ninguna condición de verdad. De ahí su etimología.
Expresión que relata una circunstancia que sería imposible de relatar si de hecho estuviera ocurriendo.
Si usted se quedó mudo, es difícil que pueda decirlo a los gritos. Si se quedó dormido, no podrá informarlo. Si está teniendo un accidente cerebro vascular (en especial, si compromete las áreas cerebrales de Broca y de Wernicke, encargadas de procesar el lenguaje) sería imposible que pudiera expresarlo. Por eso, las expresiones como "Estoy mudo", "Estoy profundamente dormido", "En este momento estoy inconsciente" o "Estoy teniendo un ACV", dichas a viva voz, no tienen ninguna forma de ser verdaderas cuando se las emite en primera persona y en tiempo presente. Son amoviloquios . Si alguien enuncia un amoviloquio tenemos que pensar que habla en broma o que está teniendo algún raro y curioso fenómeno mental. Por el contrario, si de verdad le están ocurriendo esos sucesos, debería estarlos padeciendo en una completa imposibilidad de articulación de lenguaje sonoro y en la mayoría de los casos (no en el de la mudez) también de lenguaje escrito.
Los amoviloquios pueden ocurrir en otros contextos, aunque aquí no podemos hablar de imposibilidad, sino de algo manifiestamente extraño que parece ocultar otras finalidades.
Si a usted le están robando el teléfono celular, sería muy extraño que los ladrones le permitieran mandar un mensaje comunicando ese mismo suceso. Ahora bien, si usted ha enviado un mensaje que dice "Aaaaah, me están afanando el celular", de inmediato ese mensaje se vuelve sospechoso.
La conducta del amoviloquio se desvía de lo esperable en el juego del lenguaje. Un filósofo como Hilary Putnam califica de "expresiones desviadas" aquellas emisiones que no tienen convencionalmente ninguna condición de verdad. De ahí su etimología.
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