
Sensación de inquietud y ligera repulsión que provocan los muñecos.
Los muñecos tienen algo abominable.
Un osito de peluche es suave y esponjoso, pero imita un poco la contextura de alguien gordo, sobreprotector y ligeramente psicópata.
Un títere tiene vida y gracia sobre los dedos del titiritero. Fuera de él, es un despojo deshuesado y exánime, más repugnante que una cucaracha a medio aplastar.
Las marionetas, los monigotes, los peluches y los payasitos necesitan de un contexto para volverse adorables. Fuera de ese contexto, provocan un ligero temblor y cierto deseo de no mirarlos. Mirarlos mucho hace que se muevan, y no queremos que a la frágil estantería de nuestra cordura se le salgan algunos clavos.
Los muñecos son inocentes en la cuna del bebé, mientras el bebé duerme o juega. Son perversos cuando el niño no está en la cuna y ellos todavía miran el cielo raso desafiantes y sin parpadear. Aun más perversos se vuelven cuando siguen allí inmóviles con su mirada descarriada una vez que el niño ha muerto por una enfermedad repentina y misteriosa. Diabólicos hasta lo inverosímil son, si aparecen en otras partes de la casa, si desaparecen o si hablan imitando la voz del niño muerto.
La golemización provoca una reptilesca fopádira.
Qué ganas que me diste de tirar el par de muñecas que conservo de la niñez...
ResponderEliminarNo sé si agradecértelo o qué, mirá :)
Tranquilo amigo... esas sensaciones son sólo un espejismos de tu mente... Muajajajajajajajajajaja!!!!
ResponderEliminarAhora entiendo porque me caen mal los periodistas, tengo fobia a los muñecos! ;D
ResponderEliminarUn abrazo!
mire, tengo una prima en barcelona que con esos munhecos está haciendo dinero, así que ya no me caen tan mal..
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