(Adjetivo. Del griego a = negación; taraxé = perturbación y klastés = rompedor)
Dícese de la persona cuyas palabras generan inquietud, disgusto, enojo y /o intranquilidad.
El ataractoclasta nos cambia radicalmente el estado de ánimo: pasamos de estar sanamente tranquilos a estar preocupados e irritados. Si vemos un mensaje del ataractoclasta en el correo electrónico o en las redes sociales, antes de leerlo ya pensamos "con qué saldrá este ahora", y encaramos su lectura mal dispuestos y con la certeza de que el mensaje nos llevará a una discusión casi eterna, o a alguna acción urgente, o a la presunción de que pasa algo terrible. Después de leer o escuchar sus palabras el mundo ya no es el mismo; la alegría y el buen humor se disipan irremediablemente, y solo nos queda soportar las consecuencias de su acto de habla. El ataractoclasta es un terrorista de los estados de ánimo; su único objetivo es convencernos de que estamos equivocados, de que nuestro pensamiento no vale y de que la apacible quietud en la que estuvimos sumergidos antes de sus palabras era, en realidad, un espejismo o una evasión de nuestra propia ignorancia.
Hay enormes puntos de contacto entre el ataractoclasta y el irenófago. Este último, en cambio, no tiene la intención de provocarnos mal humor. El primero, en cambio, parece firmemente dispuesto a arrebatarnos cualquier disfrute cotidiano.
(Estoy convencido de que yo me he convertido en un ataractoclasta de las redes sociales)
Comparto su inquietud.
ResponderEliminarAunque, comparado con los más distinguidos ataractoclastas lo suyo y lo mío son apenas un grano más en la arena...
¿No se va a andar comparando con Carrió pongo por caso o Tomás Bulat?